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El ganado nómada y la fauna salvaje

Thane Riney

THANE RINEY es miembro honorario del Departamento de Recursos Naturales, Universidad de Edimburgo. Ha sido jefe de la Subdirección de Conservación de Montes y Tierras Incultas del Departamento de Montes de la FAO. Este artículo es una adaptación de otro escrito para Tiger Paper Bangkok, julio 1978

El nomadismo puro es una forma de vida ecológicamente aceptable, que puede continuar durante siglos sin agotar la vegetación básica. A pesar de ello, la creciente «sedentarización» de los nómadas y la adopción de prácticas de pastoreo más intensas pueden llegar, en definitiva, a transformar estas tierras de baja productividad en zonas completamente improductivas. Como ningún país puede permitirse dejar que aumenten sus tierras improductivas, es oportuno examinar las formas de nomadismo, y sus inconvenientes, y comparar el pastoreo nómada en tierra libre, y el ganado que lo practica, con las poblaciones de animales salvajes que pacen en libertad.

La base ecológica del nomadismo en tierras áridas es el cambio de vegetación con las estaciones, que depende, a su vez, de la escasez y extrema variabilidad de las lluvias.

No es posible concentrar el nomadismo; se necesita más superficie por cabeza de vacuno que de cualquier otro tipo de ganado.

Los nómadas aprovechan muchas tierras marginales que normalmente no son utilizadas por el hombre. La formación de las tradiciones nómadas, y su duración durante siglos, es fácil de comprender. Los nómadas tienen que tener gran libertad de movimientos para poder sobrevivir durante períodos duros en un medio esencial mente marginal, y aprovechar el periodo de crecimiento de la vegetación: el ganado nómada puede recorrer cada año centenares de kilómetros.

Uno de los aspectos de la adaptación de los nómadas a ambientes difíciles es la creación de técnicas especializadas para aprovechar al máximo las aguadas, muy distantes unas de otras, y las hierbas, árboles y arbustos. Cuando el ganado se ha comido las hojas más bajas de los árboles, el pastor trepa a los árboles para cortar más forraje, y los árboles cuyas hojas no se come el ganado se utilizan como combustible.

Estas prácticas pueden ser aceptables desde el punto de vista ecológico si no agotan completamente la vegetación, lo que en la práctica significa que los períodos sucesivos de pastoreo excesivo deben espaciarse lo suficiente para permitir la supervivencia de la vegetación.

Los cambios ambientales y las posibilidades, cada vez más limitadas, que ofrece un medio en degradación, obligan a los nómadas a dirigirse a regiones de mayor potencial agrícola. No obstante, este desplazamiento tiene obvias repercusiones sociopolíticas.

Debe darse la debida importancia al mantenimiento de un medio ambiente total estable, ya que la reducción o destrucción de la vegetación en una parte de los terrenos por donde pasa cada año el ganado nómada puede tener consecuencias desastrosas sobre otras partes de esos terrenos, sobre los animales y, en definitiva, sobre el propio nomadismo.

Si se observa el gradiente de precipitaciones desde las tierras de cultivo al desierto, pasando por tierras marginales, es evidente que las zonas que podrían sufrir la máxima erosión serían, normalmente, las desérticas, de escasa vegetación, fuertes vientos y lluvias irregulares. Pero en muchas partes del mundo, a causa de anteriores pastoreos abusivos, el desierto ha invadido las tierras marginales, e incluso las tierras de cultivo con escasas lluvias; se han extendido, pues, considerablemente, las zonas donde la erosión acelerada constituye un peligro particular y las más sujetas al influjo destructor del ganado nómada igualan, casi, a las más susceptibles actualmente a la erosión.

Teóricamente, las tierras que mayores posibilidades ofrecen para la fauna son aquellas donde puede mantenerse una mayor diversidad del hábitat, es decir, las tierras agrícolas y marginales; sin embargo, son realmente estas últimas las que más promesas inmediatas ofrecen para el desarrollo de la fauna salvaje, ya sea como una forma de explotación de la tierra por derecho propio, o como una alternativa a las actuales prácticas agrícolas destructoras, y al pastoreo practicado en muchas tierras marginales.

Sobre todo en las zonas sometidas a una explotación agrícola o a un pastoreo excesivos, es donde se agudizan los problemas del reino animal, los cuales pueden preverse y, evidentemente, deben tomarse en consideración en las fases iniciales de la planificación agrícola.

La fauna salvaje y el nomadismo: un paralelo

Para estudiar el nomadismo y la fauna se eligieron dos métodos: comparar la compatibilidad ecológica del nomadismo con la fauna, y el efecto sobre esta última de las diversas fases de deterioración ambiental provocada por las prácticas nómadas. Consideraremos, en primer lugar, estos últimos aspectos, ya que las comparaciones de la compatibilidad ecológica resultan más significativas cuando se tienen en cuenta las tendencias pasadas y presentes.

PASTORES BORORO Y GANADO CEBÚ EN EL SÁHARA NIGERIANO - donde pocos hambres y animales logran sobrevivir

La práctica pastoral influye en la composición del complejo animal de la comunidad clímax-biótica, así como en la de la vegetación. Las tendencias irruptoras de palomas, pinzones, gallinas de Guinea, gacelas sudafricanas, impelas, ñúes, búfalos, elefantes y otras varias especies, observadas en ciertas zonas, se manifiestan en tierras sometidas a un pastoreo abusivo o demasiado quemadas.

ADAX (CHAD SEPTENTRIONAL) - uno de los sobrevivientes... que no necesita beber agua

Es importante esta generalización: la existencia, desarrollo y utilización de las diversas especies de animales no domesticados dependen de la existencia y conservación del hábitat adecuado y, por consiguiente, los cambios importantes en este último provocan cambios también importantes en las poblaciones de animales. En casi todas las estepas y sabanas africanas de pastoreo han ocurrido cambios importantes desde principios de siglo - y en muchas zonas, desde hace mucho más tiempo -, por lo que es útil estudiar estos cambios, dada su importancia para las poblaciones de animales salvajes.

Cualquier discusión sobre viabilidad de la fauna salvaje, como forma de uso de la tierra en zonas actualmente utilizadas por los nómadas, tiene que tener en cuenta, evidentemente, el estado en que se encuentre el hábitat con respecto a una vegetación que ha alcanzado su fase culminante de desarrollo. Cuanto mayores y más rápidos sean los cambios del hábitat, más fuertes serán sus efectos deprimentes o estimulantes sobre la fauna salvaje.

Esta es la base ecológica necesaria para comprender las posibilidades de vida de la fauna en un hábitat determinado, o los problemas zootécnicos que pueden existir actualmente o que podrían surgir en el futuro.

El otro aspecto de la comparación entre el nomadismo y la fauna es el del grado en que podrían adaptarse, fisiológica y ecológicamente, a los ambientes considerados generalmente como marginales para otras formas de uso de la tierra. Aunque la principal y obvia diferencia estribaría en que el hombre puede controlar mejor su destino que las poblaciones selváticas, esta diferencia no es tan grande como cabría esperar. Una vez establecida la tradición en una generación determinada de nómadas, es casi tan vinculante como los límites de muchos hogares de especies animales; por ejemplo, en muchas partes del Sáhara meridional, los nómadas se comportan como si fueran sedentarios, sobre todo cuando se trata de defender sus aguadas contra grupos no deseados.

Los rebaños nómadas no necesitan la misma cantidad de agua que la fauna salvaje: mientras que el ganado bovino puede estar varios días sin beber agua, algunas especies de animales salvajes, como el antílope adax, pueden estar sin beber varios años, bastándoles el agua que reciben de la vegetación. Su constitución fisiológica les permite conservar el agua que contienen los alimentos, ya que el intestino grueso la reabsorbe casi toda, y expele el resto en forma de excrementos secos.

Hopcraft (1970) observó que, en el momento más caluroso del día, los bovinos pierden humedad por la excesiva respiración. «En los animales salvajes», escribía, «el ritmo respiratorio era considerablemente inferior al de los bovinos en las mismas horas del día, lo que era otro medio de conservación de la humedad. Por esta razón, los animales salvajes no tienen que ir de una parte a otra en busca de agua, como los bovinos y, por consiguiente, transforman una mayor cantidad de la energía procedente de los alimentos en producción de carne.

El nomadismo en su forma más pura todavía es ecológicamente aceptable. Los cambios son los que crean dificultades.

Observaciones recientes sobre los cambios diurnos de la temperatura de los animales domésticos, en comparación con la de los ungulados salvajes, han contribuido a esclarecer la cuestión de la adaptación fisiológica. Se vio que las fluctuaciones diarias de la temperatura corporal eran considerablemente mayores en la fauna salvaje de las regiones semiáridas que en los animales domésticos, a igualdad de condiciones climatológicas. Según un estudio, la temperatura de los animales de caza varía 10°F diariamente, mientras que, en las mismas condiciones, la temperatura de los bovinos sólo va ría 3°F. a Como para conservar constante la temperatura corporal se consume energía, éste es otro de los medios que tienen los animales de caza para conservarla. Además, como los antílopes eland y kongoni permiten que aumente la temperatura de su cuerpo durante los días calurosos, no tienen la misma necesidad de enfriar su cuerpo; dado que este enfriamiento se consigue principalmente con transpiración y evaporación, las pérdidas de humedad son mucho menores en estos animales que en los bovinos.» (Hopcraft, 1969.)

Nómadas y ganado forman una unidad sociobiológica determinada por las limitaciones del hábitat.

Esas características fisiológicas confieren evidentemente a los ungulados salvajes considerables ventajas sobre los rebaños de animales domésticos en las zonas secas donde escasean los alimentos y muchas voces hay carencia completa de agua.

La genética desempeña también una función importante. Diversas especies presentan diferencias notables según la rapidez con que atraviesan el terreno mientras se alimentan y según el grado de intolerancia entre las especies y dentro de una misma especie. Aunque casi todos estos factores pueden ser también importantes para el ganado doméstico, los desplazamientos diarios son en gran parte dirigidos por el hombre, y cualquier cambio de comportamiento del pastor nómada con respecto a su forma de vida se reflejará inevitablemente en el programa diario de pastoreo y, en definitiva, en la vegetación de la que depende el rebaño.

Por consiguiente, el uso de la tierra por la fauna es poco intenso normalmente, aunque el ganado nómada, especialmente en estos últimos años, puede sobrepasar largamente la capacidad de la tierra para sostenerlo permanentemente.

El factor fundamental que afecta al número de animales salvajes es su hábitat, aunque este número puede disminuir cada año a causa de la caza, o bien aumentar, gracias a la aplicación de diversas técnicas de explotación. El número de cabezas de ganado depende principalmente de las prácticas y actitudes de los nómadas, y, en definitiva, de las limitaciones impuestas por su hábitat, aunque se procura que ese número sea lo más alto posible. La diferencia entre el número óptimo, dictado por los diversos factores del hábitat, y el número máximo, dictado por la conducta del hombre es una de las diferencias fundamentales más importantes para poder comparar los efectos del ganado nómada y de la fauna sobre los ambientes secos.

Cuando en las zonas desérticas o marginales vive sólo la fauna salvaje, sin pastoreo nómada, las poblaciones fluctúan según las estaciones y los años, en función de la calidad del medio y de la época de cría; cuando el pastoreo es puramente nómada, hay poca diferencia entre las poblaciones de animales salvajes y el ganado nómada en cuanto al efecto que ejercen sobre la tierra, ya que, bajo este sistema de pastoreo, el uso de la tierra por el nomadismo es casi igual al de la fauna salvaje.

Cuando el pastoreo es excesivo, en cambio, la adaptabilidad de los bovinos al hábitat va disminuyendo gradualmente hasta que, finalmente, abandonan la tierra. Al mismo tiempo, como las condiciones que debe reunir el hábitat de las diferentes formas de fauna son muy diversas, algunas de las especies salvajes disminuyen, mientras que otras aumentan.

Además de los aspectos fisiológicos ya mencionados, el argumento más importante en favor de una productividad potencialmente mayor de la fauna salvaje es el de la combinación de especies diferentes, utilizando cada una de ellas una parte algo diferente del hábitat y, de este modo, produciendo más en combinación que una sola especie de animales salvajes, o que una o dos especies de animales domésticos. Pueden darse buenos ejemplos de cómo puede conseguirse esta productividad sin destruir la base ecológica en que se apoya la producción. Vale ciertamente la pena considerar la ordenación de la fauna salvaje como una forma de uso de la tierra por derecho propio (Riney, 1964, 1967).

La primera pregunta que puede hacerse en relación con el pastoreo nómada es si puede continuar indefinidamente en la misma forma que en los últimos decenios; si no puede continuar, el cambio en la explotación del pastoreo podría ocasionar mejoramientos, consistentes en una mayor estabilidad y, tal vez, en un aumento gradual de la productividad. Si las tierras marginales continúan deteriorándose, o si los ambientes se han degradado al punto de que los nómadas no podrían aceptar la reducción del número de reses por razones económicas y sociales, estaría entonces indicado recurrir a la fauna como una forma accesoria de uso del terreno, o, en una forma mucho más adecuada, con carácter permanente.

Una de las formas de resolver los problemas del pastoreo nómada sería obtener agua para el ganado en las zonas donde escasea o no existe. Esta solución, elementalísima, sería defendible por los fabricantes de equipos de bombeo y por los políticos interesados en una rápida demostración de acción directa ante un importante problema; pero, desde el punto de vista ecológico, la idea de resolver la cuestión nómada haciendo pozos de sondeo es demasiado frívola para ser tomada seriamente en consideración, si no fuera por el hecho de que el síndrome de los pozos de sondeo es actualmente uno de los factores que más contribuyen a aumentar las pérdidas de tierras marginales semiáridas y la extensión de los desiertos.

ES cierto que construyendo pozos o embalses temporales, o cualesquiera otros medios que permitan conservar el agua, se puede facilitar ésta al ganado, que, indudablemente, sobreviviría cierto tiempo, si el agua fuera realmente el único factor de que depende la existencia de estos animales. Sin embargo, como están constatando varios países africanos limítrofes con el Sáhara, el disponer de agua puede permitir la vida de los animales, pero destruye también la vegetación restante, que depende de lluvias escasas e irregulares. Este pastoreo excesivo, artificialmente provocado, no puede eternizarse, ya que los animales mueren, y hay que acabar por retirarlos de estas zonas de sequía artificialmente provocada.

Si el agua recién obtenido pudiera utilizarse para los animales y también para las plantas de las que ellos dependen, se podría vislumbrar un tipo de utilización a largo plazo de la tierra por animales domésticos de diversos tipos; pero, de no ser así, son aconsejables otros tipos de explotación o uso de la tierra.

HIPOPÓTAMO «SUSTRAÍDO» A UNA MANADA EN EL PARQUE NACIONAL DE QUEEN ELIZABETH, UGANDA - un recurso natural valioso, si se lo maneja adecuadamente

Whyte (1966), sugirió que, para mejorar el hábitat del desierto, su clima, vegetación y suelo, así como el lugar del hombre y de su ganado doméstico en este medio, se puede actuar en dos sentidos. El primero es tomar medidas para mejorar la explotación, lo que permitirá utilizar la vegetación básica conservándola «y obtener los productos pecuarios característicos de este medio». El segundo es tomar medidas que permitan que tanto los pastores nómadas como su ganado dependan cada vez menos de los pastos de tierras áridas y semiáridas, y se vuelvan más sedentarios. Añade también que esto último podía conseguirse combinándolo con el uso constante de pastizales áridos y semiáridos por rebaños y ganado que se desplazan guiados por pastores profesionales.

Cualquiera que sea la forma de uso de la tierra, hay que reconocer que la conservación es inseparable de la explotación, porque incluso las tierras áridas y marginales están limitadas en todo el mundo. No se puede dejar que continúen desarrollándose formas de uso del terreno que destruyan la riqueza, de la cual dependen básicamente esas formas de uso.

La expansión o concentración de poblaciones nómadas no son aceptables, ya que requieren más espacio por unidad de ganado que cualquier otra forma de actividad pastoral. Aunque el nomadismo puro es todavía aceptable desde el punto de vista ecológico, lo que ha creado dificultades es el alejamiento del mismo.

La insistencia de Whyte en la necesidad de un cambio gradual suscita una cuestión todavía más importante. Para que las soluciones sean eficaces, tienen que ser social y económicamente aceptables y, al mismo tiempo, satisfacer las exigencias ecológicas. Los nómadas y sus rebaños constituyen una unidad sociobiológica inseparable. En algunas regiones, esto implica la existencia de familias, mientras que, en otras, las familias forman clanes débilmente unidos. Cualquier solución que se proponga para los problemas nómadas tiene que ser aceptable para los jefes de las diferentes familias nómadas, o no será tenida en cuenta.

Pudiera ocurrir que los parámetros sociales de los nómadas fueran tan inflexibles que haya que encontrar varias posibilidades más ecológicamente aceptables de uso y explotación de la tierra. Whyte sugiere la producción de productos pecuarios «característicos» del medio pero, desde ese punto de vista, la fauna salvaje es todavía más tradicional que el ganado doméstico de introducción comparativamente reciente, y, de una u otra forma, tendrá que ser considerada como una forma ecológicamente aceptable del uso de la tierra.

Cualquier proyecto de solución del problema de los nómadas debe ser convincente para que los jefes de cada familia lo acepten.

No se puede considerar el nomadismo como una cuestión diferente de otros aspectos del desarrollo nacional. La creciente tendencia hacia una urbanización y explotación agrícola más intensivas ha reducido inevitablemente las superficies que anteriormente eran utilizadas, sin restricciones, por los nómadas. Por esta razón, las limitaciones de carácter social, económico y ecológico, que son necesarias hoy día y que figuran en cualquier programa de cambio, tienen que ser aceptables no sólo para las familias, sino también para los gobiernos de los países, y las regiones. Los problemas del nomadismo se complican cada vez más, y se ensanchan las perspectivas y objetivos. En las circunstancias actuales, el nomadismo es como una enfermedad para la tierra. Es bien sabido que el nomadismo acelera la «saharanización», lo que permite predecir que, en las formas actuales de seminomadismo, el desierto seguirá extendiéndose; una cantidad cada vez mayor de tierra dejará de ser productiva, y los nómadas se verán finalmente obligados a otras formas de uso de la tierra. Por fortuna, en las últimas décadas se han observado algunas tendencias esperanzadoras que les obligan a reexaminar el uso de la fauna, no sólo como fuente de proteínas, sino también como una forma potencialmente más importante de uso de la tierra. Existe la creciente tendencia a la aplicación de tipos más perfeccionados de explotación de la fauna, a fin de conseguir la máxima producción de proteínas y de otros productos pecuarios con la utilización de una variedad de especies salvajes.

Otra tendencia significativa entre los planificadores del uso de la tierra en las regiones áridas es la aplicación de criterios ecológicos para determinar en qué medida las zonas actuales de actividad pastoral conservan un medio que podría sostener este uso de manera permanente. Es de esperar que, a medida que se vayan conociendo más ejemplos de mal uso, se ejerzan presiones, de diverso origen, para que se dé prioridad a la estabilización del medio y al establecimiento de formas adecuadas de uso de la tierra en esos medios difíciles. Inevitablemente, la fauna acabará siendo más importante en esas zonas; en otras, donde ha desaparecido prácticamente, podría reintroducirse. En las zonas en que, con una mejor explotación, podría vivir el ganado vacuno, pero que están actualmente agotadas, el establecimiento de la fauna podría ser una modalidad temporal de uso, si se eligen cuidadosamente las especies de forma que puedan renovarse las plantas especialmente preferidas de los bovinos. En otras zonas, el establecimiento de varias especies de fauna salvaje podría llegar a ser la principal forma de uso de la tierra, en virtud de su mayor productividad potencial, de su superior adaptación al medio desértico y de su contribución al florecimiento de las tierras secas.

Es importante reconocer, especialmente en los países en desarrollo, que la explotación y utilización de la fauna salvaje es otro aspecto de la ordenación, que puede contribuir a la recuperación o al establecimiento y conservación de las tierras pastorales en las estepas y sabanas boscosas, aumentando el valor de algunas zonas forestales y constituyendo una importante fuente de proteínas.

La fauna puede considerarse, para casi todos los tipos de uso de la tierra en las zonas marginales semiáridas, como parte de un programa de usos múltiples, o como una modalidad potencial de uso por derecho propio.

Referencias

HOPCRAFT, D. 1969. Experiment, Africana, 3, (9): 5-9.

RINEY, T. 1964. The importance of wildlife as a marginal form of land use in developing countries. FAO African Forestry Commission, Kampala, Uganda.

RINEY, T. 1967. Conservation and management of African wildlife. FAO, Roma.

WHYTE, R.O. 1966. The use of arid and semiarid land. Arid lands: a geographical appraisal. Unesco and Methuen & Co., Londres, 301-361.


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