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Prólogo

El agua y la seguridad alimentaria están estrechamente relacionadas. Aproximadamente 800 millones de personas en el mundo todavía pasan hambre y la mayoría de ellos viven en regiones deficitarias de agua. Cuando en 1994 la FAO iniciósu Programa Especial para la Seguridad Alimentaria, era consciente que frecuentemente la falta de acceso al agua era un factor limitativo muy importante para aumentar la producción de alimentos.

En el futuro, una cuestión clave será si en las próximas décadas la escasez de agua será un serio impedimento para la producción de alimentos. Mucha gente piensa que conoce la respuesta: argumentan que la reserva mundial de agua renovable es constante y por tanto no puede ser incrementada; consecuentemente, los recursos hídricos per cápita disminuyen a medida que aumentan la población y las necesidades; además, una gran parte del agua del mundo es malgastada sin control en regadíos ineficaces, muchos con extracciones insostenibles de aguas subterráneas.

Las publicaciones optimistas sobre el futuro de los recursos hídricos mundiales son tan escasas como las tormentas del desierto. Esta publicación, no va a ser una tormenta en el desierto, sino una lluvia fina, que desde el punto de vista agrícola siempre es preferible. Su mensaje clave es: en los países en desarrollo durante los próximos 30 años podríamos aumentar el área efectivamente regada en un 34 por ciento y necesitaríamos solamente un 14 por ciento más de agua para lograrlo.

¿Cómo puede ser esto posible?

Hay dos explicaciones. La primera es que en algunos países en desarrollo el cambio de dieta de la población está contribuyendo a mejorar la eficiencia del regadío. Por ejemplo, el arroz es un cultivo que consume mucha agua, aproximadamente el doble que el trigo. Cuando la gente coma más trigo y menos arroz se necesitará menos agua de riego. El efecto de esta tendencia será pequeño pero notorio antes de 2030.

La segunda explicación, que es más importante, es nuestra convicción que en los próximos treinta años la eficiencia de riego puede incrementarse de un promedio del 38 por ciento a alrededor del 42 por ciento. Un estudio de la FAO realizado en 93 países en desarrollo muestra que en 1998 la extracción de agua para la agricultura fue aproximadamente
2 128 km3. Si la eficiencia de riego puede aumentarse hasta un 42 por ciento - y creemos que es factible con un esfuerzo conjunto y aplicando la tecnología actualmente disponible - calculamos que en 2030 será necesario utilizar solamente 2 420 km3 de agua para regar una superficie neta cultivada algo más de un tercio superior a la actual.

Aunque esta conclusión es optimista, no debemos olvidar que el agua escasea ya en muchos países, y que otros muchos también padecen localmente graves sequías. En los años venideros estos países y estas regiones necesitarán una atención especial y aumentar sus eficiencias de riego en mucho más del 4 por ciento.

Una de nuestras prioridades principales debe ser aumentar la eficiencia del riego, produciendo más por cada m3 de agua empleado. La FAO intenta hacer todo lo posible para ayudar a los países en este sentido, lo cual comportará un aumento de la seguridad de los recursos hídricos y una mejora de la seguridad alimentaria.

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