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Apéndice E. Discurso de apertura del Presidente de la República de Sudáfrica

Johannesburgo, Sudáfrica, 4 de marzo de 2004

Señor Director General de la FAO, Dr. Jacques Diouf
Señor Presidente Independiente del Consejo, D. Aziz Mekour
Señores Ministros
Excelencias, Señores miembros del Cuerpo Diplomático
Distinguidos Delegados
Señoras y señores.

Quisiera manifestarles mi gran agradecimiento por darme la oportunidad de dirigirme a esta distinguida reunión hoy. En nombre del Gobierno y del pueblo de Sudáfrica, les doy a todos ustedes una muy calurosa bienvenida.

Es desde luego un honor para Sudáfrica unirse a la familia africana de naciones acogiendo, por primera vez, esta importantísima 23ª Conferencia Regional para África de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

En su libro “El Malestar en la Globalización” el economista premio Nobel, Joseph Stiglitz, dice lo siguiente:

“Los países en desarrollo deben asumir la responsabilidad de su bienestar por sí mismos... Se necesitan políticas de crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Esta es la razón para el desarrollo. El desarrollo no consiste en ayudar a unas pocos a enriquecerse o en crear un puñado de industrias protegidas inútiles que solo benefician a los dirigentes del país; no consiste en introducir a Prada y Benetton, Ralph Lauren o Louis Vuitton, para los ricos de las ciudades y en dejar a los pobres del campo en su miseria... El desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar las vidas de los pobres, permitir a todos una oportunidad de éxito y de acceso a la atención sanitaria y a la educación. Esta clase de desarrollo no se dará si solo unos pocos dictan las políticas que un país debe seguir... Debe haber una amplia participación que supere con creces a los expertos y a los políticos.” (Traducción - Madrid, Taurus Ediciones, 2003)

La mayoría de nosotros, que participamos en esta Conferencia, pertenecemos a lo que se describe en cierta literatura como clase política. Somos parte de los dirigentes políticos de nuestros países y del continente. Una de nuestras responsabilidades es precisamente la de formular la pregunta que Stiglitz intenta contestar.

Esa pregunta es: ¿qué es el desarrollo? En este contexto, confío en que no nos resultaría muy difícil estar de acuerdo con Stiglitz en el sentido de que el desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos tengan una oportunidad de éxito y acceso a la atención sanitaria y sanitaria, etcétera.

Confío en que estaríamos de acuerdo en que no consiste en ayudar a unos pocos a enriquecerse o en crear un puñado de industrias protegidas inútiles que solo benefician a los dirigentes del país; en que no consisten en introducir a Prada y Benetton, Ralph Lauren o Louis Vuitton, para los ricos de las ciudades y en dejar a los pobres del campo en su miseria.

Nos hemos reunido aquí para considerar los retos de la revolución agrícola en África. Escribiendo sobre la India, Ismail Chaudhury dijo en Agrarian Revolution Revisited (Una Revisión de la Revolución Agraria): “Siendo la industria la única preocupación y la principal de las autoridades gubernamentales en todas partes, los partidos políticos prestan ahora menos atención a la cuestión campesina. La política oficial de pacificar a los afligidos del campo es distribuir subsidios de paro con arreglo a programas ostentosos, no tierra... En el curioso mundo de la estrategia revolucionaria, incluso la de los partidos revolucionarios, los campesinos no tienen ningún otro papel que el de participar en votaciones”

Por nuestra parte, no nos atrevemos a seguir el ejemplo indio, si es que Chaudhury acierta en su valoración de la actitud de los partidos políticos indios. No podemos permitirnos prestar menos atención a la cuestión campesina considerando a esas masas campesinas como nada más que animales votantes que mantienen a nuestros partidos en el poder, sin ningún otro papel.

Donde Stiglitz ha dicho que debe haber una amplia participación a la hora de definir el programa del desarrollo, yendo más allá que los expertos y los políticos, el campesino africano ha de ser incluido en esta amplia participación. La situación objetiva en nuestro continente y las tareas que nos hemos fijado en el contexto de la Unión Africana (UA) y su programa de desarrollo, Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD), hacen imperativo que nos centremos en la cuestión campesina, trabajando juntos con las masas campesinas.

De acuerdo con un estudio sobre “La transformación agraria de África”, un 80 por ciento de la población de África es rural. Dicha población campesina incluye a un 70 por ciento de aquellos que en nuestro continente pertenecen a la categoría de quienes son extremadamente pobre y subnutridos.

Los datos que reflejan la incidencia de la pobreza entre las poblaciones urbanas y rurales africanas confirman los mayores niveles de pobreza entre las masas rurales. Algunos datos importantes ponen de manifiesto lo siguiente:

En 1991, en Tanzanía un 20 por ciento de la población urbana padecía un nivel de vida inferior al umbral nacional de pobreza, mientras que la cifra de la población rural era del 50 por ciento. Las cifras respectivas para Zambia en 1993 fueron del 46 y del 88 por ciento. Las de Mozambique en 1997 eran del 62 y del 69 por ciento.

Los datos de los años 90 sobre el tamaño de la mano de obra agrícola en relación con la mano de obra en su conjunto también destacan la importancia de la agricultura en las zonas rurales. Los datos para Malawi, Mozambique, Tanzanía y Zambia fueron, respectivamente del 87, 83, 84, y 75 por ciento.

En el libro, Can Africa Claim the 21st Century? (“¿Puede África reivindicar el siglo XXI?”), el Banco Mundial dice lo siguiente a propósito del papel de la mujer en la agricultura africana:

“Las mujeres juegan un gran papel en la producción agrícola de África, realizando un 90 por ciento del trabajo de elaboración de los cultivos alimentarios y facilitando el agua y la leña para la familia, un 80 por ciento del trabajo de almacenamiento y transporte de alimentos de la granja a la aldea, un 90 por ciento del trabajo de azada y tejido y un 60 por ciento del trabajo de cosecha y comercialización... A pesar de su importancia en la producción agrícola, las mujeres se encuentran con desventajas en el acceso a la tierra y a los servicios financieros, de investigación, de extensión, educación y sanidad. Esta falta de acceso ha obstaculizado las oportunidades de inversión agrícola, crecimiento y obtención de ingresos.” (p.196).

Por supuesto que conocen todos los datos de la agricultura africana que he citado. Pero me he referido a ellos para destacar la centralidad de la cuestión campesina en la lucha por la renovación de nuestro continente.

Cuando decimos que debemos lograr una vida mejor para nuestra gente, la inmensa mayoría de ellos son masas campesinas. Cuando decimos que debemos aliviar y erradicar la pobreza, nos referimos en primer lugar y sobre todo a nuestra gente de las zonas rurales. Cuando hablamos de mejorar las condiciones de los trabajadores, nos estamos refiriendo principalmente a aquellos que trabajan en la agricultura. De forma similar, cuando hablamos de igualdad de géneros y la emancipación de la mujer, nuestra victoria solo podrá obtenerse cuando tal emancipación incluya a las mujeres del campo.

Citamos a Ismail Chaudhury de la India, quien afirmaba que la industria es la única preocupación y la principal de las autoridades gubernamentales en todas partes y que los partidos políticos prestan ahora menos atención a la cuestión campesina.

En su estudio de 1997 titulado Explaining Agricultural and Agrarian Policies in Developing Countries («Explicación de las políticas agrícolas y agrarias en los países en desarrollo»), Hans P. Binswanger y Klaus Deininger escribieron:

“La literatura que describe el sesgo urbano (Lipton 1977, 1993) demuestra cualitativamente que la inversión estatal ha favorecido con frecuencia a la elite rural y a las clases medias y altas, y no al pequeño operador familiar.” (p. 19).

Joe Stiglitz ha dicho que el desarrollo no consiste en introducir artículos de lujo para los ricos de las ciudades y en dejar a los pobres del campo en su miseria.

El novelista y escritor kenyano, Ngugi wa Thiongo lo dijo más incisivamente de esta manera:

“En la esfera económica, siempre que la nueva clase (dominante postcolonial) alcanza el control de la riqueza nacional a través de factores financieros externos occidentales, también halla nueva confianza en los gobiernos occidentales, en la esfera política. Por otra parte, no debe confiar en su propia gente. Las masas, todo el pueblo trabajador pasó a ser su enemigo. Se buscan activamente las divisiones étnicas y el debilitamiento de cualquier esfuerzo concertado contra el orden neocolonial. Comienza a contemplar su propia sociedad, su propia historia, sus propios esfuerzos, su propia piel, con el mismo tipo de visión y resultado que vimos articulados en la literatura enseñada en las escuelas coloniales. Un rasgo característico del orden neocolonial es su desconcierto ante las masas y su desconfianza respecto de las iniciativas locales en todo. Mide su éxito según la eficacia con que puede reproducir y mantener el orden colonial en todo, de la economía a la cultura.”, (Literature and Society en Writers in Politics, James Currey, Oxford, “Literatura y Sociedad” en “Escritores en la Política”. 1997).

Binswanger y Deininger también explican la pérdida de autonomía de las masas rurales que les dificulta el cuestionamiento de los nuevos señores. Escriben:

“Los productores agrícolas están separados por grandes distancias físicas que dificultan la comunicación salvo si la infraestructura, como carreteras y sistemas de telecomunicación, está bien desarrollada. Además, puesto que las actividades agrícolas son estacionales, el potencial para una acción colectiva concentrada está limitado a las estaciones lentas. Estas limitaciones son muy pronunciadas para los campesinos y otros pequeños productores, que están muy dispersados, producen una variedad de bienes heterogéneos para consumo doméstico y para el mercado, carecen de educación y acceso a la infraestructura y carecen de fuertes lazos sociales... Las diferencias en ingresos y riqueza generadas por la discriminación y la acumulación diferencial de capital social reducen, a su vez, el potencial de acción política de los grupos que padecen discriminación.” (p. 27).

Cuando Ngugi habla de las masas y del pueblo trabajador, en el que dice que nosotros “la nueva clase dominante” no confiamos y al que vemos como enemigo, también está hablando de esta gente privada de derechos en las zonas rurales, que constituye la mayoría de las masas y del pueblo trabajador. Y si está en lo cierto, obviamente nosotros, esta “nueva clase dominante”, trabajamos desde nuestras capitales, nuestras zonas urbanas, para reproducir y mantener el orden colonial en todo, desde la economía a la cultura.

Estoy seguro de que quienes formamos parte de la clase política africana y estamos presentes en esta sala negaremos ser la clase de animal político descrita por Ngugi was Thiongo. Pero, en cierto sentido, tenemos una responsabilidad y una tarea de asegurar que los programas agrarios que elaboramos y aplicamos, y no lo que decimos, demuestren que no somos los monstruos que Ngugi pretendía denunciar.

En el libro que hemos citado, el Banco Mundial dice lo siguiente:

“Aunque la agricultura de África ha respondido a unas reformas limitadas, sigue estando atrasada e infracapitalizada, lo que resulta de siglos de políticas extractivas. Recapitalizar el sector requerirá el mantenimiento y la mejora de los incentivos a los precios, incluyendo el fomento de unos mercados competitivos para los insumos, la canalización del gasto público y la ayuda exterior hacia las comunidades rurales, incluyendo la infraestructura local, y el recurso al potencial de ahorro de los agricultores. Estos cambios también se necesitan para crear incentivos que inviertan el serio deterioro del medio ambiente. Las alianzas entre el sector público y el privado pueden suponer una contribución, incluyendo en los campos de la investigación agrícola y la extensión, en los que un planteamiento regional resultaría también de ayuda. Y un acceso mayor a los mercados de la OCDE para los productos agrícolas supondría una gran diferencia: las subvenciones a la agricultura de la OCDE, que suponen unos 300 000 millones de dólares de EE.UU., son iguales al PIB de África”. (p. 4).

Lo que hemos hecho y dejado de hacer fue criticado más duramente por Binswanger y Deininger, que escribieron:

“Un grupo de países, entre ellos Argentina, Ghana, Nigeria, Tanzanía, Uganda, Zambia y muchos otros países, tenían también estructuras agrarias dominadas por explotaciones agrícolas familiares. No obstante, estos países hicieron fuertes discriminaciones contra la agricultura manteniendo tipos de cambio sobrevalorados, protección industrial, e impuestos a las exportaciones. Además, proporcionaron poco apoyo a la agricultura, y el apoyo que proporcionaron lo destinaron principalmente a latifundistas relativamente ineficientes, pero políticamente poderosos. Salvo en regiones con condiciones agrícolas especialmente favorables, la producción agrícola no se ha mantenido al paso con el crecimiento demográfico, y la pobreza rural ha aumentado sensiblemente. Aunque muchos de estos países han iniciado recientemente programas de estabilización macroeconómica y reformas estructurales, están reformando las políticas agrícolas, con algunas notables excepciones, muy lentamente” (p7/8).

Los siglos de políticas extractivas a las que se refiere el Banco Mundial, que han dejado a la agricultura africana rezagada y subcapitalizada hasta la fecha, incluyen el período colonial. Debemos aceptar, por tanto, que durante los años de independencia, no hemos hecho las cosas mencionadas por el Banco Mundial, en particular la asignación de suficientes recursos a la agricultura, el desarrollo de infraestructura rural, la reducción de los costos de los insumos para los productores agrícolas, la prestación de atención a la investigación y extensión agrícolas, etc.

A ese respecto, Ngugi tenía razón en observar que la clase política de África se ha contentado con supervisar la reproducción y el mantenimiento del orden colonial, al menos en el sector de la agricultura.

Por ejemplo, nosotros mismos sabemos que nuestras asignaciones presupuestarias a la agricultura han sido muy bajas. Para empeorar el problema, las transferencias del Banco Mundial y de otras instituciones internacionales a la agricultura africana han disminuido también a lo largo del tiempo. Durante los años 1992-97, el apoyo del Banco Mundial ascendió a 322,1 millones de dólares EE.UU. anualmente. Para el año 2000, dicho apoyo había disminuido a 173,5 millones de dólares EE.UU.

Sabemos también que, debido a nuestra agricultura ignorada, reduciendo la atención a la cuestión de los campesinos, como ha dicho Chaudhury, ha aumentado muy considerablemente la dependencia de los alimentos importados, reforzando ulteriormente nuestra posición como importadores netos de alimentos.

En 1990, nuestras exportaciones de alimentos ascendieron a 6 900 millones de dólares EE.UU., mientras que las importaciones totalizaban 12 700 millones de dólares EE.UU. Para el año 2000, nuestras exportaciones de alimentos habían aumentado a 7 900 millones de dólares EE.UU., mientras que las importaciones se dispararon a 15 200 millones de dólares EE.UU.

Deseo creer que el Programa general para el desarrollo de la agricultura en África (CAADP) y otras decisiones que nuestro continente ha adoptado ya, incluida la Visión africana sobre el agua 2025, y otras que figuran en su programa de trabajo, miran a romper con el pasado colonial y postcolonial que ha producido la crisis agrícola africana que ustedes conocen muy bien, y cuyos aspectos hemos mencionado ya.

A ese respecto podemos decir que, si bien lo hemos hecho con retraso, hemos trazado el mapa de ruta africano, que significa que estamos determinados a romper definitivamente con la ruta neocolonial sobre la que escribió Ngugi. En consecuencia, podemos decir que coincidimos con Joe Stiglitz cuando dice que el desarrollo está por transformar las sociedades, mejorar las vidas de la población pobre, dar a cada uno la oportunidad de éxito y acceso a los cuidados sanitarios y a la educación, y sacar a las masas rurales de la miseria de la pobreza y el subdesarrollo.

La tarea restante y tal vez más difícil es la de asegurar que apliquemos de hecho nuestras decisiones. Dicho brevemente, ello significa que tenemos que trabajar duro y con tenacidad para garantizar el éxito a la revolución agrícola africana.

En primer lugar, se trata más bien de una tarea política que técnica. Se trata de asegurar que rompamos con una tradición que ha marginalizado la agricultura africana y a las masas de campesinos en nuestros procesos de transformación nacionales, regionales y continentales.

Se trata de asegurar que, como clase política, reiteremos nuestro compromiso respecto del objetivo de promover los intereses de las masas, los trabajadores de nuestro país, en los que, según Ngugi, no confiamos y a los que tratamos como enemigos.

Quiere decir que tenemos que considerarnos a nosotros mismos, y actuar, como revolucionarios, determinados a combatir y derrotar la inercia y las fuerzas sociales que trabajarán inevitablemente para asegurar que, en la práctica, consideremos las decisiones que hemos tomado como meras decisiones de papeles que podemos olvidar apenas finalice esta Conferencia.

Significa, también, que tenemos que negarnos a tratar a las masas de campesinos de nuestros países y del continente como meros objetos de políticas decididas por una elite, esforzándonos por asegurar su participación activa y consciente en un proceso de cambio impulsado por el pueblo.

Tal vez la primera cosa que tendremos que hacer es informar a estas masas de campesinos sobre lo que hemos decidido, dirigiéndonos a ellos en sus lenguas nativas. Debemos alentarles también a que expresen lo que piensan de nuestros planes y programas, siguiendo la opinión de Stiglitz, que dice que debe haber una amplia participación que se extienda más allá de los expertos y los políticos.

En su libro, “Development as Freedom” (Desarrollo como libertad), otro Premio Nobel de Economía, Sen Amartya dice:

“El hambre se refiere no sólo a la producción de alimentos y a la expansión agrícola, sino también al funcionamiento de toda la economía y ... a la aplicación de las disposiciones políticas y sociales que pueden, directa o indirectamente, influir en la capacidad de las personas de adquirir alimentos y lograr la salud y la nutrición” (Oxford University Press, Oxford. 1999. pág. 162).

“El Marco Estratégico del FIDA para 2002-2006” desarrolla ulteriormente estas ideas cuando dice: “La pobreza no sólo es una condición de bajos ingresos y falta de bienes, es también una condición de vulnerabilidad, exclusión y falta de poder. Es la erosión de la capacidad de las personas de estar liberadas de todo temor y hambre y de que se escuchen sus voces.”

Me siento honrado de haber tenido la oportunidad de dirigir la palabra a esta importante Conferencia, a la que han asistido revolucionarios africanos, que están dedicados a la tarea estratégica de acabar con la vulnerabilidad, la exclusión y la falta de poder de nuestras masas de campesinos, determinados a asegurar que sean liberados de todo temor y hambre, y de que se escuchen sus voces en forma alta y clara.

Declaro abierta la 23ª Conferencia Regional de la Organización para la Alimentación y la Agricultura y les deseo éxito en sus deliberaciones.

Muchas gracias.


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