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APPENDICE E
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE DEL ALTO VOLTA

Señor Presidente, señores Ministros, señor Director General, distinguidos delegados, señoras y señores:

Me felicito de la ocasión que se me ofrece de dirigir hoy la palabra en vuestra Asamblea. Esta ocasión me permite expresar públicamente la gran deuda de agradecimiento que los países africanos al sur del Sahara tienen contraída con la FAO y, en general, con la Comunidad internacional, la Santa Sede y varios países amigos, sin olvidar a los numerosos particulares que nos ayudan. Este reconocimiento adquiere especial valor en la situación que, como consecuencia de la sequía existe actualmente en algunos de nuestros países.

Primera institución intergubernamental universal creada después de la última guerra mundial e instalada antes incluso que las Naciones Unidas, la FAO representa hoy un recurso fundamental en la difícil lucha del hombre por el dominio de su destino individual y colectivo, pues que se ha impuesto ya desde hace mucho tiempo una clara conciencia de la interdependencia de la humanidad.

Durante sus 27 años de actividad, la FAO ha dedicado una atención particular y cada vez más sostenida a la situación específica del Tercer Mundo; ha tenido que prever, imaginar y prevenir una realidad compleja e inconstante en sus respuestas a la racionalidad.

Problemas como los que plantea desde hace seis años el régimen pluviométrico de las regiones sahelianas solicitan directamente las facultades de intervención de la FAO y su sentido de urgencia. He de decir que, pese a la magnitud de la catástrofe, la FAO ha mantenido su eficacia y ha estado a la altura de esta difícil misión. Es mi deber expresar aquí toda nuestra gratitud por el generoso y decidido impulso de que siguen dando muestra todos sus miembros.

Es preciso, sin embargo, examinar la situación en sus múltiples implicaciones inmediatas y futuras.

No deja de ser escandaloso que en nuestra era de tecnología avanzada no estén atendidas las necesidades alimentarias esenciales de una parte importante de la humanidad; y es verdaderamente aterrador pensar que quizá no ha llegado todavía lo peor.

La situación general es actualmente más o menos conocida del gran público, gracias a los numerosos reportajes de la prensa internacional.

Hace ya seis años se dio, si bien tímidamente, la primera alarma. En mi país, en el mismo Uagadugú, fue necesario en 1967, racionar el agua y prohibir regar los jardines y lavar los coches y hubo que abastecer a algunos barrios con camiones cisternas; la situación fue empeorando y afectó sucesivamente a otras regiones y en particular a la parte norte del país, donde está reunida la mayor parte de su ganadería.

Pero fue sobre todo en la estación de las lluvias de 1972 cuando se registró el déficit pluviométrico más grave, déficit que destruyó los cultivos y privó de pastos a los rebaños a lo largo de la zona comprendida entre el 12 y el 20 paralelo norte. Esta catástrofe vino, pues, a asestar el golpe de gracia a varios países, algunos de los cuales estaban ya clasificados entre los más pobres del mundo y cuya pobreza endémica se debe en parte a un régimen de lluvias que se concentra en tres meses del año solamente.

Los países de la zona sudanosaheliana, como Mauritania, Senegal, Malí, Níger, Chad y Alto Volta pagan un tributo singularmente oneroso a la catástrofe. El efecto acumulativo de la sequía parcial de los años precedentes ha culminado en una inexorable degradación de los pastos y en el agotamiento de las reservas alimentarias.

Al mismo tiempo, debido a la insuficiente alimentación de las capas freáticas, están secos la mayor parte de los pozos desde noviembre y diciembre últimos; los ríos, los arroyos, las presas y las charcas permitieron hacer frente a la situación durante algún tiempo todavía en ciertos lugares, pero muy pronto numerosas poblaciones tuvieron que abandonar las aldeas en busca de agua y comida.

El largo éxodo de la miseria siguió casi en todos los sitios el camino de las grandes aglomeraciones, planteando a su paso toda clase de problemas insolubles. En particular, las grandes distancias recorridas a pie por estas mujeres y estos niños subalimentados no pudieron por menos que comprometer más aún su estado sanitario haciéndoles incapaces de resistir a las enfermedades más benignas. No pocas familias se han dispersado durante esta aventura migratoria.

Esta sequía, que por otra parte, no está limitada a Africa, ha provocado ya importantes compras de cereales en los mercados extranjeros; por ello, las existencias disponibles se han mermado considerablemente y en todo caso resultan insuficientes para responder a las necesidades africanas según se han establecido actualmente. A pesar de toda la solicitud de la solidaridad internacional, la situación presenta pues, un aspecto temible.

Convendrá quizá entrar más en detalles. Nunca se repetirá bastante que no todo se reduce a una simple cuestión de escasez pasajera y que las consecuencias serán profundas y muy difíciles de superar.

Se han registrado inmensas migraciones interiores que pesarán sobre el equilibrio social y político; la cabaña diezmada, debilitada v esterilizada y los pastos degradados no se reconstruirán de la noche a la mañana.

Los ríos y los arroyos secos significan que está comprometido un elemento esencial de la alimentación proteínica, pues el pescado seco y ahumado constituye un elemento fundamental de la alimentación africana. El capital cinegético, en la medida en que representa un importante aliciente turístico, puede resultar gravemente afectado.

En una economía particularmente frágil, que descansa esencialmente en la ganadería y la agricultura, las consecuencias a plazo corto y medio son simplemente desastrosas.

Si se piensa que el presupuesto del Alto Volta es de 11 000 millones de francos c.f.s para una población del orden de 5 millones y medio de habitantes cuyos ingresos proceden sobre todo de la actividad agrícola, que ocupa a más del 90 por ciento de la población, se comprenderá entonces que la catástrofe que se ha abatido sobre nosotros reviste una amplitud mucho más grave que la que tendría para una economía diversificada. Está verdaderamente en juego la supervivencia de nuestras poblaciones.

Tenemos la suerte de que nuestras poblaciones son capaces de sufrir las mayores privaciones sin alzar el puño contra el cielo; pero es preciso que puedan vislumbrar un rayo de esperanza de que mañana todo irá mejor.

Ante esta gigantesca catástrofe, que ha superado las previsiones más pesimistas, y paralelamente a los numerosos socorros públicos y privados que se han organizado se ha encomendado naturalmente a la FAO la función de coordinar los esfuerzos de la familia de las Naciones Unidas.

Habiendo sido escogido el Alto Volta como centro de acción, ha recaído sobre su Ministerio de Agricultura la pesada responsabilidad de empezar a hacer frente a los problemas más apremiantes y de organizar en una segunda fase las intervenciones necesarias con miras a una solución duradera de los problemas agrícolas sudanosahelianos, de concierto con la ayuda internacional.

Huelga decir que la amplitud de los estudios que han de emprenderse y de las actividades que han de desarrollarse solicitarán, de manera todavía más neta que en el pasado, la voluntad desinteresada de todas las naciones.

Las resoluciones aprobadas en la conferencia del 26 y el 27 de marzo de 1973 en Uagadugú, pueden resumirse como sigue:

Se desprende claramente de estas resoluciones que sólo una intervención de mucha envergadura a escala subregional, por lo menos, podrá determinar una mejora climática; no deja de ser característico que la necesidad de la repoblación forestal haya sido objeto de prioridad especial la planificación de las operaciones que han de emprenderse lo antes posible.

A este propósito, hay que tomar en consideración varias opiniones. Según una de ellas, la sequía actual forma parte de un fenómeno cíclico, ya que no es la primera vez que Africa ha padecido una sequía.

Según otra opinión, la excesiva desforestación, es, si no el origen, sí al menos el factor de agravación del fenómeno cíclico natural del que acabo de hablar. En cualquier caso, esta teoría merece atención.

Esta desforestación resulta esencialmente de diferentes causas: por una parte, la práctica ancestral de la quema de arbustos, vinculada al cultivo extensivo, permite la rotación económica de las tierras de cultivo. La presión demográfica ha roto en cierto modo este equilibrio natural. Por otra parte, el fenómeno de la concentración urbana, al aumentar considerablemente las necesidades de leña, acentúa la tendencia a la desforestación en la periferia de las ciudades.

Entre los factores de degradación en ciertos países africanos, parece que, según ciertas observaciones y experiencias, son también de tener en cuenta las cabras. Estos animales constituyen una verdadera plaga en los países semiáridos, pues atacan a los retoños y bloquean, por lo mismo, el proceso de renovación. Ahora bien, su importancia numérica relativa en la zona sudano-saheliana es indudable y al fin y al cabo son de extremada utilidad, pues sabido es que la cabra es la vaca del pobre.

Es muy posible que este conjunto de factores desempeñe un papel decisivo, tanto más cuanto que las soluciones de recambio concebibles tropezarían probablemente con serias resistencias.

Ante esta situación, es necesario recurrir a una repoblación forestal intensiva con objeto de que pueda restablecerse el equilibrio ecológico, atendiendo a la vez las necesidades de madera para el consumo interno.

La conferencia de Ministros celebrada en Uagadugú el pasado mes de marzo consideró esencial este esfuerzo y estableció un programa mínimo de acción en esta esfera. Se ha previsto, por ejemplo, la plantación de 10 000 hectáreas por término medio en cada uno de los Estados interesados. Estimamos que se trata de una medida de supervivencia a la que las organizaciones internacionales interesadas deben aportar su más total apoyo.

Los hombres de ciencia que han tenido que examinar el problema de la sequía han llegado a dos clases de conclusiones. Según una primera escuela, el planeta se calienta cada vez más y provoca las perturbaciones climáticas que vienen registrándose desde hace algunos años: veranos lluviosos en las regiones templadas y disminución de las precipitaciones en las zonas tropicales; según otra tesis, el mundo está pasando por una sucesión cíclica de períodos glaciales y de períodos cálidos.

Sea lo que fuera, resultan cada vez más urgentes los estudios sistemáticos. De sus resultados depende una estrategia cuya actualidad la demuestran ampliamente los recientes acontecimientos. El grito de alarma lanzado hace mucho tiempo por la FAO fue una voz en el desierto, pero la imagen se concretiza actualmente y el verdadero desierto de muerte y desolación ha lanzado una ofensiva que no puede dejar indiferente a la comunidad internacional.

Se ha hablado de las grandes sequías de 1904, 1913 y 1945 que causaron numerosas víctimas en Africa, pero no parece que ninguna de ellas haya revestido la gravedad de la sequía actual.

Ahora bien, en el mismo momento en que se desmoronan nuestras economías por efecto de esta calamidad natural, el elemento decisivo hay que buscarlo en el apoyo financiero y técnico de la solidaridad internacional.

La movilización de las energías y de las masas humanas necesarias para obtener un rápido resultado incumbe, sin duda, a nuestros estados respectivos; a este respecto estoy en condiciones de contraer en nombre de todos el compromiso más formal. Ahora bien, la dirección y la cobertura técnica de la operación exigirán un gran número de especialistas del que todavía no disponemos, al menos en cantidad suficiente.

Si bien es evidente que esta participación de las poblaciones no supondrá la necesidad de retribuir en las condiciones habituales al personal de los servicios de ejecución, habrá así y todo que garantizar a ese personal los medios suficientes de subsistencia.

Se ha dicho que la sequía de este año ha acarreado las peores consecuencias por el retraso con que los gobiernos africanos interesados han dado la alarma y por su resistencia a exponer la gravedad real de la situación. Este reproche podrá parecer fundado si se desconoce la psicología africana.

Los Estados africanos, que alcanzaron la independencia después de una larga etapa colonial, se han visto en la necesidad de construir una infraestructura económica y técnica en consonancia con las nuevas obligaciones que les incumbían.

Teniendo en cuenta la inmensidad de la labor y el nivel de sus propios recursos, tuvieron que apelar a la buena voluntad internacional. Si, de un modo general, han encontrado un espíritu de cooperación, particularmente al nivel de sus interlocutores oficiales, públicos o privados, se enfrentan a menudo con opiniones y actitudes que, si bien se sitúan a niveles no responsables, no dejan de poner trabas absolutamente inútiles a sus esfuerzos de desarrollo.

En este contexto, resulta sumamente penoso confesar la existencia de dificultades alimentarias, aun sabiendo, por otra parte, que conviene impedir que los árboles no dejen ver el bosque. El hecho de que nuestro S.O.S. haya sido lanzado como el sobresalto del que se ahoga, debe interpretarse como una manifestación de respeto a nosotros mismos y a la comunidad internacional, a la que sólo se acude como último recurso cuando los medios y las energías locales no nos permiten resolver nuestros problemas.

Conviene, además, añadir que, según la declaración hecha por el Gobierno del Senegal, ya el 4 de noviembre de 1972 se señaló a la atención exterior el déficit de alimentos que resultaría de la sequía, y que el Presidente senghor renovó este llamamiento el 9 de octubre siguiente.

Yo mismo, en el mensaje de fin de año de 1972, puse de manifiesto las consecuencias previsibles de la insuficiente pluviometría durante ese año.

La verdad es que probablemente nadie se dio cuenta entonces de la amplitud del desastre, sobre todo porque fue consecuencia de un efecto acumulativo de varios años, mucho más que de la situación del año 1973.

De todos los problemas que se plantean a corto plazo, dos son de solución singularmente difícil: en primer lugar, el abastecimiento de agua potable para las personas y los animales, y en segundo lugar, el envío de alimentos a los puntos de distribución.

Es aquí donde la habitual noción de inmensidad africana adquiere todo su sentido. Con todos los pozos y todos las charcas secados, difícilmente cabe concebir el parque de camiones cisterna que hubiera sido necesario para atender esta necesidad elemental; no es extraño, pues, que las víctimas de la sequía hayan llegado a exprimir el barro de los estanques para extraer unas gotas de líquido; ocurre también que la fauna silvestre en busca de agua queda muchas veces prisionera del fango y condenada a morir en él.

Por supuesto, existe, además, una amenaza real de epidemias y de deterioración de las condiciones sanitarias, pero hasta ahora y gracias a la actividad incansable de los buitres - únicos privilegiados de esta calamidad - el riesgo no se ha materializado todavía.

En lo que se refiere al Alto Volta, sus puertos marítimos de tránsito en la Costa de Marfil y en Ghana se encuentran respectivamente a 1 000 y 800 km de Uagadugú, desde donde han de reexpedirse los envíos a 300 km por lo menos, con destino a las regiones sinistradas. Esto demuestra la extraordinaria dificultad que gravita sobre los plazos de entrega y sobre los precios en el lugar de destino.

Por fortuna, gracias a los aviones puestos a nuestra disposición por cierto número de países europeos y gracias a una rotación continua, el abastecimiento de víveres a la población y de alimentos al ganado puede efectuarse ya con regularidad. A este propósito, he de elogiar a todo el personal de vuelo que, careciendo de suficientes terrenos de aterrizaje, hace cada día verdaderas proezas acrobáticas para garantizar en las mejores condiciones el lanzamiento de cargamentos destinados a las poblaciones damnificadas. Y lo hacen con espíritu de misión, con entusiasmo, valor y desinterés. No dudo de que recibirán las felicitaciones de sus gobiernos respectivos.

Sin embargo, no debemos perder de vista los grandes esfuerzos todavía indispensables en materia de transportes. De las 400 000 toneladas de cereales prometidas a nuestros seis países, estamos esperando todavía más de la mitad. Y si consideramos las dificultades del transporte por carretera debidas a las primeras lluvias, creemos que el transporte aéreo con posibilidades de lanzamiento en embalajes suficientemente adecuados podremos encontrar las soluciones más seguras.

Al propio tiempo, las medidas a plazo medio y largo que nuestros ministros han definido en forma de programas de urgencia requieren una atención y una voluntad perseverantes. La toma de conciencia manifestada al nivel de la gran familia internacional, de las asociaciones y organizaciones privadas de la prensa del mundo entero, debe consolidarse porque si todo ello fuera más que humo de pajas nuestras poblaciones conocerían periódicamente el hambre con todo su cortejo de desgracias.

Señalaré, una vez más, la necesidad imperiosa de coordinar todas las actividades que se emprendan en las fases a plazo medio y largo. Todas las fuentes de ayuda deben comprender que nuestros expertos y técnicos nacionales son los que están en mejores condiciones para definir con precisión y realismo nuestras necesidades reales en la materia.

No dudo de que nuestras observaciones serán tomadas en consideración de manera que todas las contribuciones a esta obra a largo plazo sean utilizadas de la mejor manera posible en beneficio exclusivo de nuestras poblaciones.

Una cosa es cierta: los movimientos más o menos profundos y persistentes que sacuden a toda la juventud del mundo se inspiran todos ellos en una voluntad inquebrantable de justicia para todos, de fraternidad profunda y sin fronteras. La solidaridad internacional ha recogido ya la herencia. Las Naciones Unidas y sus organismos especializados se dedican de manera cada vez más resuelta al servicio de esta exigencia de nuestros tiempos. A nosotros toca ahora construir ese mundo que desean nuestros hijos.

Gracias.


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