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Escenario para el desarrollo de la agricultura orgánica no certificada


Desigualdades agrícolas y pobreza de los pequeños agricultores

La población agrícola global de 3 mil millones de habitantes ocupa de manera activa a 1,3 mil millones de personas, casi la mitad de la población mundial activa. Dos tercios de los agricultores del mundo utilizan insumos de la Revolución verde, por ejemplo variedades de cultivos y razas de animales mejoradas, alimentos concentrados y fertilizantes y plaguicidas sintéticos. El sector de pequeños agricultores, largamente desatendido por los avances tecnológicos, incluye unos 450 millones de personas en actividad y representa un total de 1 250 millones de habitantes que tratan de sobrevivir de la agricultura (en especial en África intertropical, los Andes y Asia central).

La mayoría de estos pequeños productores están privados de tierras, que son propiedad de grandes patrimonios; cultivan micropropiedades (de escasos cientos de metros cuadrados) que les son entregadas y mucho más pequeñas que la superficie requerida para cubrir las necesidades alimenticias de una familia, o recurren al trabajo casual en las grandes fincas por salarios que no superan los 2 dólares diarios. La situación es por lo tanto de extrema pobreza e inseguridad alimenticia crónica para los centenares de millones de agricultores que no poseen tierras (por ejemplo, los agricultores de cereales en los Andes, los Himalayas o Sudán)[203].

El aumento de la productividad a partir de la Revolución verde benefició a los países desarrollados y a las regiones propicias de los países en desarrollo, pero esto provocó una caída abrupta en los precios agrícolas reales (por ejemplo, en menos de 50 años, el precio real del trigo en los Estados Unidos bajó casi dos tercios) y en algunos casos produjo excedentes significativos que se destinaron a la exportación. El comercio internacional, los excedentes de bajo costo y la caída de los precios agrícolas y de los productos básicos tropicales de exportación contribuyen a la pobreza de los productores y vendedores de las mercancías agrícolas.

El sector de pequeños agricultores, largamente desatendido por los avances tecnológicos, incluye unos 450 millones de personas en actividad y representa un total de 1 250 millones de habitantes que tratan de sobrevivir de la agricultura.

Además, los mercados agrícolas internacionales, si bien son importantes en términos absolutos, representan una proporción pequeña de la producción y el consumo mundial (por ejemplo, sólo un 6 por ciento al año 2000). Sólo los productores y exportadores que cuentan con ventajas comparativas específicas pueden acceder a los mercados internacionales de productos agrícolas básicos (es decir, los exportadores de los grandes establecimientos rurales de América Latina, Sudáfrica y Zimbabwe que poseen grandes extensiones de tierra de poco valor y mano de obra barata; y los agricultores subsidiados de los Estados Unidos y la Unión Europea).

Los países en desarrollo, que tradicionalmente han obtenido un superávit neto en el comercio agrícola, tienen en la actualidad un saldo negativo (en términos de valores, pasaron de tener un saldo comercial positivo de 17,5 mil millones de $EE.UU. en el año 1977 a un déficit de 6 mil millones $EE.UU. en el año 1996). Esta caída drástica, que podría aumentar en las décadas futuras (para el año 2030, podría cuadriplicarse el déficit comercial de los países menos desarrollados), refleja un crecimiento de las importaciones en varios países en desarrollo y los efectos de las políticas proteccionistas en los principales países industrializados[204].

Las empresas agrícolas y alimentarias multinacionales operan en muchos países y cubren toda la cadena alimentaria, desde la producción y comercialización de semillas e insumos, pasando por la compra de cultivos y animales, hasta el procesamiento y distribución de los alimentos. Estas grandes corporaciones pueden ejercer un poder monopólico de compra o de venta, y de esa manera presionar a los agricultores con contratos de producción o de copropiedad en el manejo de la tierra y los animales. Este sistema obliga a los agricultores a comprar los insumos de la empresa y a vender sus productos sólo a esa empresa. En esas condiciones, los agricultores pierden su capacidad empresarial mientras que los salarios y las exigencias en las normas del medio ambiente disminuyen.

Contribución del sector de pequeños agricultores al suministro de alimentos

Millones de pequeños agricultores de escasos recursos, que operan fuera del mercado agrícola mundial, contribuyen en gran medida al abastecimiento de alimentos regional y local de alimentos.

Figura 1: Índice de precios de productos básicos

Recuadro 1: Desde las Escuelas de campo para agricultores hasta el Manejo Integrado de Plagas Comunitario

El Manejo Integrado de Plagas se desarrolló como consecuencia de los múltiples problemas que surgieron a partir de la Revolución verde. Los programas para el desarrollo agrícola se basaban en sistemas muy centralizados diseñados para proveerle a los pequeños agricultores paquetes de insumos e información. Estos sistemas centralizados no pudieron tener en cuenta la realidad de la gran diversidad agroecológica en los países, regiones e incluso en los pueblos y aldeas. La recomendación de usar insecticidas de amplio espectro subsidiados provocó brotes masivos de insectos ya que esto desestabiliza las poblaciones de enemigos naturales. Además, la situación se vio agravada por la imposición de paquetes de nutrientes impuestos desde arriba y diseñados de manera centralizada, que se deben ajustar a las condiciones específicas de los suelos, pero que no fueron acompañados por la enseñanza de los conocimientos necesarios para hacer esos ajustes.

Estos problemas, junto con un estancamiento en los rendimientos del arroz, exigieron replantear los enfoques de protección de los cultivos. Esto llevó al desarrollo de una visión más holística de lo que constituye un agroecosistema y de la manera en que las intervenciones del hombre podrían mejorar o deteriorar un ecosistema dado. Uno de los resultados fue el Manejo Integrado de Plagas (MIP).

El MIP para la producción de arroz se basa en tres procesos claves:

la energía se almacena como materia orgánica del suelo y se incorpora al sistema a través de los microorganismos y los insectos consumidores de detritos;

el plancton acuático aporta alimentos para los insectos;

las larvas y los animales que se alimentan de plancton y detritos son una abundante fuente de alimento alternativo para los predadores desde el inicio de la temporada hasta después de la cosecha.

La existencia de abundantes presas alternativas «independiza» a las poblaciones depredadoras de las poblaciones de plagas. Esto le da a los predadores la oportunidad de aventajar a las poblaciones normales de plagas y como resultado, aumenta la mortalidad de las plagas debido a la depredación. Este proceso minimiza la probabilidad de que las plagas puedan «escapar» al control de los enemigos naturales y alcanzar niveles de estallido.

El MIP se introdujo por medio de las Escuelas de campo para agricultores (ECA). Entre el año 1990 (con la introducción de ECA en Indonesia) y 1999, más de dos millones de agricultores de arroz en Asia y el sudeste asiático participaron en las Escuelas de campo para agricultores. La Escuela de campo para agricultores se convirtió en un enfoque modelo para la educación de los agricultores en Asia y muchos lugares de África y América Latina, y se la utiliza con una variedad de cultivos que incluye algodón, te, café, pimienta, verduras, granos pequeños y legumbres.

Los agricultores que participaron en las Escuelas de campo redujeron el uso de plaguicidas, mejoraron el uso de insumos tales como el agua y los fertilizantes, obtuvieron mejores rendimientos y lograron mayores ingresos. Gradualmente fueron incluyendo otros cultivos y una variedad de actividades relacionadas con sus agroecosistemas. Los ex alumnos de MIP se encuentran a la vanguardia de los sistemas agrícolas sostenibles en sus pueblos y promueven la seguridad de los alimentos para sí mismos, sus hijos y las generaciones venideras.

Muchos de los agricultores se capacitaron como instructores agrícolas MIP. CARE Bangladesh realizó una evaluación de sus instructores agrícolas MIP y descubrió que el «reconocimiento social» que éstos reciben es mucho más importante que la posibilidad de ganar dinero como instructor agrícola MIP. Señalan que otros agricultores se dirigen a ellos para aprender sobre MIP y que están orgullosos del reconocimiento que reciben de sus vecinos. Los instructores agrícolas MIP también crearon vínculos y redes con diferentes organizaciones y ayudan a que sus comunidades adquieran información y tecnologías nuevas. También favorecen la cohesión comunitaria a través de la reorganización de asociaciones de ex alumnos de ECA en grupos similares a las cooperativas agrícolas, implementan ensayos de campo teniendo en cuenta los intereses y los problemas locales y participan en programas de ayuda escolar en temas relacionados con la ecología y la producción agrícola.

Durante más de 10 años, los programas de capacitación MIP desarrollados en Asia tuvieron numerosos objetivos y alcanzaron un éxito considerable. Los objetivos explícitos son: desarrollar técnicas y capacidades en los agricultores, conservar la biodiversidad, la seguridad alimentaria, la educación comunitaria, proteger la salud humana y estimular la reforma de políticas. Los agricultores e instructores, facultados con las herramientas que les otorga la capacitación MIP, están organizando sus propios grupos y persiguen sus propios objetivos pragmáticos. El diseño de estos objetivos debe abarcar los temas que afectan al sustento rural, no sólo la integración del manejo de las plagas con otros aspectos de la producción agrícola (por ejemplo, el manejo de los suelos y el agua), sino también con la salud, la educación, el crédito y otros aspectos definidos de la agricultura.

Fuente: Pontius et.al., 2001

En América Latina, la población campesina incluye 75 millones de personas, lo que representa casi dos tercios de toda la población rural de la región[205]. Mientras que el tamaño promedio de las granjas es aproximadamente 1,8 hectáreas, la contribución de la agricultura campesina al abastecimiento general de alimentos en la región es significativo. En la década del 80, estos pequeños agricultores obtuvieron, en un 38 por ciento de toda la tierra agrícola, el 41 por ciento de los cultivos alimentarios consumidos en el mercado doméstico y contribuyeron al suministro general de alimentos con un 51 por ciento del maíz, un 77 por ciento de los frijoles y un 61 por ciento de papas[206]. En Brasil, el 85 por ciento de los agricultores son familias que producen, en un 30 por ciento de los terrenos agrícolas del país, el 84 por ciento de la producción total de mandioca y el 67 por ciento de la de frijoles. En Ecuador, el sector campesino ocupa más del 50 por ciento del área destinada a los cultivos alimentarios (por ejemplo, maíz, frijoles, cebada y okra). En México, los pequeños agricultores ocupan como mínimo un 70 por ciento del área destinada al maíz y un 60 por ciento del área con cultivos de frijoles.

Aparte de los campesinos y los agricultores familiares, alrededor de 50 millones de indígenas, pertenecientes a unos 700 grupos étnicos diferentes, viven y utilizan las regiones tropicales húmedas de América Latina. De éstos, aproximadamente dos millones viven en el Amazonas y en el sur de México. En ese país, la mitad de las zonas tropicales húmedas las utilizan las comunidades indígenas y los «ejidos» que se caracterizan por usar sistemas integrados de agroforestería con una producción destinada a la subsistencia y los mercados regionales locales[207].

Además de estas familias agricultoras, hay millones de familias «sin tierra» que viven en las áreas rurales (4 millones sólo en Brasil); muchas de ellas se están volcando a la agroecología, estimuladas por las directivas del Movimiento Sin Tierra (MST).

En África, entre el 60 y el 80 por ciento de la mano de obra está comprometida en la agricultura. La mayoría de los agricultores (muchos de ellos mujeres) son pequeños productores con granjas de menos de 2 hectáreas. Utilizan recursos locales pero probablemente usan insumos agrícolas externos en pequeñas cantidades. La agricultura de bajos insumos externos produce la mayor parte de los granos y legumbres y casi todos los cultivos de raíces, tubérculos y plátanos (ver Cuadro 1). La mayoría de los cultivos alimentarios se cultivan prácticamente sin fertilizantes ni semillas mejoradas[208]. Aunque la producción de alimentos per cápita disminuyó en las últimas décadas (África fue en algún momento autosuficiente en cereales), los pequeños agricultores todavía producen la mayor parte.

Millones de pequeños agricultores de escasos recursos, que operan fuera del mercado agrícola mundial, contribuyen en gran medida al abastecimiento regional y local de alimentos.

En Asia, la mayoría de los millones de agricultores de arroz trabajan granjas que no superan las 2 hectáreas. Los cultivos locales, producidos en su mayoría en tierras altas y/o en condiciones de secano, constituyen el grueso del arroz producido por pequeños agricultores de Asia.

Renacimiento de la agricultura tradicional y manejo ecológico

La especialización excesiva, el monocultivo extensivo, el abandono de regiones agrícolas (debido a sus condiciones desventajosas), los problemas de empleo, el deterioro del medio ambiente y las dificultades en el mantenimiento de la tierra indujeron a la adopción, en distintos lugares del mundo, de formas ecológicas de agricultura. Aunque las tecnologías agrícolas modernas están prácticamente ausentes, los pequeños agricultores de las sabanas africanas, los Andes y los altos valles de Asia combinan de manera ingeniosa sistemas de cultivos y cría de animales para ajustarse a las cambiantes condiciones económicas, ecológicas y demográficas con el fin de crear sistemas de producción que satisfagan sus necesidades de alimentos.

La gran mayoría son campesinos, indígenas y familias que todavía cultivan los valles y laderas utilizando métodos tradicionales, a menudo en ambientes muy heterogéneos y marginales. Estos agricultores casi no utilizan agroquímicos, más que nada porque la Revolución verde los pasó por alto, pero también porque la complejidad ecológica de sus sistemas de explotación agrícola no requiere insumos externos. Hoy día, varios millones de pequeños agricultores y de indígenas están practicando, por propia iniciativa o como parte de los programas patrocinados por diversas instituciones, una agricultura de subsistencia que conserva los recursos, o están en el proceso de convertirse a una u otra forma de manejo ecológico.

Un ejemplo destacable es el enfoque de las Escuelas de campo para agricultores (ECA) para el Manejo Integrado de Plagas patrocinadas por FAO en Asia, que surgieron en respuesta a los problemas relacionados con la dependencia del control químico de las plagas de insectos, y los subsiguientes ataques masivos de insectos, y los menores rendimientos en las variedades mejoradas de arroz introducidas por la Revolución verde. (Ver Recuadro 1)[209]. En África, por lo menos 730 000 familias ubicadas en aproximadamente 700 000 hectáreas adoptaron las prácticas agrícolas sostenibles, incluyendo los sistemas de bajos insumos externos y los sistemas integrados. En Asia, esta cifra alcanza los 2,3 millones de familias que cultivan 1,75 millones de hectáreas[210].

Cuadro 1: La contribución de los agricultores de pobres recursos al abastecimiento de alimentos en África

Cultivos

Uso de insumos externos

% de cultivos producidos con sistemas agrícolas que utilizan pocos insumos externos

Mijo

Prácticamente no se utilizan fertilizantes y se usan muy pocas semillas mejoradas.

72%

Sorgo

Situación similar al mijo, pero los insumos híbridos y comerciales son cada vez más importantes en algunas áreas.

61%

Maíz

Por lo menos el 75% se produce sin semillas híbridas y con menos fertilizantes que los recomendados; pero probablemente hasta dos tercios de la producción se cultiva con semillas mejoradas no híbridas y niveles moderados de fertilizantes.

37%

Arroz

Por lo menos el 75% se produce usando niveles de fertilizantes menores que los recomendados y con riego inadecuado (y no más del 5% utiliza variedades de alto rendimiento).

76%

Legumbres (por ejemplo, frijol chino, frijol de palo, frijol y maní)

La mayoría de estos cultivos no recibe insumos comerciales, pero parte de la producción se obtiene en condiciones de altos recursos (por ejemplo, hasta el 50% de la producción de maní es una variedad resistente al virus rossette).

55% del maní
49% de frijoles

Raíces, tubérculos y plátanos (por ejemplo, mandioca, ñame, malanga -Xanthosoma sagittigolium-, y batata)

Prácticamente no se utilizan fertilizantes ni semillas mejoradas, salvo algunas excepciones (por ejemplo, variedades de mandioca resistentes al mosaico. Pequeña producción de plátanos para exportación.

93% de mandioca
100% de ñame
100% de malanga

Fuente: OTA, 1988, modificado.

Varios millones de pequeños agricultores y de indígenas están practicando, por propia iniciativa o como parte de los programas patrocinados por diversas instituciones, una agricultura de subsistencia que conserva los recursos, o están en el proceso de convertirse a una u otra forma de manejo ecológico.

Recuadro 2: Un experimento nacional de agricultura orgánica, Cuba

Después de la revolución de 1959, el desarrollo de la agricultura cubana se transformó con el objetivo de satisfacer las crecientes necesidades alimentarias de la población; crear fondos de exportación para obtener las materias primas de la industria alimentaria y erradicar la pobreza del campo. Aplicando los conceptos de la modernización agropecuaria al estilo de la Revolución verde y con un apoyo considerable por parte de la Unión Soviética y los estados socialistas de Europa del Este, Cuba luchó por la idea de una agricultura de altos insumos, concentrándose exclusivamente en la eficiencia y la productividad.

Este modelo agrícola necesitó de una gran dependencia externa, y empezaron a surgir varias consecuencias económicas, ecológicas y sociales: fue necesario disponer de subsidios para la producción; un millón de hectáreas de suelos empezaron a sufrir la salinización; se agudizó la erosión de los suelos; éstos se volvieron cada vez más compactos y áridos; se deforestaron terrenos agrícolas y se aceleró el éxodo de la población rural a las zonas urbanas.

Cuando cayó el bloque socialista, la capacidad de compra extranjera de Cuba se redujo drásticamente, en un 80 por ciento. Fueron necesarios 750 millones de $EE.UU. para destinarlos exclusivamente a la compra de combustible y 440 millones de $EE.UU. para alimentos básicos. Esto afectó la capacidad de compra de insumos agrícolas. El resultado de esta situación fue una caída radical de la producción, que afectó con más severidad a las grandes empresas caracterizadas por los monocultivos y los sistemas artificiales basados en los altos insumos. De hecho, todos los agricultores sufrieron, pero los pequeños y medianos agricultores fueron los menos afectados.

Para poder desenvolverse en la nueva situación, el gobierno cubano implementó cambios y estrategias destinadas a reducir los impactos negativos sobre la economía nacional. En el caso de la agricultura, se tomaron medidas organizativas técnicas. Se descentralizaron las empresas estatales mediante la creación de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa y se desarrollaron otras formas de redistribución de tierras, por ejemplo abriendo oportunidades para que los habitantes urbanos regresaran al campo.

También se crearon estrategias nacionales para reducir el impacto negativo de la falta de insumos. Entre las nuevas estrategias y alternativas de producción se incluyeron:

La producción en gran escala de agentes de control biológicos para contrarrestar las plagas nacionales más importantes, lograda a través de la creación de 218 Centros Reproductivos Entomófagos y Entomopatógenos en respuesta a la escasez de plaguicidas.

Se desarrollaron rotaciones de cultivos y policultivos para estimular la fertilización natural del suelo, restaurar la capacidad productiva y producir más cosechas.

Se sustituyeron los fertilizantes químicos por abonos verdes, fertilizantes biológicos y otros abonos orgánicos como compost y humus de lombriz. El uso de los biofertilizantes se aplica exitosamente en una escala comercial.

Se reactivó el uso de bueyes para tracción animal debido a la disminución del número de tractores. Antes del colapso del bloque soviético, había 90 000 tractores en Cuba con importaciones de 5 000 por año, y menos de 100 000 equipos de bueyes. Hoy, hay menos de 30 000 tractores y los equipos de bueyes aumentaron hasta sumar 300 000.

Se desarrolló la agricultura urbana para promover la producción y la autosuficiencia alimentaria. Esto se logró a través de los «organopónicos», las huertas intensivas, las huertas familiares, las granjas periurbanas y las huertas empresariales autosuficientes. En 1995 había 1 613 organopónicos, 429 huertas intensivas y 26 604 huertas populares en toda Cuba.

Se están identificando otras alternativas, por ejemplo, los sistemas agropecuarios que integran cultivos y animales. Los animales desempeñan un papel fundamental en la eficacia de los sistemas porque convierten la materia vegetal residual y seca en proteínas biológicas de alto valor. Las investigaciones sugieren que un 75 por ciento de cultivos y un 25 por ciento de animales es lo más redituable en las condiciones actuales. Sin embargo, en el futuro puede aumentar el porcentaje de animales a medida que se obtengan mejoras tecnológicas y ecológicas.

En el año 1992, se fundó la Asociación Cubana de Agricultura Orgánica (ACAO) y desde entonces desempeña un importante papel en la promoción de la agricultura orgánica, desarrolla campañas de concientización, implementa proyectos y crea modelos pilotos. Como consecuencia, se han fortalecido las relaciones entre los Ministerios gubernamentales con respecto a la agricultura orgánica y aumentó la participación de las organizaciones y cooperativas de agricultores en todo el país.

Estos enfoques muestran la posibilidad de producir usando métodos sostenibles, aumentar de este modo la autosuficiencia y reducir al mismo tiempo los impactos negativos sobre la salud y el medio ambiente causados por la agricultura convencional. La agricultura cubana ya acumuló valiosas experiencias de transición a una producción agroecológica que cuida el medio ambiente y que produce alimentos sanos y suficientes para toda la población. No obstante, este esfuerzo podría verse frustrado ante futuros cambios en las condiciones económicas si su potencial no se asimila como una necesidad vital para el desarrollo del país. Es más difícil crear conciencia que tecnología y éste constituye el desafío del futuro.

Fuente: Funes Monzote, 1998

Pretty y Hine (2000) examinaron las iniciativas de unos 8,98 millones de pequeños agricultores que adoptaron, desde comienzos de los años 90, prácticas agrícolas sostenibles en 28,92 millones de hectáreas en 52 países en África, Asia y América Latina. Las prácticas incluían el manejo ecológico del suelo, el manejo integrado de plagas y, en menor grado, el manejo agrícola orgánico[211]. Las prácticas agrícolas sostenibles produjeron aumentos en la producción por hectárea del orden del 50 y 100 por ciento en las áreas de secano, características de los pequeños agricultores que habitan ambientes marginales. Estas mejoras en el rendimiento representan un gran avance en el logro de la seguridad alimentaria entre los agricultores.

El surgimiento de la agricultura orgánica no certificada

La mayoría de los agricultores pobres, si bien tienen patrimonios exiguos y capitales pequeños, manejan sistemas agrícolas diversos que se podrían considerar «orgánicos» porque no utilizan plaguicidas o fertilizantes químicos sintéticos, utilizan tecnologías que optimizan el flujo de nutrientes, y aprovechan los recursos locales, como por ejemplo las semillas autóctonas y el conocimiento tradicional. Las características de las fincas orgánicas no certificadas incluyen los policultivos, la agroforestería, los sistemas que combinan cultivos con animales y los modelos indígenas mejorados que son agrícola, ecológica y culturalmente probados. Estos sistemas apuntan a las necesidades alimentarias familiares y a los mercados locales, sin diferenciación de productos o precios.

Cuba adoptó, en 1993, una estrategia nacional para convertir la agricultura a un sistema confiable de abastecimiento de alimentos. La agricultura orgánica no certificada ocupa casi todas las tierras agrícolas, incluyendo las Unidades Básicas de Producción Cooperativa y la agricultura urbana (por ejemplo, los organopónicos, huertas intensivas), que permiten la autosuficiencia alimentaria a todas las granjas y a los trabajadores agrícolas (ver el Recuadro 2).

Hay también una categoría cada vez más grande de agricultores orgánicos no certificados que buscan mejores condiciones de comercialización para sus productos, en especial en los centros urbanos. Están desarrollando métodos alternativos de certificación y canales de comercialización que se apoyan en las organizaciones comunitarias y que son más adecuadas para sus ambientes naturales y socioeconómicos (ver el Caso de Estudio 7 del Capítulo 7).

Por último, hay un gran número de pequeños agricultores que se encuentran en estado de transición al sector orgánico certificado reconocido internacionalmente, con miras a aprovechar los lucrativos mercados de exportación. A través de sus propias iniciativas, o como parte de proyectos de desarrollo, siguen las normas internacionales de producción y certificación orgánica. Con el propósito de facilitar el acceso de los pequeños agricultores a las normas orgánicas internacionales, la Federación Internacional de los Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM) está trabajando en todo el mundo para desarrollar un sistema confiable de certificación de los pequeños productores, el Sistema de Control Interno (ver el Recuadro 5 del Capítulo 1).

La situación de los agricultores orgánicos no certificados es muy diferente a la de los agricultores orgánicos certificados cuya producción está determinada por el mercado y que se destina en su mayor parte a los mercados de exportación. Los costos que implica el cumplimiento de las normas internacionales de producción, certificación y distribución hacen que las granjas utilicen sistemas relativamente menos diversificados para poder aumentar la producción. Estos sistemas se diseñan para poder producir de manera eficaz algunos productos básicos orgánicos de alto valor (por ejemplo, café, caña de azúcar) y se basan en la sustitución de insumos (y son, por lo tanto, muy dependientes de los insumos orgánicos).

Aunque la viabilidad económica es importante para todos, los agricultores orgánicos no certificados, que no apuntan a los mercados, son proclives a establecer sistemas más diversificados que manejan siguiendo el enfoque ecosistémico (ver el Capítulo 2). La diversidad de sus productos, incluyendo los árboles, los cultivos, las plantas medicinales, etc. son más adecuados para satisfacer las necesidades de alimento, leña y demás productos.

Las características de las fincas orgánicas no certificadas incluyen los policultivos, la agroforestería, los sistemas que combinan cultivos con animales y los modelos indígenas mejorados que son agrícola, ecológica y culturalmente probados.

Recuadro 3: Desarrollo agroecológico en las pequeñas cuencas fluviales de Perú

Los valles fluviales de Mashcón y Chota están ubicados en el distrito de Cajamarca en las sierras norteñas de Perú. Cubren un área de aproximadamente 31 000 ha, y se encuentran a 2 500-3 500 m por encima del nivel del mar. Las precipitaciones anuales promedian los 700 mm, concentradas entre los meses de diciembre y marzo. La población incluye unas 7 800 familias con un promedio de seis miembros. La mayoría de la población es femenina y las personas mayores de 50 años son analfabetos. El 50 por ciento de la población es activa económicamente, y posee propiedades cuyo tamaño oscila entre 1 y 5 ha. La productividad es baja y los métodos son extensivos; por ejemplo, el rendimiento de las papas y el olluco (Ullucus tuberosus) llega a las 5 toneladas por hectárea, mientras que el arroz y el tarwi (Lupinus mutabilis) sólo llegan a la 0,5 toneladas Estas actividades, junto con las actividades no agrícolas, generan sólo un cuarto de los ingresos necesarios para cubrir las necesidades familiares.

La severa deforestación, la pérdida de la vegetación nativa y el pastoreo excesivo han comprometido los recursos naturales y han desatado graves problemas de erosión. La incapacidad para controlar este fenómeno y conservar la fertilidad del sistema hizo que disminuyera la productividad agrícola y provocó la erosión genética de las especies animales y vegetales. La intensificación de las plagas y las enfermedades creó una dependencia cada vez mayor de los insumos externos. La acumulación de estos factores resultó en un debilitamiento de las instituciones tradicionales; sin embargo, las familias estaban dispuestas a aprender e implementar nuevas técnicas.

En Maschón y Chota, el Centro de Investigación, Educación y Desarrollo (CIED, una ONG peruana) trabajó con las familias para poner en práctica actividades de desarrollo agrícola y se concentró en el restablecimiento estructural del ecosistema a través de la agroforestación. Esto se implementó en tres etapas: el rediseño de la tierra, la recuperación de la fertilidad del suelo y el manejo del sistema productivo.

El rediseño de la tierra incluyó la construcción de zanjas filtrantes, la plantación de barreras vegetales y el control de las cárcavas producidas por las tormentas. Se crearon viveros para la producción de árboles de especies nativas y exóticas. Los ejemplares jóvenes se usaron para crear cercas vegetales, plantadas en el perímetro de los terrenos y forman barreras biológicas que protegen los cultivos contra los fuertes vientos. Se restableció la fertilidad del suelo a través de la combinación de técnicas que incluían el uso del compost, el abono animal, la rotación de los cultivos y los cultivos mixtos. Estos sistemas productivos se manejaron de acuerdo con los principios de la agricultura orgánica. Al aumentar la diversidad de los cultivos y las rotaciones, se aprovecharon las combinaciones favorables de cultivos, lo que constituyó una herramienta eficaz contra la diseminación de las plagas. Cuando había un problema de plagas, se atacaba con insecticidas «caseros» basados en grasa animal saponificada y aceites comestibles mezclados con extractos de ajo, ají picante y ortiga. También se construyeron lugares de almacenamiento de agua que permitieron el riego a través de un sistema de aspersión, lo que resultó en un uso más económico del agua y en un aumento de las cosechas anuales. Además de esto, las tierras de pastoreo natural se sembraron con pastos y se prestó especial atención a que la cantidad de animales no excediera la capacidad de esas tierras.

Este programa se centró principalmente en Mashcón, donde participaron 500 familias. Sin embargo, al ver los resultados de las actividades, 18 dirigentes campesinos de Chota alentaron a 742 familias para que desarrollaran actividades similares. A partir de las tierras degradadas, los agroecosistemas productivos se fueron transformando y diversificando con la plantación de centenares de árboles y con un cuidadoso manejo de las tierras de pastoreo donde los animales se mantienen en establos. Se logró una mayor seguridad alimentaria y las familias han podido interactuar más con los mercados locales. También pudieron comprar forraje para sus animales y lograron mantener sus cabezas de ganado todo el año.

Un estudio económico mostró que antes de la intervención, el estrato más pobre de la comunidad incluía el 70 por ciento de las familias. Tenían un ingreso anual de 470 $EE.UU. aproximadamente, cuando la línea de pobreza estaba en los 512 $EE.UU. De las familias que siguieron el programa, el 77 por ciento tiene ahora una subsistencia segura que equivale a 735 $EE.UU., mientras que el 23 por ciento alcanza los 1 123 $EE.UU. El primer grupo necesita todavía de la migración estacional para complementar sus ingresos, mientras que el segundo grupo puede vivir de sus actividades agrícolas ya que al tener más tierras y animales puede vender sus excedentes.

Tanto en Maschón como en Chota, los sistemas agrícolas estaban degradados y habían sufrido altos niveles de erosión que, junto con las presiones sociales y económicas, daban una baja productividad y amenazaban a la seguridad alimentaria. En respuesta a la demanda de las comunidades locales, se puso atención en cómo superar estos problemas y restablecer el potencial productivo usando los recursos locales, la agricultura orgánica y la combinación de la experiencia local con el conocimiento técnico externo. Como consecuencia, aumentaron los ingresos y se fortaleció la posición de las mujeres a medida que sus actividades comenzaban a generar ganancias y podían participar más activamente en el proceso de toma de decisiones dentro de la familia y de la comunidad. Los efectos de estas mejoras no sólo se observan en términos de la producción agrícola y la conservación de los recursos, sino que se extienden a otras facetas de la vida comunitaria.

La conservación de la estructura y función del ecosistema era la prioridad de este programa. La introducción de la agricultura orgánica condujo a la creación de micro y mesoclimas, por ejemplo a través de la formación de cercos y barreras naturales contra los vientos fríos, pero también mejoró los servicios ecosistémicos tales como los refugios para los predadores de plagas y los agentes polinizadores. Sin embargo, fue fundamental tomar en cuenta la posición de los campesinos dentro del ecosistema. Debía garantizarse la viabilidad económica de las actividades de los agricultores, pero al mismo tiempo era necesario estimular la integración de las prácticas de conservación. El éxito económico de estas nuevas prácticas de manejo fue, en realidad, el principal factor que determinó la velocidad de respuesta de las comunidades. Esto quedó claramente demostrado en la comunidad de Chota, que inspirada por las actividades de Mashcón, inició sus propias acciones para restablecer los ecosistemas degradados. Esto muestra la importancia que tiene el movimiento de información entre los mismos campesinos para que se divulguen eficientemente las prácticas agrícolas sostenibles y la conservación de los recursos, como también el movimiento de información entre técnicos y campesinos.

Otro factor que apunta al éxito es que el programa no buscó reemplazar los sistemas agrícolas tradicionales, sino apoyarse en sus fortalezas y en los conocimientos locales, mientras que se complementaba con las técnicas agrícolas orgánicas introducidas por una ONG local. Por medio del intercambio de información con otros campesinos y la ayuda externa, los agricultores pudieron elaborar acciones apropiadas que garantizaran la productividad a largo plazo de sus propios ecosistemas agrícolas, aumentando al mismo tiempo la recuperación del ecosistema de la comunidad como totalidad. Este fortalecimiento de la productividad agrícola ayudaría a reducir la vulnerabilidad de las comunidades y familias frente a los impactos y cambios sociales, económicos y ambientales.

Fuente: suministrado a la FAO por el Consorcio Latinoamericano sobre Agroecología y Desarrollo (CLADES), 2001


[203] FAO, 2001a.
[204] FAO, 2002b.
[205] ECLAC/FAO, 1986.
[206] FAO, 1996.
[207] Toledo, 2000.
[208] OTA, 1988.
[209] Pontius et al., 2000.
[210] Pretty y Hine, 2000.
[211] Ver el Capítulo 5.

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