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La subnutrición en el mundo

Cuantificación de las personas hambrientas: estimaciones más recientes

La FAO estima que 852 millones de personas en el mundo padecieron subnutrición en el período 2000-2002. Esta cifra comprende 815 millones en los países en desarrollo, 28 millones en los países en transición y 9 millones en los países industrializados.

El número de personas subnutridas en los países en desarrollo se redujo tan sólo en 9 millones durante el decenio posterior al período de referencia (1990-1992) fijado por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Durante la segunda mitad de dicho decenio, el número de personas crónicamente hambrientas en los países en desarrollo aumentó a un ritmo de casi 4 millones al año, lo que borró de un plumazo dos tercios de la reducción de 27 millones lograda durante los cinco años anteriores.

Los retrocesos experimentados en la segunda mitad del decenio fueron debidos en gran parte a los cambios en China y la India. China registró impresionantes avances durante la primera mitad del decenio y logró reducir en casi 50 millones el número de personas subnutridas. Durante ese mismo período, la India recortó en 13 millones el número de su población subnutrida. Los logros en ambos países redujeron los totales mundiales, a pesar de que el número de personas subnutridas en el resto de países en desarrollo aumentó en 34 millones. Sin embargo, durante la segunda mitad del decenio, los avances se ralentizaron en China, donde el número de personas subnutridas tan sólo se redujo en 4 millones, y en la India aumentó en 18 millones.

No obstante, no todas las noticias son malas. De la misma forma que los progresos en China y la India compensaron los reveses sufridos en el resto de países durante la primera mitad del decenio, la ralentización experimentada en los dos gigantes asiáticos ocultó las notables mejoras de algunas tendencias en el resto del mundo en desarrollo. Después de aumentar vertiginosamente a un ritmo de casi 7 millones al año, el número de personas subnutridas en el conjunto de los países en desarrollo, exceptuando China y la India, se mantuvo estable en términos generales durante la segunda mitad del decenio. Además, la proporción de personas subnutridas bajó del 20 al 18 por ciento.

Cabe señalar, de modo alentador, que el cambio más marcado en las tendencias se produjo en el África subsahariana. Entre los períodos 1995-1997 y 2000-2002, el ritmo de crecimiento del número de personas subnutridas se ralentizó de 5 millones a 1 millón al año. Además, la proporción de personas subnutridas en la región cayó del 36 por ciento (cifra que planeaba desde el período 1990-1992) al 33 por ciento.

Proporción de personas subnutridas en los países en desarrollo durante 1990-1992 y 2000-2002

El gráfico no muestra cuatro países, de los que no se dispone datos suficientes para los años 2000-2002: el Afganistán, el Iraq, Papua Nueva Guinea y Somali

Franjas grises: 1990-1992 Franjas de color: 2000-2002 Países agrupados según la prevalencia de la subnutrición en el período 2000-2002

*Etiopía y Eritrea no eran dos estados independientes en el período de 1990-1992

Fuente: FA

El coste humano del hambre: millones de vidas destruidas por la muerte y las minusvalías

El hambre y la malnutrición comportan costes muy elevados para las personas y hogares, así como para las comunidades y naciones. La subnutrición y las carencias de vitaminas y minerales esenciales suponen un coste de más de 5 millones de vidas de niños al año y, para los hogares de los países en desarrollo, de más de 220 millones de años de vida productiva de los familiares que mueren prematuramente o sufren discapacidades por culpa de la malnutrición, así como un coste de miles de millones de dólares en pérdidas de productividad y consumo para los países en desarrollo.

El círculo vicioso de las privaciones

Cada año, más de 20 millones de lactantes nacen con insuficiencia ponderal en el mundo en desarrollo. En algunos países, incluidos la India y Bangladesh, más del 30 por ciento del total de recién nacidos sufren dicho problema.

Desde el momento de su nacimiento, la balanza se inclina en su contra. Los lactantes con bajo peso al nacer corren un riesgo mayor de morir durante sus primeros años de vida, de padecer un retraso en su crecimiento físico y cognitivo durante la infancia, de tener capacidades reducidas para trabajar y obtener ingresos en la etapa adulta y, si son mujeres, de dar a luz ellas también a recién nacidos con insuficiencia ponderal (véase el diagrama).

En comparación con los lactantes normales, el riesgo de fallecimientos neonatales es cuatro veces mayor en los lactantes que pesan menos de 2,5 kilogramos al nacer y 18 veces mayor en los que pesan menos de 2 kilogramos. Los lactantes con bajo peso al nacer también sufren tasas notablemente más elevadas de malnutrición y retraso del crecimiento en la etapa superior de la infancia y en la época adulta. Un estudio realizado en Guatemala demostró que los niños de sexo masculino medían 6,3 centímetros menos y pesaban 3,8 kilogramos menos que los niños de su edad cuando llegaban a la adolescencia, mientras que las niñas medían 3,8 centímetros menos y pesaban 5,6 kilogramos menos.

Casi una tercera parte del total de los niños de los países en desarrollo sufre un retraso del crecimiento y su estatura es muy inferior al promedio normal de los niños de su edad, lo que indica una subnutrición crónica. El retraso del crecimiento, al igual que el bajo peso al nacer, ha sido asociado a una mayor incidencia de enfermedades y fallecimientos, así como a una capacidad cognitiva más reducida, a una menor asistencia escolar durante la infancia y a una menor productividad e ingresos más bajos a lo largo de la vida en la etapa adulta.

Cuando se produce un retraso del crecimiento durante los cinco primeros años de vida, los daños en el desarrollo físico y cognitivo del niño suelen ser irreversibles (véase el gráfico). Los costes en cuanto a la merma de la salud y de las oportunidades no sólo se extienden a lo largo de toda la vida de la persona afectada sino también a la de sus generaciones futuras, ya que las mujeres malnutridas dan a luz a recién nacidos con insuficiencia ponderal. El retraso del crecimiento en las madres es uno de los indicadores más seguros de que éstas darán a luz a un lactante con bajo peso al nacer, junto con la insuficiencia ponderal y un bajo aumento de peso durante la gestación.

La subnutrición y el retraso del crecimiento coinciden a menudo con carencias de vitaminas y minerales que aquejan a casi 2 000 millones de personas en todo el mundo. Estas carencias de micronutrientes, incluso cuando son leves, aumentan notablemente el riesgo de padecer graves enfermedades o de morir. También pueden causar déficits cognitivos irreversibles en los niños y pérdidas de productividad en los adultos. La carencia de hierro, por ejemplo, ha sido asociada con un aumento de la mortalidad materna en el momento de dar a luz, un menor desarrollo muscular y cognitivo en los niños y una disminución de la productividad en los adultos. Se estima que la carencia de hierro aqueja a 1 700 millones de personas en todo el mundo, la mitad de las cuales padecen anemia ferropénica.

La subnutrición y la mortalidad infantil

Más de las tres cuartas partes del total de los fallecimientos infantiles son debidas a trastornos neonatales y a un puñado de enfermedades infecciosas que tienen curación, entre ellas la diarrea, la neumonía, el paludismo y el sarampión. Y en mucho más de la mitad de esos fallecimientos puede demostrarse que el origen está en la mayor vulnerabilidad de los niños que padecen subnutrición e insuficiencia ponderal (véase el gráfico). Las carencias de micronutrientes también incrementan el riesgo de fallecer por culpa de enfermedades infantiles. Una carencia de vitamina A, por ejemplo, aumenta el riesgo de morir de diarrea, sarampión o paludismo entre un 20 y un 24 por ciento.

En conjunto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 3,7 millones de fallecimientos acaecidos en el año 2000 podrían ser atribuibles a la insuficiencia ponderal. Las carencias de tres micronutrientes fundamentales (el hierro, la vitamina A y el cinc) causaron, cada una, entre 750 000 y 850 000 muertes más.

Un estudio sobre las tendencias de la malnutrición y de la mortalidad infantil realizado en 59 países en desarrollo entre los años 1966 y 1996 demostró que un descenso en los niveles de insuficiencia ponderal producía un notable efecto en la reducción de la mortalidad infantil, independientemente de otros cambios socioeconómicos y de políticas.

Una reducción del 60 por ciento en los niveles de insuficiencia ponderal se tradujo en un descenso del 16 por ciento en la tasa de mortalidad infantil en América Latina y del 27 por ciento en Asia, África del Norte y el Cercano Oriente. En el África subsahariana, las campañas de vacunación, el uso de antibióticos y otras mejoras en la asistencia médica ayudaron a reducir la mortalidad infantil, a pesar de que aumentaron los niveles de insuficiencia ponderal. No obstante, si se hubiera reducido la insuficiencia ponderal al ritmo registrado en las otras regiones, la tasa de mortalidad infantil en el África sub-sahariana hubiera descendido mucho más rápidamente, en un 60 por ciento en lugar de un 39 por ciento. Si miramos hacia el futuro, el estudio estima que si se redujera la prevalencia de la insuficiencia ponderal en 5 puntos porcentuales, la mortalidad infantil descendería en aproximadamente el 30 por ciento.

Otro estudio reciente ha demostrado que las intervenciones posibles hoy en día y que pueden llevarse a cabo de forma generalizada en los países en desarrollo podrían reducir la mortalidad infantil en alrededor de dos tercios. En los 42 países en los que se producen más del 90 por ciento de los fallecimientos infantiles, unas pocas intervenciones nutricionales eficaces y asequibles, tales como la lactancia natural, la alimentación complementaria, los complementos de vitamina A y cinc, podrían reducir la mortalidad infantil en un 25 por ciento y salvar la vida a unos 2,4 millones de niños cada año.

El coste del hambre en años de vida ajustados en función de la discapacidad

Las personas malnutridas que logran superar la etapa infantil sufren a menudo discapacidades físicas y cognitivas de por vida. Una medida que se ha estado utilizando para cuantificar las repercusiones de la malnutrición, tanto en la precarización de la salud como en el aumento de las tasas de mortalidad, se denomina «años de vida ajustados en función de la discapacidad» (AVAD), y es la suma de los años perdidos como resultado de una muerte prematura y de las discapacidades, adaptada en función de la gravedad de éstas.

En el Global Burden of Disease Study (Estudio sobre la carga global de la morbilidad), financiado por la OMS y el Banco Mundial, se calculan los AVAD debidos a una amplia gama de enfermedades y situaciones, y se estima el porcentaje atribuible a varios factores de riesgo, incluidas la malnutrición infantil y materna. El último informe sobre la carga de la morbilidad clasifica la insuficiencia ponderal como el factor de riesgo más importante para los AVAD en todo el mundo (véase el gráfico) y tanto para la tasa de fallecimientos como para los AVAD en «los países en desarrollo con una alta mortalidad» (un grupo que incluye a casi 70 países que engloban a una población total de más de 2 300 millones de personas).

En total, seis de los diez principales factores de riesgo para los AVAD en esos países con una alta mortalidad están relacionados con el hambre y la malnutrición, entre los que se incluyen la insuficiencia ponderal, las carencias de cinc (en el quinto lugar), de hierro (en sexto lugar) y de vitamina A (en séptimo lugar), así como el agua insalubre, el mal saneamiento y la falta de higiene (en tercer lugar), los cuales contribuyen a aumentar la malnutrición al provocar infecciones que impiden la digestión y la absorción de nutrientes (véase el gráfico).

Alrededor del 50 por ciento de los AVAD debidos a diarreas, neumonías y paludismo en los países en desarrollo con una alta mortalidad puede ser atribuible a la insuficiencia ponderal. Cuando se añaden los efectos de las carencias de micronutrientes, la proporción de los AVAD por culpa de estas enfermedades atribuibles a la malnutrición asciende a entre el 60 y el 80 por ciento (véase el gráfico).

Tal como puede esperarse, la insuficiencia ponderal y las carencias de micronutrientes están situadas en los puestos más bajos entre los factores de riesgo para las minusvalías y los fallecimientos en los países en desarrollo más avanzados con tasas de mortalidad más bajas. Sin embargo, los aspectos relacionados con la nutrición siguen dominando la lista de los factores de riesgo. Entre los países en desarrollo con una baja tasa de mortalidad (un grupo en el que figura China, algunos otros países asiáticos y la mayoría de los países de América del Sur), la insuficiencia ponderal y la carencia de hierro siguen estando entre los diez principales factores de riesgo. A ellos se unen el sobrepeso y algunos otros riesgos relacionados con la alimentación, los cuales contribuyen a aumentar las enfermedades crónicas no transmisibles como la cardiopatía isquémica, la hipertensión y la diabetes.

Por lo general, estas enfermedades crónicas no están asociadas con el hambre, sino con la sobrealimentación. Sin embargo, un conjunto de datos cada vez mayor sugiere que el bajo peso al nacer y la subnutrición en los primeros años de vida aumentan el riesgo de padecer obesidad y enfermedades relacionadas con la alimentación en la etapa adulta (véase también la página 23). Se estima que, en China, más del 30 por ciento de las diabetes y alrededor del 10 por ciento de las apoplejías y cardiopatías coronarias son debidas a la subnutrición infantil (véase el gráfico).

En total, se calcula que la subnutrición infantil y materna cuestan, sin incluir su contribución al aumento de las enfermedades crónicas en la edad adulta, más de 220 millones de AVAD en los países en desarrollo. Si se toman en consideración otros factores de riesgo relacionados con la alimentación, el coste asciende a casi 340 millones de AVAD, exactamente la mitad del total de los AVAD en el mundo en desarrollo.

Esa suma representa una pérdida de productividad equivalente a si hubiera habido una matanza catastrófica o a la minusvalía de toda la población de un país más grande que los Estados Unidos de América. También pone de relieve el inconmensurable sufrimiento que la actual catástrofe del hambre inflige a millones de hogares en el mundo y la aplastante carga económica que impone a algunos países del mundo en desarrollo.

El coste económico del hambre: miles de millones en pérdidas de productividad, ingresos y consumo

Si se estiman los millones de vidas humanas que han quedado interrumpidas o marcadas por las minusvalías, no queda duda alguna de que el hambre es moralmente inaceptable. Pero, además, el cálculo del valor de las pérdidas de productividad en dólares sugiere que permitir que el hambre persista es simplemente una carga imposible de asumir, no sólo para las propias víctimas sino para el desarrollo y prosperidad económicos de las naciones en las que viven.

Los costes del hambre para la sociedad toman muy distintas formas. Tal vez los más obvios son los costes directos de tratar los daños que causa. Ello incluye los costes médicos de tratar los embarazos y partos problemáticos de madres que padecen anemia e insuficiencia ponderal, así como las graves y frecuentes enfermedades de los niños cuyas vidas están amenazadas por el paludismo, la neumonía, las diarreas o el sarampión, debido a que sus cuerpos y sistemas inmunológicos han quedado debilitados por el hambre.

Una estimación muy por encima, que distribuye los gastos médicos en los países en desarrollo sobre la base de la proporción de años de vida ajustados en función de la discapacidad (AVAD) atribuibles a la subnutrición infantil y materna, sugiere que estos costes directos suman un total de aproximadamente 30 000 millones de dólares EE.UU. al año (más del quíntuplo de la cantidad comprometida hasta la fecha para financiar el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria).

Estos costes directos quedan eclipsados ante la magnitud de los costes indirectos de la pérdida de productividad e ingresos debido a los fallecimientos prematuros, las minusvalías, el absentismo y la reducción de las oportunidades educativas y laborales. Las estimaciones provisionales sugieren que dichos costes indirectos suponen cientos de miles de millones de dólares.

Tanto los costes directos como indirectos reflejan el precio de la complacencia, que hace posible que el hambre generalizada persista. Ambos costes son inaceptablemente elevados, no sólo en términos absolutos sino también en comparación con las estimaciones de un tercer tipo de costes: los costes de las intervenciones que podrían llevarse a cabo para prevenir y eliminar el hambre y la malnutrición. Numerosos estudios sugieren que cada dólar invertido en intervenciones para reducir la subnutrición y las carencias de micronutrientes con unos objetivos bien definidos puede retornar con beneficios entre cinco y veinte veces por encima de dicha inversión.

Los costes de por vida del hambre infantil

Las estimaciones de los costes indirectos del hambre se basan, por lo general, en estudios que han medido las repercusiones de determinados tipos de malnutrición en el desarrollo físico y mental de las personas, y han establecido correlaciones con la reducción de la productividad y de los ingresos (véase el diagrama). Dichos estudios han mostrado, por ejemplo, que:

los adultos con un retraso del crecimiento son menos productivos y perciben salarios más bajos en los trabajos manuales. Un bajo peso al nacer y la malnutrición proteico-calórica (MPC) provocan un retraso del crecimiento.

cada año de escolarización perdido durante la infancia reduce notablemente los ingresos a lo largo de toda la vida. La insuficiencia ponderal de los recién nacidos, el retraso del crecimiento y las carencias de micronutrientes han sido, todos ellos, asociados a una reducción de la asistencia escolar. Un estudio que supervisó muy de cerca a los niños afectados por una sequía en Zimbabwe demostró que la malnutrición, en meses de vital importancia para el desarrollo de los niños, les cuesta un promedio de 4,6 centímetros de estatura y casi un año escolar. Estas pérdidas aparentemente menores en su estatura y educación se traducen en una pérdida estimada del 12 por ciento de sus ingresos a lo largo de toda la vida.

la disminución de la capacidad cognitiva, que puede medirse por unos resultados más bajos en los exámenes del coeficiente intelectual, conlleva una reducción de la productividad y de los ingresos. La carencia de yodo, que afecta a un 13 por ciento estimado de la población mundial, ha sido asociada con pérdidas de entre 10 y 15 puntos en los exámenes del coeficiente intelectual y del 10 por ciento en la productividad.

Si se combinan estos resultados con los datos disponibles sobre la prevalencia de varios tipos de malnutrición en la población, es posible extraer estimaciones provisionales de los costes del hambre a escala nacional y mundial.

Un examen minucioso de las pruebas existentes, por ejemplo, muestra que el hecho de que un lactante con bajo peso al nacer pase a tener un peso normal podría reportar casi 1 000 dólares EE.UU. en beneficios a lo largo de su vida (véase el gráfico). Teniendo en cuenta que cada año nacen en los países en desarrollo unos 20 millones de lactantes con bajo peso al nacer, los costes de no hacer nada durante un año suman otros 20 000 millones de dólares EE.UU.

Dichos beneficios incluyen las estimaciones de las reducciones en los costes directos de la asistencia médica neonatal, las dolencias y las enfermedades crónicas, así como en los costes indirectos de la pérdida de productividad, como resultado de unas vidas laborales más cortas y de la merma en el desarrollo físico y cognitivo. Teniendo en cuenta que se han estimado los beneficios según el valor actual del aumento de la productividad a lo largo de toda una vida, debe aplicarse un valor actualizado a fin de reflejar la inflación y la probabilidad de que algunos individuos puedan no sobrevivir o trabajar durante el lapso normal de años profesionales.

Estimación de las pérdidas en el transcurso de una vida

La Academy for Educational Develop-ment (AED) ha creado una metodología y un programa informático para cuantificar los costes de diversos tipos de malnutrición, así como los beneficios de actuar para reducirla o eliminarla. Los cálculos de la FAO basados en los datos sobre 25 países proporcionados por la AED muestran que el valor actual neto de permitir que se mantengan la carencia de yodo y la malnutrición proteico-calórica en los niveles actuales durante otros diez años alcanza una cifra tan alta como el 15 por ciento del PIB de todo un año (véase el gráfico).

En un ejercicio similar, se estimaron los costes que comportaría a largo plazo que la carencia de yodo se mantuviera cada año en los niveles actuales en un conjunto distinto de diez países. El valor actual neto de los costes asociados con la anemia ferropénica osciló entre un 2 por ciento del PIB en Honduras hasta el 8 por ciento en Bangladesh (véase el gráfico de la siguiente página). En un país de la magnitud de la India, cuyo PIB para el año 2002 superó los 500 000 millones de dólares EE.UU., el valor actual estimado del coste de la carencia de yodo suma más de 30 000 millones de dólares EE.UU.

Al igual que con las estimaciones de la AED, estas cifras representan los valores actuales netos de los costes impuestos a lo largo de toda una vida por un tipo concreto de malnutrición. Si se estima que el coste de la anemia en Bangladesh equivale al 8 por ciento de su PIB, por ejemplo, ello no significa que la anemia reduce la producción en un 8 por ciento cada año; sino más bien que para cada año que la prevalencia de la anemia se mantiene invariable, el valor actual de los costes que se extienden a lo largo de la vida de la generación presente de cinco años de edad equivale al 8 por ciento del PIB de un año.

Ninguna de estas estimaciones presenta algo que pueda considerarse como un recuento completo de los costes del hambre. Entre otros puntos débiles, estos cálculos:

sólo toman en consideración las actividades mercantiles, sin prestar atención al valor del trabajo realizado dentro del hogar;

no tienen en cuenta el hecho de que los salarios aumentarán probablemente a lo largo del tiempo;

por lo general, no incluyen la transmisión de la malnutrición de una generación a la siguiente, así por ejemplo las madres subnutridas dan a luz a lactantes con bajo peso al nacer;

dependen de tipos de actualización algo arbitrarios para calcular el valor actual de los costes que se distribuyen a lo largo de una vida efectiva. La elección de los tipos de actualización es difícil de determinar, pero puede marcar una gran diferencia en los beneficios estimados.

A pesar de todo, incluso estas estimaciones parciales y provisionales evidencian que los costes del hambre son extremadamente elevados. Incluso si se toman, de forma prudente, las cifras inferiores de los niveles de oscilación estimados para las pérdidas de productividad y de ingresos en cada tipo concreto de malnutrición, y se ajustan los datos ante la posibilidad de que haya considerables superposiciones entre ellos, el valor actual neto de los costes combinados de la malnutrición proteico-calórica, el bajo peso al nacer y las carencias de micronutrientes equivaldría al menos al 5-10 por ciento del PIB en el mundo en desarrollo (aproximadamente entre 500 000 millones y 1 billón de dólares EE.UU.).

Unas pérdidas de tal magnitud suponen claramente un pesado lastre para los esfuerzos de desarrollo nacionales. Las estimaciones de la AED a escala nacional demuestran que dichas pérdidas eclipsan los costes de las intervenciones para reducir o eliminar la malnutrición. Con respecto a los 25 países para los que se contó con datos de la AED, los beneficios de las intervenciones para reducir la malnutrición proteico-calórica pesaron más que sus costes por una diferencia de 7,7 a 1, en promedio. Por lo que se refiere a las intervenciones destinadas a reducir las carencias de hierro y yodo, los beneficios se calculan respectivamente en un promedio de 9,8 y 22,7 veces sus costes (véase el gráfico).

Los costes de no alcanzar el objetivo de la CMA

Con respecto a los costes del hambre desde otro punto de vista, la FAO llevó a cabo un estudio macroeconómico a fin de estimar los beneficios de reducir la subnutrición hasta unos niveles suficientes para alcanzar el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA). Dicho estudio calculó el valor del aumento de la producción que se obtendría mediante la reducción del número de personas subnutridas en los países en desarrollo hasta unos 400 millones hacia el año 2015, en lugar de los 600 millones previstos mediante un modelo estándar de la FAO de no aplicarse medidas concertadas para reducir el hambre.

Si nos basamos únicamente en la mayor esperanza de vida asociada con los aumentos de los niveles de disponibilidad de alimentos que se requieren para alcanzar el objetivo de la CMA, la estimación del valor total actualizado del conjunto de los años hasta el 2015 es aproximadamente de 3 billones de dólares EE.UU., lo que se traduce en unos beneficios vitalicios de 120 000 millones de dólares EE.UU. al año.

Con toda probabilidad, estos cálculos también subestiman los verdaderos costes del hambre. No obstante, al igual que las estimaciones de la AED, también demuestran claramente que los costes de permitir que persista el hambre generalizada son extremadamente elevados y sobrepasan con creces los costes de las intervenciones decisivas para eliminarla. El estudio que realizó la FAO estimó que un aumento de tan solo 24 000 millones de dólares EE.UU. al año en inversiones públicas haría posible que se alcanzara el objetivo de la CMA y reportaría unos beneficios anuales de 120 000 millones de dólares EE.UU.

Calcular el hambre: mejorar las estimaciones para poder fijar más eficazmente los objetivos de las intervenciones

Las estimaciones de la FAO sobre el número de personas subnutridas en el mundo son los datos de El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo más ampliamente citados y de los que se hace un seguimiento más constante. Invariablemente las noticias informativas anuncian en sus titulares las últimas cifras, como una forma de medir los avances en la consecución de los objetivos establecidos en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación y en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (reducir el hambre a la mitad hacia el año 2015).

Teniendo en cuenta la atención que suscitan estas estimaciones anuales, no es de extrañar que la metodología empleada para calcularlas haya sido objeto de debate y de un minucioso examen. Expertos, tanto de la FAO como externos, han señalado la existencia de algunos puntos débiles en los datos subyacentes, así como en los métodos de la FAO para analizarlos.

En el año 2002, la FAO acogió un Simposio científico internacional con la finalidad de examinar distintos métodos de medición de la carencia de alimentos y la desnutrición y estudiar formas para mejorar las estimaciones de la FAO. Desde entonces, la FAO ha adoptado diversas medidas para mejorar su propia metodología, así como para dar validez a enfoques alternativos y complementarios.

Medición de la carencia de alimentos

Las estimaciones de la FAO son esencialmente una forma de medir la carencia de alimentos, sobre la base del cálculo de tres parámetros fundamentales para cada país: la cantidad media de alimentos disponibles por persona, el nivel de desigualdad en el acceso a dichos alimentos y el volumen mínimo de calorías que necesita una persona en promedio.

La disponibilidad media de alimentos se calcula mediante las «hojas de balance de alimentos» que la FAO compila cada año haciendo un recuento, para cada producto alimentario básico, de lo que cada país produce, importa y retira de sus existencias, restando las cantidades exportadas, los deshechos, los piensos para el ganado o destinadas a otros fines no alimenticios, y dividiendo el equivalente en calorías de todos los alimentos disponibles para el consumo humano por el total de la población, lo que se traduce en un consumo medio de alimentos al día o en un suministro de energía alimentaria (SEA).

Por otro lado, se utilizan los datos de las encuestas en los hogares para extraer un «coeficiente de variación», que representa el grado de desigualdad en el acceso a los alimentos. Igualmente, debido a que un adulto corpulento necesita consumir casi el doble de calorías que un niño de tres años de edad, las necesidades mínimas por persona para cada país toman en consideración su combinación de edades, sexos y tamaños corporales. La FAO considera que la proporción de personas cuyo consumo diario de alimentos se sitúa por debajo de esas necesidades mínimas diarias padece subnutrición.

El método de la FAO para estimar la carencia de alimentos ofrece varias ventajas. En especial, se basa en datos que pueden obtenerse para la mayoría de los países de una forma más o menos similar y que pueden actualizarse periódicamente. Ello facilita las comparaciones entre países y a lo largo del tiempo.

No obstante, la metodología de la FAO también adolece de algunas limitaciones obvias, por una razón: las estimaciones que produce sólo son fiables y precisas en la medida en que también lo sean los datos que utiliza para calcular las hojas de balance de alimentos, los niveles de desigualdades y los límites de las necesidades energéticas diarias. En el caso de numerosos países, la fiabilidad de los datos que sustentan las hojas de balance de alimentos y las medidas sobre la desigualdad es dudosa. Una variación relativamente pequeña en tan solo uno de estos parámetros puede suponer una gran diferencia en la estimación del nivel del hambre en un país (véase el gráfico).

Además, las estimaciones basadas en las cifras sobre el comercio y la producción nacional no pueden utilizarse para determinar esos niveles en los casos en que el hambre se ha ido concentrando cada vez más en áreas geográficas y grupos socioeconómicos concretos.

Otros enfoques y aspectos

Muchas de las propuestas para mejorar las estimaciones de la FAO, que se presentaron en el citado Simposio, abogaban por una mayor utilización de los datos obtenidos mediante las encuestas sobre el presupuesto de los hogares. Dichas encuestas, que cada vez pueden obtenerse en un mayor número de países en desarrollo, proporcionan datos que pueden utilizarse para calcular dos de los parámetros empleados en las estimaciones de la FAO (el consumo diario de alimentos y el grado de desigualdad en el acceso a los alimentos). También pueden utilizarse para medir otros aspectos del hambre y de la inseguridad alimentaria, incluidas la baja calidad de las dietas y la vulnerabilidad frente a la carencia de alimentos, así como para supervisar dichos aspectos a lo largo del tiempo en distintas zonas y grupos de población.

Las encuestas también adolecen de algunos puntos débiles. Los datos no se recogen de forma periódica en todos los países e, incluso en aquellos en que sí se hace, las encuestas sólo se actualizan por lo general una vez cada tres, cuatro o cinco años. Además, los resultados a menudo no son comparables entre países o incluso entre una encuesta y la siguiente. Ello reduce su valor para utilizarlas en la supervisión anual de las tendencias nacionales y mundiales.

El estado nutricional de una persona puede verse dañado no sólo por una falta de alimentación, sino también por frecuentes enfermedades, un mal saneamiento y otras situaciones que impiden que las personas obtengan un beneficio nutricional completo de los alimentos que ingieren. Las estimaciones de la FAO sobre la subnutrición sólo miden la carencia de alimentos. Otros indicadores, tales como la proporción de niños que sufren un retraso del crecimiento (una baja estatura para su edad) o que padecen insuficiencia ponderal, reflejan todos los aspectos que afectan al estado nutricional de una persona. La mayoría de países recogen periódicamente ese tipo de datos antropométricos, aunque sólo lo hacen una vez cada dos o tres años y sólo para los niños.

Aunque la prevalencia del retraso del crecimiento o de la insuficiencia ponderal raramente se corresponden con el nivel de subnutrición, la magnitud relativa y las tendencias generales suelen coincidir (véase el gráfico). Los datos antropométricos son sumamente valiosos para poner de relieve las tendencias y evaluar las intervenciones entre los grupos especialmente vulnerables, como los niños y las mujeres embarazadas.

Fortalecimiento de los esfuerzos de supervisión

Desde que se celebró el citado Simposio, la FAO ha trabajado con más de 50 países a fin de mejorar la capacidad de éstos para aplicar la metodología de la FAO en la medición de la carencia de alimentos en el caso de determinados grupos de población. El promedio del consumo de alimentos, que es uno de los parámetros fundamentales en las estimaciones de la FAO, pueden extraerse tanto de las hojas de balance de alimentos nacionales como de las encuestas sobre el presupuesto de los hogares. Al calcular las estimaciones que se ofrecen en el presente informe, la FAO se basa en las hojas de balance de alimentos por ser la única fuente de donde puede obtenerse información uniforme a escala regional y mundial de forma periódica. No obstante, cuando se trata de examinar determinadas zonas geográficas o grupos de población dentro de un mismo país, puede aplicarse la metodología de la FAO utilizando cifras extraídas de los datos de las encuestas sobre el presupuesto de los hogares, tanto con respecto al consumo de alimentos como a la desigualdad del acceso.

Gracias al empleo de este enfoque, los países han podido utilizar los datos de las encuestas por hogares sobre los ingresos y gastos para estimar los niveles de hambre en determinadas zonas geográficas, como por ejemplo áreas residenciales urbanas y rurales o zonas ecológicas, o con respecto a determinados grupos socioeconómicos, definidos por factores como el nivel de ingresos de los hogares o la actividad económica u ocupacional (véase el gráfico).

Las estimaciones de la FAO siempre se han basado en los datos de las encuestas sobre el presupuesto de los hogares para calcular el coeficiente de variación de la de-sigualdad en el acceso a los alimentos. Sin embargo, se ha aplicado un único coeficiente a lo largo de toda la serie temporal para cada país. Ello ha suscitado ciertas críticas, en el sentido de que no se han tomado en consideración los cambios de las desigualdades a lo largo del tiempo. Desde que se celebró el Simposio, la FAO ha respondido a estas observaciones con la realización de un examen de las tendencias de las desigualdades en los países en desarrollo. Los resultados muestran que las desigualdades han disminuido en 28 de los 38 países de los que se pudieron obtener datos de al menos dos encuestas fiables y comparables. Cuando los datos sobre las tendencias comparables estén disponibles, se introducirán en las estimaciones de la FAO sobre subnutrición.

El creciente consenso entre los expertos es que no hay un solo indicador que, por sí solo, pueda reflejar todos los aspectos del hambre y de la inseguridad alimentaria. Por el contrario, una variedad de métodos puede proporcionar un conjunto de indicadores que permitan medir los distintos aspectos de la inseguridad alimentaria, tanto a escala mundial como dentro de los propios países.

Se han obtenido importantes avances en la creación de este conjunto de indicadores. La FAO y el Banco Mundial han trabajado conjuntamente para crear series de datos que integren información sobre la carencia de alimentos, los ingresos, el consumo de alimentos y la antropometría. Cuantos más frutos cosechen estos esfuerzos, más aumentará la capacidad de supervisar los avances en la consecución del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación y de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y mejor se adaptarán y centrarán las intervenciones que se requieren con urgencia para acelerar esos avances.

Las zonas más gravemente afectadas por el hambre

En julio de 2004, 35 países sufrían crisis alimentarias que requerían asistencia urgente. Ni el número de crisis ni los lugares en los que se produjeron difieren notablemente de la situación descrita en El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 2003. La mayoría de las crisis se concentraron en África y se originaron debido a sequías, conflictos armados o una combinación de ambos (véase el mapa). Casi todas ellas se han prolongado durante un largo período, con una duración media de nueve años.

Tan solo en la región del África oriental, la seguridad alimentaria de más de 13 millones de personas se vio amenazada por una combinación de precipitaciones irregulares y de los efectos de conflictos recientes o abiertos. La escalada del conflicto civil en la región sudanesa de Darfur arrancó a más de un millón de personas de sus hogares y tierras, lo que provocó una crisis de gran alcance. En otros lugares de dicha subregión, las sequías recurrentes produjeron malas cosechas e importantes pérdidas de ganado en zonas de Etiopía, Eritrea, Somalia, Uganda y Kenya.

Tendencias en los emplazamientos de los afectados y en las causas

El número de emergencias alimentarias ha ido aumentando a lo largo de los últimos veinte años y ha pasado de un promedio anual de 15 en los años 80 a más de 30 desde el cambio del milenio. Este aumento se ha producido sobre todo en África, donde el promedio de emergencias alimentarias anuales casi se ha triplicado (véase el gráfico).

El balance de las causas de las emergencias alimentarias también ha variado a lo largo del tiempo. Desde el año 1992, la proporción de emergencias que pueden atribuirse en gran parte a causas humanas, como por ejemplo los conflictos o las crisis económicas, se han duplicado con creces y han pasado de aproximadamente el 15 por ciento a más del 35 por ciento (véase el gráfico).

En muchos casos, los factores de origen humano y natural se refuerzan mutuamente. Esas crisis complejas tienden a ser las más graves y prolongadas. Entre 1986 y 2004, 18 países estuvieron «en crisis» durante más de la mitad de dicho período. Las guerras o las perturbaciones económicas y sociales causaron o agravaron las crisis en la totalidad de esos 18 países (véase el gráfico en la página opuesta). Dichos países también muestran que las crisis frecuentes y prolongadas causan la subnutrición crónica generalizada. Las estimaciones más recientes de la FAO incluyen a 13 de esos 18 países en la lista de países en los que más del 35 por ciento de la población padece hambre.

Seguimiento de las zonas más gravemente afectadas por el hambre

Para determinar las zonas más gravemente afectadas por el hambre y realizar su seguimiento, deben tenerse en cuenta tanto las particularidades de los emplazamientos como las complejidades de las causas de las emergencias alimentarias. Establecer cuáles son las condiciones atmosféricas y las previsiones de las cosechas en regiones periódicamente azotadas por monzones, sequías y otros fenómenos meteorológicos recurrentes es relativamente sencillo. Por el contrario, la tarea de determinar las posibles emergencias complejas y de origen humano es mucho más difícil y requiere una evaluación continua de numerosos indicadores ambientales, económicos, sociales y políticos distintos. Una vez que se ha determinado la existencia de una emergencia alimentaria, la labor de seguimiento puede ofrecer la información necesaria para confeccionar medidas de socorro y de urgencia eficaces.

Muchos países afectados por condiciones atmosféricas desfavorables, pero que gozan de economías y gobiernos relativamente estables, han llevado a cabo programas de prevención y mitigación de crisis y han establecido canales eficaces para las actividades de socorro y rehabilitación. Sin embargo, cuando un país también se ha visto asolado por un conflicto armado o un colapso económico, los programas e infraestructuras destinados a la prevención, socorro y rehabilitación suelen quedar interrumpidos o destruidos.

Al ser el continente con un mayor número y proporción de países sumidos en una crisis alimentaria, África proporciona buenos ejemplos, sobre todo si se analizan las diferencias entre las subregiones del continente. El África oriental, por ejemplo, no solo ha experimentado varias de las crisis más graves del período 2003-2004, sino que comprende además seis de los países que han estado en crisis durante más de la mitad del tiempo desde 1986. Dicha subregión padece sequías frecuentes e inundaciones y lluvias torrenciales ocasionales.

No obstante, los países del África oriental que han sufrido las crisis más devastadoras y prolongadas han sido los que se han visto azotados por conflictos armados. La crisis humanitaria de Darfur, por ejemplo, asoló una zona que ha disfrutado generalmente de buenas cosechas y lluvias abundantes. La crisis estalló debido a un conflicto armado que expulsó de sus hogares a 1,2 millones de personas aproximadamente y les impidió cuidar de sus tierras y ganado.

El Sudán y otros países del África oriental son menos vulnerables ante las condiciones atmosféricas que el vecino Sahel, donde el único período anual de crecimiento de los cultivos recibe un promedio de tan solo 575 milímetros de precipitaciones en los años buenos y padece frecuentes sequías.

No obstante, los países del Sahel se han visto relativamente a salvo de conflictos armados y, tras una serie de sequías devastadoras, han integrado la imprevisibilidad y la volatilidad de las condiciones atmosféricas en sus políticas agrícolas y comerciales y en sus sistemas de cultivo. Gracias a ello, estos países tienden a experimentar menos crisis que otros países del continente. Además, cuando éstas se producen, suelen ser menos graves y mucho más breves. Desde mediados de los años 80, las situaciones de urgencia más largas en el Sahel han durado un promedio de un año. En el África oriental, el promedio era de más de 11 años (véase el gráfico).

Es esencial tener en cuenta estas diferencias en las causas subyacentes del hambre y la pobreza y en la vulnerabilidad de los países ante las catástrofes naturales y las crisis de origen humano, tanto para hacer un seguimiento de las posibles zonas más gravemente afectadas por el hambre como para poder intervenir eficazmente cuando estalla una crisis.

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