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Por qué la agrosilvicultura necesita mujeres - Cuatro mitos y estudio de un caso

Louise Fortmann y Dianne Rocheleau

Louise Fortmann es Profesora adjunta del Departamento de Silvicultura y Ordenación de los Recursos Universidad de California (Berkeley), California, Estados Unidos.

Dianne Rocheleau es geógrafa y especialista científica superior; trabaja en el Consejo Internacional de Investigaciones Agroforestales (Nairobi), con una beca posdoctoral de la Fundación Rockefeller.

La participación de la mujer es esencial en la definición, preparación y ejecución de los proyectos de agrosilvicultura. Sin embargo, en la mayoría de los casos las mujeres siguen excluidas de esa participación. Las autoras, Fortmann y Rocheleau, después de examinar cuatro mitos a los que se debe la exclusión de las mujeres de los proyectos, describen los objetivos y resultados del proyecto; de desarrollo Plan Sierra en la República Dominicana.

Este proyecto, entre otros resultados, ha demostrado claramente las posibilidades de empleo y capacitación de las mujeres en agrosilvicultura.

A pesar de la función decisiva de la mujer en el proceso de desarrollo (Boserup, 1970), los proyectos correspondientes continúan preparándose sin tener en cuenta su efecto sobre las mujeres o la función que éstas pueden desempeñar en su ejecución. En un estudio de 43 proyectos de silvicultura del Banco Mundial, por ejemplo, se observó que sólo ocho hacían referencia especifica a la mujer (Banco Mundial, 1980). Los proyectos de agrosilvicultura no son una excepción.

En parte, esta situación se debe a la imagen masculina que la palabra «silvicultura» evoca. La realidad es, sin embargo, totalmente opuesta a esa imagen. Las mujeres han desempeñado tradicionalmente funciones importantes en la producción agrícola y en el aprovechamiento y cuidado de los árboles. La importancia de esas funciones se ve a menudo oscurecida por los mitos muy difundidos sobre la función y condición de la mujer. Vale la pena examinar cuatro de esos mitos.

1. La mujer como ama de casa

El primer mito es que las mujeres son únicamente amas de casa. En realidad, en muchas sociedades rurales, si no en todas, son agricultoras; a menudo, son ellas las que se encargan principal o exclusivamente de la producción de alimentos. Estudios detallados efectuados región por región, país por país y grupo étnico por grupo étnico, han documentado la idea de que el trabajo y las decisiones de las mujeres son absolutamente esenciales en la producción y el desarrollo agrícolas (FAO, 1982).

Un estudio de 95 países en desarrollo realizado en 1970 indicó que la mujer constituye del 17,5% (en Centroamérica y América del Sur) al 46,2% (en Africa subsahariana) de la fuerza total de trabajo en la agricultura (Dixon, 1983). Si se considerara únicamente la producción de alimentos, los porcentajes serían lógicamente mucho mayores. La función predominante de la mujer en la agricultura tanto tradicional como moderna, se ha demostrado en el caso del Africa subsahariana (Bryson, 1981). Se ha señalado la participación de la mujer, y en particular de las mujeres pobres, en la producción agrícola de la India (Sharma, 1980). Las mujeres desempeñan una función fundamental en las actividades y en las decisiones relacionadas con la agricultura en Nepal (Acharya y Bennett, 1981; Bennett, 1981; Molnar, 1981; Pradhan, 1981, y Rajaure, 1981). Mazumdar (1982) señala que en Asia «las campesinas constituyen el principal grupo dedicado a la agricultura y a la producción de alimentos» y señala que los murales de los templos en el nordeste de la India muestran a las mujeres como «primeras domesticadoras de plantas». Colfer (1981) documenta la función central de la mujer en la agricultura migratoria en el Kalimantan Oriental. Se ha demostrado que en América Latina las mujeres han participado activamente en la producción agrícola (Alberti, sin fecha; Deere, 1982).

Las mujeres se ocupan a menudo de la cría de animales pequeños y de la alimentación de los mayores, en particular vacas de leche y terneras. Así pues, los proyectos de agrosilvicultura relacionados con árboles para forraje, o para beneficio de los cultivos, o con cultivos y árboles intercalados, deben incluir la participación de las mujeres, ya que son éstas las que a menudo se encargan de los cultivos o cuidan los ganados a que se destinan los proyectos.

2. Los productos forestales como esfera de acción de los hombres

Un segundo mito es que sólo los hombres son los usuarios y los encargados de los árboles. En realidad, las mujeres son las principales usuarias de productos forestales como la leña, los alimentos y los forrajes de origen forestal. Wood et al. (1980) señalan que las mujeres «son las principales encargadas de la recogida y utilización de la leña y a menudo del establecimiento inicial y cuidado de las reservas de leña cerca de las aldeas». Bennett (1981) llegó a la conclusión de que en Nepal las mujeres se encargaban de recoger el 78% del combustible, y las mujeres y muchachas, consideradas en conjunto, el 84%. En 1980 el Grupo de Expertos sobre la Mujer y las Industrias Forestales de la Comisión Económica y Social para Asia y el Pacífico, señaló que hasta dos tercios del tiempo dedicado a la recogida de leña, correspondía a las mujeres (CESPAP, 1980).

Las mujeres pueden hacer también un uso diferente de los productos forestales que los hombres. Las prioridades de los hombres y de las mujeres en cuanto a la preferencia por ciertas especies en los programas de forestación en la India, por ejemplo, son a menudo contrapuestas (Sharma, 1981). Hoskins señala también intereses contrapuestos de los hombres y las mujeres en relación con los recursos forestales (FAO, 1983). Es más probable que los hombres se interesen por los productos forestales para la venta comercial con un uso final lejos del hogar. Las mujeres recogen de los bosques y de cada árbol leña y alimentos para consumo humano y animal. Conocen bien las características de las varias especies como combustible y sus posibilidades de producir alimentos. Tanto los hombres como las mujeres obtienen medicinas de los productos forestales, pero para fines distintos. Las mujeres también usan productos forestales para actividades como cestería y producción de tintes. Es, pues, lógico esperar que las mujeres tengan un conocimiento más detallado de los árboles y de sus usos y, en efecto, Hoskins (1982a) observó en Sierra Leona que las mujeres podían enumerar 31 productos recogidos o producidos por arbustos y árboles cercanos, mientras que los hombres sólo podían enumerar ocho.

El contacto intimo de las mujeres con los productos forestales y la producción agrícola hace que con frecuencia tengan un mayor conocimiento de los problemas ambientales que los hombres. Por ejemplo, los encargados de un proyecto de conservación de suelos y aguas en Malí descubrieron que las mujeres locales hablan tomado ya medidas de conservación, sin las cuales el proyecto habría fallado (Hoskins, 1982b). Wiff describe un proyecto de reforestación y conservación de suelos en que se negó deliberadamente a las mujeres el acceso al crédito y a los servicios técnicos (FAO, 1977). Sin embargo, allí donde las mujeres pudieron actuar, incluso sin acceso al crédito, figuraron a la cabeza en las actividades de conservación.

EXTENSIONISTA EN ACCION una actividad donde hacen falta más mujeres

Así pues, la presunción de que sólo los hombres participan en las actividades forestales es a menudo totalmente errónea. En el caso de la leña y de los productos forestales menores, suelen participar sólo las mujeres. Ellas son las que saben lo que se necesita, qué árboles son apropiados o no, y las que usarán el producto final. A menudo se encargan también directamente de la producción y ordenación de los cultivos y los árboles.

3. Los hombres como cabeza del hogar

Un tercer mito es que todas las mujeres tienen un marido o son miembros de hogares encabezados por maridos. En realidad, un número cada vez mayor de mujeres encabezan sus propios hogares. A veces ello se debe a elección propia. Otras veces es resultado de acontecimientos personales como muerte del cónyuge, divorcio, deserción, abandono, o de tendencias sociales, como la emigración de los varones.

Cualquiera que sea la causa, en todas las regiones del mundo hay un número considerable de hogares encabezados por mujeres. Se ha estimado que entre el 25 y el 33% de todos los hogares del mundo (subrayado en el original) están de hecho encabezados por mujeres (Buvinic y Youssef, 1978). En un estudio de 73 países en desarrollo, el menor porcentaje de hogares encabezados por mujeres fue del 10,1%, en Kuwait. El mayor fue en Panamá, con el 40%. Un 27% de los países tenía entre el 10 y el 14% de hogares encabezados por mujeres; un 43% tenía del 15 al 19%; un 23% tenía del 20 al 24%; y un 7% tenía más del 25% de hogares encabezados por mujeres. Los porcentajes en países determinados, y en regiones específicas dentro de los países, pueden ser muy altos. Por ejemplo, en Botswana el promedio de hogares encabezados por mujeres en las zonas rurales es del 30%, y llega a ser del 43% en algunos lugares (Fortmann, 1981).

Resumiendo, el hogar encabezado por una mujer es una unidad social cada vez más frecuente. Al encabezar las mujeres sus propios hogares, han asumido nuevas funciones. En varias sociedades se ha señalado un proceso histórico en el que las mujeres asumen tareas «masculinas» y trabajan en sectores «masculinos» en ausencia de los hombres (Allan, 1965; Cliffe, 1975; Kuper et al., 1954).

4. La mujer como miembro pasivo de la comunidad

Un cuarto mito es que las mujeres son miembros pasivos de las comunidades, donde la influencia y la acción públicas constituyen un campo limitado a los hombres. March y Taqqu (1982) han documentado la gran influencia de las asociaciones extraoficiales de mujeres, tanto en la esfera privada como en la pública. En el ámbito doméstico, las mujeres influyen en los acontecimientos públicos a través de sus cadenas de información, que se basan en vínculos de linaje y gracias a la posibilidad de negarse a suministrar bienes (alimentos, cerveza) que se necesitan para la participación de los hombres.

Los grupos de solidaridad femenina pueden adoptar una actitud muy activa en la defensa de sus propias intereses. Por ejemplo, en la famosa «guerra de las mujeres» de 1929 en Nigeria, las mujeres enardecidas por el rumor de que el censo en curso suponía que se les iba a gravar con impuestos, se negaron a permitir que los consistas las contaran a ellas o a sus bienes. Las mujeres organizaron enfrentamientos con la administración colonial, que a veces dieron lugar al uso de la fuerza (March y Taqqu, 1982).

Las mujeres pueden influir en la esfera económica a través de asociaciones de trabajo y de crédito. También pueden influir mediante sus funciones como curanderas o figuras religiosas. Asimismo, pueden desempeñar cargos directivos en instituciones con una estructura formal. En Botswana son generalmente los soportes de las organizaciones de beneficencia, e incluso desempeñan puestos de autoridad en organizaciones «masculinas», como los comités de agricultores (Fortmann, 1983).

La influencia de las mujeres y de los grupos femeninos está demostrada por un proyecto en la República del Camerún. En él los hombres, temiendo que el gobierno se apropiara de sus tierras para plantar árboles, derribaron una cerca protectora alrededor del vivero. Fueron las mujeres las que reconocieron la necesidad de leña y persuadieron a los hombres de que debían reconstruir la cerca (Hoskins, 1982b).

Así pues, las mujeres, tanto individualmente como en grupos, influyen privadamente en la acción pública de los hombres y emprenden ellas mismas acciones públicas. Las posibilidades de intervención pública de las mujeres en esferas como la forestación y la conservación de suelos y aguas es especialmente grande, porque son las que más sufren de la degradación ambiental (Fouad, 1982). Son ellas las que deben recorrer mayores distancias para buscar agua, leña y forraje. Son ellas las que deben producir cultivos de subsistencia en suelos cada vez más degradados. Son ellas las que a menudo tienen posibilidades y probabilidades de organizar la comunidad para la acción.

Estudio de un caso: La República Dominicana

Puede usarse el estudio de un caso, el proyecto de desarrollo Plan Sierra, en la República Dominicana, para examinar la participación de la mujer en diferentes aspectos de la agrosilvicultura. El Plan Sierra es un proyecto integrado de desarrollo rural con elementos importantes de agrosilvicultura y reforestación. Durante sus tres primeros años (1979-81) el Plan Sierra estableció criterios innovadores en relación con la agrosilvicultura, la conservación de suelos y la capacitación y extensión forestales. Si bien se incluyó deliberadamente a la mujer en algunos aspectos de esos programas, se pasó por alto su interés en actividades «invisibles» de subsistencia. A veces se confundió el lograr la participación de las mujeres y el servir a sus intereses. Tanto los éxitos como los fracasos de los primeros años del Plan Sierra ponen de relieve muchos de los problemas fundamentales que los proyectos de desarrollo de la agrosilvicultura plantean para la mujer.

Sistemas de producción en la Sierra. La Sierra es una región escarpada relativamente aislada, en las montañas centrales de la República Dominicana. Los ingresos familiares, la situación sanitaria y el nivel de educación de los residentes son bastante inferiores a las medias nacionales. La economía ha pasado por ciclos de prosperidad y de depresión de las actividades mineras y madereras. La emigración ha sido elevada, sobre todo entre los hombres de 20 a 40 años de edad. La zona ha sido en gran parte deforestada por la explotación maderera comercial y la práctica del cultivo migratorio, que continúa en la periferia de los bosques. La degradación y la erosión del suelo están generalizadas, y el equilibrio hidrológico de la región se ha visto gravemente perturbado (Santos, 1981; Antonini et al., 1975).

La mayor parte de la producción agrícola proviene de sistemas agroforestales basados en combinaciones de cultivos extensivos, café, pastos y bosques. Estos se combinan con cultivos simultáneos intercalados, y se practica la rotación a lo largo del tiempo. La mayoría de las familias agrícolas practica esas diversas formas de explotación para subsistencia y fines comerciales.

El café y el ganado representan las principales empresas comerciales de los grandes terratenientes, mientras los pequeños propietarios venden café o cultivos anuales por dinero efectivo. La mayoría de los hogares de los pequeños propietarios dependen también mucho del empleo externo. La leña y el agua se recogen normalmente fuera de la explotación. Se intercalan los cultivos comerciales y los de subsistencia. Incluso en los pastizales hay normalmente diseminadas palmeras con destinos múltiples. Las industrias caseras incluyen la fabricación de muebles, la elaboración de alimentos (pan de yuca, queso, dulces) y producción de recipientes de fibra de palma para venderlos a la industria del tabaco y para el uso local con animales de carga (Rocheleau, 1984).

Participación de la mujer. La mujer comparte con el hombre las tareas en la cosecha de los cultivos anuales y del café (como propietarias y/o asalariadas). Las mujeres crían pequeños animales (cerdos y pollos) para producción de carne y de huevos; normalmente ordeñan las vacas (para consumo en el hogar) y cultivan huertos de hortalizas, bananas y hierbas. La tarea de buscar leña y agua corresponde en la mayoría de los casos a la mujer, con alguna ayuda de los hijos.

Como en muchos proyectos similares en América Latina, la participación de las mujeres locales en el Plan Sierra se limitó inicialmente a los servicios sanitarios y a la higiene y la economía domésticas

La elaboración de queso, dulces y yuca son casi por completo actividades femeninas. La mujer produce y vende los recipientes de fibra de palma, con la ayuda de los hijos y los miembros ancianos de la familia. Las artesanas tejen también los asientos y respaldos de sillas de madera de producción local. Los talleres de carpintería explotados por hombres subcontratan a destajo esa actividad.

Programas. El Plan Sierra se preparó como proyecto de desarrollo rural integrado para una zona de 2500 km². Desde el principio, incluía importantes elementos de agricultura, reforestación y conservación del suelo. El programa de trabajo se dividió entre una unidad técnica (agricultura y silvicultura) y otras encargadas de sanidad, educación y organización rural, agrimensura, ingeniería y construcción, y comercialización e industria rural.

La agrosilvicultura y la producción forestal se incluyeron en los programas de la unidad técnica. Las iniciativas en relación con la agrosilvicultura incidieron sobre todo en los sistemas de producción de café. Los agricultores (en su mayoría pequeños propietarios) recibieron crédito subvencionado y cursos intensivos de capacitación para facilitar el establecimiento de rodales con fines múltiples, entre ellos dar sombra a los cafetales. También se facilitaron crédito y asistencia técnica para el establecimiento de huertos de frutales mejorados, a menudo intercalados con cultivos alimentarios anuales (Santos, 1981, 1983).

Aparte de los cafetos y los árboles frutales, la plantación de árboles en las pequeñas explotaciones no recibió un tratamiento separado de la reforestación en grandes explotaciones estatales y privadas. Las actividades de reforestación se centraron en pinos indígenas y exóticos para la ordenación de cuencas fluviales o la producción de madera. Esas especies de pinos no eran apropiadas para las pequeñas explotaciones, dadas las circunstancias históricas de la Sierra, donde la prohibición de cortar árboles (cualquiera que sea el titulo a la tierra) se ha aplicado muy rigurosamente en el caso de los pinos y otras especies madereras. Por consiguiente, la mayoría de los pequeños agricultores no estaban dispuestos a plantarlos en sus propiedades (Rocheleau, 1984).

Los servicios de apoyo a la agrosilvicultura y la reforestación incluían la conservación de suelos, el establecimiento de viveros, la capacitación de empleados y los programas de educación comunitaria. Se contrató a centenares de trabajadores locales para construir viveros y recibir capacitación en actividades de conservación y silvicultura, extensión y construcción en los 2500 km² de superficie que abarcaba el proyecto. El personal de la unidad técnica fomentó también la agrosilvicultura y reforestación mediante cursos para capacitar a los maestros en cuestiones de ecología local, reforestación y sistemas de producción viables. Los maestros intervinieron luego como participantes y promotores en campañas comunitarias de plantación de árboles.

Función de la mujer en la agrosilvicultura. Como en muchos proyectos similares en América Latina (FAO, 1977), la participación de las mujeres locales en el Plan Sierra se limitó inicialmente a los servicios sanitarios, y a la higiene y la economía domésticas (Safo y Gladwin, 1981). La participación de las mujeres como profesionales se centró sobre todo en la sanidad, la educación y la organización rural. La evolución de los programas del Plan Sierra y la inclusión o exclusión de las mujeres en ellos da una idea de los problemas que deben tratarse en futuros proyectos de agrosilvicultura y desarrollo en América Latina. Las principales esferas de interés identificadas son el acceso al empleo, la capacitación, el crédito, la tierra y la asistencia técnica apropiada (M. Fernandes, comunicación personal, 1981).

Inicialmente se contrató a las mujeres locales para tareas de economía doméstica, o como secretarias, cocineras y limpiadoras. Con el tiempo, algunos viveros contrataron a las mujeres para regar las plántulas y llenar sacos de polietileno con humus para macetas. Los supervisores de los viveros consideraban que las mujeres eran más eficientes y tenían más paciencia en esa tediosa tarea.

Algunas mujeres, que sólo con renuencia comenzaron a ocuparse de técnicas de propagación de las plantas, adquirieron más tarde un interés activo en esa labor. Los administradores del Plan Sierra y parte del personal técnico estimularon esa tendencia. Capacitaron en horticultura a un grupo paratécnico de mujeres que se denominaron injertadores. Ese trabajo adquirió gran prestigio y se aceptó como labor femenina, estableciendo un precedente para la inclusión de algunas mujeres en la labor técnica en los viveros. Como en muchos otros proyectos similares, el acoso sexual de algunos colaboradores y directores hizo el trabajo difícil para ciertas empleadas, pero los administradores expulsaron con el tiempo a los culpables.

Las mujeres comenzaron a pedir que se les destinara específica mente a los viveros y algunas manifestaron interés en realizar tareas de campo relacionadas con la silvicultura y la conservación de suelos con las investigadoras visitantes. Algunas de las participantes en dicho grupo hablaron de invertir parte de sus ingresos en tierras o pequeños huertos de cítricos, posibilidad que no habrían considerado antes.

Artículos de origen forestal producidos en el hogar

EN CHINA...

...Y EN TURQUIA

Asistencia técnica/capacitación. A pesar de que muchas mujeres son cabezas de familia, raramente eran las beneficiarias directas de las plantaciones de árboles realizadas a nivel de la comunidad o en las distintas explotaciones. Se buscaba activamente su colaboración como trabajadoras voluntarias y promotoras de la reforestación a nivel de la comunidad, y también participaban en la capacitación técnica y en la ejecución de proyectos mediante los cursos de capacitación de maestros. Aproximadamente la mitad de los maestros en la Sierra son mujeres, y todos los maestros asisten a las mismas sesiones de capacitación, cualquiera que sea su especialización individual o su capacitación anterior.

Las mujeres eran rara vez beneficiarias directas de los programas técnicos, y ello no se debía a una actitud deliberada sino a su falta de interés. Como no se consultaba a las campesinas pobres en la preparación técnica de proyectos, sus preocupaciones y necesidades no se tenían debidamente en cuenta en los programas técnicos. Cuando se les consultaba para evaluar las necesidades de las mujeres a mitad del proyecto, solicitaban asistencia para la mejora del abastecimiento de agua, para el suministro de leña, para huertos e industrias caseras, como tejido y elaboración de alimentos. En estos casos, los problemas relacionados con la leña y con las industrias caseras estaban dentro de la esfera de la agrosilvicultura (Chaney y Lewis, 1980; Rocheleau, 1984; Safa y Gladwin, 1981).

Algunas de las mujeres que producían recipientes de cestería se quejaban de la falta de acceso a los suministros de fibra de palma o de que esos suministros eran cada vez menores y más inseguros (E. Georges, comunicación personal). Las palmas (Sabal umberculifera Martius y otras) son también fuentes importantes de madera, alimentos y forrajes, y a menudo están situadas en pastizales o tierras en barbecho de propiedad de vecinos o parientes. Las mujeres tienen acceso libre (una ventaja aparente) pero ninguna garantía de acceso futuro y ningún control sobre la corta y sustitución. El suministro de hoja de palma es gratuito pero no fiable. En algunos casos, los suministros estaban amenazados por la tala de las palmeras para obtener material barato de construcción. Muchos hombres de la localidad decidieron usar los árboles para la construcción o para obtener ingresos monetarios, después que su valor como alimento para los cerdos se vio reducido por una epidemia de fiebre porcina y la subsiguiente prohibición de la cría (Rocheleau, 1984).

La ordenación y mejora de este sistema alterado de usos múltiples de la agrosilvicultura no se integraron ni en la ordenación de pastizales ni en los programas de industrias rurales. Sin embargo, el Plan Sierra (unidad de comercialización e industrias rurales) se encargó de la comercialización de los productos acabados, doblando casi el precio de los recipientes al productor. El abandono de los aspectos técnicos y empresariales de esta actividad puede haberse debido en parte a los bajos ingresos que proporciona (y a su baja prioridad) con respecto a empresas como el café. Sin embargo, la importancia de esta industria casera para las campesinas (especialmente las pobres) se debe a que no necesitan ni tierra ni capital, ya que pueden encargarse de ella mujeres, niños y personas ancianas.

La escasez de leña tiene también su mayor efecto sobre las pequeñas explotaciones. Algunas mujeres han cesado sus actividades de producción de pan de yuca debido a la falta de leña gratuita en las inmediaciones y a su precio elevado de compra. Otras señalan el tiempo y esfuerzo cada vez mayores (y la invasión de fincas ajenas) que lleva obtener la misma cantidad de leña para uso doméstico.

Ninguno de los programas se ha ocupado directamente de la recogida, selección, consumo y producción de subsistencia de leña en las fincas rurales. En la región se han realizado investigaciones sobre la producción comercial de carbón vegetal en bosques secos, pero esos trabajos no se utilizaron durante el periodo estudiado (Jennings y Ferreiras, 1979; Mercedes, 1980). En 1981 se iniciaron algunos ensayos con especies exóticas, entre ellas algunas destinadas a la producción de carbón (Montero, comunicación personal, 1981) pero no se realizaron experimentos ni ensayos en fincas con árboles indígenas de capacidad demostrada para la producción de carbón.

El problema del carbón vegetal no se reconoció al principio como cuestión prioritaria. Cuando se planteó, el personal técnico no tenía capacitación ni experiencia en la selección, propagación, ordenación y promoción de las especies carboneras, sobre todo de las que sirven para plantar en las fincas. Tampoco habla en el país ninguna mujer especialista en silvicultura (o en agrosilvicultura). Así pues, se perdió una gran oportunidad para que las mujeres participaran en las actividades de agrosilvicultura y reforestación y se beneficiaran de ellas.

Había probabilidades de que las mujeres se beneficiaran directamente de la asistencia técnica cuando sus fuentes de ingresos en efectivo o de alimentos coincidían con aquellas cuya administración correspondía más a menudo a los hombres. Por ejemplo, se invitó a las que tenían (o deseaban establecer) cafetales, bien como cabezas de familia o como cónyuges de propietarios o administradores, a que asistieran a cursos de capacitación sobre sistemas agroforestales mejorados basados en el café. Se incluyó debidamente a las mujeres, aunque no se consideró que fueran las principales destinatarias de este programa de capacitación/extensión/crédito. En efecto, se les reconoció igualdad de oportunidades de acceso a la capacitación y de condiciones para la asistencia técnica en un terreno que se consideraba dominio masculino.

El obtener crédito resultó más difícil y dependió sobre todo del estado civil. En el proyecto general se incluyeron algunos programas de crédito subvencionado y de reforma agraria, pero la falta de acceso al crédito y a la tierra representaba un obstáculo serio a la ejecución de proyectos de plantación de árboles, en las fincas o en el ámbito comunitario, por las mujeres y en su beneficio. El crédito era particularmente difícil de conseguir para las mujeres establecidas en pequeñas poblaciones, en tierras sin título o en la propiedad de maridos ausentes.

Enseñanzas. El Plan Sierra ilustra tanto la posibilidad de empleo y capacitación de las mujeres como la necesidad de utilizar más su experiencia en la definición, tecnología, preparación, ampliación y ejecución de proyectos. Demuestra que, incluso en regiones donde las mujeres no labran tradicionalmente el suelo, pueden y deben tener oportunidades de empleo y capacitación en técnicas relacionadas con los viveros y las explotaciones hortícolas, algunas de las cuales pueden calificarse como «ocupaciones femeninas».

La experiencia del Plan Sierra indica también la necesidad de consultar previamente a las mujeres destinatarias de los proyectos de desarrollo agroforestal sobre problemas de interés inmediato para ellas, y sobre la posible acción para resolver los problemas o mejorar de algún otro modo su suerte. En muchos casos, ello entrañaría reordenar las prioridades en la identificación de proyectos, concepción de la tecnología y criterios de selección de especies para atender mejor a las necesidades de las mujeres en el medio rural, especialmente de las pobres y de las cabezas de familia. El empleo y la capacitación de mujeres en actividades ya reconocidas como importantes (pero no definidas exclusivamente como trabajo masculino) podría ampliarse a la capacitación del personal femenino para desempeñar funciones más flexibles en los programas de extensión agroforestal destinados a las familias rurales, incluyendo los agricultores de subsistencia y los pequeños propietarios.

Consecuencias para el futuro

TRABAJO DE LA TIERRA EN CHINA el cultivo de arboles complementa la agricultura

Las mujeres que trabajaron como injertadores y como plantadoras de árboles en el Plan Sierra se beneficiaron por los salarios recibidos y por los conocimientos adquiridos que podían luego aplicar en sus propias actividades económicas privadas. Sin embargo, el número de esas mujeres fue necesariamente limitado dado el alcance del proyecto. Con todo, éste no abordó dos de los problemas más importantes para las campesinas en general: las fibras para las labores artesanales, y la leña. Si no se toman en cuenta sus necesidades, la participación de las mujeres en un proyecto con su trabajo puede estar relativamente poco recompensada.

La división del trabajo en la agricultura ha hecho que a menudo los hombres se dediquen a los cultivos comerciales de exportación y las mujeres al sector de subsistencia. Así, el Plan Sierra se centró en el principal cultivo masculino de exportación, el café, mientras que las empresas comerciales de las mujeres - no destinadas a la exportación - y las actividades de subsistencia, recibieron menor prioridad. Es evidentemente necesario determinar quién usará cada árbol y para qué fin, antes de planear un proyecto.

Los proyectos de agrosilvicultura relacionados con árboles para forraje o para beneficio de los cultivos, o con cultivos y árboles intercalados, deben incluir la participación de las mujeres.

La falta de acceso al crédito y a la tierra representaba un obstáculo serio para la ejecución de proyectos de plantación de árboles en las fincas o en el ámbito comunitario, por las mujeres y en su beneficio.

Al preparar los proyectos, deben tenerse en cuenta los recursos con los que las mujeres deben trabajar en la práctica. Será preciso reducir las limitaciones de los recursos o bien adaptar los proyectos a los recursos que las mujeres controlan en la práctica. De lo contrario, el resultado será que las mujeres quedarán excluidas de los beneficios de los proyectos. En lo que se refiere a los contactos con el personal de extensión, se ha señalado una y otra vez la necesidad de extensionistas femeninas que trabajen con las mujeres. Ello no sólo evita las dificultades que se encuentran si se intenta restringir la colaboración entre hombres y mujeres, sino que probablemente facilitará la comunicación entre las agricultoras y las extensionistas. La renuencia por parte de los funcionarios forestales o extensionistas varones a trabajar con las mujeres puede superarse obligándoles a que comuniquen los casos en que entrevistas a mujeres (Spring, 1983).

Se ha demostrado que el tipo de participación de las mujeres en la agricultura varia según su clase social y su control de los recursos (Deere, 1982; Fortmann, 1979, 1981, y Sharma, 1980). Del mismo modo que pueden ser diferentes las prioridades de los hombres y de las mujeres, también pueden serlo las de los ricos y de los pobres. Tiene especial importancia recordar este punto cuando organizaciones femeninas (estructuradas o no) participan en la promoción o utilización de la agrosilvicultura. A menudo, sólo las mujeres en mejor situación económica y con mejor educación tienen tiempo para dedicar a organizaciones estructuradas, o para capacitarse a fin de obtener empleos calificados. También son esas mujeres las que a menudo encabezan las organizaciones, estructuradas o no. Si bien hay mucho que decir en favor de utilizar la capacidad organizativa de las organizaciones y asociaciones femeninas, es preciso tener cuidado para que las mujeres pobres no queden excluidas. Deben identificarse las asociaciones «estructuradas para distribuir equitativamente los recursos aportados» y en las cuales «todos los miembros participen en pie de igualdad o tengan el mismo acceso a los procedimientos de decisión del grupo y a los medios de reparación» (March y Taqqu, 1982).

Las mujeres son tradicionalmente las primeras participantes en los elementos agrícolas o forestales de los sistemas agroforestales de producción. También son participantes, privadas y públicas, en la vida y en las decisiones de la comunidad. El no incluirles en los proyectos de agrosilvicultura tiene varios efectos negativos. Se excluye de los beneficios de los proyectos una proporción cada vez mayor de los hogares rurales encabezados por mujeres. Puede impedir a quienes preparan los proyectos de beneficiarse de los conocimientos especiales de las mujeres. Puede excluir (o incluso menoscabar) actividades y productos como leña, cestería y productos forestales menores que son parte de la esfera económica de las mujeres. La participación de las mujeres es esencial para el éxito de los proyectos de silvicultura, pero a la larga, puede requerir cambios tanto en el enfoque como en el tipo de personal de los departamentos de silvicultura y extensión. Sólo una vez disipados los mitos actuales sobre las funciones de los hombres y las mujeres y estudiados los resultados concretos de proyectos específicos, como el Plan Sierra en la República Dominicana, pueden comenzar a introducirse cambios serios.

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