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PARTE I - SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA CONSERVACIÓN Y DESARROLLO DE LOS BOSQUES

Servicios ambientales y sociales proporcionados por los bosques

Entre los servicios ambientales y sociales que proporcionan los bosques y los árboles figuran la conservación de la diversidad biológica, la captación y almacenamiento del carbono para mitigar el cambio climático mundial, la conservación de suelos y aguas, la generación de oportunidades de empleo y de actividades recreativas, la mejora de los sistemas de producción agrícola, la mejora de las condiciones de vida en los núcleos urbanos y peri-urbanos y la protección del patrimonio natural y cultural. Cada vez se presta más atención a estos aspectos que, en algunos casos, han sido objeto de un compromiso jurídico mundial desde la celebración de la CNUMAD.

En la sección que sigue se analizan los servicios ambientales y sociales proporcionados por los bosques y los árboles en ecosistemas frágiles y/o marginales: tierras secas, zonas montañosas y pequeños Estados insulares. Se examina también la función de los bosques en la mitigación del cambio climático mundial, tema que ha pasado a ocupar un lugar más destacado con la firma del Protocolo de Kyoto del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMCC), en 1997.

LA FUNCIÓN DE LOS RECURSOS FORESTALES EN LOS ECOSISTEMAS FRÁGILES

Los tres convenios firmados después de la CNUMAD -el CMCC, el CDB, y la Convención de Lucha contra la Desertificación (CLD)- son pertinentes respecto de algunos de los servicios ambientales de los bosques (para más información véase la Parte III). La preocupación por la conservación de la diversidad biológica, que se planteó en los años ochenta, ha tenido un fuerte eco en la opinión pública, las ONG y los medios de comunicación de muchos países. La atención se ha centrado principalmente en los bosques húmedos tropicales (y se ha extendido más recientemente a los bosques templados y boreales) y ha tenido una gran influencia en el debate planteado sobre de la ordenación forestal. El Programa 21 de la CNUMAD y los tres convenios mencionados, al conceder mayor importancia a una variedad de funciones ambientales y sociales de todos los bosques, han servido para que el objeto de atención no sean sólo los bosques húmedos tropicales, sino todos los bosques y árboles de los «ecosistemas frágiles», incluso las tierras áridas y las zonas de montaña (de las que se ocupan el capítulo 12 y el capítulo 13 del Programa 21, respectivamente). Los pequeños ecosistemas insulares no fueron objeto de un capítulo del Programa 21, sino de un Programa de acción para el desarrollo sostenible de los pequeños Estados insulares en desarrollo, que se elaboró en 1994 y que constituye también un marco internacional de actuación.

Aunque generalmente los bosques de las zonas áridas, de algunas zonas montañosas y de las pequeñas islas tienen menos valor económico que los bosques húmedos de las tierras bajas por lo que respecta a los recursos madereros, revisten en muchos casos una gran importancia ambiental y social a nivel local. Estas zonas ambientalmente frágiles suelen estar aisladas y marginadas económicamente. En esas condiciones, la población depende más intensamente de los recursos forestales locales para la obtención de una gama de productos.

La mayor importancia concedida por la comunidad internacional a los ecosistemas frágiles y a los aspectos sociales y ambientales del sector forestal ha hecho cobrar mayor conciencia de la importancia de los árboles situados fuera de los bosques (por ejemplo, los árboles de las tierras de cultivo, dispersos en el paisaje rural, y los que están situados en núcleos urbanos y periurbanos). Estos recursos han sido ignorados muchas veces, porque los bosques tienden a concentrar la atención de las administraciones forestales nacionales, dominan casi totalmente el debate internacional del sector forestal y atraen la atención pública en muchos países.

Los bosques de las zonas de montaña: recursos de agua dulce y otros beneficios ambientales

Las montañas ocupan la quinta parte de la superficie terrestre del planeta y albergan la décima parte de la población del mundo (Messerli e Ives, 1997). Grandes extensiones de las montañas y tierras altas del planeta están cubiertas de bosques. Los beneficios que ofrecen estos bosques a nivel local, regional y, en determinados casos, mundial derivan de su valor como fuente de abastecimiento de agua, centro de diversidad biológica, origen de una variedad de productos madereros y no madereros, lugar de esparcimiento y estabilizadores de la tierra frente a la erosión.

La preocupación mundial sobre los recursos hídricos -que se refleja en el tema elegido «Enfoques estratégicos para la gestión de los recursos de agua dulce» para el sexto período de sesiones de la Comisión de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en julio de 1998-, se debe al hecho de que la falta de un abastecimiento suficiente de agua de buena calidad está agravando los problemas que suponen una salud deficiente y una falta de seguridad alimentaria para una parte cada vez mayor de la población del mundo. Se prevé que en el año 2025 un tercio de la población del mundo sufrirá los efectos de la escasez de agua (Lininger et al., 1998).

Las cuencas hidrográficas de montaña cumplen una función esencial en la hidrología. Las montañas, que reciben un volumen mayor de precipitaciones y tienen una mayor eficiencia (particularmente los bosques higrofíticos nubosos) en la captación del agua atmosférica que las tierras bajas, almacenan más de la mitad del agua dulce existente en el mundo y abastecen a todos los grandes ríos del planeta y a muchos otros de dimensiones más reducidas. Las zonas de montaña son un lugar primordial de almacenamiento de agua dulce en lagos, humedales y embalses, así como en forma de hielo y nieve durante el invierno, que luego va a parar a los ríos y cursos de agua. Muchos de ellos dejarían de fluir completamente durante la estación seca si las aguas de las montañas no alimentaran su caudal. En la regiones semiáridas y áridas, más del 90 por ciento de los caudales fluviales proceden de las montañas. Aunque la zona de captación alpina del río Rhin ocupa solamente el 11 por ciento de la cuenca fluvial, aporta el 31 por ciento del caudal anual y en verano más del 50 por ciento (Price, 1998).

Los ecosistemas de montaña son importantes como centros mundiales de diversidad biológica. La mayor diversidad de especies vegetales vasculares se da en las montañas, sobre todo en Costa Rica, Andes orientales tropicales, bosques atlánticos del Brasil, región oriental del Himalaya-Yunna, Borneo septentrional y Papua Nueva Guinea (Barthlott et al., 1996). Otros centros importantes se encuentran en las montañas subtropicales áridas. Muchas de estas zonas de mayor diversidad biológica forman parte de los sistemas nacionales de espacios protegidos y algunas de ellas son también reservas de la biosfera en el marco del Programa sobre el hombre y la biosfera de la UNESCO.

En las montañas y tierras altas de todo el mundo se están produciendo cambios importantes en la cubierta vegetal y en la utilización de la tierra. Las zonas montañosas de muchos países en desarrollo tienen un elevado índice de crecimiento demográfico que provoca escasez de tierra, pobreza y degradación de los recursos naturales. En esos lugares, existe una tasa de deforestación y un grado de degradación forestal considerables. Aunque la deforestación de la selva tropical sigue concitando la atención pública, lo cierto es que entre 1980 y 1990 los bosques de las montañas tropicales experimentaron la tasa más alta de deforestación -el 1,1 por ciento- de todos los biomas (FAO, 1995). La tasa de destrucción de bosques es particularmente alta en América Central, África oriental y central, Asia sudoriental y los Andes. Aunque es cierto que la deforestación no implica por sí sola una mayor erosión, el riesgo es más elevado si, como tantas veces ocurre, está acompañada de una explotación inadecuada de la tierra (incluidas prácticas deficientes de cultivo), una cubierta vegetal insuficiente y/o la ausencia de medidas mecánicas adecuadas de protección del suelo. La reducción de la cubierta arbórea y forestal puede contribuir también a provocar una escasez de combustible y de otros productos madereros y no madereros.

Durante los últimos decenios, en los países desarrollados se ha manifestado la tendencia general opuesta, es decir, la despoblación de las comunidades de montaña a medida que la población emigraba a las ciudades o a otros lugares en busca de mejores oportunidades de empleo. En algunas zonas, los residentes permanentes han sido sustituidos por propietarios de segundas viviendas. A menudo, las tierras montañosas abandonadas por la población y detraídas a la agricultura son colonizadas por árboles y arbustos. En muchos lugares se están modificando los objetivos de ordenación de los bosques de montaña, haciendo menos hincapié en la producción de productos madereros y no madereros para uso local y concediendo más importancia a las actividades recreativas y a la conservación de la naturaleza. Están surgiendo así nuevas necesidades en materia de ordenación y protección de ese tipo de bosques.

La valoración de la protección de las cuencas hidrográficas y otros servicios ambientales puede ayudar a ilustrar la importancia económica de las zonas montañosas y suscitar un mayor apoyo para financiar la conservación y las iniciativas de desarrollo sostenible de esos lugares. Un estudio de valoración ambiental realizado en el ecosistema de Sierra Nevada, en los Estados Unidos, reveló que estas montañas aportan bienes y servicios por valor de 2 200 millones de dólares EE.UU. anuales; los recursos hídricos constituyen el 61 por ciento de esa suma. Sin embargo, ese ecosistema de montaña sólo recibe una pequeña inversión para garantizar el suministro de ese tipo de bienes y servicios.

Alcanzar un equilibrio equitativo en la distribución de los costos y beneficios de la protección de las cuencas hidrográficas no es una tarea fácil. Son casi siempre los habitantes de las tierras altas los que soportan la mayor parte de los costos que comporta la protección de los bosques de montaña en beneficio de los usuarios situados aguas abajo. Para contribuir a rectificar esa situación, se están elaborando en diversas partes del mundo distintos mecanismos para canalizar recursos desde las tierras bajas hacia las montañas y formas de cooperación entre ambas (Preston, 1997). Por ejemplo, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos y la ciudad de Nueva York han anunciado recientemente un plan de protección de cuencas hidrográficas en cuyo marco se proporcionará financiación para que los agricultores adopten medidas de protección de las cuencas hidrográficas destinadas a mejorar la calidad del sistema de abastecimiento de agua de Nueva York (véase el Recuadro 9). En Chile, se otorgan derechos de utilización del agua perpetuos, irreversibles y comercializables, con independencia de la propiedad y uso de la tierra, que han fomentado un activo mercado de derechos del agua. La mejora de los derechos de tenencia y el establecimiento de derechos de uso son otros mecanismos innovadores que se han puesto en práctica en diversos lugares.

 

RECUADRO 9
La protección del sistema de abastecimiento de agua potable de la ciudad de Nueva York


El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos y la ciudad de Nueva York aportarán conjuntamente 10,4 millones de dólares EE.UU. a fin de que los agricultores detraigan al cultivo más de 1200 ha de tierras labrantías muy erosionadas y para establecer 800 ha de bosques destinados a proteger más de 250 km de cursos de agua al norte de la ciudad. El sistema de abastecimiento de agua de la ciudad de Nueva York es uno de los mayores del mundo, pues da servicio a más de 9 millones de personas. Comprende un sistema de embalses que se extienden a lo largo de más de 400 000 ha. El gobierno ha puesto en marcha este plan para no tener que erigir una planta de filtración de agua para la ciudad, cuya construcción tendría un costo de más de 8 000 millones de dólares EE.UU. y cuyo funcionamiento costaría 1 000 millones de dólares diarios.

Fuente: Agencia de noticias Reuters, 8 de agosto de 1998.

En los últimos años, todo lo relacionado con las montañas ha adquirido una mayor visibilidad y ha suscitado más apoyo gracias a una serie de iniciativas internacionales, regionales y nacionales22. Las montañas están representadas en el programa mundial en el capítulo 13 del Programa 21 titulado «Ordenación de los ecosistemas frágiles: desarrollo sostenible de las zonas de montaña». Recientemente, el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC) aprobó la resolución de proclamar el año 2002 como Año Internacional de las Montañas, resolución que se espera sea aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas a finales de 1998. La cuarta Conferencia de las Partes en el CDB, que tuvo lugar en 1998, decidió incluir los ecosistemas de montaña como uno de los temas de la séptima Conferencia de las Partes en el año 2001. A nivel regional, se han desarrollado recientemente numerosas reuniones intergubernamentales, de ONG y de carácter técnico sobre el desarrollo sostenible de las zonas de montaña. A pesar de estos acontecimientos positivos, la consecución del desarrollo sostenible de las montañas dependerá en último extremo de que haya un esfuerzo concertado a nivel nacional y local. Varios países han comenzado a afrontar más decididamente las necesidades de conservación y desarrollo de los ecosistemas de montaña, adoptando un enfoque más integrado y aplicando criterios participativos para la ordenación de los recursos naturales. Todo indica que estos enfoques constituyen un sólido fundamento para desplegar nuevos esfuerzos en favor del desarrollo sostenible de las zonas de montaña.

Los bosques y los árboles de las tierras áridas

Aunque en general los bosques de las tierras áridas tienen un bajo potencial de producción de madera, los bosques y los árboles de estas zonas suministran una gama variada de productos madereros y no madereros que son de importancia vital para las poblaciones locales y prestan, además, importantes servicios ambientales. El hecho de que los productos se recolecten básicamente para el consumo en el hogar o para su venta en los mercados locales lleva con frecuencia a subestimar su importancia y a concederles una atención insuficiente en las políticas y programas nacionales. Los árboles y los bosques de las tierras áridas proporcionan leña y madera en rollo de pequeño tamaño (por ejemplo, postes, marcos para las viviendas y manecillas de picaportes) y una diversidad de productos no madereros, tanto alimentos como productos medicinales, materias primas para la artesanía, carne de caza menor y forraje. Entre los numerosos servicios ambientales que proporcionan, los de mayor importancia en muchos lugares son la conservación del suelo (es decir, la protección frente a la erosión y el mantenimiento de la fertilidad), abrigo del viento y sombra.

En un principio, a comienzos de los años setenta, se prestaba atención a los bosques de las tierras áridas como fuente de leña. La preocupación sobre el suministro de leña para las poblaciones rurales y urbanas indujo a establecer plantaciones de leña en muchos países en desarrollo, pero los malos resultados obtenidos determinaron la modificación de la estrategia para satisfacer la demanda de leña, que ya no se obtenía en las plantaciones sino a través del manejo mejorado de los recursos forestales y arbóreos existentes (incluido el fomento de la regeneración natural y artificial). Recientemente, se han manifestado nuevas tendencias, como una mayor atención a la ordenación polivalente para la obtención de productos madereros y no madereros en todo el mundo; el desarrollo de la agrosilvicultura, tanto de sistemas basados en los cultivos como en la cría de animales (por ejemplo, en China, la India y Australia); la consolidación de modelos de ordenación forestal participativa (por ejemplo, en Gambia, Burkina Faso y Malí); y el apoyo a las cooperativas de producción y comercialización de leña y postes (por ejemplo, en el Níger, Burkina Faso y la India). Estos enfoques se han institucionalizado cada vez más y en muchos países se ha fortalecido la base jurídica de la ordenación participativa de los recursos de las tierras áridas. Diversos gobiernos han transferido a las poblaciones y a asociados privados la responsabilidad de la ordenación forestal, manteniendo una función de supervisión. Por otra parte, se han reconocido como elementos de importancia crucial la seguridad de la tenencia y el acceso a los recursos de propiedad común, incluso los silvopastorales.

La situación y la más reciente evolución de la ordenación de los bosques naturales de las tierras áridas se han documentado en una publicación producida por la FAO, la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la Universidad Sueca de Ciencias Agronómicas y CIRAD-Forêt, en cooperación con un gran número de expertos de África, Asia y América Latina (FAO, 1997f). Este documento examina pormenorizadamente las condiciones biológicas y ecológicas de los bosques naturales áridos de África, Asia y América Latina y los procesos que los afectan. Analiza las técnicas de silvicultura y ordenación que se utilizan o que se pueden aplicar para su conservación y desarrollo y examina también varios modelos participativos destinados a conseguir la participación de las comunidades locales en la ordenación de los recursos forestales y las iniciativas adoptadas para prestarles el apoyo que necesitan en materia de organización y comercialización.

La Consulta internacional de expertos sobre el papel de las actividades forestales en la lucha contra la desertificación, una reunión celebrada en el marco del XI Congreso Forestal Mundial, examinó los resultados de este estudio, así como otras cuestiones relacionadas con la conservación y ordenación de los bosques de las tierras áridas (véase la Parte III). En la reunión se reconoció la necesidad de continuar recogiendo información básica sobre la situación y ordenación de los recursos forestales de las tierras áridas, adaptar los criterios de ordenación a los cambios introducidos por la democratización y descentralización y prestar apoyo a las comunidades locales para que puedan ordenar adecuadamente esos recursos forestales y beneficiarse de ellos.

La ordenación de los recursos forestales y arbóreos de las tierras áridas sigue siendo objeto de una gran atención a nivel nacional y en el marco de iniciativas internacionales como las referentes al proceso del Grupo Intergubernamental sobre los Bosques (GIB), del Foro Intergubernamental sobre los Bosques (FIB) y de la CLD (véase la Parte III). En junio de 1996 se organizó en Lisboa (Portugal) una reunión de expertos sobre la Rehabilitación de ecosistemas forestales degradados, atendiendo a la recomendación del GIB, para examinar más atentamente las cuestiones relacionadas con los bosques de las tierras áridas. La reunión formuló recomendaciones sobre la necesidad de elaborar un marco normativo, arbitrar medidas técnicas claras y sencillas, adoptar una planificación y precauciones en materia ambiental y poner en práctica criterios participativos para la ordenación de los recursos. Los resultados de la reunión fueron incluidos en el informe del GIB sobre Los ecosistemas frágiles afectados por la desertificación y el impacto de la contaminación atmosférica en los bosques (GIB, 1996), y se reflejaron en las propuestas de acción que formuló posteriormente. En la segunda reunión del FIB (Ginebra, Suiza, 24 de agosto a 4 de septiembre de 1998) se examinaron los progresos realizados en la aplicación de las propuestas de acción del GIB, incluso las relacionadas con los ecosistemas afectados por la desertificación y la sequía y las referentes a los países con una cubierta forestal reducida.

Los métodos participativos promovidos por la CLD y la cooperación entre las poblaciones, los gobiernos locales y nacionales, organizaciones no gubernamentales y la comunidad de donantes constituyen oportunidades importantes para conseguir que se tengan en cuenta los servicios ecológicos y sociales en las tierras áridas en las iniciativas de lucha contra la desertificación. El desarrollo y conservación forestales, la agrosilvicultura y los métodos vegetativos de conservación de suelos y aguas forman parte de casi todas las actividades de planificación nacional para poner en marcha la aplicación de la CLD. Se han formulado insistentes recomendaciones para coordinar la aplicación de la CLD y las recomendaciones del GIB referentes a la rehabilitación de los ecosistemas forestales degradados y las iniciativas en los países con una reducida cubierta forestal. Sin duda, los acontecimientos futuros confirmarán una mayor integración de las actividades forestales en la lucha contra la desertificación, reforzarán la sinergia entre los procesos del GIB y el FIB y la aplicación de la CLD, y contribuirán a fortalecer los vínculos entre diferentes marcos internacionales para la ordenación de los recursos naturales en las tierras áridas.

La función de los bosques y los árboles en los pequeños Estados insulares

La atención a los pequeños Estados insulares ha crecido notablemente desde comienzos de los años noventa. Estos Estados adquirieron una identidad política internacional con el establecimiento de la Alianza de los Pequeños Estados Insulares (AOSIS) en 199123. En abril de 1994 se celebró en Barbados una Conferencia Mundial sobre el Desarrollo Sostenible de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo, en la que se elaboró el Programa de acción de Barbados para el desarrollo sostenible de los pequeños Estados insulares en desarrollo. En la actualidad está en curso un examen exhaustivo de la aplicación del programa de Barbados, cuyos resultados se presentarán en el período de sesiones especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999. En ese mismo año tendrán lugar también una conferencia de donantes con el PNUD y la AOSIS durante el mes de febrero y una Conferencia especial a nivel ministerial para los pequeños Estados insulares en desarrollo, organizada por la FAO, en marzo. Esta última se centrará en la elaboración de un plan de acción en aplicación de los resultados de la CNUMAD y la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, y en diversas cuestiones relacionadas con las negociaciones que se están llevando cabo en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en materia de agricultura, silvicultura y pesca.

Si bien es cierto que la cubierta forestal de los 52 pequeños Estados insulares y territorios dependientes24 es insignificante a escala mundial (representa menos del 1 por ciento de la superficie forestal del mundo), los bosques y los árboles de esas islas tienen una importancia extrema para el bienestar de la población local, y además los recursos forestales de algunas de ellas tienen también importancia para la conservación de la diversidad biológica mundial.

Como grupo, los pequeños Estados insulares y territorios dependientes poseen bosques abundantes (véanse las cifras regionales en el Cuadro 5 y las cifras correspondientes a cada país en los Cuadros 2 y 3 del Anexo 3). En 1995 se estimaba que los bosques cubrían el 34 por ciento de la superficie total de esas islas, frente al promedio mundial del 26 por ciento. Dentro del grupo existe una gran variabilidad, y la extensión de los bosques oscila entre el 70 por ciento de la superficie terrestre en las Islas Salomón y Vanuatu y el 10 por ciento en muchas de las islas y territorios de menor extensión -particularmente en Oceanía y África- y menos del 1 por ciento en Haití. Aunque la cubierta forestal media es elevada, en el período comprendido entre 1990 y 1995 la tasa anual de deforestación fue casi tres veces más elevada que el promedio mundial (el 0,8 por ciento frente al 0,3 por ciento). En ese período, la tasa de deforestación más alta fue la de algunas islas del Caribe y las Comoras. Las principales causas de este fenómeno fueron la transformación de bosques en tierras de cultivo y su utilización para el desarrollo de infraestructura. En algunos países del Pacífico sur que tienen una importante cubierta forestal se está registrando una grave degradación de los bosques como consecuencia de la intensa explotación de los recursos madereros (FAO, 1997g). La deforestación y la degradación forestal no afectan únicamente al bienestar socioeconómico de las poblaciones locales, sino también a las condiciones ambientales de las islas y de los ecosistemas marinos adyacentes.

 

CUADRO 5
Superficie terrestre y forestal de los pequeños
Estados insulares y territorios dependientes

Región

 

Superficie forestal en 1995

 

Variación de la superficie forestal 1990-1995

 

Superficie terrestre (miles de ha)

(miles de ha)

(% de la superficie terrestre)

Superficie forestal en 1990 (miles de ha)

Variación total 1990-1995 (miles de ha)

Variación anual (miles de ha)

Variación anual (%)

Áfricaa

1 251

218

17,4

190

28

6

2,8

Asiab

93

4

4,3

4

0

0

0

Oceaníac

8 767

4 964

56,3

5 054

-90

-18

-0,4

Europa y Cercano Oriented

956

140

14,6

140

0

0

0

América del Norte y Centrale

11 878

2 583

21,7

2 856

-273

-55

-2,0

Total de las pequeñas islas

22 945

7 909

34,5

8 244

-335

-67

-0,8

Total mundial

13 048 410

3 454 382

26,5

3 510 728

-56 346

-11 269

-0,3

Nota: Véanse en los Cuadros 2 y 3 del Anexo 3 los datos correspondientes a cada país. El desglose regional concuerda con las categorías geográficas del WAICENT de la FAO.
aCabo Verde, Comoras, Mauricio, Reunión, Santo Tomé y Príncipe, Santa Elena y Seychelles.
bMacao, Maldivas y Singapur.
cSamoa Americana, Islas Cook, Estados Federados de Micronesia, Fiji, Polinesia Francesa, Guam, Kiribati, Islas Marshall, Nauru, Nueva Caledonia, Niue, Islas Marianas Septentrionales, Palau, Samoa, Islas Salomón, Tuvalu, Tonga y Vanuatu.
dChipre y Malta.
eAntigua y Barbuda, las Bahamas, Barbados, Bermudas, Islas Vírgenes Británicas, Islas Caimán, Dominica, la República Dominicana, Granada, Guadalupe, Haití, Jamaica, Martinica, Montserrat, Antillas Neerlandesas, Puerto Rico, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, San Pedro y Miquelón, San Vicente y las Granadinas, Trinidad y Tabago y las Islas Vírgenes de los Estados Unidos.

 

Sólo algunos pequeños Estados insulares y territorios dependientes (las Islas Salomón y Fiji y, en menor medida, Jamaica y Vanuatu) producen y exportan un volumen significativo de madera en rollo industrial o productos de madera elaborados25. Sin embargo, muchas de las islas tienen una gran dependencia de los bosques para la obtención de una gran variedad de productos madereros y no madereros de consumo en el hogar. Así ocurre particularmente con los Estados insulares más aislados, como en Oceanía, donde el acceso físico y económico a los productos de importación es limitado.

En muchos de esos pequeños Estados insulares y territorios dependientes el valor de las funciones ambientales de los bosques y los árboles es muy superior al de su producción. Las islas pequeñas, que presentan grandes diferencias entre sí, poseen una gran extensión de la costa y una distancia relativamente corta entre las montañas y el mar. La fuerte dinámica existente entre la tierra y el mar define algunos de los servicios ambientales más importantes de los bosques en esas islas, que incluye los siguientes:

Posiblemente, el servicio ambiental más importante que proporcionan a escala mundial los bosques de las pequeñas islas es la conservación de la diversidad biológica, tanto en el bosque como en ecosistemas asociados como los arrecifes coralinos. Conscientes de su importante patrimonio, la mayor parte de los pequeños Estados insulares son signatarios del CDB y la mayor parte de las naciones del Pacífico del Convenio para la protección de los recursos naturales y el medio ambiente en la región del Pacífico Sur. Por sus dimensiones y por su aislamiento físico de otras masas terrestres, las islas pequeñas suelen tener una menor diversidad de especies vegetales y animales, pero un porcentaje más elevado de endemismo que las masas continentales. Por ejemplo, en Mauricio, la República Dominicana, Haití, Jamaica y Fiji, donde más del 30 por ciento de las especies vegetales superiores son endémicas. Por lo que respecta a las aves, el 24 por ciento de las especies son endémicas en las Islas Salomón y el 20 por ciento en Fiji. Entre los Estados que poseen un elevado porcentaje de mamíferos endémicos figuran Mauricio (el 50 por ciento) las Islas Salomón (el 36 por ciento) y Fiji (el 25 por ciento) (WRI/PNUMA/PNUD/Banco Mundial, 1996). Gran número de esas especies vegetales y animales se encuentran en los bosques o dependen de ellos.

Muchas de las pequeñas naciones insulares tienen una gran dependencia económica del turismo. Aunque los bosques raramente son la principal atracción para los visitantes, pueden contribuir al atractivo turístico de estas islas. En algunas de ellas se ha intentado desarrollar el potencial turístico de las zonas forestales, por ejemplo, en Pohnpei, en los Estados Federados de Micronesia, Dominica, Jamaica y Santa Lucía. Los bosques costeros desempeñan un papel indirecto, pero de enorme importancia, para el sector turístico, en el mantenimiento de la buena condición de los arrecifes coralinos, que, a su vez, protegen las playas frente a la erosión de la arena. Así ocurre, por ejemplo, en el Caribe y en algunas zonas del Pacífico.

Las numerosas e importantes funciones de los árboles y los bosques en las pequeñas islas exigen adoptar un enfoque holístico e integrado de la ordenación forestal que tome en consideración no sólo los beneficios directos que puedan reportar los bosques, sino también los beneficios indirectos y los vínculos con los ecosistemas naturales asociados y con otros sectores económicos.

LAS FUNCIONES DE LOS BOSQUES EN LA MITIGACIÓN DEL CAMBIO CLIMÁTICO MUNDIAL

La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera terrestre ha aumentado desde el comienzo de la revolución industrial, debido en gran medida a actividades humanas como la combustión de combustibles fósiles y la modificación del uso de la tierra. La concentración de dióxido de carbono (CO2), que es el principal gas de efecto invernadero emitido por efecto de las actividades humanas, aumentó en casi 80 partes por millón por volumen (ppmv) entre 1880 y 1994, aunque fluctuó en torno a 10 ppmv durante los 1 000 años anteriores (Schimel et al., 1996). Resulta difícil todavía determinar con precisión los efectos del incremento de los gases de efecto invernadero en la estructura del clima mundial, pero lo cierto es que se ha registrado un aumento constatable de la temperatura media de la superficie terrestre y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambios Climáticos (IPCC) ha llegado a la conclusión de que «las pruebas de que se dispone indican que existe una influencia humana perceptible en el clima» (Houghton et al., 1996).

Los bosques pueden actuar a modo de depósitos, sumideros y fuentes de gases de efecto invernadero y, por tanto, tienen gran importancia en la moderación del intercambio neto de este tipo de gases entre la tierra y la atmósfera. Los bosques actúan como depósitos almacenando carbono en la biomasa y en el suelo. Son sumideros de carbono cuando aumenta su extensión o productividad, que dan lugar a la absorción del CO2 atmosférico. A la inversa, actúan como fuente cuando la quema y decadencia de la biomasa y la perturbación del suelo producen emisiones de CO2 y de otros gases de efecto invernadero. En la actualidad, las emisiones netas de CO2 debidas a los cambios registrados en el uso de la tierra (principalmente la deforestación que tiene lugar sobre todo en las zonas tropicales) suponen aproximadamente el 20 por ciento de las emisiones mundiales de CO2 de origen humano (Schimel et al., 1996).

Diversas prácticas relacionadas con el sector forestal pueden ser agrupadas en función de su contribución a reducir la acumulación de CO2 en la atmósfera (Brown et al., 1996).

Los beneficios en materia de CO2 que reportan estas estrategias de ordenación varían considerablemente en el tiempo, magnitud y permanencia. Por ejemplo, el tiempo y magnitud de los beneficios derivados del aumento de la producción forestal (la estrategia de almacenamiento) dependen de la tasa y duración del crecimiento de la biomasa. En el caso de los proyectos de conservación y almacenamiento, la permanencia depende de la protección de los depósitos de carbono frente a las amenazas naturales (los incendios forestales, las tormentas y enfermedades) y las amenazas humanas (la tala de los bosques para dedicarlos a otros usos). Por ejemplo, los beneficios de la conservación de los bosques respecto del CO2 pueden no conseguirse si el bosque se quema o se le somete a una explotación excesiva, o si un menor índice de extracción de madera en un bosque determinado da lugar a un aumento de la misma en otro bosque. En el caso de la sustitución de los combustibles fósiles por leña, los beneficios tienen lugar cuando se evita la combustión de los combustibles fósiles. Esos beneficios se consideran permanentes y la sustitución del combustible fósil se puede conseguir repetidas veces, con ciclos constantes de explotación forestal. Los beneficios respecto del CO2 derivados de la sustitución por productos de madera varía en función del tipo y calidad del material desplazado, de la vida útil del producto (incluido el reciclado) y del método utilizado para la eliminación del producto de madera.

Sin duda, cada una de las tres estrategias de ordenación forestal a las que se ha hecho referencia tiene unas determinadas ventajas comparativas. Por ejemplo, el aumento de la producción de madera para la estrategia de almacenamiento o de sustitución supondrá, previsiblemente, una menor existencia de carbono forestal que la estrategia de conservación. A la inversa, intensificar al máximo la protección de los bosques puede contribuir a aumentar la utilización de combustibles fósiles no renovables y de materiales distintos de la madera intensivos desde el punto de vista de la emisión. La estrategia de sustitución puede ser la más apropiada cuando la tasa de crecimiento de la biomasa es elevada y ésta desplaza a los combustibles o productos con emisiones muy intensas. En el caso de los bosques primarios de regiones en las que los procesos de extracción y elaboración son ineficientes, la conservación de los bosques puede reportar más beneficios en cuanto al CO2 que la estrategia de sustitución. Sin embargo, es importante comprender que esas estrategias de ordenación no son siempre mutuamente excluyentes. Por ejemplo, la forestación, combinada con la extracción subsiguiente, puede producir beneficios en materia de emisiones de CO2 cuando la madera extraída desplaza la utilización de combustibles fósiles o compensa la demanda de madera de bosques maduros con un gran volumen de biomasa en pie.

La utilización de los bosques para mitigar las emisiones de CO2 exigirá contabilizar todas las fuentes y sumideros de carbono a lo largo del tiempo y analizar pormenorizadamente otros criterios ambientales y socioeconómicos que influyen en las decisiones relativas a la ordenación forestal.

El Protocolo de Kyoto

El IPCC estima, con un nivel medio de seguridad, que, a nivel mundial, la retención de carbono derivada de la menor deforestación, la regeneración forestal, el incremento de las plantaciones y el desarrollo de la agrosilvicultura entre 1995 y 2050 podría suponer entre el 12 y el 15 por ciento de las emisiones de carbono originadas por los combustibles fósiles en el mismo período (Brown et al., 1996). Sin embargo, la aplicación de las estrategias de ordenación forestal en el futuro para conseguir los objetivos nacionales de reducción de la emisión de gases de efecto invernadero dependerá en buena medida de la aplicación del Protocolo de Kyoto del CMCC (véase también la Parte III).

Si se ratificara, el Protocolo de Kyoto, negociado durante la tercera Conferencia de las Partes del CMCC en diciembre de 1997, establecería límites vinculantes jurídicamente a las emisiones de gases de efecto invernadero por las Partes que figuran en el Anexo 126. El Protocolo de Kyoto prevé las modificaciones del uso de la tierra y las actividades forestales que se deben impulsar para determinar y cumplir los objetivos nacionales en materia de reducción de las emisiones durante el primer período de compromiso (2008-2012). El Protocolo exige que los países tengan en cuenta las emisiones de combustibles fósiles y ello supone un incentivo para sustituir materiales y combustibles fósiles que hacen un uso más intensivo de energía por madera y otro tipo de biomasa. También promueve de forma limitada la estrategia de almacenamiento, al tener en cuenta los cambios probables en las existencias de carbono resultantes de la forestación y la repoblación forestal. Apoya de forma limitada las actividades de conservación porque los países deben notificar la deforestación. Los artículos 2°, 3° y 6° del Protocolo de Kyoto se ocupan concretamente de los cambios en el uso de la tierra y de las actividades forestales:

El artículo 12 dispone la creación de un «mecanismo para un desarrollo limpio» (MDL) que permita, tanto a las Partes incluidas como a las no incluidas en el Anexo 1, iniciar proyectos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en países no comprendidos en el Anexo 1. Dichos proyectos deben alcanzar también otros objetivos en materia de desarrollo sostenible. Las reducciones de emisiones certificadas conseguidas mediante la ejecución de esos proyectos podrán ser utilizadas por las Partes del Anexo 1 para cumplir sus compromisos nacionales, pero no se especifica qué actividad de reducción de las emisiones se incluye en el MDL y si éste incluye proyectos encaminados a aumentar la retención de carbono. La reducción de las emisiones resultante de dichos proyectos deberá ser adicional a la que se produciría en ausencia de dichos proyectos.

La terminología utilizada en el Protocolo de Kyoto está siendo objeto de un examen exhaustivo y todavía quedan por resolver numerosas cuestiones de importancia primordial. Se pidió al IPCC que preparara un informe especial sobre «las emisiones de carbono de distintas fuentes y la absorción por sumideros resultantes del uso de la tierra», «del cambio de uso de la tierra y de la silvicultura», para abordar cuestiones como las que se indican a continuación:

La contribución futura de los bosques en el control del carbono

Sin duda, la combustión de combustibles fósiles es responsable de la mayor parte de las emisiones de CO2 a nivel mundial y seguirá siéndolo en el futuro, y la medida principal para reducir las emisiones netas de CO2 deberá consistir en controlar la liberación del carbono procedente de los combustibles fósiles. Sin embargo, las decisiones en materia de ordenación forestal pueden ser métodos eficaces en cuanto al costo para reducir las emisiones netas, ya sea disminuyendo la contribución de los bosques a la producción de emisiones netas a escala mundial o incrementando su importancia como sumideros de carbono. La contribución de los bosques a la mitigación del cambio climático a largo plazo consistirá en suministrar materiales renovables y combustibles que reduzcan la dependencia de los combustibles fósiles, manteniéndose al mismo tiempo la función de los bosques como depósitos de carbono.

Los estudios realizados hasta la fecha indican que las actividades de ordenación forestal pueden ofrecer oportunidades poco costosas para reducir las emisiones netas de CO2 y que esos proyectos podrían aportar beneficios ambientales adicionales mediante la protección de la diversidad biológica, la protección de las cuencas hidrográficas, etc. Si fuera posible integrarlos con las necesidades sociales, culturales y de desarrollo de los países desarrollados y en desarrollo, los proyectos forestales podrían presentar oportunidades muy atractivas para conseguir beneficios desde el punto de vista del carbono, especialmente a corto plazo, en tanto se elaboran otras opciones en lo que respecta al sistema energético y se conocen mejor los costos que entraña el cambio climático mundial. La magnitud de los beneficios resultantes de las actividades forestales dependerá de la cantidad de tierra disponible y de las mejoras que puedan conseguirse en la productividad de los bosques y en la eficiencia técnica de la extracción y utilización de los productos forestales.

22El Foro de las Montañas, que es una red mundial integrada por organismos internacionales, representantes de los gobiernos, instituciones de investigación, ONG y particulares, que se ha creado recientemente, mantiene un sitio Web (http://www.mtnforum.org) que facilita información sobre nuevas iniciativas, diversas cuestiones y material de referencia relacionados con las montañas.
23AOSIS es una agrupación constituida en el seno de los países del G77, integrada por 33 naciones insulares independientes y cuatro Estados ribereños, así como cinco territorios dependientes en calidad de observadores.
24Existen varias definiciones para el término «pequeños Estados insulares». El análisis que sigue se refiere a los 52 pequeños Estados insulares en desarrollo y desarrollados y territorios dependientes con una extensión máxima de 50 000 km2. Es preciso reconocer que la mayor parte de los servicios ambientales y sociales a los que se hace referencia en relación con estas entidades se aplica a las islas pequeñas en general, inclusive aquellas que están integradas en un país de mayor extensión.
25Las Islas Salomón son el sexto país exportador del mundo de trozas de especies de frondosas tropicales y el sector forestal representa más del 50 por ciento de los ingresos de exportación. La madera de sándalo es un importante producto de exportación en Vanuatu desde hace casi un siglo.
26Entre las Partes del Anexo 1 figuran países desarrollados y países con economías en transición.

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