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Cuando los cazadores-recolectores de
los bosques se hacen sedentarios:
consecuencias para la dieta y la salud

E. Dounias y A. Froment

Edmond Dounias y Alain Froment son especialistas del Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo (IRD, antes ORSTOM). Edmond Dounias trabaja también en el Centro de Investigación Forestal Internacional (CIFOR), Bogor (Indonesia).

La dieta y la salud son indicadores sensibles de la capacidad humana de adaptarse al cambio.

Il futuro de los ecosistemas forestales es inseparable del futuro de los pueblos que viven en los bosques. Hay que investigar pues conjuntamente los desafíos para la salud tanto de los bosques como de los seres humanos. Lamentablemente, la investigación dedicada a las consecuencias de la pérdida de biodiversidad sobre la salud humana se ha dirigido en general a los sistemas ecológicos y mundiales y persiste en desdeñar los factores sociológicos y psicológicos. Es preciso que naturalistas, ecologistas, antropólogos y médicos se sienten en torno a una misma mesa para investigar las amenazas que ponen en peligro simultáneamente la salud de las personas y la sostenibilidad de los ecosistemas. Los administradores forestales y las autoridades responsables necesitan soluciones que combinen la ordenación del ecosistema y las intervenciones en el sector sanitario para mejorar la salud y el bienestar humanos manteniendo al mismo tiempo un ecosistema sano. La situación dramática de los pocos grupos que quedan de cazadores-recolectores, que aún dependen sobre todo de los recursos forestales, es emblemática de lo que está en juego cuando cambia rápidamente el uso de la tierra en las regiones forestales.

Los cambios en los regímenes alimentarios y la exposición a nuevas enfermedades son indicadores sensibles de los costos ecológicos y culturales que los cazadores-recolectores de antaño están pagando para ocupar su puesto en la modernidad. Tales indicadores iluminan problemas sociopolíticos delicados que requieren intervenciones concertadas y urgentes que respondan a los intereses tanto del desarrollo como de la conservación. Los cazadores-recolectores de hoy permiten comprender cómo vivían los seres humanos cuando sus estilos de vida y su acervo genético eran más compatibles. La experiencia acumulada por las sociedades de cazadores-recolectores puede considerarse como una referencia significativa para los esfuerzos de hoy para promover la salud y prevenir la enfermedad, incluso en los países industrializados del mundo.

En este artículo se examinan los cambios que se producen en la dieta y la salud cuando los habitantes nómadas de los bosques se sedentarizan. Los ejemplos se toman de grupos de pigmeos africanos como los Kola, los Medjan y los Baka de Camerún, los Aka de la República Centroafricana y los Efe y Mbuti de la República Democrática del Congo; y en Asia, los Punan, antiguos nómadas forestales de Borneo, en particular los Tubu Punan de la cuenca de Tubu de Kalimantan oriental (Indonesia). Todos estos grupos antaño nómadas se vieron obligados a asentarse en aldeas permanentes en el transcurso del siglo XX, pero todavía dependen de la caza y la recolección de frutos silvestres para su sustento y siguen migrando estacionalmente al bosque en busca de los recursos forestales.

Cambios en el estilo de vida: un equipo de trabajo de pigmeos Kola empleados en el proyecto de oleoducto Chad-Camerún que cruza los bosques de la costa meridional del Camerún
F. Nkoumbele

LA ALTA BIODIVERSIDAD FORESTAL TAMBIÉN SIGNIFICA RIQUEZA EN AGENTES PATÓGENOS

El número de especies vegetales y animales desciende a medida que nos alejamos del ecuador. Esta distribución se ha documentado también recientemente respecto a las especies parásitas e infecciosas. Los factores climáticos son muy importantes para explicar el vínculo entre latitud y riqueza de patogénesis humanas (Guernier, Hochberg y Guégan, 2004). La alta correlación entre la diversidad de parásitos y enfermedades infecciosas y la distribución de los bosques tropicales húmedos ha alimentado la creencia persistente de que los bosques son inhóspitos para los seres humanos. Se pasan así por alto, sin embargo, los numerosos servicios prestados por los ecosistemas naturales para controlar la aparición y la difusión de enfermedades infecciosas. Función protectora de la biodiversidad es, por ejemplo, el mantenimiento del equilibrio entre predadores y presas y entre vectores y parásitos en las plantas, animales y seres humanos (Chivian, 2001).

En el mundo desarrollado, la imagen inspirada en Rousseau del buen salvaje que vive en armonía con su medio ambiente ha persistido a través de los siglos, pero el romanticismo excesivo ha reforzado indebidamente la convicción entre muchos silvicultores y conservadores de que el bosque es insalubre para el hombre. Los funcionarios estatales pueden apoyarse en esta opinión para justificar las decisiones de expulsar del bosque a sus habitantes, supuestamente por su propio bien.

Sin embargo, la reubicación por razones económicas, medioambientales y políticas de un pueblo nómada compromete sus condiciones de salud al ejercer una presión enorme sobre su medio natural y sus sistemas culturales. Una vez que estos grupos se sedentarizan y prolongan su estancia en poblados mayores, se crea un ámbito que facilita la proliferación y el mantenimiento de una pesada carga patógena. Además, los cambios medioambientales en el uso local de la tierra tras el asentamiento pueden combinarse con alteraciones del clima mundial para perturbar el ecosistema natural, produciendo nuevos hábitats favorables a los vectores y elevando el riesgo de transmisión de infecciones virales y parasitarias entre las poblaciones (Patz et al., 2000).

El despioje es una práctica social común entre los pigmeos Baka del sur del Camerún, que abandonan temporalmente sus aldeas permanentes para establecer campamentos estacionales en el bosque. El exceso de parásitos en el campamento es a menudo motivo para trasladarse a otro lugar
E. Dounias

LOS CAZADORES-RECOLECTORES DE ANTAÑO HAN PERDIDO LAS VENTAJAS ECOLÓGICAS DEL NOMADISMO

El nomadismo y el mantenimiento de pequeñas comunidades eran respuestas eficientes adaptadas a la alta diversidad de enfermedades parasitarias e infecciosas. Los cazadores-recolectores nómadas vivían en grupos pequeños y dispersos en extensos bosques escasamente poblados (en general menos de un habitante por kilómetro cuadrado). La fugacidad de sus asentamientos reducía notablemente su exposición a enfermedades transmisibles, parásitos propagados por el aire o en los alimentos y contaminación fecal. Más que la escasez de alimentos, el exceso de parásitos (moscas, piojos y garrapatas) en el campamento empujaba con fuerza a buscar otro lugar. La muerte de un miembro de la comunidad también daba lugar a la división de ésta y a la busca de nuevos asentamientos, reduciendo al mismo tiempo el riesgo de que cualquier factor letal contaminara a otros miembros del grupo.

Facilitaban la alta movilidad la ligereza del equipaje y el número limitado de hijos supervivientes. Los grupos migraban a lo largo de rutas territoriales extensas y lineales. Las migraciones regulares a lo largo de esas rutas no solo reducían los obstáculos para la obtención de alimentos –ya que los cazadores-recolectores eran propietarios y administradores de los recursos forestales dentro de esos territorios lineales, influyendo sobre su distribución espacial y su densidad (Dounias, 2001)– sino que también constituían una buena gimnasia aeróbica, con la consiguiente reducción de grasa corporal, baja presión sanguínea, bajos niveles de colesterol y prevención de cáncer y de complicaciones cardiovasculares (Eaton y Eaton, 1999).

Aunque todavía es objeto de controversia, la hipótesis de la «dieta Palaeo» (Wiss, 2006) sostiene que los cazadores-recolectores tenían un régimen alimentario sano rico en proteínas y fibra y pobre en sal, leche y azúcar.

La relativa buena forma física tenía sin embargo su contrapartida en una mortalidad relativamente alta causada por accidentes de caza, caídas de árboles, mordeduras de serpientes y conflictos humanos. Las vidas de los cazadores-recolectores subsistentes son relativamente breves: tanto entre los Punan como entre los pigmeos Kola, los individuos de más de 65 años constituyen menos del 2 por ciento de la población (véase la figura). La mortalidad infantil es hoy comparable a la registrada en Europa hace algunos siglos. La brevedad de la vida y la alta mortalidad infantil son factores reguladores necesarios en un proceso darwiniano de selección que ha asegurado una demografía estable y la correspondiente sostenibilidad del estilo de vida en relación con la disponibilidad de recursos (Froment, 2001).

Al vivir en aldeas permanentes y más pobladas, los antiguos cazadores-recolectores que siguen alimentándose de la caza contribuyen a la difusión de enfermedades zoonóticas silvestres, como el virus Ebola que se instala en los cadáveres de los gorilas
E. Dounias

Pirámides de edad recientes de los pigmeos Kola sedentarios, de los Punan y de los Punan periurbanos

CUADRO 1. Comparación de la carga parasitaria entre grupos de antiguos cazadores-recolectores forestales actualmente sedentarios (porcentaje de población infestada)

Cazadores-recolectores sedentarios

País

Anquilostoma
(Ankylostoma spp. y Necator spp.)

Gusanos filiformes
(Trichuris spp.)

Gusanos redondos (Ascaris spp.)

Amebas

Patógenas

No patógenas

 

 

 

 

 

 

 

Grupos de Asia sudoriental

 

 

 

 

 

Tubu Punan

Indonesia

35

9

60

5

6

Semang

Malasia

93

56

12

9

30

Temiar

Malasia

78

23

2

3

18

Jahut

Malasia

52

29

20

8

28

Semai

Malasia

74

12

13

10

39

Jakun

Malasia

64

62

65

3

31

Semelai

Malasia

70

72

71

6

17

Temuan

Malasia

79

91

59

12

37

 

 

 

 

 

 

 

Pigmeos africanos

 

 

 

 

 

 

Mbuti

República Democrática del Congo

85

70

57

36

Aka

República Centroafricana

71

Kola

Camerún

85

51

Medjan

Camerún

83

90

 

 

 

 

 

 

 

Amerindios

 

 

 

 

 

 

Yanomami

Brasil

59

80

86

49

85

Ticuna

Colombia

83

77

76

69

55

Palikur

Guyana Francesa

90

19

76

31

16

Campa

Perú

45

20

28

21

37

Xingu

Brasil

81

18

61

87

Nota: – = no hay datos.

 

 

 

 

 

LA NUEVA VIDA SEDENTARIA EXPONE A NUEVAS ENFERMEDADES…

Aunque algunos autores sostienen que el asentamiento permanente puede mejorar las condiciones de salud, las observaciones revelan claramente que el paso de la vida nómada a la sedentaria supone en general un riesgo para la salud y el bienestar. Actualmente, las poblaciones forestales son sobre todo agricultores. Las poblaciones de cazadores-recolectores que han optado por no pasar a la agricultura experimentan actualmente una transición sociológica. Se enfrentan con expansiones demográficas que ponen a prueba la capacidad sustentadora de los recursos comestibles silvestres (es decir la capacidad del recurso para satisfacer las necesidades del grupo consumidor sin efectos negativos sobre la supervivencia del recurso) y obligan a estos pueblos a hacerse más sedentarios.

Todavía más amenazadora que la inseguridad alimentaria para la supervivencia de los habitantes de los bosques es la carga de las enfermedades transmisibles, que son muy diversas en los ecosistemas húmedos y cálidos. A continuación se indican algunos efectos directos perjudiciales para la salud de la transición a una vida sedentaria.

Las tierras desbrozadas en las que se establecen aldeas permanentes tienen mayores fluctuaciones diarias de temperatura y humedad. La alternancia de noches más frías y húmedas con días más cálidos y secos favorece las patologías pulmonares.

La higiene deficiente y la mayor promiscuidad llevan a contactos más frecuentes con desechos humanos y animales, facilitando así la contaminación fecal y aumentando la carga parasitaria. La frecuencia de gusanos intestinales –causa de anemia y posiblemente de raquitismo, con consecuencias potencialmente dramáticas para el desarrollo psíquico de los niños– ha aumentado generalmente con una vida sedentaria. No obstante, los Punan sedentarios registran índices más bajos de cargas parasitarias que, por ejemplo, muchos grupos africanos de pigmeos, porque se han asentado en las orillas de los ríos y utilizan éstos con fines sanitarios (Cuadro 1). La rica fauna acuática sirve para reciclar con rapidez y eficiencia la basura humana. La contaminación fecal es también una fuente de infecciones bacterianas y virales intestinales, que son causas importantes de malnutrición, diarrea infecciosa y mortalidad infantil.

Misioneros y autoridades locales promueven decididamente el uso de prendas de vestir europeas. Sin embargo, a falta de jabón, la ropa se gasta y ensucia hasta quedar inservible constituyendo así un medio propicio para enfermedades de la piel.

El peligro de contraer zoonosis (enfermedades transmitidas de animales al hombre) es elevado en los bosques habitados o colonizados, por la proliferación de vectores patógenos llevados por roedores, ya que los roedores se ven atraídos por la basura doméstica y la comida almacenada. El contacto frecuente con una gran variedad de animales domésticos eleva también la probabilidad de transferencia de patogénesis entre especies. Además, el agua estancada próxima al hábitat atrae insectos portadores de enfermedades.

La aparición de nuevas enfermedades zoonóticas se intensifica también con el sedentarismo. Es
probable que nuevas zoonosis hayan aparecido históricamente muchas veces en la vida silvestre pero no se hayan podido propagar más allá del foco inicial porque las víctimas infectadas, sin salir de pequeños reductos desperdigados, habrían muerto o se habrían curado antes de entrar en contacto con mayores poblaciones humanas. En tiempos modernos, el crecimiento exponencial en volumen y velocidad del comercio y los viajes ha transformado la epidemiología de las nuevas enfermedades infecciosas, dándoles una importancia mundial más que local. Al vivir en aldeas permanentes y más pobladas, los viejos cazadores-recolectores que siguen practicando la caza –para consumo propio y para el comercio– están más expuestos a enfermedades zoonóticas y a contribuir a su difusión. Tienen en su sangre niveles de inmunoglobulinas más altos que los agricultores, lo que indica una mayor propensión a la infección. La infección lleva a menudo a la malnutrición, la que a su vez da lugar a una resistencia baja y a una mayor infección, en un círculo vicioso.

La mayor exposición a enfermedades transmisibles (p. ej., viruela, sarampión, paperas, cólera, rubeola, difteria y gripe) va unida a concentraciones densas de asentamientos humanos. En un grupo humano pequeño y aislado estas patogénesis no pueden durar mucho: recorren todo el grupo infectando a cada persona; los individuos mueren o desarrollan una inmunidad permanente, y la patogénesis fenece cuando no queda nadie a quien infectar. Pero cuando una población humana es numerosa y concentrada, estas enfermedades tienen una suficiente masa crítica de habitantes para posibilitar la propagación. La patogénesis puede persistir incluso después de una epidemia, porque nacimientos e inmigración proporcionan constantemente nuevos portadores. La patogénesis puede prosperar indefinidamente, y puede brotar otra epidemia cuando el número de nuevos portadores haya crecido bastante. En Kalimantan, la viruela hizo estragos entre los agricultores Dayak, pero los Punan nómadas apenas se vieron afectados porque practicaban el trueque silencioso para evitar el contacto físico directo durante la epidemia: marcaban un lugar en el que los comerciantes foráneos podían depositar sus mercancías, y una vez que los comerciantes se retiraban tomaban las mercancías y pagaban con productos forestales que dejaban en el mismo lugar (Knapen, 1998). Sin embargo, hoy ya no es posible recurrir a la protección del trueque silencioso ni simplemente buscar refugio adentrándose en la isla. Entre las diversas enfermedades infecciosas que reaparecen hoy entre los antiguos cazadores-recolectores, la tuberculosis es la más mortífera (Barrett et al., 1998).

La baja densidad de población y la dispersión de los asentamientos características de la vida nómada protegían de manera efectiva contra enfermedades vectoriales, ya que los potenciales portadores humanos estaban diluidos en el medio ambiente y eran menos visibles para los vectores. Los Punan nómadas y los pigmeos se libraron del paludismo porque constantemente salían del radio de acción de los mosquitos vectores antes de que los parásitos causantes del paludismo (Plasmodium spp.) pudieran reproducirse. Las alteraciones del paisaje y las novedades que acompañaron al reasentamiento de las sociedades nómadas, como la construcción de carreteras, la extracción de madera, la minería y las plantaciones agroindustriales, dieron lugar a brotes de paludismo. Trabajadores temporales en zonas de paludismo alto y endémico (p. ej., explotaciones forestales, aldeas agroindustriales) algunas veces vuelven a traer formas agudas de Plasmodium spp. que pueden hacer brotar una epidemia. En 2002 sucedió esto en dos remotas aldeas Punan de la cuenca de Tubu, cuando trabajadores que regresaban de Malasia llevaron una forma grave de paludismo que mató a 28 niños (la mitad de la población menor de cinco años) en pocos meses.

Industrialización y urbanización, que en general siguen al desarrollo económico en los bosques tropicales, acarrean cambios en la dieta y la nutrición de una población. El paso a una vida sedentaria influye sobre la disponibilidad y la distribución de los alimentos y en particular sobre la nutrición y la salud de los niños. Los Punan periurbanos reasentados y los pigmeos Kola y Baka sedentarios, por ejemplo, tienden a una ingesta excesiva de alimentos energéticos ricos en grasas y azúcares pero carentes en carbohidratos complejos. Estudios epidemiológicos han confirmado un nexo entre esta dieta y los riesgos de enfermedades degenerativas crónicas en adultos de edades media y avanzada, en particular enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer. Otros alternaciones nutricionales como anemia, obesidad, hipertensión, altos niveles de colesterol y diabetes aparecen también entre estos antiguos cazadores-recolectores. Su buena salud legendaria está comprometida y es actualmente peor que la de sus vecinos agricultores.

El índice de masa corporal (IMC)–estimación de los porcentajes relativos de grasa y masa muscular en el cuerpo humano basada en una ecuación que relaciona peso con altura– se utiliza ampliamente para evaluar el estado nutricional de una población. Los índices de los cazadores-recolectores sedentarios son notablemente inferiores a los de sus vecinos agricultores (Cuadro 2).
Sin embargo, el IMC de los Punan de Tubu que han optado por quedarse en el bosque (llamados «remotos» en el Cuadro 2) es mucho mejor que el de sus parientes a quienes las autoridades indonesias convencieron para que se asentaran cerca de la ciudad de
Malinau poco después de 1970 (llamados «periurbanos» en el cuadro).

El alcoholismo es una nueva patología social que hace estragos entre los aldeanos Baka sedentarios
A. Froment

CUADRO 2. Índice de masa corporal (IMC) de algunas sociedades de antiguos cazadores-recolectores en comparación con el de algunos de sus vecinos pescadores y agricultores

Población

Hombres

Mujeres

Fuente

 

 

 

 

Kola costera (Camerún)

Pigmeos

20,2

19,7

Froment et al., 1993

Pescadores Yasa

22,3

21,9

Froment et al., 1993

Agricultores Mvae

22,0

22,5

Froment et al., 1993

 

 

 

 

Kola continental (Camerún)

Pigmeos

20,0

19,8

Kesteloot et al., 1996

Agricultores Bulu y Ngumba

20,7

21,0

Kesteloot et al., 1996

 

 

 

 

Efe (República Democrática del Congo)

Pigmeos

20,2

20,2

Bailey et al., 1993

Agricultores Lese

21,6

21,7

Bailey et al., 1993

 

 

 

 

Borneo (Indonesia)

 

 

 

Punan de Tubu (remotos)

20,6

19,9

Dounias et al., 2004

Punan de Tubu (periurbanos)

19,9

19,6

Dounias et al., 2004

Agricultores Iban

20,9

22,2

Strickland y Duffield, 1998

… Y CAUSA NUEVOS DESÓRDENES SOCIALES

La modernización –a menudo acelerada por incentivos gubernamentales– se asocia generalmente a una mayor pobreza. Contribuye a una serie de desórdenes sociales que afectan indirectamente a la salud de los habitantes de los bosques (Levang, Dounias y Sitorus, 2004).

Facilitar el acceso a la educación, los mercados y el comercio, las oportunidades de empleo y los servicios locales de salud es el argumento usual para imponer el reasentamiento de los cazadores-recolectores. Pero, por varias razones prácticas, estas ventajas rara vez se consiguen. Los asentamientos permanentes suelen estar lejos de las ciudades, y lo remoto de los servicios no deja de ser una dificultad. Por ejemplo, los pigmeos Baka sedentarios se ven mucho más afectados por el pian, una forma no venérea de la sífilis, que sus vecinos agricultores (80 por ciento y 37 por ciento respectivamente), como consecuencia directa de su acceso desigual a servicios de salud. Los funcionarios, muchos de los cuales siguen viendo como primitivos a los habitantes de los bosques, se niegan a menudo a aceptar destinos en asentamientos remotos o los abandonan a los pocos meses. Para los pobladores de los bosques, la ilusión del desarrollo deja paso a la frustración y al sentimiento de quedar abandonados. El apoyo social en forma de mutualidades, actividades colectivas y distribución de alimentos declina constantemente y es sustituido por actitudes más individualistas.

El estrés y la depresión son enfermedades mentales bastante comunes, que pueden desembocar en violencia conyugal y en varios tipos de adicción.
El alcoholismo duro y el tabaquismo son fuentes directas de intoxicación y
pueden ser causas indirectas de patologías como la tuberculosis. La conversión de los Punan al cristianismo ha limitado la prevalencia del alcoholismo, pero los enfisemas y el cáncer han aumentado, probablemente como consecuencia del fuerte consumo de tabaco (Strickland y Duffield, 1998). La rápida propagación de enfermedades de transmisión sexual como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) es otro triste ejemplo de la «atracción fatal del desarrollo» (Froment, 2004).

Los remedios tradicionales son ineficientes para tratar enfermedades que los cazadores-recolectores no conocían cuando eran todavía nómadas. Por ejemplo, en comparación con sus vecinos agricultores Dayak, los Punan saben poco sobre plantas con propiedades antipalúdicas (Leaman et al., 1995). Curanderos y ancianos pierden por consiguiente su influencia política, y menudean los conflictos sociales entre generaciones. La falta de controles sociales da lugar a un abuso dramático de medicinas manufacturadas, como píldoras analgésicas que se venden sin restricción en comercios locales y antibióticos diversos que se toman con frecuencia sin atender a las instrucciones de uso. La automedicación con sus correspondientes adicciones ha llegado a ser un gran problema sanitario en las sociedades nómadas de antaño.

La generación más joven de los Punan que ha crecido cerca de la ciudad disfruta de electricidad y televisión pero padece discriminación en el mercado de trabajo, y las alteraciones nutricionales y las crecientes patologías sociales son síntomas de su inadaptación ecológica y sociocultural
P. Levang

CONCLUSIÓN

Si los ecosistemas forestales son dinámicos, también lo son las sociedades humanas que dependen del bosque. Los habitantes de los bosques han tenido que adaptarse a cambios permanentes de los ecosistemas forestales. Sin embargo, los cambios con que hoy se enfrentan son mucho más brutales y radicales que los experimentados en otros tiempos. Con la deforestación acelerada, la modificación drástica de la disponibilidad de recursos y la influencia invasora de la economía monetaria, estos grupos encuentran cada vez más difícil adaptar sus sistemas sociales, culturales, económicos y políticos. Las opciones actuales de las sociedades de antiguos cazadores-recolectores ya no son validadas por la experiencia, y el paso de la vida nómada a la sedentaria resulta costoso desde el punto de vista del éxito ecológico.

El cambio social no va necesariamente unido al equilibrio biológico. A veces puede invalidar los mecanismos de defensa y comprometer la situación nutricional. El desequilibrio biológico puede a su vez comprometer la integridad social y cultural de la sociedad.

Sin embargo, el deterioro de las dietas y el aumento de las enfermedades son solo síntomas anunciadores de los desajustes ecológicos y socioculturales que experimentan las sociedades de antiguos cazadores-recolectores. Más graves que la malnutrición y las enfermedades son la inseguridad y la discriminación causadas por los prejuicios sociales. El futuro sano de estos grupos depende de factores socioeconómicos y sociopolíticos como el acceso a la educación y el reconocimiento de los derechos tradicionales. La asistencia médica para remediar la malnutrición y las enfermedades de estas gentes calmarían los síntomas, pero no deben excluir otras intervenciones de más alcance, considerando los inductores de cambios ecológicos, sociales, políticos y económicos que afectan indirectamente a la salud de los habitantes de los bosques. No solo de los médicos depende el mejoramiento de su salud.

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