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Apropiación y usos locales


Foto 23. Recolrcción de forraje mediante poda intensa en un Faidherbia albida en Burkina Faso. (© Depommier/Cirad)

El hombre está estrecha y continuamente unido a la evolución de los árboles fuera del bosque, cuya selección, conservación y protección están ligadas a los usos y necesidades, tanto materiales como culturales. Las prácticas humanas, lejos de ser un factor suplementario que se añade a una dinámica ecológica irreductible, son el reflejo "de una complejidad paradójica que hace del que desmonta el bosque el protector del árbol y el agente de su expansión" (Pélissier, 1980).

Estas prácticas son diferentes en los medios agrícola y pastoral, y se ejercen diferentemente según se trate de hombres o mujeres. Son el fruto de conocimientos técnicos tradicionales de alcance local que han tratado de adaptarse, con el correr del tiempo, a las incertidumbres ecológicas, económicas y políticas. Darse cuenta del conocimiento de las sociedades humanas es comprender el sentido que dan a sus recursos naturales y captar la coherencia social y simbólica a la que contribuyen estos recursos.

Gestión local

Los modos de gestión del árbol, específicos de los ganaderos y agricultores, se explican por las necesidades diferenciadas en recursos leñosos y las representaciones contrastadas de los espacios arbolados (Shepherd, 1992). Los ganaderos utilizan vastas extensiones de tierras de pastos comunales e intentan conservar una gran variedad de especies vegetales, con el fin de alimentar a su ganado durante todo el año. Los campesinos mantienen un espacio más limitado pero de forma intensiva, donde los árboles proporcionan productos complementarios a las actividades agrícolas. Esta distinción simplificadora, porque muy a menudo el campesino y el ganadero son una misma persona, se realiza para satisfacer la comodidad del texto.

Gestión campesina

En la mayoría de las regiones, los árboles fuera del bosque forman parte del paisaje agrario y su conocimiento por las poblaciones rurales no está dividido en árboles de campos y árboles forestales. Shepherd (1992) observaba que la gestión de bosquetes no era nunca distinta de la de los árboles de las tierras agrícolas. Para las poblaciones que practican la agricultura migratoria o las rotaciones de cultivos con barbecho, las tierras boscosas y las tierras agrícolas son una misma realidad explotada sucesivamente. Así, a nivel local, existe un continuum entre la gestión de los bosques y la de las tierras agrícolas y sus dinámicas respectivas están relacionadas. Paralelamente, "la agrosilvicultura, que asocia prácticas agrícolas y silvícolas, recuerda que la disociación decretada entre agricultura y bosque es relativa" (Petit, 1999).

En Europa, la separación entre bosque y agricultura, resultado de decisiones políticas y económicas seculares, no tiene significado en el espíritu y la práctica de los agricultores (Balent, 1996). En Indonesia, aunque la estructura de los agrobosques se parece a un bosque, se trata ante todo de un sistema de producción agrícola resultante de una gestión campesina. En el continente sudamericano, en los "huertos forestales" del Estado de Bahía al este de Brasil, donde se cultiva el cacao, los indios kapayo seleccionan y conservan las especies forestales locales, sustituidas a veces por especies exóticas ecológicamente semejantes. En África Occidental, "los campos que sufren largas estaciones secas son paisajes arbóreos reconstruidos con tasas de forestación tan elevadas (incluso más) como la vegetación natural" (Pélissier, 1980). Las poblaciones emigrantes traen de su territorio de origen especies forestales y rehacen sus condiciones familiares de vida, basadas en motivaciones de identidad y de carácter simbólico (Trincaz, 1980). Estas prácticas favorecen la aparición de sistemas de producción en los que la diversidad biológica es no sólo respetada, sino igualmente conservada.

La agrosilvicultura contribuye al reconocimiento de una gestión campesina del árbol (Biggelaar y Gold, 1995; Schultz et al., 1994; Thapa et al., 1995; Baumer, 1997). Al establecer parques agroforestales, cuya estructura corresponde a sus modos de vida, los campesinos africanos demuestran su habilidad para preservar y conservar los árboles útiles. Los árboles de los parques agroforestales son densos o claros, viejos o de edades mixtas y diferentemente asociados entre sí. La estructura de los parques y las especies utilizadas difieren según los grupos étnicos (Seignobos, 1996). Los parques agroforestales más homogéneos, testigos de una selección repetida, muestran que las prácticas silvícolas y la gestión del árbol son más intensivas en las proximidades de las zonas cultivadas o de residencia. Las tierras cultivadas intensamente son también con frecuencia las que tienen más árboles (Pélissier, 1995). Numerosos espacios arbolados, como los parques de Faidherbia albida, tienen una influencia positiva en la producción agrícola, especialmente de cereales (ibid.). A las actividades de conservación y selección de árboles, se añaden la instalación de cercas y el establecimiento de bosquetes repartidos irregularmente en los campos elegidos a partir de los árboles existentes. A pesar de las apariencias, estas prácticas deliberadas dejan poco lugar al azar y algunos han hablado de "caos estructurado" para caracterizar la sutileza de estas prácticas locales (Schultz et al., 1994).

El árbol en los campos cumple su función más universal, la de agente regenerador y protector de las tierras frágiles o erosionadas (Guinko, 1997). Siempre está presente, a pesar de la intensificación de los cultivos, el aumento de las superficies cultivadas, la presión demográfica, la sequía y los factores que contribuyen a su desaparición. Es conservado, evitando arar el suelo en su proximidad, eliminando las malas hierbas, realizando cuidadosos trabajos de drenaje, colocando tutores (Boffa, 1991) y protegiéndolo del ganado. También el valor comercial de sus frutos garantiza su permanencia. La densidad de los árboles es muchas veces un compromiso entre dos efectos divergentes: uno positivo, pero a largo plazo, de regeneración de los suelos, y el otro negativo, pero a corto plazo, de competencia con las cosechas agrícolas. En India, en Rajasthan, el Prosopis cineraria es apreciado en cultivo intercalar, porque enriquece el suelo, protege el mijo del viento y constituye un buen forraje (Jodha, 1995), mientras que en Uttar Pradesh, el Eucalyptus ha sido abandonado por los campesinos que han comprobado una reducción de las cosechas (Saxena, 1991, citado por Arnold, 1996). La disminución de la producción es, no obstante, tolerada cuando el árbol suministra frutos o forrajes, como en Nepal, donde los campesinos han incluido en sus parcelas árboles forrajeros que han llegado a escasear en los espacios comunitarios.

La fertilización de los suelos va unida muchas veces al pastoreo del ganado que proporciona el abono orgánico necesario para la agricultura. Aunque los contratos de estiércol entre agricultores y ganaderos son más o menos practicados cuando hay una gran competencia por la tierra, se siguen utilizando muchas tierras desmontadas o en barbecho, según las estaciones, por los ganaderos. Además, ciertos árboles, como Faidherbia albida, se reproducen, no sólo mediante el transporte de las semillas por los animales (Seignobos, 1996), sino también de forma abundante por multiplicación vegetativa (Depommier; Bellefontaine y Monteuuis, 2000; Ichaou, 2000). El agrosilvopastoreo es esencial para la supervivencia de numerosas sociedades africanas, y para la sostenibilidad ecológica de regiones enteras.

Gestión pastoral

La imagen comúnmente admitida hace del ganadero nómada el gran responsable de la destrucción de los bosques y de los espacios arbóreos: "¿cómo imaginar que el ganadero, que conoce cada árbol, destruya sin más la riqueza de su medio, del cual depende íntimamente?" (Bernus, 1980). El ganado es la riqueza de los pueblos pastores, pero también la de numerosas poblaciones de agroganaderos y de agricultores sedentarios (Recuadro 23). Es considerado como la inversión más rentable y segura, disponible en todo momento. Por esta razón, está presente en la mayoría de los sistemas de producción.


Foto 24. Regeneración vegetativa natural por acodadura en zona tropical seca, Níger. (© Ichaou y Fabre)

Las poblaciones de pastores viven en las regiones secas y cálidas desde África y el Cercano Oriente hasta la India, desde las estepas frías de Asia central hasta la taiga de las regiones árticas. Para las poblaciones nómadas, la explotación del medio se inscribe en un espacio seleccionado por sus pastizales y por sus puntos de agua utilizados y conservados a partir de normas informales (preeminencia de un linaje, derecho del primero que llega, prioridad para el que ha perforado el pozo, etc.). El uso móvil de los pastizales, a partir de modos complejos y variados de rotación y de instalación de defensas, permite su regeneración. En las regiones tropicales húmedas, el exceso de pastoreo lleva a favorecer las poblaciones leñosas en detrimento del estrato herbáceo (Audru, 1995). Asociando varias especies animales sobre los mismos pastos comunales, se mantiene mejor el equilibrio entre el tapiz herbáceo y la cubierta leñosa (César y Zoumana, 1999). En las zonas áridas y semiáridas, el sobrepastoreo, agravado por las talas de bosques, provoca una regresión de la vegetación leñosa, primera fase de una degradación de los ecosistemas y del proceso de desertificación (Toutain et al., 1983). Pasado el período de sequía, la resistencia natural de estos ecosistemas favorece una reposición biológica de las gramíneas y las frondosas. Ciertas especies leñosas tienen una estrategia de reproducción y de difusión por semilla y por vía vegetativa; existen numerosas formas de multiplicación vegetativa natural (renuevos, retoños de raíz, acodadura natural) (Bellefontaine et al., 1999; Ichaou, 2000). Así pues, los pastos comunales pueden resistir el sobrepastoreo (Behnke, 1993), pero no están protegidos de la degradación si el uso es excesivo.

Recuadro 23 .

Paisaje rural africano

Los agroganaderos peuls de Fouta-Djalon han dado forma a un paisaje rural compuesto de setos cuidadosamente conservados y con funciones variadas. Las concesiones están rodeadas de una cerca de árboles y arbustos mantenidos por una empalizada que protege los cultivos del ganado que no está guardado. Las empalizadas más arbóreas son las más resistentes a las agresiones del viento y del ganado. Los agroganaderos dan una gran importancia a estas cercas y las mantienen, pues suministran forraje y delimitan el espacio. La expresión "peinar el cercado" designa precisamente los trabajos de mantenimiento consistentes en reparar la empalizada y podar el seto (Lauga-Sallenave, 1997).

El árbol, además de las múltiples funciones que ejerce (marcado del espacio, material de construcción, alimentación, artesanía, farmacopea, etc.), es ante todo una fuente de forraje indispensable para el ganado. Aprovechándose de sus observaciones y experiencias, los ganaderos gestionan en su beneficio, mientras pueden, los árboles y arbustos de los pastizales. Los pastores saben jugar con el carácter complementario de la vegetación en la elección de los pastos, haciendo que el rebaño paste en unos ecosistemas con espacios forrajeros diversificados (Petit, 2000). Frecuentemente, para aumentar la productividad de los árboles y arbustos y protegerlos contra las talas abusivas, se establecen normas formales e informales (Recuadro 24).

Recuadro 24 .

Normas tradicionales de gestión de árboles y arbustos

Los Pokot y los Turkana de Kenia talan raramente un árbol útil y eligen con cuidado los árboles que podan: sólo se cortan las ramas de los arbustos menos útiles para hacer setos e impedir que la maleza invada los pastos. Los Lahawin de Sudán oriental, más que cortar las ramas, sacuden los árboles con un palo especial para hacer que las hojas caigan para los animales. Los tuaregs Kel Adrar de Kidal, en Malí, tienen leyes tradicionales que prohiben la tala de árboles. Los Mbeere de Kenia, después de haber podado Parinaria curatellifolia, dejan que se produzca el rebrote durante una o dos estaciones. Los Foulani Macina tienen un código que prevé disposiciones para la vigilancia y protección del matorral y frena la poda no autorizada de los árboles (FAO, 1996b).

Las reglas de apropiación de los árboles fuera del bosque, muy diferentes de una región a otra, condicionan las reglas de gestión. En los pastos comunales explotados por los pastores, el árbol es considerado como un recurso comunitario por la misma razón que la hierba, y se conserva una gran variedad de especies vegetales. Según los períodos, los ganaderos hacen uso de uno u otro estrato de vegetación: las herbáceas se pastan en la estación húmeda, el estrato arbustivo se aprovecha a mediados de la estación seca y el estrato arbóreo a finales de la misma. En los parques arbolados y las sabanas, los ganaderos pueden aprovecharse de contratos de arriendo en los que los propietarios les conceden la utilización del follaje de los árboles, especialmente cuando se hace la escamonda (Delouche, 1992). En los ranchos, las especies leñosas están a merced de los propietarios, los cuales deciden si interesa conservarlas, favorecerlas o destruirlas. Por ejemplo, en Australia, el árbol en bosquetes o aislado molestaba a los ranchers, lo que ha contribuido a la desaparición de los árboles en las explotaciones ganaderas privadas (Cameron et al., 1991).

Los árboles forrajeros, raramente plantados por los pueblos pastores, son considerados como cultivos perennes y reciben a veces los cuidados propios de su producción. El interés de los cultivos forrajeros arbóreos, en relación con las plantas herbáceas de las praderas, reside en su complementariedad alimentaria y en su ritmo de vegetación: sus hojas y vainas son muchas veces más ricas en materias nitrogenadas y sus ciclos fenológicos son diferentes (Hiernaux et al., 1992). Los dispositivos de plantación difieren según sus usos. Si el follaje se recoge mediante corta, se adoptan las alineaciones al borde de las praderas o la plantación de una parcela, y si el árbol es explotado directamente por el ganado es tan conveniente la dispersión en el pastizal como las plantaciones en alineación. En el sudeste de Asia es corriente un dispositivo agroforestal "a tres niveles", compuesto de tres espacios complementarios: un tapiz herbáceo que suministra pasto, un estrato forrajero de árboles y arbustos, y árboles con usos múltiples.

Los sistemas de cría de ganado, que necesitan desplazamientos en función del agua y de los pastos, están amenazados en su existencia por la prioridad otorgada a las instalaciones sedentarias. En África Occidental, de los fondos asignados al desarrollo rural, más de un tercio ha sido concedido a los cultivos de exportación, y sólo el 5 por ciento aproximadamente a los programas de mejora de la ganadería (Jaubert, 1997), mientras que muchos trabajos han podido demostrar el interés tanto ecológico como económico de estos sistemas de explotación pastoral (Bourgeot, 1999; Le Berre, 1999; Slingerland, 2000). Frente a la presión ejercida sobre los árboles de la periferia de las grandes aglomeraciones urbanas, o a veces de pequeños pueblos, es indispensable mejorar las técnicas de poda de los árboles forrajeros (Recuadro 25). De forma general, la explotación y la gestión de las zonas de cría de ganado son problemáticas, a causa de todo un conjunto de factores (concentración humana, animales, expansión de los cultivos, urbanización) que, además, agrava las tensiones entre los mismos ganaderos y con los agricultores (Bourgeot, 1999).

Recuadro 24 .

Normas tradicionales de gestión de árboles y arbustos

Los Pokot y los Turkana de Kenia talan raramente un árbol útil y eligen con cuidado los árboles que podan: sólo se cortan las ramas de los arbustos menos útiles para hacer setos e impedir que la maleza invada los pastos. Los Lahawin de Sudán oriental, más que cortar las ramas, sacuden los árboles con un palo especial para hacer que las hojas caigan para los animales. Los tuaregs Kel Adrar de Kidal, en Malí, tienen leyes tradicionales que prohiben la tala de árboles. Los Mbeere de Kenia, después de haber podado Parinaria curatellifolia, dejan que se produzca el rebrote durante una o dos estaciones. Los Foulani Macina tienen un código que prevé disposiciones para la vigilancia y protección del matorral y frena la poda no autorizada de los árboles (FAO, 1996b).

Gestión diferenciada por hombres y mujeres

Por medio de sus actividades respectivas, basadas en la división sexual del trabajo, los hombres y las mujeres han adquirido competencias y conocimientos específicos relativos al medio ambiente, a las especies leñosas, a los productos y a su utilización. Esto ha dado lugar a unas formas complementarias y diferenciadas de gestión, decisivas para la conservación de la diversidad biológica. Se reconoce que, en muchos sitios, las mujeres explotan los recursos según prácticas más delicadas que los hombres, y que son poseedoras de conocimientos más amplios sobre la utilización, selección y conservación de los recursos naturales. La responsabilidad casi total reservada a las mujeres para dedicarse a la subsistencia y a los cuidados cotidianos de los miembros de la familia les obliga a interesarse más que nadie por los árboles en períodos de escasez. Aunque estas afirmaciones sean conocidas y reconocidas, las mujeres son a veces acusadas de contribuir a la degradación de los recursos naturales, en particular arbustivos y arbóreos, aun cuando las limitaciones jurídicas, sociales y culturales a este respecto restrinjan su poder de gestión de los productos forestales (madera, frutos, corteza, etc.).

Recuadro 25.

Mejora de las técnicas de poda de los árboles forrajeros

No todas las especies soportan cualquier tipo de poda, debiendo estudiarse previamente sus características respetando la estructura del árbol y sus posibilidades de regeneración. Las diversas técnicas de poda (deshojado12 , escamonda, escamonda con desmoche o sobre muñones, desramado, desmoche, etc.) y la periodicidad de las podas deberán tener en cuenta diversos factores: la especie, el ritmo de foliación, la naturaleza del suelo, la distribución de la escorrentía de las lluvias, la presencia de gérmenes infecciosos en cuanto a las heridas, que causan a corto plazo la muerte del árbol podado, etc. Los estudios son muy poco numerosos. Teniendo en cuenta que el desrame de los árboles en los bosques-parques y las sabanas está prohibido por el código forestal de muchos países, parece indispensable volver a actualizar la legislación a fin de permitir una explotación sostenible del forraje aéreo. Pero existe una condición previa: que los términos relativos a la explotación de jóvenes retoños o de partes de ramas y las técnicas adecuadas sean perfectamente explicados, y después respetados.

Se ha puesto de manifiesto que la pobreza era más una consecuencia que una causa de la deforestación. Entre las capas más pobres de población, las mujeres son las más numerosas: más del 70 por ciento de los mil trescientos millones de pobres del mundo, y el número de las que viven en condiciones de pobreza absoluta en las zonas rurales ha aumentado un 50 por ciento entre 1975 y 1995 (PNUD, 1995). Las sequías consecutivas, las degradaciones de la cubierta forestal, los conflictos armados en ciertos países y, desde los años 80, los programas de ajuste estructural, han engendrado situaciones de crisis, no sólo económica, sino también social y familiar. En estos períodos de recesión, las desigualdades sociales aumentan y los movimientos de población se multiplican. Y, además del aumento de su carga de trabajo, las mujeres sufren una discriminación en el mercado de trabajo y un aislamiento social unidos a una falta de formación y a la falta de apoyo. Además, la explotación de los árboles fuera del bosque suscitada por ciertas evoluciones económicas y sociales (comercialización de los productos de ciertas especies, crecimiento demográfico, reducción de los recursos, gestión comercial) refuerza la marginación de los grupos que no tienen acceso a la tierra ni a fortiori a la propiedad y uso de los árboles. Entre la ausencia de los hombres y la falta de compromiso del Estado (en materia social especialmente), las mujeres se encuentran cada vez más solas y en situación de precariedad para atender a la supervivencia de las familias.


Foto 25. Árbol podado sobre muñones, Ardes, Francia. (© Bellefontaine/Cirad)

El éxodo masculino vacía los pueblos de una gran parte de la mano de obra, dejando a las mujeres como única fuerza activa de trabajo, razón que sería ya suficiente para reconocer y reforzar su papel en la gestión de los árboles fuera del bosque. La disponibilidad de mano de obra influye en el sistema de producción y en el caso de escasez, y por tanto de carestía y dificultad de gestión, puede ser preferible plantar árboles productivos (Arnold y Dewees, 1998) en las tierras agrícolas, en vez de dedicarse a cultivos anuales intensivos. El factor trabajo es determinante, pero también lo son los beneficios obtenidos. Si la mano de obra y el tiempo necesarios para gestionar los recursos arbóreos pueden resultar poco atrayentes, los ingresos son muchas veces insuficientes para cubrir las necesidades familiares, salvo en algunos casos: los huertos y los sistemas agroforestales con cultivos comerciales (cacao, árboles de especias, resina), que demandan sin embargo más mano de obra. Todas estas elecciones y decisiones que deben realizar y tomar las familias, dirigidas o no por mujeres, tienen siempre por objeto la búsqueda de medios de existencia y el mantenimiento de la cohesión social. Actuar sobre las limitaciones de mano de obra o del mercado tendría más impacto en la plantación de árboles que los estímulos directos (ibid.).

Prácticas y conocimientos tradicionales y locales

Las prácticas locales de conservación de los árboles se basan en conocimientos empíricos que, aunque merecen una atención real, todavía están poco documentados. Los conocimientos locales13 , soporte de una gestión racional de los recursos, residen en el conocimiento de la vegetación (Recuadro 26) y de su dinámica. Los términos botánicos científicos que designan los árboles describen las características morfológicas, mientras que los términos vernáculos relacionan estas características con las propiedades y usos.

Aunque los trabajos realizados por la ciencia etnográfica dan informaciones sobre términos locales y tradicionales, las clasificaciones locales de la vegetación y sus representaciones, así como las propiedades de las plantas (Arbonnier, 2000) y sus usos, son mucho menos descritas que los conocimientos sobre la gestión de los recursos naturales. Éstos han comenzado a ser reconocidos a partir de los años 80, especialmente en el marco de los proyectos de desarrollo rural; hoy día, constituyen un campo completo de investigación (Recuadro 27).

Recuadro 26 .

Términos locales que se refieren a usos, propiedades y caracteres morfológicos

Los campesinos nepaleses clasifican los árboles forrajeros que sirven para la alimentación de los bovinos en dos grupos: chiso y obano (Rusten y Gold, 1991), que describen las características de las hojas y la calidad del forraje apreciado por su efecto sobre el animal (salud, calidad de la leche). Chiso se refiere a lo que está frío y designa los forrajes de escasa calidad, cuyas hojas son débiles y grasas, mientras que el forraje obano, de hojas pequeñas y más bien secas, se refiere a lo que está caliente. Otras clasificaciones se basan en el efecto de las raíces de los árboles en los cultivos (Thapa et al., 1995). Los campesinos, mediante observaciones repetidas, han elaborado un conocimiento de su medio ambiente. Han establecido correlaciones entre los tipos de follaje y la erosión del suelo denominada tapkan (ibid.). Afirman que el tamaño y la textura de las hojas modifican el grosor de las gotas de agua e influyen en su poder erosivo; piensan que es posible limitar la erosión del suelo actuando sobre la composición de las especies de la cubierta. Este punto de vista está en contradicción con muchos trabajos científicos, a excepción de algunas experimentaciones recientes y precisas (Hall y Calder, 1993, citado por Thapa et al., 1995).


Recuadro 27 .

Demostración de los conocimientos

En los sistemas agroforestales, los campesinos sacan provecho de sus conocimientos de la dinámica vegetal y de los efectos de la competencia entre las plantas. En el sur de Kenia (Biggelaar y Gold, 1995), se ha pedido a una muestra de 240 personas, mujeres y hombres, que designen los "expertos o conocedores" en materia de árboles. Las personas escogidas conocían el mayor número de especies leñosas, y eran también las que cultivaban las mayores superficies (1,3 hectáreas frente a 0,2 hectáreas para las propiedades de los demás campesinos) y las que más dinero tenían. Con relación a las parcelas de los demás campesinos, el número de especies leñosas era allí más importante, pero la densidad era menor: respectivamente, 34 especies y 730 árboles por hectárea frente a 12 especies y 1.700 árboles por hectárea. Esta fuerte densidad de árboles exigía un buen conocimiento de las relaciones recíprocas entre las plantas. Así, los campesinos que se ocupaban de pequeñas parcelas agroforestales poseían unos conocimientos diferentes de los previamente designados como expertos.

En Brasil, en el Estado de Bahía, la costa montañosa está cubierta por 500 hectáreas de sistemas agroforestales densos orientados hacia la producción comercial de habas de cacao (Schulz et al., 1994). A pesar de funcionar sin medios adecuados, estos sistemas obtienen un nivel de productividad que las plantaciones industriales sólo alcanzan con gran refuerzo de fertilizantes y pesticidas. Se tratan según las prácticas tradicionales de gestión de los huertos agroforestales, en los que la introducción de especies vegetales se basa en los conocimientos locales y tradicionales de la sucesión vegetal. De esta forma, se conservan especies espontáneas sin función productiva, o incluso se introducen voluntariamente, con el fin de favorecer el crecimiento de las especies leñosas productivas. Una parte de las especies espontáneas es sustituida por otras especies cultivadas con características ecofisiológicas parecidas. Cada tres o cuatro meses, se realizan cuidados culturales, que tienen como objetivo regenerar la vegetación. Las intervenciones pretenden acelerar la transformación de la biomasa. Algunos han calificado este sistema de verdadero arte, incluso más que una ciencia.

Estos ejemplos muestran modestamente el abanico de conocimientos empíricos forjados alrededor de los árboles fuera del bosque, que se transmiten de generación en generación. Entre Burkina y Costa de Marfil, el pequeño pastor lobi adquiere conocimientos desde su más tierna infancia (8 a 12 años). Se han enumerado no menos de 25 especies de árboles y arbustos, cuyos frutos, bayas, drupas y vainas comestibles contribuyen a su alimentación durante todo el año en sus desplazamientos (Savonnet, 1980). Todos estos conocimientos podrían ser valorados en el marco de sistemas de producción con orientación comercial e industrial, pero se ha ignorado muchas veces la racionalidad técnica y socioeconómica subyacente, lo que ha llevado al fracaso de los programas de difusión del árbol en los paisajes rurales.

Representaciones culturales y religiosas

"Para el que vive allí, el medio ambiente no es un marco inmutable, sino el resultado de sus prácticas que son reflejo del sistema de representaciones, que a su vez es el motor de estas prácticas" (Firedberg, 1992). Existe en efecto una relación dialéctica entre los sistemas técnicos puestos en marcha por los hombres y sus representaciones del mundo. Si bien las prácticas de gestión y los conocimientos locales y tradicionales reflejan las necesidades económicas y los usos, son igualmente el espejo de las construcciones del espíritu a partir de las cuales el hombre decide su intervención en la naturaleza. Es en favor del desarrollo en general, y del desarrollo sostenible en particular, como han llamado la atención las nociones de representaciones sociales y simbólicas. Las ciencias humanas se han introducido en las investigaciones que dependían hasta entonces del dominio de las ciencias naturales (ibid.). Sin embargo, pocos trabajos satisfacen al mismo tiempo una curiosidad técnica sobre los conocimientos de una sociedad y las representaciones mentales, sociales y simbólicas (Recuadro 28) que participan en la ordenación del mundo en que se funda la vida en sociedad (Mauss, 1973; Lévi-Strauss, 1983).

Además de los datos objetivos del estudio de las relaciones de una sociedad con su medio ambiente natural, existen elementos difíciles de comprender que proceden de las creencias y del significado del mundo que tienen los hombres. En el mundo industrializado, la relación del hombre con la naturaleza está, si no cortada, al menos relajada para no percibir de ella más que el carácter utilitario. A pesar de todo, las reciente concienciación sobre los perjuicios causados al medio ambiente natural del planeta muestran que los países occidentales no han perdido los valores relativos a la naturaleza. En la imaginación europea, el bosque es el lugar por excelencia de cuentos, mitos y leyendas. Aunque las especies forestales son raramente especificadas, el árbol, tomado individualmente, es fuente de imaginación y soporte de los espíritus y los dioses. En otros continentes, el lugar de ciertas especies en la imaginación encuentra su origen en caracteres fenológicos específicos, como Faidherbia albida, que debido a la inversión de su ciclo de foliación puede ser adoptado ampliamente por los campesinos o, por el contrario, dotado de aspectos maléficos. Así, cerca de Baguirmi (Chad), "es un árbol que no obtiene ninguna bendición sobre sí mismo, pues no se nutre de la misma agua que los demás" (Verdier, 1980) y su utilización, en este caso, sigue siendo limitada. En otros sitios, es el árbol de la compasión y la bondad, pues alimenta con su fruto y protege con su sombra cuando todo está seco a su alrededor.

Recuadro 28 .

Omnipresencia social de la palmera datilera en los Toubou

En la sociedad toubou al norte de Chad, "el palmeral de Borkou sólo debe su existencia y fisonomía a la intervención del hombre, mientras que, a la inversa, la presencia humana en este lugar sólo es posible por la de las palmeras datileras" (Baroin y Pret, 1997). Aquí se evocan no sólo los múltiples usos económicos de las palmeras y de los dátiles, sino también las relaciones jurídicas, políticas y sociales. La palmera datilera es "objeto de propiedad, de donaciones e intercambios durante toda la existencia", ya sea para la circuncisión de los niños, o para el matrimonio de las hijas jóvenes u otras etapas de la vida. Interviene en los intercambios matrimoniales y sociales, como la constitución de dotes, viudedades, donaciones entre esposos y generaciones, y compensaciones abonadas en caso de crimen, homicidios o golpes y heridas a los parientes de la víctima. Participa en el conjunto de las regulaciones sociales del sistema jurídico consuetudinario de los Toubou.

Ya sea protector, nutritivo, símbolo de resurrección, fuente de sabiduría o soporte iniciático, el árbol es, según el criterio significativo, un elemento del sistema de pensamiento de una sociedad y aporta conocimientos en el proceso de socialización e iniciación. Así, el árbol está con frecuencia asociado a la representación de la virilidad masculina (Dognin, 1997, citado por Barreteau et al., 1997) y al arraigo del hombre en su terreno. Evoca la conexión entre el mundo telúrico y el cosmos, entre la vida y la muerte. Confiere autoridad y perpetúa la tradición (Boffa, 2000a). No es pues sorprendente encontrar árboles, especialmente en África, que "guardan" la memoria de los antepasados, los espíritus y los dioses. En Java, aunque el bosque haya desaparecido hace casi un siglo, la memoria colectiva se alimenta siempre de mitos, héroes y representaciones estrechamente relacionadas con la visión que los javaneses tenían de su bosque (Lombard, 1974).

Estas relaciones entre el mundo de los hombres y el de los árboles se comprenden a través de la lengua y la cultura. El vocabulario que evoca las especies arbóreas, sus partes constitutivas, sus grados de maduración o explotación, sus usos o productos, informa sobre los conocimientos de las poblaciones en materia ecológica y revela la extrema integración de los árboles en lo cotidiano. Asimismo, los términos toponímicos son de gran importancia para comprender el sentido de las relaciones entre el hombre y su medio ecológico y entender de ese modo la historia de los paisajes. Los árboles, como el baobab, a veces llamado "el cementerio de griots", dan información sobre el pasado de los hombres y sus desplazamientos. Las vegetaciones defensivas muestran de manera elocuente la historia belicosa y agitada de las poblaciones (Seignobos, 1980).


Foto 26. Bosque sagrado y árboles dispersos en el norte de Costa de Marfil. (© Louppe/Cirad)

La visión y el funcionamiento global de muchas sociedades del sur, desde los amerindios Wayapi en Brasil o en la Guayana francesa (Grenand, 1996) hasta las sociedades africanas y asiáticas, constituyen el marco social y espiritual de la gestión de los recursos. Los conocimientos de numerosas comunidades humanas sobre la explotación y la renovación de los recursos naturales en los espacios que controlan no han cesado de estar orientados hacia "una perennidad de la abundancia" (ibid.). Estas disposiciones propias de cada sociedad, que no excluyen en absoluto la adaptación a las nuevas tecnologías, permiten controlar sus efectos, integrando las nociones de sostenibilidad ecológica y de cohesión social.


12 El deshojado es una técnica local para quitar las hojas practicado en el Maine-et-Loire (Francia) en olmos y fresnos desmochados. Esta técnica respeta la integridad de las ramas: consiste en hacer que caigan las hojas de los árboles no espinosos, sin ayuda de ninguna herramienta, pasando una mano a lo largo de los troncos.

13 El termino conocimiento ecológico tradicional se usa con frecuencia para referirse al conocimiento empírico local, en tanto que el término vermicular se refiere a la especificidad local del conocimiento que es estático y se transmite de generación en generación.

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