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5. CONCLUSIONES


Los cambios de régimen tienen lugar a diversas escalas temporales y espaciales. Identificar sucesos anteriores u otros indicadores puede proporcionar una capacidad de pronóstico que es fundamental para mejorar la gestión de los impactos antropógenos en los ecosistemas naturales. La longitud negativa del día o velocidad de rotación de la tierra parece ser un elemento útil para conocer las transiciones futuras de los ecosistemas y tal vez unos cambios más definidos, una vez se haya procedido a una seria vigilancia y se hayan iniciado investigaciones aplicadas. La vigilancia de los índices atmosféricos y los cambios consiguientes en los «indicadores de la situación», la distribución y la abundancia de especies especialmente sensibles proporciona la información necesaria para emprender una ordenación eficaz de las actividades humanas que afectan a los ecosistemas y a la producción de éstos que necesitaremos para sustentarnos a largo plazo.

El sol es la principal fuente de energía de nuestro sistema. La radiancia de amplio espectro del sol crea las condiciones para que haya vida en nuestra pequeña porción del universo. En ningún otro lugar es tan evidente que la vida depende totalmente de la luz del sol como en los océanos, donde se desarrolló la vida tal como la conocemos y donde ésta sigue respondiendo a los continuos desafíos de un entorno que cambia rápidamente. Las cuestiones que se plantean son muchas y difíciles de interpretar, debido a la interconexión de sus dinámicas, y de abordar, ya que muchos de los factores que influyen en ellas están todavía poco claros, pero lo cierto es que no quedan fuera del alcance de nuestra experiencia humana general.

Las oscilaciones estacionales de los niveles de luz solar de la Tierra son extremas en los polos, mientras que se mantienen casi constantes en el ecuador. La variabilidad estacional más baja y la cantidad relativamente grande de luz y calor que absorbe el océano en torno al ecuador dan lugar al calentamiento general en éste. Un hecho fundamental que es necesario aceptar para acercar nuestros mensajes y lograr que se comprendan es que hay una pérdida constante de calor en los polos y, simultáneamente, una absorción casi constante de calor en los océanos ecuatoriales. Los procesos que modulan la pérdida de calor en los polos, cualesquiera que sean, son los que regulan los patrones del cambio climático de la tierra.

Existen varios patrones de interés para quienes estudian las precipitaciones y la sequía en particular, y las pesquerías costeras y oceánicas en general. Muchos de ellos están relacionados, en formas que aún no se conocen bien, con cambios fácilmente observables en la -LOD, así como con los patrones relativos al campo de viento dominante, la temperatura de la superficie del agua y la presión al nivel del mar en las grandes regiones climáticas. Hemos comprobado que algunos de éstos son valiosos indicadores de los cambios de régimen climático, así como precursores de las respuestas de los ecosistemas pesqueros a escala decenal. En muchos casos esos patrones están simplemente correlacionados, y no permiten hacer pronósticos. La -LOD parece ser el mejor indicador hasta la fecha para realizar pronósticos, aunque estamos seguros de que el cambio de la -LOD, por sí sólo, no es la causa directa. Se trata de una señal integrada que da una idea de los futuros cambios genéricos en la producción oceánica, como consecuencia de diversas fuerzas, y permite estudiar detalladamente los vínculos con las respuestas ecológicas. Entre esas fuerzas cabe citar la nubosidad y los niveles de luz resultantes, la velocidad y dirección del viento, las temperaturas de los hábitat costeros, la frecuencia de las corrientes ascendentes y la escorrentía de agua dulce, todas las cuales estimulan secuencias ecológicas a todas las escalas temporales.

Aunque reconocemos que la energía en el ecuador «propulsa» el sistema climático de la Tierra, estamos cada vez más convenidos de que gran parte del forzamiento del clima de ésta tiene su origen en episodios fríos polares (pérdida de calor probablemente vinculada con la baja densidad de las nubes) y la consiguiente subsidencia, que engendran los anticiclones polares móviles. Estos, a su vez, se desplazan hacia el ecuador, recogiendo la energía de la superficie, y terminan por cargar de energía a los alisios. Si estos anticiclones son lo bastante frecuentes e intensos (y tropiezan con una superficie suficientemente cargada de energía), su función se potencia y prosiguen su desplazamiento hacia el ecuador. Esto da lugar a nuevos encuentros con nubes frontales cargadas de humedad, debidas probablemente a una convección profunda en la región ecuatorial, que provocará cambios de estado y precipitaciones y favorecerá el transporte de calor y energía ecuatoriales a los polos. Los cambios de régimen pueden medirse en términos de frecuencia e intensidad de los anticiclones polares móviles (véase Leroux 1998). Por supuesto, las dinámicas del calentamiento ecuatorial y la piscina caliente son también una parte importante de los procesos en cuestión, al dar lugar a períodos con una convección profunda más acusada en la región ecuatorial (índice de oscilación austral bajo) y períodos de convección ecuatorial menor en esa región (índice de oscilación austral alto). Todos estos procesos tienen consecuencias ecológicas locales, regionales y a escala de cuenca.

La periodicidad de los diversos índices (PDO, NOA y AO, ENSO, etc.) determina los regímenes climáticos oceánicos bipolares (dominados por vientos de este a oeste o de los polos al ecuador) y las consiguientes respuestas físicas y de producción de los océanos, desde las zonas templadas a las polares, relacionadas con los patrones de producción de las pesquerías. Los datos sobre el forzamiento climático son poco fiables dentro de estos patrones decenales o de más larga duración, pero a pesar de ello son útiles para hacerse una idea de lo que hay que vigilar y dónde debe realizarse esa vigilancia, lo que facilitará el seguimiento de las probables respuestas ecológicas. Los períodos de transición son fáciles de identificar, pero no han sido especialmente bien estudiados, desde el punto de vista ecológico, simplemente porque suele haber crisis asociadas con ellos, al no cumplirse las previsiones locales debido a los trastornos comunes a las diversas especies afectadas. Los cambios en la fauna observados por las comunidades pesqueras figuran probablemente entre los más útiles de todos los indicadores climáticos.

Parece ser que, a lo largo de los milenios, en cada uno de estos ecosistemas marinos han evolucionado al menos dos faunas muy distintas y dinámicas, de las cuales sólo la mitad se beneficia de ambos aspectos de los contextos divergentes que se derivan de los procesos físicos inducidos por el clima. Podemos identificar varias dinámicas físicas correlacionadas, como cambios en el régimen de precipitaciones, los períodos de almacenamiento conexos y el caudal de ríos y arroyos, así como procesos oceánicos costeros locales. También consideramos que muchas especies migratorias de depredadores están bien adaptadas a estos cambios y pueden actuar como indicadores de cambios físicos que a menudo sólo son identificados a posteriori por oceanógrafos y climatólogos. No nos preocupan demasiado las consecuencias del cambio climático para las especies oceánicas más móviles, porque en el pasado han sufrido ya esa experiencia y han sido seleccionadas por su rápida respuesta y su adaptabilidad. Es en las regiones con dinámicas estacionales más intensas donde residen las especies más adaptadas al cambio y a la dinámica de la distribución y abundancia: de ahí la asombrosa productividad de las zonas de transición de latitudes altas. La Figura 25 da una idea de las regiones con una dinámica estacional más acusada.

Aunque apenas se han mencionado los centenares de otras especies que están presentes y son explotadas en diverso grado en cada ecosistema marino, hay muchas razones para estar preocupados por su ordenación. Cuando se modifica la orientación de las principales pesquerías, se tiende siempre a realizar un ajuste para mantener las tasas de producción utilizando especies con una población menor. Hay buenas razones para reducir al mínimo la reorientación de la producción pesquera hasta que esas especies secundarias hayan tenido tiempo de adaptarse a las nuevas condiciones de sus ecosistemas. Tal vez, como en el caso de las pesquerías costeras de Terranova durante el período que siguió a la fuerte reducción del bacalao, un conjunto de especies de gran valor respondan a la disminución de depredadores, de manera que se favorezca la supervivencia de la clase anual, y por consiguiente una pesca muy lucrativa para quienes dispongan del equipo necesario. Por otra parte, el cambio de una especie por otra en entornos tropicales puede provocar desastres, como el que sufrió la almeja gigante Tridacna en el Pacífico centrooccidental debido a las extracciones intensivas.

Figura 25 Aquí se muestran las regiones con los cambios estacionales más acusados, las especies más adaptables y unos ecosistemas extraordinariamente productivos. Se han sustraído de las temperaturas climatológicas a 30 metros de profundidad durante el verano en el hemisferio norte (media de agosto) los valores medios de febrero para cada recuadro de un grado. Las diferencias resultantes se indican mediante una escala de colores. Puede observarse que en el hemisferio norte las regiones de color entre rojo y naranja (es decir, el Atlántico y el Pacífico noroccidentales y el Mediterráneo) presentan grandes diferencias estacionales. En el hemisferio sur, el color entre morado oscuro y marrón (por ejemplo, litoral de Argentina y Golfo de Guinea) indica fuertes diferencias estacionales. La capacidad para hacer frente a la dinámica de los ecosistemas es lo que «define» a los supervivientes locales: ésta es otra enseñanza que puede obtenerse de los peces.

Al mismo tiempo, nos preocupa que nuestro efecto predominante en los ecosistemas oceánicos y acuáticos en general sea que estamos poniendo a prueba, cada vez en mayor medida, la capacidad de la Tierra para sustentar no sólo a los seres humanos, sino también a otras muchas especies, debido a los daños que causamos a todas las especies y a todos los ecosistemas, al destruir hábitat y eliminar opciones. Cabe suponer que, a pesar de las actividades humanas, el sistema solar seguirá reflejando las largas y armoniosas interacciones que han tenido lugar durante milenios, mucho ante de que apareciera la vida, y que continuará haciéndolo mucho después de que las condiciones favorables y los entornos propicios actuales hayan empeorado cada vez más, con las inevitables consecuencias que ello entraña.

Es necesario que revisemos nuestros conceptos sobre lo que verdaderamente puede controlarse, y que reconozcamos que los ecosistemas oceánicos comienzan en las montañas más altas. La calidad de todas las aguas interiores y costeras está en la base del problema. No se ha prestado la suficiente atención a la dinámica de las latitudes altas y los procesos ecológicos conexos, porque a la mayoría de los seres humanos no nos gustan esos medios tan extremos. Si esta situación cambiara, o si nuestros efectos en esas regiones se hicieran mayores, es evidente que ello tendría consecuencias muy perjudiciales también para esos ecosistemas, porque las especies que viven en ellos están realmente especializadas y son muy sensibles a cambios de poca magnitud. Estas especies, como todas las demás, necesitan aún más opciones que los seres humanos, que son los depredadores más adaptables que viven en la Tierra. A este respecto, los servicios que presta la Tierra a la humanidad están estrechamente vinculados al mantenimiento de todas las opciones abiertas a las numerosas especies que forman parte de los numerosos ecosistemas dinámicos e interactivos, porque el dilema es hacer frente a la dinámica natural o desaparecer: he aquí la enseñanza final de la Naturaleza.


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