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2. SITUACIÓN DE LOS RECURSOS MARINOS VIVOS Y SU MEDIO AMBIENTE

La FAO examina periódicamente la situación de los recursos pesqueros mundiales por áreas estadísticas de la Organización, haciéndola por separado para los recursos marinos y para las pesquerías continentales y la acuicultura (FAO,1992b, 1992f). Los exámenes más recientes fueron los correspondientes a 1994–95 (FAO, 1994b; 1995b, 1995f). En los párrafos que siguen se hace una clasificación paralela y una descripción mucho más general, dividiéndose los recursos por zonas ecológicas principales.

Figura 3

Figure 3. Algunos efectos sinérgicos en las pequerías y ecosistemas marinos de tres resultados fundamentales de actividades humanas (tomada de Caddy y Bakun, 1995)

2.1 Recursos costeros y de estuarios y su medio ambiente

Se prevé que la población mundial se duplicará en menos de un siglo alcanzando unos 10 000 millones de habitantes. Según cifras de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 1985; 1994), un 75% de ellos, con la tasa máxima de crecimiento, ocuparán una franja estrecha de unos 60 km de ancho a lo largo del litoral de los continentes. En el sudeste asiático, un 65% de todas las ciudades principales ya se hallan situadas a lo largo de las costas (Naciones Unidas, op. Cit.). Estas cifras ponen de relieve la repercusión considerable y cada vez mayor que las actividades humanas están teniendo en uno de los ecosistemas mundiales más productivos: las zonas someras de aguas marinas y salobres.

2.1.1 Zonas, poblaciones y recursos pesqueros costeros

Figura 4

Figura 4. Relación esquemática entre variaciones de las actividades y su repercusión actual en el medio ambiente y las pesquerías del Mar de la Isla de Seto (tomada de Tatara, 1991)

La explotación de los recursos costeros y de sus hábitat está en función del tamaño de la población humana y de su grado de desarrollo socioeconómico. El constante crecimiento demográfico, y su concentración acelerada en zonas costeras y centros urbanos costeros (la así llamada “litoralización” de las poblaciones), lleva consigo el empleo intensivo de recursos, y unos valores mayores para las tierras costeras. Al propio tiempo, la industrialización desenfrenada de las áreas costeras y la evacuación de los subproductos industriales cerca de la costa está en contradicción con los usos recreativos y de recursos vivos, en particular con las pesquerías y la acuicultura (p. ej., véase Pullin, 1991). Todos estos factores humanos repercuten en el ecosistema marino de formas imprevistas; véase, p. ej., Fig. 4). Una mala planificación del desarrollo industrial, junto con las secuelas de altas densidades de poblaciones humanas transeúntes y permanentes, así como de una agricultura a escala industrial, han contribuido a aumentar en gran medida los efectos desfavorables en los sistemas costeros naturales de todo el mundo (PNUMA, 1990a, b; Williamson, 1992).

El control del desarrollo de la costa y la protección de los hábitat exigirán unos mejores procedimientos de planificación, y entrañarán a menudo opciones sociales y políticas dolorosas. El marco dentro del cual habrán de hacerse esas opciones se suele denominar Ordenación integrada de las zonas costeras (OIZC: Clark, 1992). Como ya se ha indicado, un contexto alternativo para analizar los eventos de influencia terrestre dentro de los mares ribereños es el que se ha denominado como Cuencas de Captación Marinas (CCM) (Caddy, 1993a), que reconoce que el desarrollo humano de las cuencas tierra adentro puede repercutir también en medida considerable en los mares costeros.

En dicha ordenación hay que tener en cuenta todos los usos de la zona costera y tomar en consideración las actividades humanas, especialmente en las cuencas fluviales que desembocan en los mares costeros. El uso sin trabas de ríos y estuarios para la evacuación de nutrientes y compuestos tóxicos da lugar a unos efectos considerablemente desfavorables en los hábitat marinos en situación más crítica, pero la extracción de agua y, en líneas más generales, la regulación de los ríos para la navegación y la prevención de inundaciones repercuten a veces negativamente en los peces fluviales (Welcomme, 1979)y en las especies diádromas como el salmón, las anguilas y el sábalo, si no se prevén. Las consecuencias de una mala ordenación de las tierras dentro de la cuenca en términos de entarquinamiento de las áreas costeras y estuarios, con sus efectos desfavorables en los hábitat costeros, es otro factor ambiental debido a las actividades humanas en la zona costera,y se halla en la interfaz entre ecología y economía (Tisdel, 1982).

La erosión de los suelos debida a la eliminación de la cubierta vegetal (p. ej., por deforestación) en las cuencas aumenta la carga de sedimentos en los ríos y modifica el ciclo estacional y el caudal de agua dulce a los mares costeros, así como los niveles de entarquinamiento (p. ej., véase Milliman, 1981; Milliman et al., 1987; GESAMP, 1994). Cuando las cargas de sedimentos fluviales son elevadas perjudican a las especies anádromas como el salmón y el esturión, y a organismos de estuarios como las ostras. También ejercen gran efecto negativo en los arrecifes coralinos de las costas (Grigg y Dollar, 1988) y en la vegetación acuática, que a menudo es de importancia clave como hábitat para los peces.

Los intercambios en las interfaces tierra-agua y aire-agua revisten evidentemente especial importancia para los recursos marinos vivos (Martín et al., 1982; Prospero, 1981; Liss y Slinn, 1983; Martin y Gordeev, 1986; GESAMP, 1987), y requieren conciliar los objetivos de un desarrollo sostenible en los ambientes acuático y terrestre de interés para los ecosistemas costeros y de los estuarios.

En las marismas de las costas y las aguas someras vecinas juegan un papel importante como criaderos de camarones y peces (Boesch y Turner, 1984), y actúan, por un lado, para moderar los efectos de las actividades terrestres en los sistemas acuáticos cerrados (p. ej., véase GESAMP, 1994); su acción comúnmente se manifiesta como alzas bruscas y repentinas de nutrientes, sedimentos suspendidos y materiales tóxicos que penetran en los mares costeros y continentales. Al propio tiempo, las zonas pantanosas y las aguas cercanas a la costa reducen los efectos del medio ambiente marino en los sistemas terrestres; esos efectos se manifiestan a través de procesos como olas ciclónicas, tsunamis y la consiguiente erosión de las costas (Murty, 1977, 1984; Pugh, 1987). (Welcomme 1979). Estas zonas de marismas se están perdiendo a un ritmo alarmante y en todo el mundo (p. ej., véase Stroud, 1992).

Los nuevos instrumentos y métodos, la teleobservación y los Sistemas de Información Geográfica (SIG) en particular, hacen a la investigación de los procesos transfronterizos más viable que nunca antes (FAO, 1986a), y merecen una amplia promoción ya que contribuyen a proporcionar una base sólida, geográficamente fundamentada, para la toma de decisiones en materia de ordenación de un medio ambiente complejo. Los estuarios juegan un papel importante en el ciclo vital de muchas especies ícticas de interés económico al servir de zonas de reproducción, de cría y de alimentación, de las que se obtiene actualmente alrededor del 95% de la producción marina del mundo (Deegan y Day 1987; Turner 1987). La aceleración de la degradación de estos hábitat críticos por una pesca indiscriminada de arrastre próximo a las costas, por el rescate de tierras, el drenaje, la construcción de edificios en la costa y la extracción minera, con la consiguiente deposición de sedimentos, amenaza a las pesquerías marinas y a la vida silvestre y, en muchas zonas, ha tenido ya efectos destructivos (CIEM, 1992a; Campbell, 1993).

El hecho de los efectos que producen los contaminantes en los ecosistemas marinos y sus productos, es ya ojeto de gran preocupación. Así por ejemplo, en GESAMP (1990), se señala que:

“ las causas principales que preocupan inmediatamente … son las urbanizaciones costeras y la contaminación consiguiente de los productos marinos, la suciedad de los mares por residuos plásticos, el constante aumento de los hidrocarburos clorados, especialmente en las zonas tropicales y subtropicales, y la acumulación de alquitrán en las playas”.

La prioridad absoluta para este sector clave del entorno marino es conservar las opciones actuales y, en muchos casos, rehabilitar los sistemas costeros degradados que son esenciales para los primeros ciclos vitales de muchos recursos marinos vivos que se explotan más mar adentro como adultos. La producción de peces en los estuarios se corresponde frecuentemente con las características del estuario, en particular el régimen de escorrentía de las aguas (p. ej., véase Houde y Rutherford, 1993). Los daños debidos al escurrimiento de plaguicidas agrícolas en las marismas y pesquerías costeras son ahora objeto de amplio reconocimiento por su repercusión especial en los criaderos costeros con bajo índice de salinidad (para las larvas de camarón, por ejemplo), que pueden quedar diezmadas por “escorrentías rápidas” de las aguas de avenidas contaminadas por plaguicidas a raíz de tormentas tropicales.

El llamado ecoturismo y el eco-esparcimiento hacen cada vez más hincapié en la perisitencia de unos ecosistemas inalterados y vírgenes, anuque incluso estas actividades no son sostenibles frente a un acceso ilimitado, que es lo que ha preocupado, por ejemplo, al Organismo Australiano de Parques Marinos de la Gran Barrera de Arrecifes (GBRMPA, 1992/93). La conservación de los hábitat marinos se asocia cada día más a la conservación de la complejidad y biodiversidad de los ecosistemas, y hay algunos hábitat que desempeñan una función natural en la reducción de la contaminación y en el alivio de los efectos ecológicos naturales en los sistemas costeros. Los beneficios intangibles de la conservación adquieren un perfil cada vez más alto a medida que el público se concientiza más de los efectos que produce en la vida silvestre marina (p.ej., véase UICN, PNUMA y WWF, 1980). Se prevé una evaluación al alza de los usos no de explotación.

2.1.2 Pesquerías de los estuarios y de la franja costera

Las franjas costeras de los mares del mundo son el sitio donde se da una elevada proporción de la producción de material vivo que el hombre utiliza directa o indirectamente (Marten y Polovina, 1982). Los pescadores artesanales que pescan en las aguas costeras cercanas al litoral y en los mares someros de la plataforma constituyen más del 90% de las posibilidades de empleo en las pesquerías, y son un componente esencial de las comunidades costeras, a las que conservan. Las pesquerías de los estuarios y lagunas tienen, en particular, una gran importancia socioeconómica (p. ej., véase FAO, 1993e, j; Kapetsky, 1984; Lenanton y Potter, 1987; Willmann e Insull, 1993). Dada la asignación concreta de derechos a un número limitado de pescadores, las pesquerías artesanales son muy eficaces en cuanto a cantidad de pescado producido por unidad de energía empleada y por unidad de capital invertido: se produce una proteína de calidad para el consumo humano directo a precios asequibles. El preservar sus derechos a una proporción razonable de producción pesquera, a través de la aplicación firme del principio jurídico de “quien contamina paga”, debe quedar asegurado dentro del marco de un plan apropiado de ordenación para el medio ambiente costero y sus recursos vivos. El desarrollo y la aplicación de un plan de este tipo es condición previa para un buen entorno marino de calidad de cara al futuro. No obstante, los sistemas tradicionales de ordenación son importantes, pues entrañan el reconocer a muchos pueblos indígenas los derechos de usuarios. En algunos casos, esos sistemas han sucumbido por influencia de la pesca extranjera industrial, por la afluencia demográfica a la zona del litoral, y por la competencia de otros usuarios de dicha zona, por lo que podrían haber razones sobradas para su restablecimiento (p. ej., véase Doulman, 1993; Flood, 1994). Algunos sistemas como los bosques de manglares desempeñan cometidos múltiples en los entornos costeros (Fig.5). La interfaz que media entre el entorno de aguas dulces y el marino no sólo es una interfaz dinámica ecológicamente hablando, sino que también presenta complejidades jurídicas e institucionales (p. ej., véase Hayton, 1990).

Las pesquerías de los estuarios, especialmente las relativas a especies anádromas, están especialmente expuestas a la utilización incontrolada del agua, incluida la utilización de presas y embalses (p. ej., véase Neu, 1975). Éstas pueden afectar también radicalmente al escurrimiento de nutrientes a los mares costeros y han repercutido incluso enormemente en la salinidad de algunos mares semicerrados (Volovik et al., 1993).

Figura 5

Figure 5. Algunas relaciones funcionales de los manglares con las pesquerías artesanales, los recursos pesqueros y la acuicultura (tomada de Kapetsky, 1985)

Existen naturalmente conflictos potenciales y reales de intereses entre los pescadores ribereños con la agricultura y las actividades forestales (p. ej., ha habido aclareo de manglares y drenaje de humedales a escala masiva, especialmente en Sudamérica y Asia, para cultivar arroz en la costa y para la cría de camarones y peces en estanques), pero como normalmente los pescadores no poseen derechos de propiedad, raras veces reciben compensación por esos efectos de origen terrestre en su modo de ganarse la vida (MacNae, 1974). Una buena planificación de estas actividades dentro de un plan de zonación costera exige sistemas de SIG para la planificación del uso de la tierra y de las aguas (Kapetsky et al., 1987). Con cultivos comerciales de arroz, pescado y otros productos casi inevitablemente se sustituyen los beneficios menos intensivos que derivarían en el futuro de mantener la diversidad genética de hábitat complejos como bosques de manglares (Fig.5), no obstante, por ejemplo, el potencial de producción de nuevos productos farmacéuticos en estos últimos y los beneficios menos tangibles y menos válidos de propiedad común consistentes en conservar la vegetación costera para el control de las inundaciones, como reservas geoecológicas y como criaderos para poblaciones de la costa y de la plataforma compuestas por peces y camarones (Turner, 1987; Mepham y Petr, 1987; Kapetsky, 1985). Hace falta un método sistemático para conservar esos ecosistemas costeros frágiles (p. ej., véase Hamilton y Snadeker, 1984) para que puedan conservarse las capturas ricas de recursos que proporcionan (McHugh, 1976).

El empleo incontrolado de grandes árboles para construir canoas o piraguas ahuecadas fue una consecuencia directa y poco eficaz del desarrollo de la pesquería artesanal no controlada, pero sólo es una causa muy secundaria del rápido aclareo de los bosques costeros, especialmente en los países del mundo en desarrollo. La demanda de madera para construir casas y barcos, la tala de bosques costeros para urbanizaciones en el litoral, y en algunos lugares para leña, y la obtención de divisas, figuran entre los factores que han contribuido a la deforestación del cinturón del litoral. Esto ha tenido efectos catastróficos debido al aumento del escurrimiento de sedimentos o aguas residuales (Pastorok y Bilyard, 1985) en los arrecifes coralinos cercanos a la orilla y en los criaderos de peces y mariscos (Unesco, 1986; PNUMA/UICN, 1988) y puede también dar lugar a brotes de organismos dañinos (p. ej., véase Birkland, 1982).

Estos tipos de interacción caen a menudo fuera del control de las comunidades costeras, aún cuando éstas puedan ser plenamente conscientes de cuál es la solución que habría que darle a esos problemas. Esto parece exigir que retorne expresamente a la administración la capacidad de tomar decisiones. Desde luego, estas actividades tendrían que llevarse a cabo dentro de unas directrices generales del gobierno impartidas por una política multisectorial que se elabore a nivel nacional para el desarrollo de las zonas costeras (p. ej., véase Knox y Miyabara, 1984). La pesca de bajura por grandes barcos, especialmente de arrastre, compite con la pesca artesana, pero si no se somete a un control tendrá efectos desfavorables en el entorno marino cercano a la costa, y podrá obligar a que los pescadores artesanos se reduzcan a zonas cada vez más pequeñas de aguas someras y a la pesca de juveniles en los criaderos de las costas (p. ej., véase Caddy, 1993c). En esas circunstancias, algunos pescadores costeros pueden reaccionar recurriendo al empleo de métodos pesqueros marinos como cloruro cálcico, sustancias venenosas y dinamita, o la extracción destructiva de coral para obras de construcción. Todas estas actividades, que repercuten en hábitat pesqueros importantes, han de ser objeto de un rígido control (Hoss y Thayer, 1994).

Factores como los aumentos en la demanda comercial sin controles de los tamaños de las flotas, progresos técnicos en artes de pesca, buques y equipo de navegación y localización de peces, así como un crecimiento demográfico rápido han contribuido todos ellos a aumentar la presión pesquera y a la descomposición de muchos sistemas tradicionales de ordenación pesquera a los que no siempre han sustituido mecanismos modernos de ordenación. Una clave para la utilización racional de los recursos y por lo tanto para un desarrollo sostenible, es la distribución adecuada de espacio y recursos (FAO, 1986b), con participación directa de la comunidad, y la protección apropiada de los recursos contra la explotación por intereses foráneos. Pueden entrar aquí los efectos de la pesca costera por grandes arrastreros fuera del control de la comunidad local, y los efectos igualmente incontrolados de la contaminación industrial o doméstica. Las autoridades locales pueden también de suyo desempeñar una función importante en la ordenación y el desarrollo de las pesquerías y la acuicultura costeras (Berg y Wijkstrom, 1994).

El seguimiento de los cambios medioambientales en las aguas costeras (p. ej., véase. McIntyre y Pearce, 1980), especialmente en estuarios y zonas afines del litoral, merece una atención prioritaria por parte de los Estados ribereños, pues no sólo son lugares biológicamente importantes a lo largo de la interfaz agua-tierra donde se evacuan muchos materiales dañinos en las aguas de los ríos, sino que también son zonas de criadero para muchas especies valiosas, y lugares donde los sistemas marinos se fertilizan a partir de la tierra. Pueden formularse varias consideraciones generales:

  1. Los riesgos de la degradación del medio ambiente y la pérdida consiguiente de potencial económico neutralizan por lo general los beneficios futuros que brinda una ulterior explotación incontrolada de los recursos marinos vivos de las áreas costeras y de los estuarios.

  2. Estas zonas están bajo la influencia directa de una gran variedad de insumos terrestres, y su bienestar e integridad son esenciales para la mayoría de los recursos marinos que se capturan más mar adentro. Su importancia es, por lo general, aún mayor en las zonas tropicales.

  3. En las áreas costeras densamente pobladas, muchas zonas están ya degradadas y para que un desarrollo sostenible pueda ofrecer toda una gama de opciones, habrán de rehabilitarse muchos ecosistemas costeros.

  4. Los aspectos jurídicos de la ordenación y la conservación de la interfaz agua dulce-agua salada han sido poco estudiados (Hayton, 1990), y los estuarios se hallan normalmente sujetos a degradación como consecuencia de esa carencia, a pesar de que muchos organismos marinos se alimentan, se reproducen y tienen sus criaderos en los estuarios.

2.1.3 Acuicultura marina costera

En la actualidad, una proporción relativamente pequeña de la producción acuática mundial procede de la acuicultura marina; en su mayor parte se halla ubicada en aguas costeras, estuarios, lagunas y mares semicerrados (FAO; 1992b). Algo esencial para el desarrollo sostenido de la acuicultura marina y para las medidas de mejora del hábitat como la construcción de arrecifes artificiales, es la asignación de derechos exclusivos a usuarios sobre el área de actuación, y la protección de los cultivos permanentes contra los efectos perjudiciales de otros usuarios del medio ambiente. No puede permitirse que coexistan en un mismo lugar con la acuicultura marina todos los usos posibles del medio ambiente marino, por lo que habrá que desarrollar un régimen jurídico adecuado (Van Houtte,1994).

Una de las graves limitaciones actuales para la acuicultura marina, fuera de las algas marinas y el cultivo de bivalvos (y un número actualmente limitado de especies ícticas comerciales como los chanos y las lizas), es que la mayoría de las especies ícticas cultivadas son carnívoras y dependen de alimentos a base de proteína animal (Tacon, 1994). Esto da lugar a unos productos marinos económicamente importantes que cuestan muncho en el mercado pero que no contribuyen necesariamente a la seguridad alimentaria. Se ha estimado que en 1988 la acuicultura utilizó un 10% de los suministros mundiales de harina de pescado como alimento (Tacon, 1993).

En zonas de gran densidad de cría y de un intercambio reducido de agua, la propia acuicultura puede provocar problemas como el del enriquecimiento béntico y de aguas hipóxicas. Unas cargas excesivas de nutrientes procedentes de la acuicultura puede dar lugar a una eutroficación local en zonas con bajo intercambio de agua. En casos extremos, los brotes de marea roja (GESAMP, 1991; Baden et al., 1990) pueden derivar del escurrimiento de nutrientes (Ackefors y Enell, 1990). Éstas tienen graves repercusiones en la propia acuicultura y en otros sectores. En algunas zonas tropicales, la conversión extensiva de aguas pantanosas del litroal y bosques de manglares para el cultivo de peces y camarones en estanques ha reducido considerablemente la reposición de las poblaciones naturales de camarones que emplean esas zonas como criaderos (Chua, 1993; Phillips et al., 1993). También ha acabado con zonas de gran diversidad y ha repercutido en otras funciones de las marismas costeras (Chua, 1992; Chua,et al., 1984; Saclauso, 1989; Barg, 1992). Por ejemplo, ha comprometido la función que estas tierras pantanosas costeras desempeñan en servir de lugares de reproducción y criaderos de peces y otras especies, y en proteger a la zona costera contra tormentas, al propio tiempo que sirven de zonas amortiguadoras que reducen el escurrimiento de nutrientes y limo en el medio ambiente marino. Para evitar efectos desfavorables, la acuicultura costera debería planificarse, entre otras actividades costeras, dentro de un marco de ordenación integrada de las zonas costeras (Clark, 1992; Barg, 1992; Chua, 1993).

2.1.4 Eutroficación y el caso peculiar del fósforo

De especial preocupación e interés para la integración de los estudios sobre las cuencas fluviales y los mares costeros y continentales afines, es la cuestión de la transferencia de nutrientes desde los sistemas terrestres a los marinos y de agua dulce (Howarth, 1993) y, lo que es más peculiar, la corriente en gran parte unidireccional del fósforo desde los ecosistemas terrestres al medio ambiente acuático (Fig.6). El flujo horizontal de nutrientes a través del agua en muchos países depende históricamente de los sistemas de drenaje y de aprovechamiento de la tierra (Lehtonen y Hilden, 1980). En sus diversas formas, el fósforo es un elemento clave, que puede limitar económicamente la práctica de la agricultura intensiva, un componente oceánico importante de los desechos domésticos e industriales, y para los cuales, a diferencia de los compuestos nitrogenados, el transporte medioambiental es en gran parte acuático. Cantidades excesivas de ambos elementos en las escorrentías pueden tener influencias negativas en las pesquerías de las masas de agua semicerradas (Lehtonen y Hilden, 1980).

Figura 6

Figure 6. Representación diagramática del intercambio de fósforo entre los sistemas terrestre y acuático. El grueso de las flechas denota aproximadamente las tasas respectivas de flujo (aunque las tres tasas mínimas de flujo está exageradas para que destaquen má).

Se estima que las actividades humanas han provocado un aumento de aproximadamente el quíntuplo en las aportaciones de nitrógeno de los ríos a los mares y, por lo que respecta al fósforo, de aproximadamente un cuádruple, a juzgar por la historia bien documentada de un río europeo, el Rhin (Lelek, 1989). Se ha estimado que el total anual de aportación de fósforo a los mares es de alrededor de 0,59 Tmol (1 teramole de fósforo equivale a 31 millones de toneladas de fósforo). Cantidad que está integrada por un nivel básico a largo plazo de un 0,15 Tmol en el caudal de los ríos, 0,32 Tmol debido a la lixiviación de los suelos y a la erosión de las tierras, y 0,12 Tmol correspondiente a la evacuación de desechos de las poblaciones humanas, la industria y fertilizantes (van Bennekom y Salomons, 1981). No todo el fósforo en suspensión pasa a las cadenas alimentarias marinas; al igual que para el limo, los metales y muchos compuestos tóxicos, gran parte acaba por precipitarse en los sedimentos de los estuarios y de los mares. Las cifras dadas más arriba como escurrimiento de fósforo a los océanos pueden cotejarse con las que dieron los mismos autores para la producción mundial de 0,37 Tmol de fertilizantes fosfatados en 1975, y 0,026 Tmol para fosfatos detergentes. Aunque todas estas cifras son muy aproximadas, parece que la extracción de fósforo sólo está sustituyendo cada año un 70% de esa pérdida en la escorrentía de aguas dulces hacia los océanos (FAO, 1991c).

Ha habido un gran debate científico que se ha centrado en si la producción primaria de los sistemas acuícolas está limitada por el fósforo o por otros nutrientes u oligoelementos (p. ej., véase Ursin y Andersen, 1991). Existen otros elementos que pueden ser limitadores en determinadas circunstancias, por ejemplo, se ha demostrado que el hierro es un factor limitador en algunas aguas de los litorales tropicales (Martin et al., 1989; Fuhrman y Capone, 1991) y que las concentraciones de silicona en los caudales de los ríos pueden quedar reducidos por la contaminación (Doering et al., 1989).

El nitrógeno suele ser un factor limitador en las aguas costeras de latitudes templadas del norte, y el fósforo puede ser limitador en lagos y en zonas tropicales (Mann y Lazier, 1991). Sin embargo, el precedente para considerar al fósforo como medida de producción biológica (p.ej., véase Andersen y Ursin, 1977), y al carbón como “marcador” de las corrientes de energía a través de la red alimentaria marina parece estar bien fundado, ya que, a diferencia del nitrógeno, permanece dentro del agua y los sedimentos. Otros elementos distintos del fósforo y del nitrógeno, como el silicio y el hierro, merecen también especial atención por parte de los ecólogos terrestres y acuáticos y de los institutos de investigaciones pesqueras y agrícolas. Las medidas prácticas para controlar los efectos del escurrimiento se refieren en gran parte a intervención en tierra; es decir, mejorar las estrategias de utilización de la tierra, fomentar el control ribereño de escurrimiento a los cursos de agua, y mejorar las prácticas de tratamiento y evacuación de efluentes. La productividad general de los mares ribereños y continentales aumenta normalmente con el escurrimiento de nutrientes, pero por encima de un nivel limitado de escurrimiento, es muy dudoso que el beneficio neto para las pesquerías sea positivo.

A diferencia del nitrógeno, los compuestos de fósforo no se descomponen en el elemento inactivo gaseoso y una gran proporción del fósforo escurrido se almacena en sedimentos oxigenados. Aunque en parte inactivos, pueden reciclarse más fácilmente a partir de sedimentos desoxigenados de los fondos para pasar a la cadena alimentaria pelágica (incluso los peces: véase Kraft, 1992), y contribuir de nuevo a la eutroficación. Desde el punto de vista agrícola, esta pérdida a partir de los sistemas terrestres seguramente no es beneficiosa, y una causa de los gastos en fertilizantes innecesariamente elevados para el cultivo de plantas en tierra es que los efectos acuáticos “inducidos” no intervienen en el cálculo de costos/beneficios.

En un reciente estudio sobre las tramas alimentarias marinas que dan lugar a la producción íctica (Pauly y Christensen, 1995) se hallaron unas tasas sorprendentemente elevadas de utilizaciones del 24–35% de producción primaria en los ecosistemas de agua dulce y de las plataformas (marinas), y lo que es menos sorprendente, unas tasas muy inferiores para los sistemas de mares abiertos. Las primeras de estas series de cifras sugiere que los nutrientes deben ser factores limitativos de la producción íctica y muestra cuán cerca está la humanidad de haber llegado a una explotación plena de todos los recursos biológicos de las zonas costeras y de la plataforma continental.

2.1.5 Otras relaciones mar-atmósfera

También se ha expresado preocupación por la posible reducción de la biomasa marina debido a los efectos de la evacuación de desechos tóxicos en los mares, así como al aumento del agujero de ozono en la atmósfera; esta biomasa, y los propios océanos, actúan de “sumideros” de carbono, y reducen por lo tanto el dióxido de carbono y el metano libres en la atmósfera, limitando así el llamado efecto “invernadero” (Sarmiento et al., 1988). Otro de los efectos pudiera derivar del enriquecimiento con nutrientes si entra una gran proporción de material orgánico producido como resultado de la eutroficación en los sumideros de carbono como sedimento de fondo que subyace a masas de aguas anóxicas, además del efecto que este almacenamiento de material que contiene carbono en los sedimentos de los fondos pudiera tener en los recursos bentónicos y demersales de una zona.

Muchas algas marinas, así como algunas zoosteras e hierbas de marjales salados, producen compuestos de dimetilsulfonio. El propionato de dimetilsulfonio (DMSP) que es uno de los metabolitos principales de muchas algas marinas bénticas y planctónicas, se descompone enzimáticamente para producir dimetilsulfuro (DMS) y ácido acrílico (Andreae, 1989). Aunque la producción es variable según la región y la temporada en que se tome la muestra, la eutroficación, al favorecer el crecimiento de las algas, puede favorecer también la producción de DMS, que puede ir a parar a la atmósfera, donde el DMS se oxidiza en productos como el sulfonato de metano, el dióxido de azufre y el sulfato; son compuestos que tienen un papel importante en la formación de la lluvia ácida, mientras que el DMS es por sí mismo una fuente importante de los núcleos de condensación de nubes (Holligan y Kirst, 1989).

El metano puede producirse de diversas formas en el medio ambiente marino: por la reducción de los sedimentos del fondo, como resultado de la extracción de hidrocarburos del lecho marino por el hombre, e in situ en la columna de agua, bien por las bacterias metanificantes al reducir los microambientes o por el metabolismo de las algas; es de prever que la eutroficación juegue un papel en este flujo de metano entre el mar y la atmósfera. Parte de ese metano, que es relativamente estable en el medio ambiente marino, se libera y pasa a la atmósfera marina (Liss, 1989).

Los efectos del agujero de ozono en los recursos marinos ha comenzado ya a preocupar, especialmente por lo que respecta a los efectos de una mayor intensidad de la luz ultravioleta en los huevos y larvas de peces y otros organismos de la zonas superficiales de los mares (p. ej., véase Hunter et al., 1979), efectos que se han comenzado a investigar mediante experimentos en los mares antárticos (Gieskes y Kraay, 1990).

2.1.6 Medidas propuestas

En la publicación FAO (1991c) se han propuesto las siguientes medidas (en negrillas), acompañadas en algunos casos de un texto complementario (en cursiva), por lo que respecta al desarrollo sostenible de las zonas costeras y de los estuarios:

  1. Clasificación y cartografía de las zonas costeras y de estuarios en un Sistema de Información Geográfica (SIG), en que aparezca su uso múltiple actual.

  2. Levantamiento de un inventario de áreas especialmente sensibles o de hábitat críticos, que deben ser objeto de un reconocimiento especial en la legislación nacional.

  3. La conservación de marismas costeras y otras zonas de vegetación marinas, como hábitat críticos para muchas especies comerciales y no comerciales, y como medio de mantener la biodiversidad.

  4. Clasificación de los nuevos desarrollos propuestos y su examen para su aprobación sólo en el marco de un plan de Ordenación integrada de las zonas costeras (OIZC), con arreglo a una asignación de prioridades para la utilización o combinación de utilizaciones, con aportaciones locales que puedan demostrarse que coexisten sin efectos perjudiciales mutuos.

  5. El control formal del acceso a los recursos y medioambientes costeros, con mecanismos que van del cierre estacional y permanente de áreas a la explotación, a la cesión de derechos de uso específicos y bien delimitados a favor de particulares y comunidades ribereñas cuyo sostenimiento depende de la salud de sus recursos.

  6. Definición y establecimiento de los derechos y los deberes de los usuarios por lo que respecta a los recursos marinos vivos, ya sean para su captura o para fines recreativos, incluido el derecho a reparación legal en el caso de efectos desfavorables en esos recursos y medio ambientes causados por terceros, y, cuando proceda, un mecanismo para la cesión de esos derechos de usos entre usuarios de buena fe.

  7. Establecimiento de un marco de ordenación y de consulta para los usuarios de los recursos y medio ambiente costeros, dentro de un marco jurídico, con sujeción a directrices gubernamentales. Para los grandes países, podría convenir que dentro de esas directrices nacionales retornen expresamente esos derechos y obligaciones al ámbito regional y local, y con mecanismos para la solución de conflictos de intereses.

  8. Empleo controlado y rigurosamente restringido de las aguas litorales y de las desembocaduras de los ríos como puntos de vertimiento o evacuación de materiales indeseados. También habrán de documentarse las rutas por las que entran los efluentes transmitidos por el aire en el entorno marino costero. En los casos en que puedan reducirse esos efectos, habrán de introducirse los mecanismos correspondientes de tratamiento y eliminación. En la legislación deberá tenerse en cuenta el hecho de que algunos materiales situados en las aguas costeras (p. ej., arrecifes artificiales y otras estructuras) pueden mejorar la producción de pescado o desalentar la pesca de arrastre cerca de la costa en áreas vedadas.

  9. Se pide el reconocimiento gubernamental y la reparación de los efectos de las actividades humanas en los recursos y medio ambientes marinos fuera del marco marino inmediato, y se expresa la necesidad de corregir expresamente esos efectos, aumentando la cooperación e intercambio de información entre las entidades nacionales, gubernamentales y privadas, responsables de las pesquerías, la agricultura, los recursos hídricos, la silvicultura, el turismo, y con sectores como la planificación urbana de la costa, la industria, el transporte y otros usuarios de tierras y mares.

  10. Por lo que respecta a los recursos de estuarios, anádromos y catádromos, se requiere un reconocimiento expreso de las repercusiones de las prácticas de usos de tierras y aguas a través de cada cuenca de captación marina (CCM). Las modificaciones técnicas para regular el flujo del agua deben requerir una evaluación previa de sus efectos inducidos.

  11. Hay que prever la separación y, en la medida de lo posible, el tratamiento individual de los materiales orgánicos biodegradables y de nutrientes, y de los residuos no biodegradables y tóxicos, evacuados en los medios acuáticos y marinos. Debe prohibirse la evacuación de desechos tóxicos en el medio acuático directamente, o a través de la atmósfera. La evacuación de materiales biodegradables debe hacerse corresponder estrechamente con la capacidad de asimilación del medio ambiente receptor y con el respectivo plan de ordenación integrada de las zonas costeras.

  12. La reducción de la pérdida de nutrientes y de suelo superficial en los sistemas acuáticos exige la aprobación de medidas ribereñas a lo largo de los cursos de agua, evaluando el papel de las llanuras aluviales, previniendo la deforestación de los tramos superiores de las cuencas marinas y mediante la conservación de zonas pantanosas en los deltas. Estas pérdidas de nutrientes representan un alto costo para los ecosistemas terrestres, la agricultura y la silvicultura y habrá que afrontar expresamente esa necesidad cuando se estudie la utilización del agua por el hombre y las modificaciones en las vías de agua.

  13. El reconocimiento de que la fauna y flora normal de los estuarios o lagunas, el florecimiento de series de peces diádromos, y las marismas y vida silvestre de las costas, son los mejores indicadores de la sanidad del sistema acuático en su conjunto. La situación contraria lleva consigo problemas de salud humana, contaminación de las aguas, altos costos de rehabilitación ecológica, y pérdida de recursos vivos para la alimentación y las actividades recreativas.

2.2 Recursos costeros y de la plataforma continental y su medio ambiente

2.2.1 Explotación de los recursos de la plataforma continental

Aproximadamente el 86% de la producción acuática total del mundo de peces de escama e invertebrados, que la FAO estimaba en 98,3 millones de toneladas en 1990, provenía del mar, y un 95% de estas capturas marinas correspondían a las zonas económicas exclusivas (FAO, 1994c, 1995c, e). En las zonas tropicales, la mayor parte de las capturas marinas se hacen en la plataforma continental cercana al litoral (ICLARM, 1992). Se estima que la producción máxima obtenible por pesquerías de capturas de especies tradicionales es del orden de 100 millones de toneladas (FAO, 1993b; 1994b) pero según estudios recientes es evidente que sólo será posible sostener ese nivel de producción en el mejor de los casos con una ordenación apropiada para evitar graves consecuencias en los recursos convencionales y en su entorno biótico y ecosistemas costeros (Pauly y Christensen, 1995). Desde luego, el mantenimiento de un suministro alimentario marino a niveles recientes exige estrategias para un desarrollo sostenible de las pesquerías (p. ej., véase FAO, 1991d)

En líneas muy generales, los recursos marinos costeros pueden considerarse totalmente explotados o excesivamente aprovechados virtualmente en todas las partes, especialmente los que tienen un valor comercial elevado (camarones, bogavantes, cangrejos, grandes especies ícticas, etc.), y el principal mecanismo potencial para conseguir un desarrollo sostenible es a base de una ordenación mejorada de esos recursos, siendo el principal objetivo de ella el lograr una utilización sostenible al propio tiempo que se evitan los descensos de población. El “punto de referencia” clásico para una utilización sostenible era el de “rendimiento máximo sostenible” (RMS). Últimamente, el pretender un RMS como objetivo de ordenación se ha demostrado una estrategia de “alto riesgo” (p. ej., véase Larkin, 1977; Sissenwine, 1978), además de ser algo que supera los valores óptimos biológicos (Caddy y Mahon, 1995) y económicos (Clark, 1976) de seguridad.

2.2.1.1 Sistemas de afloramiento en las plataformas continentales

Vale la pena en especial señalar las amplias variaciones existentes en la abundancia de poblaciones ícticas en las zonas de afloramiento o corriente ascendente que contienen abundantísimos recursos pelágicos y contribuyen a unas capturas que van del tercio a la mitad de las mundiales (p. ej., véase Flores, 1989). La explotación excesiva de estas poblaciones con una gran variabilidad natural ha contribuido a colapsos de población, aunque, como se demuestra con la anchoa peruana (Flores, op. cit.) y las poblaciones de pequeños peces pelágicos de las zonas chilena, noroeste de Africa, Namibia y californiana (Kawasaki, 1983), estos recursos registran cambios amplios y muchas veces casi síncronos por lo que se refiere a su abundancia (Lluch Belder et al., 1992) (Fig. 7), en los que los cambios climáticos a largo plazo asociados con el fenómeno del ENOA (El Niño - Oscilación Austral) (Bakun, en prensa), parece desempeñar, más bien que la sobrepesca, el papel principal (Bakun, 1993). Por lo tanto, hay que prever un alto grado de variación natural en los planes de ordenación de los recursos pesqueros de esas zonas. El afloramiento va vinculado a regímenes eólicos locales que, a su vez, suelen estar relacionados con los cambios en gran escala de los sistemas acoplados atmósfera-océano. Los fenómenos globales dominantes a este respecto son los casos del ENOA (Bakun, 1992), la modalidad principal de cambios climáticos a breve plazo en todo el mundo (p. ej., véase Kiladis y Díaz, 1989), con escalas temporales interanuales e interdecenales importantes (Bakun y Parrish, 1980).

Figura 7

Figura 7. Tendencias de desembarques para tres pesquerías del Océano Pacífico bastante separadas de la Sardinops spp., que muestran un calendario aparente a través del proceso medioambiental para toda la cuenca, que se ilustran aquí junto con la anomalía de temperatura del Pacífico NOrte (tomada de Sharp y McLain, 1993 con datos de Kawasaki)

La distribución geográfica de grandes fuentes de nutrientes para las pesquerías costeras aparece en la Fig. 6, con el correspondiente cuadro de Caddy y Bakun (1994).

2.2.1.2 Áreas de la plataforma continental fertilizadas por el escurrimiento de tierras y/o la mezcla de las mareas

Las zonas de plataforma continental componen una gran proporción de los sistemas pesqueros productivos: el Mar del Norte, la Bahía de Bengala y el Mar Amarillo son buenos ejemplos (Caddy y Bakun, 1994). Estos sistemas poseen unas características predominantes que determinan la fuente principal de nutrientes y por tanto su productividad. Caddy y Bakun (1994) han distinguido dos fuentes típicas de nutrientes para las redes alimentarias de la plataforma además de los afloramientos: se trata de mezclas de mareas (características, entre otras, de las plataformas del Pacífico noroeste, de Patagonia y del Mar del Norte, Mann y Lazier, 1991); y el escurrimiento procedentes de la tierra (p. ej., Mar de la China Meridional, Golfo de México y Golfo de Guinea) (Figura 8).

Figura 8

Figura 8. Mapa compuesto en que aparecon zonas de fuentes nutrientes predominantes para la producción pesquera de costas (Caddy y Bakun, 1994)

Al igual que para los mares semicerrados, las zonas de las plataformas continentales merecen especial atención a la hora de formular planes de ordenación pesquera y trazar sistemas de vigilancia del medio ambiente. En las secciones 2.1.4 supra y 2.2.2. infra se analizan con algunos detalles los problemas concretos y los beneficios potenciales de estos planes de ordenación y vigilancia.

En las plataformas continentales aparecen con frecuencia características conocidas como “frentes de mares de la plataforma”, donde la mezcla sustancial de la columna de agua por las mareas arrastra nutrientes hacia la superficie desde aguas más profundas donde se vuelvan disponibles para apoyar la fotosíntesis. Estas zonas (p. ej., el Mar del Norte, el Pacífico Norte, la plataforma de la Patagonia) son característicamente zonas ricas en pesca (Caddy y Bakun, 1994).

2.2.1.3 Arrecifes coralinos

Los arrecifes coralinos se caracterizan por muchas especies especializadas, cada una con una preferencia alimentaria especial y/o modo de alimentación. Estas especies y hábitos han evolucionado durante largos períodos de tiempo geológico dentro de un medio ambiente muy estable y, aunque la producción biológica general de los arrecifes coralinos es sorprendentemente elevada para un medio ambiente pobre en nutrientes (Jones y Endean, 1973; ICLARM, 1992), una proporción importante de los nutrientes queda ligada a los componentes bióticos y sólo lentamente se reponen una vez que se han recogido los biotas (Jones y Endean, op. cit.). Lo cual contrasta con los ecosistemas menos complejos y “más recientes”, que son típicos de las zonas de afloramiento y de los mares continentales de latitudes norte, que se caracterizan por cantidades importantes de nutrientes libres durante ciertas temporadas, fluctuaciones amplias de abundancia y unidades dominadas por especies con un régimen de alimentación amplio y flexible, que son relativamente resistentes a la pesca intensiva (Ursin, 1982).

Las comunidades de arrecifes coralinos no han desarrollado la capacidad de reaccionar de forma flexible al estrés excepcional de una intensa explotación humana y unas aportaciones de nutrientes o sedimentos más que ligeras (Hughes, 1994; PNUMA/UICN, 1988; Johannes, 1975). Está demostrado que muchas de esas comunidades han quedado degradadas con carácter irreversible por las actividades humanas, modificadas sus comunidades pesqueras y sustituido el sustrato vital por sistemas mucho menos complejos basados en algas que crecen en las antiguas cabezas de corales muertos; los ecosistemas coralinos perturbados han sido atacados por depredadores como las estrellas de mar corona de espinas (PNUMA/UICN, op. cit.). Los problemas que supone el mantener y restablecer los arrecifes coralinos de producción tendrán que afrontarse a nivel comunitario, eliminado las influencias perjudiciales, y restableciendo en parte los derechos tradicionales de recolección (p. ej., véase Doulman, 1993; Flood, 1994) u otros medios de restringir el acceso a los arrecifes y sus recursos. Los sistemas de arrecifes coralinos son sumamente sensibles al cambio ambiental, y tal vez más que para la mayoría de los otros ecosistemas marinos (Grassle et al., 1990), su biodiversidad es perjudicada por la turbidez y los nutrientes.

Además de los problemas tan reales que tienen que afrontar los recursos de arrecifes tales como los efectos negativos de la pesca excesiva, métodos inadecuados y perjudiciales de pesca, extracción de materiales de los arrecifes, entarquinamiento y escurrimiento de nutrientes, más recientemente preocupa la “decoloración” de los arrecifes someros (PNUMA/UICN, op. cit.). Esto puede ser indicio de un empeoramiento de sus condiciones como destrucción de la capa de ozono con la consiguiente mayor exposición a la radiación ultravioleta. Son efectos que corren el riesgo de agravarse en el caso de cambios climáticos.

Hay zonas de arrecifes coralinos primitivos que tienen grandes posibilidades recreativas en situaciones de acceso controlado por parte de los pescadores comerciales (Tilmant, 1987; GBRMPA, 1992/93; Jones, 1994)), estas posibilidades aumentan de valor a medida que son más los arrecifes que se degradan en todo el mundo como resultado de su aprovechamiento poco apropiado. Tal vez sea necesario decidir entre usos de explotación y no explotación en determinadas zonas; en éstas, tal vez haya que reducir la explotación de los recursos a niveles bajos, dado que resta apreciación visual a la singular biodiversidad de esos hábitat (PNUMA/UICN, 1988): una nueva fuente de riqueza económica con el “ecoturismo”.

2.2.2 Influencia del medio ambiente en los recursos de la plataforma continental

Ya no es posible partir de la hipótesis de que la única forma en que el hombre puede influir en la situación de los recursos de la plataforma continental es aplicando mecanismos clásicos de regulación de la pesca, al estilo de imponer límites de tallas o cupos, veda estacional de las zonas pesqueras (García y Demetropoulos, 1986), o mediante el control del esfuerzo de pesca (Caddy, 1993b, 1993c). Las actividades humanas influyen en los recursos renovables de las plataformas continentales, de forma tanto directa como indirecta, bajo otros aspectos, lo que ha sido objeto de debate en varias conferencias de la FAO en estos últimos años (p. ej., véase FAO, 1991a).

En general, las aguas superficiales de los mares abiertos se caracterizan por una grave escasez de nutrientes, y la teoría de los nutrientes en el medio ambiente marino se interesa en decidir qué elementos químicos limitan el crecimiento del fitoplancton (Gerlach, 1988). En muchas zonas de los mares del mundo, masas de agua a lo largo de la costa “abierta” pueden mantener su identidad durante largos períodos de tiempo, de suerte que puede presumirse que sus recursos son especialmente susceptibles a los “efectos terrestres” sobre todo a los debidos al escurrimiento de materiales (Caddy y Bakun, 1994). En la Figura 1 aparece una clasificación de esos hábitat sobre la base de grandes afluencias de nutrientes a las aguas costeras. Algunos ejemplos en los mares de las zonas templadas son el este del Mar del Norte, el Mar de Behring, el Golfo de San Lorenzo y la plataforma de Escocia, el Mar del Japón y la plataforma de la Patagonia (Caddy y Bakun, op. cit.). En los trópicos, las zonas que reciben y retienen la escorrentía de grandes ríos son las que más probablemente quedarán afectadas, como la Bahía de Bengala, el Mar de la China Meridional y el Golfo de Guinea. Estas zonas marinas están afectadas intensamente por los nutrientes y las grandes cargas de sedimentos evacuados en los mares costeros. Es lo que sucede especialmente en los ríos asiáticos con sus largas historias de desarrollo de cuencas, pero también es un proceso en constante aumento en muchos estuarios a todo lo largo del mundo (Meade, 1981). Las masas de aguas costeras que reciben las aguas de grandes ríos en zonas de mar abierto merecerían tal vez, por lo que respecta a la vigilancia medioambiental la misma atención prioritaria que los mares semicerrados (p. ej., véase Drinkwater, 1986).

Ha habido un número creciente de usos humanos de las zonas de las plataformas continentales que han de conciliarse con un desarrollo sostenible de los recursos marinos. Hasta ahora se han señalado posibles conflictos entre estos dos objectivos generales en los sectores siguientes:

  1. se ha atribuido a los vertimientos de desechos químicos, fango de alcantarillado y cenizas volantes en las zonas de la plataforma continental, y a las situaciones anóxicas causadas por eutroficación, el aumento de la incidencia de enfermedades y de cánceres de piel de algunos peces de fondo del Mar del Norte (Dethlefsen, 1980);

  2. la extracción de arena y grava del lecho del mar afecta a muchas especies bentónicas y perjudica a los criaderos de algunos peces (CIEM, 1992a; Campbell, 1993), y puede tener efectos especialmente negativos en las playas; sin embargo, estos efectos son limitados en el tiempo y en el espacio y pueden reducirse con una buena planificación y prestando atención a los procedimientos operativos y a una buena distribución por zonas dentro de la OIZC;

  3. en el mar, las torres de extracción de petróleo y gas y sus oleoductos pueden provocar pérdidas de equipos de pesca en los arrastreros, pero también pueden actuar de refugios para los peces de fondo que son objeto de pesca intensiva (p. ej., véase Dugas et al., 1979; Reggio, 1987).

En general, estos efectos, con la posible excepción de los accidentes locales de derrames abundantes de petróleo, suelen preocupar menos, y repercuten menos en los sistemas marinos que otros efectos derivados de actividades humanas en la tierra. Como ya se ha indicado antes, los efectos más graves se registran en las aguas cercanas a la costa y en los mares semicerrados. Para cualquier evacuación de efluentes en el mar debe tenerse en cuenta las condiciones existentes en el punto de evacuación el régimen de corrientes y la zonación según utilización de las áreas afectadas. Los efectos negativos del desarrollo costero en el medio ambiente marino se extienden ahora a muchos países en desarrollo de las zonas tropicales (Linden, 1990).

Como cuestión de prioridad, hay que incorporar a los regímenes eficaces de ordenación las pesquerías y los recursos de las zonas costeras y hábitat acuáticos que todavía no están degradados. Para conseguir un desarrollo sostenible, la rehabilitación de los recursos es una forma más costosa que una intervención a tiempo. Los parques marinos de las costas o las zonas protegidas (p. ej., véase Dixon y Sherman, 1990) pueden contribuir a ingresos por el aprovechamiento no explotable de los recursos, así como para conservar componentes importantes de las poblaciones (p. ej., para el desove). En general, las mejoras económicas en la fijación de posiciones (tanto de las ubicaciones como de los buques de pesca), y en particular de los sistemas de navegación por satélite, prometen convertir las zonaciones y el cierre de áreas por temporada, en unos sistemas de ordenación mucho más eficaces que lo que antes ocurría, incluso en aguas costeras.

2.2.3 Medidas de potenciación de los recursos

La aplicación de una alta tecnología para incrementar la productividad marina de los sistemas de la plataforma continental y de los mares abiertos está todavía en fase de planificación y harán falta grandes inversiones, que actualmente se están empleando con prodigalidad en mantener la capacidad de flota excesiva. Por lo que respecta a la acuicultura costera, las medidas de refuerzo de la explotación de recursos dependen también de una asignación más concreta de los derechos de usuarios, lo que constituye probablemente también el marco para la visión futurista de las “comunidades costeras” o “ciudades flotantes”, que se hallan ya en fase de diseño (Simard, 1986). Tal vez no sea coincidencia el hecho de que los principales avances en este sentido se están dando en Japón, donde ya lleva largo tiempo establecido un sistema bien elaborado de derechos de usuarios (Simard, 1986; Ruddle, 1987).

Sin embargo, diríase que vale la pena mencionar tres áreas principales de aplicación de tecnología con posibilidades de lograr resultados a principios del próximo siglo:

  1. Como fuente potencial de energía no contaminante (OTEC (conversión de la energía térmica de los mares)) se ha propuesto el afloramiento inducido de aguas de fondos fríos y ricos en nutrientes hacia aguas superficiales calientes pobres en nutrientes, lo que aumentaría de paso la productividad en torno, por ejemplo, de islas de aguas profundas; ese afloramiento inducido podría también ir asociado con la producción alimentaria de especies silvestres o cultivadas.

  2. Los arrecifes artificiales, cuando se instalaban a escala bastante grande (del orden de decenas a centenas de hectáreas) aumentarían la productividad de especies bénticas y demersales valiosas y serviría de eje para el desarrollo de las comunidades ribereñas en el marco de los derechos de uso exclusivo (p. ej., véase Christie, 1982; D'Itri, 1985; CPIP, 1991). En Japón se pueden encontrar experiencias de este tipo de aplicación (Simard, op. cit.).

  3. Una posibilidad que merece ulterior investigación es la aplicación de una alta tecnología para apoyar la transferencia de la tecnología acuícola a zonas de altura donde pueda mantenerse una productividad natural o reforzada de forma artificial.

2.2.4 Ordenación de las pesquerías costeras y de la plataforma continental

En muchas partes del mundo funcionan sistemas tradicionales de ordenación (p. ej., véase CPIP, 1994). En esas situaciones, los gremios de pescadores o las comunidades pesqueras muy cerradas han restringido el acceso de los extraños a los recursos marinos locales (p. ej., véase Berkes, 1985; Berkes et al., 1993; Flood, 1994). En esos sistemas las oportunidades pesqueras están compartidas por los participantes y se ha conseguido a menudo un cierto grado de conservación de los recursos.

La creación de flotas de gran radio de acción en los años sesenta y setenta y las grandes innovaciones técnicas habidas en equipos, buques y manipulación y almacenamiento de las capturas, ha ido seguida estrechamente por la aplicación de métodos de captura también eficaces en las pesquerías costeras de muchas zonas. Ambas tendencias han trastocado normalmente las pautas tradicionales de empleo de los recursos y hubiesen ejercido una mayor presión sobre éstos de no haberse introducido sistemas modernos de ordenación como marco para un acceso limitado a los recursos marinos vivos. La insistencia en el desarrollo de la pesca industrial durante los últimos cuarenta años ha infravalorado tal vez la importancia, la eficacia-costo y la importancia socioeconómica de la ordenación de las pequeñas flotas teniendo en cuenta su importancia en la producción alimentaria (Pollnac y Morrissey, 1982; Panaystou, 1982).

En realidad, la mayoría de las pesquerías de las plataformas continentales de todo el mundo siguen funcionando en condiciones de acceso libre, lo que supone que se están aprovechando en condiciones de elevada explotación y de bajo rendimiento de las inversiones (Banco Mundial, 1992; FAO, 1992e). Es discutible la eficacia de las actuales estrategias para lograr un desarrollo sostenible de los recursos costeros y de la plataforma continental en el ámbito de un acceso libre y han de ensayarse métodos nuevos y, de ser necesario, experimentales y evaluarlos luego. Al propio tiempo, las altas presiones existentes en las zonas costeras tropicales y los altos niveles consiguientes de explotación (p. ej., véase Pauly, 1979b) llevan a utilizar la actividad pesquera como “empleo de último recurso” para personas económicamente desfavorecidas, que están desplazadas de sus comunidades agrícolas, industriales o urbanas. Esto convierte en asunto políticamente delicado el indispensable control del acceso a las mismas.

Incluso en el mundo desarrollado, la ordenación de las pesquerías ha tropezado con dificultades, que pueden también remontarse a una falta de actuación a la hora de restringir el acceso a los recursos naturales con un potencial limitado de autorreproducción. Los sistemas de regulación del esfuerzo pesquero de forma indirecta mediante la aplicación de contingentes de Capturas Totales Permisibles (CTP) ha estado tropezando con dificultades cada vez mayores por toda una serie de motivos (Beddington y May, 1977; Sissenwine, 1978; FAO, 1993b, 1994b, 1995e), consistiendo el más importante de ellos en la dificultad de reducir el acceso a un número razonable de participantes siempre que haya establecidos derechos históricos de acceso. Algunas de estas dificultades se agravan por una interpretación excesivamente optimista de los datos sobre capturas e investigación respecto de la situación de las poblaciones, por una notificación errónea de capturas, y por la imposibilidad de pronosticar los niveles auténticos de abundancia. En el caso de unos descensos de poblaciones no observados, las CTP fijos dan lugar a una pesca excesiva en un cupo que, en números constantes de nuevos reclutas que se agregan cada año, corresponderían a volúmenes de pesca moderados. La aplicación de la noción de rendimiento máximo sostenible (véase sección 4.1) en situaciones de gran incerteza sobre la abundancia de las poblaciones y las interacciones entre flotas y poblaciones, puede contribuir también a una sobrepesca accidental y a la inestabilidad de recursos (García et al., 1986; FAO, 1992e).

Por cuanto no hay una solución simple a estas dificultades, condiciones previas indispensables para poder llegar a una ordenación factible son el control estricto del número de licencias de pesca y la capacidad de pesca de los distintos buques (p. ej., véase Robson, 1966). La eliminación del acceso libre a todas las pesquerías, tanto nacionales como internacionales, el pago de derechos de usuario, el establecimiento de niveles máximos admisibles de esfuerzo, los planes de distribución y los sistemas de transmisión de esos derechos entre particulares, pueden también contribuir, como es de esperar, a la sostenibilidad de las pesquerías (Gordon, 1954; Hardin, 1968; Berkes, 1985). De lo contrario, habrá que procurar planes costosos de redistribución de empleo para los pescadores en otros sectores de la economía costera, en particular en la acuicultura.

Aparte de las presiones para el empleo en pesquerías de la plataforma marina, que durante largo tiempo se ha tenido por un sector marginal y sin control de la economía nacional, el hecho de que los desembarques reales hayan alcanzado un determinado nivel y que hayan descendido incluso en muchos casos a causa de una mala ordenación, significa que un nivel constante de suministro con una demanda en constante crecimiento surte el efecto de aumentar los precios reales del pescado (FAO, 1992e). Eso genera entonces una presión al aumento de los índices de pesca de esos recursos, lo que a su vez da lugar forzosamente a un descenso de los desembarques.

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Anexo IV), al estipular los derechos y las obligaciones de los Estados ribereños para ampliar su jurisdicción sobre las pesquerías, ha eliminado la condición de acceso libre y abierto en que las flotas de gran radio de acción actuaban antes en la mayoría de las plataformas continentales dentro de las 200 millas de la costa. Luego, muchos Estados ribereños internalizaron el problema del control del esfuerzo pesquero, permitiendo un aumento de éste en las situaciones de acceso libre y abierto que predominaban en la jurisdicciones marítimas nacionales (p. ej., véase FAO, 1993b). Ocurría eso porque no se habían asignado derechos específicos al sector pesquero nacional y, en muchos casos, a causa de una utilización excesiva de planes impropios de subvenciones, ello dio lugar a un esfuerzo pesquero en exceso y a un ulterior empeoramiento de la base nacional de recursos. Constituyen casos especiales los recursos muy migratorios y las poblaciones transzonales que se hallan a caballo de los límites de las ZEE de 200 millas de las aguas internacionales. En este caso, el acceso está realmente poco controlado más allá de esas 200 millas y las perspectivas de una ordenación conjunta de la población son aún más problemáticas, dado que una población unitaria ha de ordenarse de forma coordinada en base a la información disponible sobre capturas en todo su radio. Estos últimos problemas constituyen algunas de las materias que están siendo estudiadas por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Poblaciones de Especies Transzonales y de Poblaciones Altamente Migratorias (FAO, 1994) y para el desarrollo del Código de Conducta de la FAO para la Pesca Responsable.

Entre otros posibles mecanismos para controlar el esfuerzo pesquero figuran la aplicación de derechos de pesca y la cesión de derechos territoriales a los pescadores. Los primeros pudieran servir para compensar los efectos del aumento de los precios reales y desalentarían la pesca en situaciones de baja abundancia de poblaciones. La deducción de parte de las rentas derivadas de la pesca ofrecerían de paso el marco presupuestario necesario para financiar medidas de conservación, investigación y ordenación pesqueras que son indispensables si se quiere que los índices de aprovechamiento se reduzcan a niveles sostenibles. La otra alternativa aludida es la de los derechos geográficos específicos a áreas dentro de la ZEE, denominadas DTUP (derechos territoriales de uso de los pescadores) (Christy, 1982; Smith y Panayotou, 1984).

Los Estados ribereños en desarrollo han notado las ventajas que derivan inmediatamente de la explotación de sus recursos marinos por lo que se refiere a alimentos o divisas al adquirir una tecnología pesquera extranjera y los conocimientos para utilizarla a través de distintos mecanismos indirectos, cada uno de los cuales tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre estos mecanismos figuran las licencias de barcos de pesca para determinados recursos, zonas y niveles de extracción y, cuando el objetivo final es la creación de una pesquería nacional, a través de empresas conjuntas, con la plena participación de personal nacional en todos los niveles de la pesquería. Estos mecanismos, aunque no excluyen la posibilidad de desarrollar una pesquería nacional en una fecha posterior, permiten que algunos recursos y rentas de recursos se extraigan a nivel nacional, al propio tiempo que se recoge información sobre el recurso. Todas las estrategias desarrollistas encierran grandes riesgos cuando se carece de datos suficientes; hay que dar prioridad al análisis de la dinámica de población y hay que contribuir a evitar el exceso de inversiones extranjeras mal aconsejadas en flotas e instalaciones, y a ofrecer la posibilidad de ingresos mediante la utilización de los servicios con base en tierra.

Es indispensable procurar que los niveles de explotación de las pesquerías de la plataforma continental no superen a los que darían lugar a cambios radicales en los ecosistemas marinos y llevarían, por lo tanto, a una reducción de las posibles opciones de que dispondrían las futuras generaciones de usuarios de los recursos marinos (es decir, destruir la justicia social entre generaciones). Por consiguiente, el control del esfuerzo pesquero general surge como prioridad principal en la ordenación de las pesquerías (p. ej. véase FAO, 1984b). La intensidad de la explotación directa e incidental de recursos y ecosistemas, y los efectos indirectos de otras actividades humanas en el bienestar de los recursos marinos, no deberían rebasar niveles que comprometerían la consecución de un rendimiento sostenible. La evaluación de los efectos de la explotación requiere un constante seguimiento de los recursos y de su medio ambiente. A través de un marco legislativo adecuado, el nivel de explotación debe responder a las variaciones en la abundancia de recursos y al cambio medioambiental, siendo ése el contexto que ha dado pie al Código de Conducta para una Pesca Responsable, que está elaborando actualmente la FAO (1994d, 1995a).

El desarrollar modelos adecuados para la pesquería y su ecosistema es un paso importante para definir una “situación” conveniente de la pesquería, independientemente de que ésta se defina en función de la tasa de mortalidad pesquera, la biomasa o la captura admisible. La calidad de los datos necesarios para definir la situación adecuada de la pesca y los objetivos a largo plazo de ordenación constituye la primera fase al respecto como punto de referencia técnica sobre la base de un modelo de población pesquera (FAO, 1993h; Caddy y Mahon, 1995) (Fig. 9). La segunda fase consiste en determinar la posición de la pesquería en relación con el punto de referencia elegido. La experiencia demuestra que nuestra exactitud en la “ubicación” de la pesquería en relación con un determinado modelo de ordenación es raras veces superior a ± 20–30%, de suerte que para evitar una pesca excesiva es menester practicar un criterio precautorio (García, 1994a, b).

En la mayoría de los mares ribereños y de la plataforma continental, especialmente en las zonas tropicales y subtropicales, los recursos pesqueros son multiespecíficos y en la actividad pesquera se emplean aparejos múltiples (p. ej. véase FAO, 1978; Pauly y Murphy, 1982; Smith et al., 1983; Christen y Pauly, 1993). Al propio tiempo, la abundancia de las escasas especies de interés principal puede variar mucho, tanto estacional como interanualmente, haciendo que la actividad pesquera resulte una empresa económicamente arriesgada. Este riesgo puede reducirse, así como aligerarse la presión pesquera sobre especies clave en el sistema de multi–especies, controlando primero el número de participantes y su presión sobre las poblaciones, pero también modificando los artes de pesca según la temporada. Esta estrategia, en una situación de muchas especies, y de múltiples aparejos puede denominarse “pesca sucesional” (Nagasaki y Chikuni, 1989). Los aparejos multiespecíficos como arrastres y algunas trampas de peces capturan una serie de especies y platean un problema concreto de ordenación por cuanto con una gran presión pesquera los depredadores principales de lento crecimiento pueden quedar reducidos a escasa abundancia. Será necesario tener en cuenta vínculos tróficos y demás historia vital para ordenar pesquerías separadas en función de especies vinculadas tróficamente (Brander y Bennett, 1989, para un ejemplo sencillo del problema). Una garantía contra la explotación excesiva y otros efectos desfavorables es la realización periódica de estudios sobre recursos.

Figura 9

Figura 9. Algunas series relativas de tasas de mortalidad pesquera correspondientes a distintos objectivos de empledo de los recursos marinos en el marco de un modelo de rendimiento excedentario (según Caddy y Mahon, 1995)

Los gobiernos han de tener plena conciencia de las consecuencias económicas y sociales que lleva consigo una mala ordenación o la falta de ordenación de las pesquerías. Si se tienen en cuenta los niveles de deuda actuales del Tercer Mundo y la reestructuración económica, sigue siendo indispensable la intervención gubernamental en la ordenanción pesquera, especialmente en los países en desarrollo. Una buena aplicación de medidas de ordenación supone un cierto traspaso de responsabilidades a favor de la administración local o regional.

2.2.4.1 Problemas especiales de los recursos transzonales y compartidos

En virtud de la Convención de las Naciones Unidas de 1982 sobre el Derecho del Mar, la jurisdicción sobre los recursos de la plataforma continental recae en los Estados ribereños, salvo para áreas limitadas de la plataforma más allá de las 200 millas (véase sección 7.1). Sin embargo, muchos recursos, especialmente por lo que se refiere a regiones donde se han trazado muchas ZEE pequeñas, como en el Mar del Caribe, son explotados por dos o más Estados (llamadas por eso “poblaciones compartidas”). Son poblaciones que están a caballo o migran a través de límites entre las ZEE y la alta mar (denominadas “poblaciones transzonales y poblaciones muy migratorias”). En virtud de la Convención citada, los Estados han de cooperar para asegurar una ordenación sostenible de los recursos marinos compartidos, servirse de una comisión pesquera ya existente o crear con ese fin un órgano parecido. Ya existe un gran número de estos órganos (véase sección 7.5). Estas comisiones deben, entre otras cosas, coordinar la ordenación nacional, fijar límites generales para las extracciones de pescado, aplicar cupos decididos por acuerdo entre los Estados y coordinar la vigilancia para conseguir que se respeten esas normas. Hasta la fecha, existen varios recursos compartidos por los cuales todavía no se ha aplicado un mecanismo formal de este tipo. El consiguiente conflicto de objetivos o la falta de coordinación entre las autoridades gestoras responsables de la explotación de un recurso pesquero compartido ha sido una de las causas principales de los descensos registrados en las poblaciones transfronterizas de las áreas de las plataformas continentales (FAO, 1994c). En Hayashi, 1993, se debatió el marco jurídico para la ordenación de los recursos transfronterizos en la Convención de 1982, y Gulland (1980) y Caddy (1982) analizan algunos de los problemas prácticos que entraña la ordenación de ese tipo de recursos.

En el caso de países adyacentes que pescan una población común, los acuerdos sobre acceso recíproco, así como sobre la vigilancia, estadísticas, encuestas y evaluación, pueden reducir los costos de una pesquería ordenada a favor de ambas partes. Los Estados han de cooperar para armonizar sus regímenes de ordenación y, en la medida de lo posible, sus respectivas legislaciones nacionales de investigación pesquera a este respecto.

Las autoridades de ordenación pesquera tropiezan con graves problemas para ordenar las operaciones de las modernas flotas de pesca, que pueden capturar una considerable proporción de una población en breve tiempo y que son sumamente móviles e independientes en sus operaciones. Una ordenación en “tiempo real”, no sólo para una población dentro de una única ZEE sino especialmente para una población compartida (según se define arriba) exige la integración de muchos elementos diversos, como inspección de capturas y barcos en puerto y en el mar, y la transmisión por radio de datos diarios sobre pesca (p. ej., capturas, esfuerzo pesquero, área de pesca) por los barcos que intervienen. Le falta un sistema informatizado de datos de suerte que pueda cerrarse la pesquería cuando se haya conseguido un determinado objetivo de ordenación pesquera (p. ej., la captura total permisible (CTP) o la tasa mínima de captura).

Un sistema de ordenación de alta mar así proyectado se compondría de varios elementos: un sistema de licencias de barcos y una base de datos de sus operaciones; unos derechos realistas de pesca según recursos y categorías de barcos que reflejen los precios corrientes del mercado; una actualización periódica de los resultados de los reconocimientos periódicos de los barcos de investigación para establecer la abundancia del recurso; la existencia de un equipo de expertos en recursos para estimar la distribución de oportunidades de pesca y asesorar al respecto; y mecanismos de consulta entre todas las partes interesadas. Entre las opciones modernas está la vigilancia aérea, que supone el marcado normalizado de barcos y de aparejos de pesca, e indicativos de llamada uniformes para los barcos que participan en la pesquería. En el Acuerdo de la FAO sobre cumplimiento (FAO, 1994e) se abordan varios de estos aspectos; en el Acuerdo se estimula, mediante varias consideraciones técnicas, a que los barcos de pesca cumplan en alta mar las medidas de conservación vigentes. Los derechos de licencias de barcos, las sanciones y demás ingresos recaudados deberían utilizarse, a ser posible, para sufragar el costo de las operaciones mencionadas antes de que se devuelva cualquier superávit al tesoro nacional.

2.2.5 Medidas propuestas

Las medidas propuestas (en negrillas, con el texto complementario en cursiva) parecen opciones convenientes en lo que toca al desarrollo sostenible de los recursos ribereños y de la plataforma continental:

  1. Obtención de un renta realista por los usuarios del medio ambiente marino y de sus recursos, con las sanciones pertinentes por abuso y la eliminación, en lo posible, de subsidios que fomenten una capitalización excesiva. (En la práctica, la única forma de poder conservar el medio ambiente y de obtener una renta es reduciendo el acceso de los usuarios del mismo y de los recursos a niveles que puedan sostenerse sin repercutir en la productividad a largo plazo del sistema, y que puedan generar una renta de los recursos para sufragar los gastos en investigación y vigilancia. Estas medidas comprenden la expedición de licencias limitadas de pesca y el evitar incentivos financieros. Los derechos exclusivos de uso sobre zonas de la plataforma y el establecimiento de zonas pesqueras cerradas y/o temporadas (inclusive parques o reservas marinas) pueden constituir otros mecanismos aplicables de ordenación.

  2. La recaudación de derechos de licencia por el aprovechamiento de los recursos, y unas sanciones realistas de las infracciones, como la pesca ilegal o la contaminación, que afectan a la sostenibilidad del recurso. Estas tarifas deben corresponderse con el valor del recurso y ser recaudadas por una autoridad gestora del recurso designada con facultades de control forzoso. Lo ideal sería que una parte de la renta se utilizase para la ordenación sostenible del recurso antes de que pase el superávit a las correspondientes tesorerías nacionales. También hay que pensar en la utilización de algunos de los ingresos nacionales derivados de la actividad pesquera para sufragar las medidas de seguimiento y control y, a ser posible, apoyar a los órganos regionales de ordenación de la pesca y las medidas correspondientes de investigación y conservación.

  3. El establecimiento de un código de conducta para la pesca responsable por el que se rija la formulación de un plan de ordenación, con consultas periódicas entre la industria y el gobierno, constituye una condición previa indispensable para una buena ordenación pesquera. Dentro de las disposiciones de un código sobre pesca responsable entran, entre otras cosas, la modificación de las prácticas de capturas (estaciones, zonas, métodos, aparejos), para evitar el despilfarro (descartes de pescado) y reducir la captura de especies no pretendidas, reglamentadas, protegidas o expuestas a peligro, y en general para reducir los efectos de la pesca en determinadas especies y en el medio ambiente.

  4. Para que la ordenación pueda ser una realidad hace falta dotar de apoyo financiero realista a las comisiones de pesca y a otros órganos que se ocupan de la ordenación de las poblaciones transfronterizas, transzonales y migratorias. El éxito de la ordenación de las poblaciones de alta mar y transfronterizas exigirá también la verificación de la ubicación de las actividades de pesca por procedimientos de seguimiento o telemetría independientes.

  5. El establecimiento de unos objetivos explícitos de ordenación en función de unos puntos convenidos de referencia derivados de modelos de población aceptados, el lugar que ocupa la situación actual de la pesquería en relación con ellos, al propio tiempo que se adopta un enfoque precautorio, son elementos esenciales si se tienen presentes nuestros conocimientos poco seguros sobre el estado de la pesquería.

  6. Fomento de estudios encaminados a mejorar los artes de pesca, su selectividad y a comprender la reacción de los peces, mamíferos y reptiles marinos a los artes de pesca y otros obstáculos obra del hombre, y la prohibición de desechar materiales de enredo estorban como las redes de pesca y telas de plástico en el mar son elementos necesarios para reducir la incidencia de una pesca “fantasma”.

  7. Es esencial desarrollar planes contra imprevistos para abordar posibles calamidades ecológicas naturales y provocadas por el hombre y elaborar mecanismos para resolver conflictos de intereses entre usuarios de los recursos marinos y del medio ambiente.

  8. Se recomienda fomentar las inversiones en infraestructura para mejorar una capacidad de producción de alimentos ecológicamente sostenible como las instalaciones acuícolas por zonas en niveles adecuados de densidad, y los arrecifes artificiales. Para ese fomento hará falta un reconocimiento expreso de los derechos de los usuarios sobre los recursos de la plataforma continental, y la integración del turismo y de la recreación costeros. Estas medidas pueden deparar contribuciones económicamente importantes a las comunidades ribereñas y al sector pesquero, pues un buen funcionamiento de la pesca deportiva y de las empresas del turismo subacuático requieren una mayor abundancia de peces y especímenes grandes.

  9. Hay que establecer medidas para proteger la biodiversidad, además de medidas específicas para controlar las pesquerías. Por ejemplo, la recolección incontrolada de moluscos o crustáceos y curiosidades y la pesca indiscriminada con arpón tendrán que desalentarse para mantener la diversidad biológica y la integridad de los ecosistemas de zonas de susceptibilidad ecológica. Habrá que pensar en incorporar a los parques marinos grandes proporciones de hábitat críticos importantes para la pesca, como los criaderos cercanos a las costas, los hábitat críticos o áreas especialmente sensibles por otros motivos.

  10. Para una rigurosa vigilancia de la evacuación de desechos orgánicos y nutrientes en el entorno somero de la plataforma continental habrá que tener en cuenta la zonación de áreas de OIZC u otros planes similares, y no rebasar la capacidad de asimilación del medio ambiente receptor.


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