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Bosques sagrados en Europa

Bosques sagrados existieron también en muchos lugares de Europa occidental en tiempos antiguos.

Por toda Europa occidental parecen haber existido en tiempos prehistóricos bosques sagrados. Supuestas residencias de deidades locales, estos bosques podían ser naturales o plantados; bosques de un templo, constituidos por árboles plantados que lo rodeaban; y bosques en torno a o sobre lugares de enterramiento. Su característica común era la inviolabilidad; solo podían entrar en ellos los sacerdotes o los participantes en una ceremonia. En algunas tradiciones, cortar un árbol de un bosque sagrado podía acarrear la muerte del infractor. Hay todavía hoy huellas de bosques druídicos en ciertas zonas de Francia, el Reino Unido e Irlanda.

El antiguo bosque sagrado de Nemi cerca de Roma, Italia, estaba consagrado a Diana (Artemis para los griegos), la diosa de la caza (Brosse, 1989). El nombre de Nemi viene del griego y el latín nemos/nemus, que significa un bosque que contiene praderas, espesuras y un grupo de árboles que se consideran sagrados. Dentro de un nemus se abrían claros para que pudieran pastar los animales.

Parece que en la antigua Galia cada tribu poseía un nemeton o lugar sagrado de reunión rodeado y protegido por árboles. Eran centros de ceremonias religiosas, y su destrucción se veía con el mismo horror que suscitaría hoy el incendio de un templo o una iglesia. Según Matthews y Matthews (2002), «... muchos asentamientos [en Europa] se hicieron junto a antiguos bosques o tomaron de ellos su nombre. Cuando empezó a extenderse el cristianismo por el mundo occidental, se destruían los nemeton y sobre sus cenizas se construían iglesias cristianas...». Todavía hoy en países célticos pueden verse ofrendas de cintas colgadas de los arbustos en torno a pozos sagrados, antigua costumbre de veneración de la naturaleza como divinidad femenina o «madre tierra».

Desde una perspectiva política, el «bosque sagrado» de un grupo podía ser visto como una amenaza por otro grupo, y los conquistadores a menudo destruían tales lugares como manera de imponer su dominio sobre los pueblos locales. Como cuenta Lucano, por ejemplo, César en el siglo I destruyó uno de los bosques sagrados de los galos para abolir las prácticas consideradas como paganas por los romanos. Durante la Edad Media, la iglesia cristiana destruyó bosques sagrados célticos y druídicos por toda Europa con un fin análogo; la prohibición por parte de la iglesia de adorar a los árboles y de todos los ritos relacionados con una veneración de los árboles deriva probablemente del hecho de que los primitivos guardianes de los árboles no solo poseían conocimientos (generalmente en forma de calendarios agrícolas, propiedades medicinales de las plantas, etc.) sino que realizaban sus prácticas e impartían sus enseñanzas en secreto, y podían constituir una amenaza política. Destruyendo su «biblioteca», por así decirlo, reducían los magos a la impotencia.

Bibliografía

Brosse, J. 1989. Mythologie des arbres. París.

Matthews, J. y Matthews, C. 2002. Taliesen, the last Celtic shaman. Rochester, Vermont, Estados Unidos, Inner Traditions International.

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