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2. RELACIONES ENTRE CLIMA Y PESQUERÍAS EN EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO


Durante siglos se ha documentado la aparición y desaparición de recursos pesqueros locales. El problema ha sido determinar en qué medida estos cambios se debieron a la pesca o a otras causas. Las numerosas cuestiones relacionadas con la protección, restauración y utilización de los hábitat quedan fuera del ámbito de este documento, pero sin duda merecen que se les preste atención. Al haber disfrutado la humanidad de los beneficios de un clima relativamente favorable durante los dos últimos siglos, surgieron nuevos conflictos a medida que la «tragedia de los bienes comunes» se transformaba en una feroz competencia por el acceso a unos recursos que eran factores de limitación, en particular el agua limpia y el espacio vital. El problema es cómo hacer frente a la incertidumbre de los futuros cambios climáticos. Las enseñanzas del pasado parecen un buen punto de partida.

Desde que comenzaron las investigaciones sistemáticas orientadas a comprender el éxito de la reproducción de los peces, se han cultivado y estudiado numerosas especies para descubrir las diversas claves de supervivencia relativamente mayor, los diferentes ciclos biológicos y patrones de crecimiento y los efectos de la depredación, con el fin de estabilizar las pesquerías. Las investigaciones sobre las relaciones de causa-efecto de la productividad de los océanos y la producción pesquera han sido ampliamente analizadas por diversos autores (véanse Pearcy 1966; Smith 1978; Ursin 1982; Kawasaki 1983; Bakun 1996; Caddy y Bakun 1994; Longhurst et al. 1995; Polovina, Mitchum y Evans 1995; Schulein, Boyd y Underhill 1995; McFarlane, King y Beamish 2000; Harrison y Parsons 2000). La brusca disminución de la sardina de California en el período de 1940-50, y más tarde de la anchoveta peruana a comienzos del decenio de 1970 dieron lugar a una intensificación de los estudios sobre las corrientes del margen oriental (véanse las reseñas históricas de Scheiber 1990; Crawford et al. 1991; Sharp 2000). A lo largo de este siglo, las enseñanzas de cada estudio se extrapolaron de una región a otra y se aplicaron por analogía a otras especies, a medida que las flotas crecían y ampliaban sus actividades en alta mar (véanse Schwartzlose et al. 1999, Harrison y Parsons 2000). La fuerte reducción del bacalao y otras importantes pesquerías del Atlántico noroccidental a finales del decenio de 1980 provocaron un cambio total de orientación, cuando el público empezó a comprender que la ordenación de los recursos vivos requiere algo más que unos buenos conocimientos científicos (Finlayson 1994, Dobbs 2000; Glavin 2000).

Las especies pelágicas costeras, y en particular las que viven en las aguas de California, figuran entre las poblaciones mejor estudiadas del mundo (véase la reseña en Sharp 1998, 2000). Siguiendo el ejemplo de estudios anteriores de Lasker (1978) y de otros colegas, Cury y Roy (1989) desarrollaron la teoría de las «condiciones ambientales óptimas» para la supervivencia de los peces. Se conocen bastante bien los factores relacionados con el clima y las condiciones meteorológicas que determinan los estados alternativos en las regiones de las corrientes del margen oriental. Muchos estudios sobre el cambio climático y sus repercusiones en la pesca asocian actualmente estas fuerzas a la escala decenal y a unas secuencias pesqueras más prolongadas. Para simplificar, se miden la velocidad y la dirección del viento, así como otros parámetros, y se comparan los resultados con las temperaturas de las capas superiores del océano, la producción primaria y diversos datos relativos al reclutamiento anual de diversas especies de peces (Figura 7).

Figura 7 Se trata de una actualización de la famosa trilogía sobre la sardina del Pacífico de Kawasaki et al. (1991) en la que la línea de puntos que indica los cambios en la temperatura de las aguas litorales del Japón muestra la relación entre los períodos de crecimiento de las poblaciones y la tendencia al alza de la temperatura de la superficie del mar, como punto de partida. Los descensos parecen estar relacionados con el enfriamiento del océano (así como con períodos de corrientes ascendentes inducidas por los vientos que soplan hacia la costa: véanse la Figura 4 y las explicaciones correspondientes).

2.1 Respuestas de los ecosistemas al forzamiento climático a diversas escalas

Los estudiosos de las pesquerías del siglo XX han ofrecido abundantes ejemplos y documentación sobre los muchos elementos que intervienen en la dinámica de las pesquerías, además de las poblaciones de peces y su mortalidad por pesca (véanse, por ejemplo, los análisis de Hjort 1914, 1926; Roger Revelle 1947 (en una nota sobre John Isaacs, citada en Scheiber 1990); Bakun et al. 1982; Bakun 1996; Sharp y Csirke 1983; Csirke y Sharp 1983; Glantz 1992; Sharp 1997, 2000; Boehlert y Schumacher 1997, y otros muchos). La tesis común a todos ellos es que los océanos, y por consiguiente las pesquerías, están relacionados con fuerzas y procesos dinámicos a escala más amplia.

Las Figuras 8 y 9 muestran la interacción de muchas fuerzas y procesos que tienden a descender de nivel hasta que finalmente alcanzan la importantísima escala local en la que tienen lugar los procesos críticos del ciclo biológico de los peces y de otras especies (Sharp 1981a, 1988).

Para responder a las preguntas relacionadas con las pesquerías, se han realizado mediciones locales y regionales bastante directas de una variedad de factores tales como la velocidad del viento, las corrientes ascendentes y descendentes, la producción primaria y las interacciones entre especies. Como resultado de ello se ha desarrollado una ecología fisiológica de las pesquerías a partir de la cual es de esperar que se elabore ahora una ecología de los sistemas. Por ejemplo, para conocer la productividad primaria del océano se miden el crecimiento y la reproducción de algas y otras plantas. Ese crecimiento es el resultado de una compleja combinación de nutrientes disponibles, luz y temperatura, así como de las tasas de depredación y la carga de parásitos. Los océanos, y por consiguiente las importantes plantas que contienen, responden también a condiciones meteorológicas locales como la velocidad del viento, la nubosidad y la luz solar incidente. La producción primaria es sólo la primera de las diversas etapas por las que pasa la transformación de los nutrientes y el dióxido de carbono en los elementos constitutivos de células vivas. Mientras tanto, arrecian los debates sobre cómo medir y cuantificar con exactitud la producción primaria (véase Welchmeyer et al. 1999). Es difícil partir de las mediciones convencionales con botellas claras y oscuras para deducir la producción potencial de las pesquerías. En todos los ecosistemas acuáticos, la producción primaria es estacional, ya que los vientos, los niveles de luz y los nutrientes necesarios varían con el tiempo en función de las condiciones meteorológicas y el clima. Aquí encontramos las primeras conexiones con la variabilidad biológica.

La cadena de predadores-presas, conocida como cadena alimentaria, comienza después de estas transformaciones químicas iniciales inducidas por la luz, y transmite energía y materia a lo largo de la pirámide trófica, y desde ésta al ecosistema más amplio. Las variaciones sistemáticas, es decir las variaciones estacionales relacionadas con el ENSO, anuales o más largas, entrañan procesos que suelen ser análogos a los cambios relacionados con el calor y el frío en el predominio de peces dentro de la fauna oceánica. Tales cambios son el resultado de fenómenos que duran de 50 a 70 años y en los que se distinguen dos «regímenes climáticos», de 25 a 35 años cada uno, dentro del ciclo básico. Estas cuestiones se describen bastante bien en varios compendios antiguos y recientes sobre las investigaciones y las necesidades de seguimiento de la ordenación pesquera basada en los ecosistemas (Caddy y Sharp 1986; Gomes, Haedrich y Villagarcia 1995; Boehlert y Schumacher 1997).

Muchos se preguntan: «¿Por qué ha sido tan ineficaz la ordenación pesquera?»

Figura 8 La estructura jerárquica del proceso (Sharp 1988, 1997) se extiende hacia el exterior desde la perspectiva de cada recurso vivo local (o de cada investigador): el objetivo es comprender los patrones de cambio en cada uno de los tres estratos coloreados y el modo en que dan lugar a la zoogeografía espaciotemporal y dinámica de la que depende nuestra subsistencia.

Figura 9 Los iconos muestran algunas interacciones ecológicas convencionales entre el sol y el clima. Representan en forma abreviada procesos no lineales muy complejos que en muchos casos son difíciles de medir y de reproducir en forma de modelos. Cada uno de ellos actúa a escalas temporales y espaciales muy diferentes. (Obsérvese que todos estos procesos tienen lugar bajo un bombardeo constante de rayos cósmicos galácticos (véase un estudio en el sitio Web de Ed Mercurio), que llegan de todas las direcciones, y de miles de fuentes que están fuera de nuestro control, o del conocimiento general, y que provocan el forzamiento de unos procesos insuficientemente comprendidos).

En los contextos en que se desarrollan la mayoría de las pesquerías oceánicas, es muy difícil determinar las causas de muchos de los fenómenos observados. Al parecer, cada año se aprende algo nuevo acerca de factores externos a las pesquerías o ecosistemas objeto de mediciones locales que pueden influir en la situación de los recursos y por consiguiente en la productividad de las pesquerías. También sabemos que la recopilación de información esencial sobre todo el sistema se ha visto dificultada por las «diferencias culturales» entre los funcionarios de los organismos encargados de evaluar las poblaciones, los estudiosos de las pesquerías y los oceanógrafos especializados en cuestiones pesqueras. La evaluación de las poblaciones ha pasado a ser una especie de disciplina contable que emplea estructuras genéricas de la lógica matemática y una variedad de hipótesis para simplificar la labor creando «modelos» de poblaciones cuyas principales interacciones se definen como mortalidad por pesca después del reclutamiento. Casi todas las demás fuentes de variabilidad se «desechan» o se combinan para formar una constante «reconocida» (a saber, el coeficiente de capturabilidad: véase Sharp, Csirke y Garcia 1983). Los otros dos métodos de las ciencias pesqueras aplicadas se basan en hipótesis simplificadoras que son apropiadas para los ecosistemas dinámicos y las interacciones posteriores de las pesquerías.

¿Significa esto que es necesario medir todo lo referente a los océanos, todo lo que influye en cada componente de los ecosistemas marinos? Por supuesto que no. Sin embargo, es evidente que hemos de impulsar enfoques más integrados entre las geociencias, las ciencias pesqueras y la ordenación de las pesquerías.

Muchas personas que se ocupan del estudio y la ordenación de las pesquerías considerarían muy útiles pronósticos sobre la evolución de éstas. También apreciarían cualquier información indirecta que permitiera hacerse una idea, en un plazo de tiempo prudencial, por ejemplo sobre cuándo podrían producirse cambios en la corriente ascendente como consecuencia de una depresión cálida, o en períodos más fríos de contraste con la corriente ascendente inducidos por el viento. Las escalas temporales y espaciales de los fenómenos que han de vigilar los estudiosos del clima y los océanos plantean los mayores interrogantes. No son sólo las variaciones en las pesquerías locales las que causan problemas, sino también las escalas temporales y espaciales de las diversas fuerzas, en constante expansión, que configuran esos fenómenos locales. Las preguntas, y sus correspondientes respuestas, resultan especialmente complejas cuando se refieren a ecosistemas oceánicos.

2.2 Patrones climáticos frente a patrones de las condiciones meteorológicas

Asimismo, es necesario dejar clara la distinción entre condiciones meteorológicas y clima, para poner de relieve los diversos medios que intervienen. Los patrones de las condiciones meteorológicas diarias son más dinámicos dentro de sus contextos estacionales y locales, pero las condiciones meteorológicas de los océanos tienen sus propias escalas temporales y espaciales que comprenden desde respuestas casi instantáneas a los cambios en los vientos de superficie y en los niveles de luz hasta respuestas retardadas a las transferencias jerárquicas de los procesos de forzamiento, en dirección al fondo, hacia el exterior en forma de olas, en la superficie y en otras partes.

Se han descrito ya en otras publicaciones la estabilidad relativa de los hábitat esenciales y otros factores fundamentales para la supervivencia de poblaciones adaptadas a las condiciones locales (vénse Sharp 1988, y la colección sobre ecosistemas acuáticos de Ecosistemas del Mundo, de Elsevier, cuya edición ha estado a cargo de David Goodall). Los vientos de superficie, las corrientes y las mareas crean movimientos físicos asociados con las condiciones meteorológicas diarias, mensuales y estacionales que influyen en los procesos oceánicos. La luz solar es fundamental para la productividad biológica, y está modulada por las nubes, las estaciones y la dinámica general de la circulación forzada por los vientos de superficie, las corrientes y las mareas. Bakun y Parrish (1980) realizaron el primer estudio comparativo de los sistemas de corrientes ascendentes del margen oriental, centrado en el forzamiento estacional del viento de superficie. Hunter y Sharp (1983) dieron una idea de las consecuencias mundiales y regionales del forzamiento de las mareas. Mientras que otros autores se han centrado en las respuestas específicas de cada región, Caddy y Bakun (1994) analizaron los procesos mundiales de producción relacionados con las pesquerías. En los estudios sobre los monzones, como los de Thompson y Tirmizi (1995) y Pauly y Matsubroto (1996) se hace más hincapié en las corrientes estacionales, aunque el ecosistema oceánico en su totalidad evidencia la complejidad de los cambios estacionales y a más largo plazo debidos a los campos de vientos que, junto con la rotación de la Tierra y las mareas, dan origen a la compleja dinámica de las corrientes oceánicas a escala estacional o climática, así como a las diversas respuestas ecológicas.

Acontecimientos aislados, condiciones meteorológicas o clima: tal es el dilema con que se enfrentan quienes estudian y tratan de pronosticar la producción de las pesquerías oceánicas. En ningún otro lugar de la naturaleza es tan evidente ese dilema. Cuando acontecimientos «excepcionales», como el cierre del istmo de Panamá o un tsunami desencadenado por un fuerte seísmo, refuerzan o perturban los movimientos constantes del océano, las corrientes y mareas quedan supeditadas a nuevas fuerzas, según la duración de los cambios y de las fuerzas. En el primer caso, se fuerzan cambios bastante duraderos, tanto localmente como en toda la cuenca. En el segundo caso, una vez que se ha desvanecido la energía del tsunami, es probable que sólo se registren fenómenos ecológicos insignificantes, a pesar de los cambios permanentes que se producen en las zonas costeras o en las tierras altas. A corto plazo, puede que el medio local sufra alteraciones espectaculares y que cobre mayor importancia para los procesos ecológicos dentro de unos contextos totalmente diferentes.

Por el contrario, las condiciones meteorológicas son el patrón de cambio «normal» y previsible, determinado por las fuerzas estacionales y por las huellas que quedan de fuerzas anteriores e insertado en la dinámica de fluidos del océano. Esas «huellas» son los primeros vestigios de los procesos climáticos y pueden definirse como desviaciones mensurables respecto de las previsiones «normales» para cada lugar y para cada período de tiempo. Por esa razón, se considera que el ciclo estacional anual es, de por sí, el limite de las condiciones meteorológicas. Todo lo que perturbe sustancialmente este patrón se denomina cambio climático, aunque puede que sólo sea un «acontecimiento». Acontecimientos como El Niño - Oscilación Austral son los más frecuentes de estos procesos «previsibles» de perturbación del clima. Estos fenómenos son más fáciles de identificar en su contexto tropical (véase Allan, Lindesay y Parker 1996), pero recientemente, con instrumentos de observación espacial más perfeccionados, se ha podido determinar su origen en los océanos polares (véanse White, Chen y Peterson 1998, Wyllie-Echevarria y Wooster 1998). Al variar de frecuencia e intensidad en el curso del tiempo, los acontecimientos relacionados con el ENSO plantean a veces el problema de definir los cambios climáticos reales. Es indudable que queda mucho por aprender acerca de las diversas fuerzas a escala más amplia, para poder comprender mejor la secuencia de sus efectos.

2.3 Respuestas de las sociedades y las pesquerías a los cambios climáticos en el curso de la historia

Los resultados de los estudios sobre los paleoclimas, los paleosedimentos y el clima indican claramente que el cambio climático y las respuestas ecológicas de los océanos siguen unos patrones mundiales. Por ejemplo, estudios de sedimentos anóxicos no alterados, procedentes de la cuenca de Santa Bárbara, frente a las costas de Los Ángeles, proporcionaron una secuencia dinámica de los cambios en la abundancia de sardinas, anchoas y otros peces durante cerca de dos mil años (véanse Soutar e Isaacs 1974, Baumgartner et al. 1989, Sharp 1992). Es evidente que la humanidad depende de muchos procesos que no controla, pero que se ajustan a unos patrones. La carrera por descubrir indicadores climáticos que permitan pronosticar fenómenos conocidos se ha acelerado.

La clave para comprender las relaciones entre las observaciones realizadas a una escala temporal muy amplia y los conjuntos de datos relativos a períodos más breves utilizados por los entusiastas del calentamiento mundial consiste en comparar la variabilidad relativa de las secuencias más largas y más cortas, tomando como base una escala uniforme. Como la mayoría de los datos procedentes de mediciones instrumentales abarcan desde 1950 o una fecha posterior hasta el presente, es fácil que los análisis y gráficos realizados para presentar las tendencias observadas muy a menudo estén fuera de contexto o induzcan a error. Es importante tener presente que el período de los últimos 50 años, para el que existen numerosos datos climáticos, se caracteriza por su falta de dinámica y su poca variación en comparación con los datos relativos a un siglo o a un período más largo.

El clima es el patrón estacional medio previsible a largo plazo, mientras que las condiciones meteorológicas son los fenómenos estacionales más variables que pueden observarse. Las secuencias más claras e identificables de acontecimientos inducidos por la interacción entre el océano y la atmósfera que alteran los patrones climáticos estacionales previsibles son los episodios cálido y frío del ENSO conocidos respectivamente como El Niño y La Niña. Pero la intensidad y la frecuencia de los episodios cálidos del ENSO varían con el tiempo, a escala decenal o durante períodos más largos, como se documenta en la Figura 10, por lo que es necesario reconocer también que el clima - y la consiguiente productividad oceánica (véanse Hubbs 1960; Laevastu y Favorite 1980; Nixon 1982, 1988, 1997; Ebbesmeyer et al. 1991; Murawski 1993; Polovina, Mitchum y Evans 1995; McGowan, Cayan y Dorman 1998; Reid, Planque y Edwards 1998; Reid et al. 1998; Hollowed y Wooster 1992, 1995) - varía a diversas escalas temporales y espaciales. Hilborn y Walters (1992) lo descartan como una exigencia inadmisible, pero yo les respondo: «Si no se vigilan y explican estos fenómenos, ¿de qué sirven las estimaciones y los análisis?» Lo cierto es que los indicadores climáticos y los ciclos de Bloom y Bust para las pesquerías parecen variar con arreglo a patrones similares (Figura 11). La pregunta es si existe, también en este caso, un vínculo causal directo o si se trata meramente de consecuencias correlacionadas de procesos a escala más amplia. Para responder a esa pregunta es necesario vigilar los procesos vinculados y cotejar las observaciones realizadas a todas las escalas temporales y espaciales.

Los estudios sobre la historia climática de la Tierra y las observaciones realizadas sistemáticamente desde 1854 revelan que la dinámica estacional de la Tierra en la segunda mitad del siglo XX no fue en realidad muy acusada, hablando en términos relativos. Esos estudios y observaciones han servido de base para la recopilación, con fines de investigación climática, del conjunto de datos de gran alcance sobre los océanos y la atmósfera (COADS). Una enseñanza importante del COADS es que las señales climáticas más precisas se encuentran en los patrones de los meses de invierno, y no en los de otras estaciones, ni en los anuales. Los patrones referidos únicamente al período invernal son un buen punto de partida para buscar la respuesta correcta a las preguntas sobre las variaciones climáticas. Las Figuras 12 a, b y c muestran las desviaciones de los vientos de superficie de invierno respecto de la media a largo plazo desde 1854. Obsérvese que, si bien las escalas varían según la banda latitudinal y la cuenca oceánica, los patrones son muy similares, con breves adelantos o retrasos regionales. Obsérvese también la lenta y monótona tendencia ascendente de los últimos 50 años, en contraste con el siglo anterior.

Hay que tener presente que la última época glacial profunda terminó hace sólo 18.000 años y que la mayor parte de la Tierra, a latitudes superiores a unos 45º N y unos 50º S, estuvo cubierta y afectada por el hielo glaciar. Todas las especies que encontramos actualmente a latitudes similares o superiores, ya se trate de peces, mamíferos o aves, han «recolonizado» el territorio durante el período de calentamiento posterior. Esas mismas poblaciones han sido empujadas también, con más frecuencia de lo que en general se reconoce, hacia atrás y hacia delante como respuesta a los cambios climáticos a escala decenal o secular provocados por las repetidas glaciaciones y desglaciaciones. A lo largo de su historia, la humanidad ha respondido enérgicamente a esos cambios mediante las migraciones y las innumerables colonizaciones y recolonizaciones.

Figura 10 Aquí se muestran series cronológicas, tomadas de Quinn (1992), sobre la frecuencia de los episodios cálidos del ENSO, comparada con el número de manchas solares (arriba), y sobre la frecuencia de éstas por promedios de 11 años como promedio. Quinn empleó datos del indicador de nivel del río Nilo, cuadernos de bitácora y una variedad de datos locales procedentes de diversas misiones, puestos de avanzada y lugares de residencia familiar para establecer las series cronológicas. Obsérvese que los datos relativos a la frecuencia muestran que ésta alcanzó los niveles más bajos de 1890 a 1975, lo que parece indicar que las temperaturas medias mundiales tienen poco que ver con los episodios cálidos del ENSO,.

La caza y la recolección fueron disminuyendo a medida que eran reemplazadas por actividades integradas de cultivo, pastoreo y cría de ganado, realizadas fuera de los muros de los centros principales. La población prosperaba durante los períodos de clima cálido, húmedo y estable. Como resultado de ello, se estima que al final del período cálido medieval (siglo XII) la Tierra estaba poblada por unos 300 millones de personas.

A pesar de las mortandades y desplazamientos en gran escala debidos a la peste, la viruela y otras enfermedades llevadas por los viajeros a todos los rincones del mundo y por los parásitos y otros animales nocivos a los hogares durante el período intermedio más frío, a comienzos del siglo XIX la población humana había aumentado a unos 1.000 millones de personas. Hicieron falta menos de doscientos años a partir de entonces para llegar a 6.000 millones. Mientras tanto, se extendió la pesca en los océanos. El desarrollo de los instrumentos de navegación y de muchas otras técnicas permitió que las flotas aumentaran y los nuevos métodos se propagaran por todas partes, hasta que a mediados del decenio de 1980 el crecimiento de las flotas y los desembarques de capturas marítimas empezó a lentificarse y finalmente disminuyó, debido a los efectos de esos procesos en las poblaciones de peces y a las variaciones en la cantidad y calidad de los productos pesqueros (véase Pauly et al. 1998).

Figura 11 Aquí se ofrece una comparación entre varios índices climáticos, con inclusión del aumento y descenso de las capturas de un grupo característico de peces asociados con aguas oceánicas más cálidas. ¿Se trata de una correlación o de una relación causa-efecto?

La acuicultura, que comenzó con las primeras experiencias en China y diversos proyectos locales, también creció de manera más o menos continua a la par que la población humana (Sharp 2001). En la mayoría de los casos la piscicultura consistía en un mero cambio de ubicación de las carpas, tilapias, ostras u otros organismos cultivados, dando por supuesto que se alimentarían por sí solos con las algas y otros nutrientes presentes en los estanques. Los hábitat sometidos a un intenso aprovechamiento, como por ejemplo los arrozales o los estanques, se fertilizaban con excrementos humanos y animales. Sin embargo, a medida que muchas pesquerías regionales dejaron de crecer, o empezaron a disminuir, la atención pasó a centrarse en la intensificación de las poblaciones naturales de peces.

Fueron probablemente los primeros marinos quienes colonizaron Australia partiendo del Asia sudoriental hace unos 40.000 años, más o menos cuando empezaba la última glaciación. Ha habido muchas emigraciones de África debidas a prolongadas sequías, seguidas de retornos tras la recuperación. El desarrollo y auge de la navegación bajo la influencia de los monzones estacionales en el norte de África y el Océano Índico fue un factor que contribuyó notablemente a la evolución de las culturas que surgieron a lo largo de esas costas. Las poblaciones que colonizaron las zonas del interior o del litoral donde dominaban influencias climáticas más irregulares tendían a ser migratorias. Además, dependían en mayor medida de la caza y la recolección, aunque en ocasiones practicaban la pesca local. Hubo también varios cambios climáticos bien documentados que favorecieron el agrupamiento de las comunidades agrícolas y el desarrollo de sistemas especializados de comercio y economías de trueque. Su principal escollo era la sequía recurrente. Los activos más importantes de esas poblaciones eran las nuevas tecnologías que aumentaban la eficiencia de la agricultura.

Ante la drástica reducción de algunas pesquerías, los pescadores aprendieron a pescar otras especies, se trasladaron a otras zonas donde había recursos similares o se adaptaron a otros medios de vida, como tripular embarcaciones dedicadas a la exploración, buques balleneros industriales o, con el tiempo, buques comerciales. La fuerte disminución de los recursos de bacalao en las aguas árticas de Noruega a mediados del siglo XIX inspiró a G.O. Sars la idea de criar esos peces desde las primeras fases de su ciclo biológico para protegerlos contra la depredación natural y la inanición y aumentar así sus posibilidades de supervivencia hasta etapas en las que fueran menos vulnerables y más capaces de valerse por sí solos. Sars elaboró técnicas de propagación artificial de peces marinos en Noruega, y fecundó, incubó y liberó 67 millones de alevines de bacalao. Se le atribuye la creación de las piscifactorías modernas para repoblar recursos pesqueros en disminución, y también de la ciencia pesquera moderna. Estos métodos no han dejado de desarrollarse desde el decenio de 1850 hasta nuestros días.

El siguiente avance de la piscicultura se produjo en 1872, cuando la Asociación Americana de Piscicultores destinó 17.000 dólares para promover oficialmente la cría de peces en Norteamérica. También en 1872 Livingston Stone recogió por vez primera huevos de salmón en la estación de Baird, en el río McCloud, para fecundarlos artificialmente. El 10 de octubre de ese año, envió por ferrocarril los 30.000 primeros huevos de salmón real, de los que 700 sobrevivieron hasta alcanzar la talla de alevines.

Figura 12a

Figura 12b

Figura 12c

Figura 12 Aquí se muestran series cronológicas de promedios de las desviaciones de la velocidad del viento respecto de la media desde 1854 para diversas secciones latitudinales de las cuencas de los tres océanos, a saber a) el Atlántico; b) el Pacífico y c) el Índico. Obsérvese la similitud de las tendencias de los datos en todas las regiones. En la serie correspondiente al Océano Índico, se ha «añadido» a la derecha del gráfico la primera parte de los datos para mostrar la probable configuración de estos vientos si de hecho siguieran el patrón repetitivo de 170-180 años, tal como indican las mediciones paleológicas de la actividad solar. Estos datos fueron utilizados por el Dr. Fletcher con el fin de construir un modelo de pronóstico climático para el siglo XXI.

De nuevo en Noruega, el 1882 el capitán Gunder Dannevig fundó en Arendal la piscifactoría de Flødevigen, donde puso en marcha un programa de cría de bacalao que duraría hasta el decenio de 1980, y que sólo terminó porque el personal de la piscifactoría nunca se preocupó realmente de demostrar que las capturas locales correspondían a los alevines liberados. También en 1882 Adolf Nielson, empleado de una piscifactoría noruega, fue invitado a visitar Terranova, donde ayudó a construir una piscifactoría en la isla de Dildo para restablecer las poblaciones de bacalao de la zona, que estaban disminuyendo. El proyecto se interrumpió a finales del decenio de 1880, cuando el bacalao se recuperó por sí sólo, proporcionando de ese modo las primeras indicaciones de las pautas seguidas por la naturaleza. Al parecer el bacalao del Atlántico sufrió una serie sucesiva de fallas que se difundieron de este a oeste, a medida que cambiaban las condiciones ambientales en el tiempo y el espacio. Su recuperación se produjo con desfases similares en el contexto temporal y espacial. Durante esos períodos de fuerte descenso del bacalao, otras especies prosperaron, en algunos casos debido a la ausencia de depredadores y en otros a patrones ambientales muy diferentes.

En 1981, la Fundación Svanøy de Noruega patrocinó un taller sobre el cultivo del bacalao, donde se analizaron la historia y las actividades en curso en ese país. Especialmente interesante había sido el experimento de criar alevines de bacalao en redes colocadas debajo de las jaulas utilizadas en la floreciente industria del cultivo de salmones, para aprovechar el pienso no consumido por éstos como resultado del sistema de alimentación por saciedad. Esta iniciativa había dado resultados muy satisfactorios, pero había fracasado en otras épocas y otros lugares. Los asistentes al taller exhortaron a los piscicultores noruegos a realizar estudios de marcado y posterior recuperación de ejemplares juveniles de bacalao cultivado. Los resultados finales de los estudios de marcado y recuperación fueron muy alentadores, ya que en el plazo de pocos años se recuperó en la pesca local más del 20 por ciento de los peces cultivados marcados, lo que demostró finalmente la importancia del cultivo del bacalao. Por supuesto, hubo años en que la proliferación de depredadores invertebrados en los estanques acabó con poblaciones enteras de bacalaos inmaduros antes de ser liberados, y otros en que éstos fueron devorados por los abundantes depredadores de los fiordos antes de que pudieran llegar al mar.

La principal enseñanza para las posteriores actividades de repoblación es que la naturaleza no garantiza el éxito del reclutamiento de un año a otro (véanse Smith 1978; Csirke 1980; Sharp 1981a,b; Bakun et al. 1982; Kawai e Isibasi 1983), ni la estabilidad de las poblaciones de un decenio a otro (Kondo 1980; Csirke y Sharp 1983; Sinclair 1988; Ware 1995; Ware y McFarlane 1989; Ware y Thompson 1991). De ahí el fracaso general de los modelos más convencionales de pronóstico de poblaciones basados en las previsiones «medias» (Sharp, Csirke y Garcia 1983; Koslow, Thompson y Silvert 1987; Koslow 1992). La expresión más clara de la dinámica de las distintas especies se encuentra en las respuestas de las diversas poblaciones de peces identificadas por Klyashtorin (1998, 2001) para las que existen estadísticas de capturas correspondientes a casi un siglo, o al período mínimo de referencia para poder establecer una relación de causa-efecto con el clima (véase a continuación la Figura 13).

En las regiones más productivas, hay dos poblaciones muy sensibles, cada una de las cuales prospera en los extremos opuestos de las variaciones climáticas normales dentro de períodos dipolares de 55 a 70 años aproximadamente. Un tercer grupo menos sensible, que engloba a especies habitualmente mucho más numerosas, oscila a lo largo de esas variaciones climáticas: algunas especies nunca proliferan, mientras que otras, como Sebastes, registran fuertes aumentos de supervivencia larval y reclutamiento que se prolongan durante períodos de 50 a 100 años (Norton y Mason, en prensa).

Los intentos de cultivar peces, y más tarde de intensificar las poblaciones naturales, están estrechamente relacionados con la transición de la caza y la recolección a las primeras actividades pastorales y agrícolas en el Oriente Medio, y quizá son incluso análogos a ellas. Durante el tercer y cuarto milenios a.C., la población empezó a arar, a canalizar los cursos de agua y a crear sistemas de riego en gran escala (véase Fagan 1999). Esas actividades favorecieron la introducción de especies exóticas, incluidos peces procedentes de otras zonas geográficas, que ocasionó muchos problemas.

Figura 13 Aquí se muestra la historia de las capturas comerciales, por especies, de las 12 pesquerías más productivas del mundo (Klyashtorin 2001). Cada región tiene una producción pesquera mayor cuando el período más cálido se corresponde con vientos (este-oeste) más zonales, mientras que los períodos más fríos están dominados por vientos meridionales (norte-sur). Estos últimos tienden a inducir una corriente ascendente costera y a aumentar la producción en el litoral, mientras que los períodos cálidos dependen de otros modos de nutrificación y de producción ecológica. Ambos se reflejan en los patrones de los cambios específicos del índice de circulación atmosférica y de la longitud negativa del día.

A lo largo de la historia se han introducido especies acuáticas y de otro tipo, procedentes de diversos lugares y ecosistemas, en ecosistemas antes aislados, entre ellos islas y lagos, con fines alimentarios y deportivos. Al emigrar a través del océano para colonizar otros continentes e islas, la población ha transportado además sus especies alimentarias y sirvientes favoritas. Desde que comenzaron las emigraciones y las exploraciones oceánicas, también se han introducido involuntariamente «especies exóticas» que han tenido efectos devastadores para la humanidad. En la actualidad, esas especies no deseadas llegan predominantemente en el agua de lastre, los contenedores de los barcos y por varios otros medios, causando estragos y creando una competencia no planificada entre las especies que viven en las masas de agua. Enteros ecosistemas han sufrido modificaciones, y en algunos casos el cultivo o la introducción de especies más apreciadas, como el camarón tropical y la perca del Nilo, han sustituido a la producción «natural» de peces.


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