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Voces de la montaña

O. Bennett

Olivia Bennett es Directora del Programa de Testimonios Orales del Instituto Panos, organización con sede en Londres especializada en información y comunicación para el desarrollo sostenible.

Testimonios orales de habitantes de zonas de montaña.

Las mujeres Indias relataron su lucha para unirse con el fin de proteger los recursos forestales, en ocasiones incluso contra sus propios esposos

«Si tuviéramos instrucción podríamos poner [nuestros pensamientos] en el papel. Pero no la tenemos. ¿De qué sirve que nos alborotemos en la aldea? Nuestras voces no van lejos.»

Así se quejaba Vimla Devi, de 60 años, portavoz de un grupo de mujeres en una aldea de montaña de Garhwal, India.

Desde 1994, el Instituto Panos ha trabajado con comunidades locales y organizaciones desarrollistas para reunir testimonios personales en zonas de montaña, principalmente en África y Asia. El objetivo es ayudar a personas como Virola Devi a hacer oír sus voces más allá de su patria en los montes y valles del Himalaya. Esta recopilación de testimonios orales se concibió como respuesta a una creciente preocupación ante el cambio y el desarrollo que están experimentando las poblaciones de montaña a un ritmo sin precedentes y el hecho de que esta transición es impuesta por intereses de las poblaciones urbanas e industriales de las tierras bajas sobre los que las primeras tienen escasa influencia.

Se han realizado unas 300 entrevistas en idiomas locales entre diversos grupos étnicos y profesionales en el Himalaya (India y Nepal), los Andes centrales (Perú), monte Elgon (Kenya), las montañas de Etiopía y Lesotho, el suroeste y el nordeste de China y los Apalaches (Estados Unidos). Aunque hay entrevistas con pueblos minoritarios en China y tribus catalogadas en la India, la intención no era seleccionar los grupos humanos más remotos o culturalmente diferentes: la mayoría de los entrevistados son simplemente gentes ordinarias de montaña, a las que no obstante ha llegado el cambio, a veces a un ritmo desconcertante.

No se ha pretendido hacer un estudio de sociología o historia cultural. Los colaboradores de Panos no tenían en general experiencia previa de este tipo de trabajos y los entrevistadores tenían niveles diversos de instrucción, es decir que había un elemento deliberado de capacitación, y el proceso de recolección de información era tan importante como el producto. Todos los entrevistadores eran personal local.

Algunos temas son comunes a todos los testimonios orales recogidos; otros preocupan en particular a ciertas comunidades: por ejemplo, las consecuencias de la explotación de recursos en gran escala (Perú), la deforestación (India), el reasentamiento impuesto por la construcción de un embalse (Lesotho), el empobrecimiento de los suelos (Etiopía), la fertilidad de la tierra pero las dificultades de acceso a los mercados (Kenya). Cada sección es tan sólo una instantánea, y no pretende representar a grupos enteros de campesinos de montaña. Los testimonios son anecdóticos, subjetivos y a veces contradictorios. Pero esta polifonía presenta un cuadro animado de las sociedades de montaña, su entorno físico y social en evolución y sus preocupaciones sobre el futuro, y es un complemento esencial de una investigación más cuantitativa. Sobre todo, los relatos ponen de manifiesto la complejidad del cambio y los vínculos indivisibles entre los elementos económicos, socioculturales y ecológicos de las vidas en las montañas.

Un agricultor de edad de Lesotho, obligado a dejar sus tierras para la construcción de una presa, se lamentaba de la pérdida de «la sabiduría» de la tierra

DEGRADACIÓN AMBIENTAL

Mucho se habla de la transformación del medio ambiente, sobre todo por obra de la deforestación. Otras preocupaciones son la disminución o menor regularidad de las lluvias, las repercusiones de las carreteras y otras infraestructuras, las presiones demográficas y las presiones de distinto signo causadas por la despoblación. Estos factores conducen a la gente a adoptar, a sabiendas, políticas a corto plazo. El laboreo de la tierra, por ejemplo, es excesivo:

«El suelo ha perdido fertilidad; ya no se le deja descansar. Debería dejarse en reposo un año, y se recuperaría...»,

opinaba un sacerdote etíope.

Preocupaba el uso de fertilizantes químicos, que podía dar rendimientos mayores pero también reducía la calidad del suelo y elevaba el consumo de agua.

«Al principio pensé que era maravilloso, pero nuestra tierra recibió daños de la misma manera que el alcohol daña el cuerpo de un hombre. Era demasiado fuerte...»,

decía Sudesha De vi (India). Un agricultor de los Apalaches (Estados Unidos) manifestaba igual preocupación:

«Bueno, seguramente la tierra produce mucho mas. Pero estamos utilizando cantidades enormes de fertilizantes químicos y plaguicidas, insecticidas, fungicidas o como se llamen. Y obligamos a la tierra a producir más de lo que dan de sí los elementos. Es como sacar las cosechas a la fuerza.»

Se comprendía muy bien la necesidad de cuidar de los recursos, ya que - con la excepción de las fértiles laderas del monte Elgon en Kenya - casi todas las tierras eran menos aptas para los cultivos que las de las llanuras. Una mujer de nombre Wa de 72 años en el suroeste de China explicaba:

«Aquí no es lo mismo que en otros lugares; el agua y la tierra de otros lugares son cálidas, y pueden cosecharse cereales dos veces al año. Aquí el agua y la tierra son frías, y sólo tenemos una cosecha anual.»

La agricultura de montaña, aun cuando los campos vecinos tengan climas sutilmente diferentes, requiere habilidad y familiaridad con el terreno. Sebeli Tau, un agricultor de Lesotho obligado a abandonar su tierra inundada por las aguas del embalse de Mohale (al servicio de la zona industrial central de Sudáfrica), decía que su mayor pérdida en el traslado sería «la sabiduría de vivir en ese lugar», y recitaba sus conocimientos pormenorizados de las empinadas laderas y sus microclimas: qué cultivos crecen mejor, dónde y cuándo, dónde encontrar hierbas medicinales, legumbres silvestres, o los primeros pastos. Son precisamente este tipo de conocimientos, acumulados con el tiempo, los que según muchos entrevistados infravaloran los expertos exteriores, e incluso los habitantes locales instruidos.

Una mujer india menciónala degradación del medio ambiente ocasionada por el uso excesivo de fertilizantes químicos en los suelos frágiles de montaña

Un agricultor de Garhwali, al cual le preguntaron lo que pensaban los funcionarios del Gobierno sobre su manera de cultivar el bosque, respondió decepcionado:

«Pensaban como un libro, que en esta altitud no prosperaría esta especie... que estas especies no tenían nada en común... el gobierno ha impuesto de hecho restricciones sobre [el cultivo de] estas hierbas medicinales. Están convencidos de que por debajo de cierta altitud no pueden crecer. [Pero] ahí las tiene usted...»

DEFORESTACIÓN

La deforestación era probablemente el primero de los temores para el futuro. Había muchos ejemplos de buena agronomía. Pero también había relatos tristes:

«Antes había bosques espesos y muchas especies. Pero ahora en los monocultivos de pinares no hay diversidad... La gente estaba muy apegada a los bosques, y si se le preguntaba por qué decía que los bosques les daban plantas comestibles, medicinas, pastos, leña, etc. Si había [un incendio forestal] todos iban en grupo a apagarlo. Hoy es todo lo contrario... la gente es indiferente porque lo que se quema no les pertenece, es del departamento forestal...»

«No he aprendido en los libros a plantar árboles, ni he cursado estudios ni me ha enseñado nadie. Todo lo que he hecho es sobre el terreno y he comprobado y visto que banj, deodar, bans, surai, angu, chir, bhimal, timla y sisam, etc. crecerán todos ellos en el mismo lugar si una persona lo decide... Si alguien dice que no puede hacerse, pueden seguir diciéndolo mil veces; yo lo he hecho...»

«Todo lo que se habla de diversidad orgánica... lo oímos en la radio y lo leemos en los periódicos... ¿Por qué sólo en el papel? ¿Qué diversidad hay sobre el terreno? ¿A dónde nos llevará toda esta diversidad si sólo tenemos agujas de pino?»

Muchos hablaron de la quiebra de las viejas prácticas de conservación. Un factor era ese sentimiento de haber perdido la «propiedad» de los bosques; otro era el impacto de las carreteras que abrían el acceso a los bosques, elevando tremendamente las pérdidas de leña y forraje. Una mujer miao en China explicaba:

«La gente del llano corta los árboles... Nosotros plantábamos los árboles, las montañas eran nuestras. Cuando los del llano vinieron a cortar, nuestra gente estaba furiosa. Pensaron: si ustedes pueden cortar, nosotros también podemos. Antes, cuando no había carreteras, cuando los del llano venían a robar, podían robar un árbol. Ahora en un camión pueden venir 10 hombres y es fácil llevarse muchos árboles. Pero desde el año pasado no queda ni un árbol para cortar. Es un erial. La gente se ha enriquecido, pero los recursos se han agotado.»

Como consecuencia del robo de madera por los forasteros, incluso los habitantes locales abandonaron las viejas prácticas de administración forestal, como recoger leña sólo en ciertas estaciones. ¿Para qué proteger el bosque para otros?

Mujeres miao en Yunnan, China, hicieron mención de la dureza de las condiciones de vida

Los campesinos de Lesotho también comprobaron que la apertura de carreteras elevaba tremendamente los robos en las montañas, en su caso robos de ganado. Al mismo tiempo que las carreteras facilitaban el deseado acceso a centros de salud, escuelas y mercados, también acercaban la delincuencia. Un campesino del Himalaya advertía:

«La gente se queja de que no hay carreteras, ni escuelas, ni hospitales. La gente se cree que cuando hay carreteras en la aldea, ya hay desarrollo. Pero ¿qué beneficio directo le da a nuestra aldea una carretera? La gente aquí no está conectada con carreteras, sino con sus bosques. Nuestra aldea se quedará sin hierba, sin árboles y sin piedras.»

Añadía que sólo cuando tuvieran mercancías para vender (hortalizas, cestos, artículos de piedra tallada) les beneficiaría la carretera, en lugar de beneficiar a los de fuera.

Las plantas medicinales son otro producto explotado cada vez más por «forasteros».

«Si veo una planta medicinal nueva que crece bien en la montaña, la siembro cuidadosamente en mi campo. La trato con cariño y la protejo...»,

decía un curandero tradicional nepalés. Pero en otra parte del Himalaya, Tegh Singh Mahant, de 74 años, se lamentaba de no tener ya libertad para ello:

«He utilizado hierbas medicinales y tengo algunos conocimientos... pero no se nos permite a los aldeanos recolectarlas. El Gobierno de la India, reconociendo acertadamente su valor y la necesidad de proteger este recurso, nombró encargados de supervisar la recolección, pero en lugar de los habitantes locales, una tercera persona se beneficiaría del contrato para extraer las hierbas. Están explotando realmente los tesoros de nuestras selvas...»

CONFLICTOS CON LAS AUTORIDADES

Muchos de los entrevistados mencionaron tensiones entre las autoridades oficiales deseosas de proteger la biodiversidad y la naturaleza y la capacidad de los habitantes locales para actuar con independencia. El mayor sentimiento de frustración ante las nuevas perspectivas era quizá el que se percibía claramente en algunas entrevistas en los Apalaches, donde algunos agricultores piensan que una alianza entre el Estado, los ecologistas y una poderosa industria turística les ha dejado tan impotentes como lo hicieran las viejas compañías madereras o mineras.

Un granjero no vacilaba en llamar su «enemigo» a los servicios forestales. Señalando al río que atravesaba sus tierras, decía:

«No puedes ir allí; si la corriente destroza algo, no puedes ir a arreglarlo... Eso [la ley sobre ríos agrestes y pintorescos] acabará conmigo. Si ellos se apoderan de este río, [conservando] un cuarto de milla en cada orilla, yo no podré hacer nada. Pero eso sí, tendré que seguir pagando impuestos. Un cuarto de milla en cada orilla. Lo llaman zona de estudio, o algo así. Simplemente sentarse y mirar, eso es lo que quieren hacer. No es otra cosa.

Tengo ahí un puente por el que ahora no puedo pasar con un camión grande. La corriente socavó las pilas. No puedo consolidarlo. Ellos no quieren hacerlo. Dicen que es un puente no esencial. Pero bueno, ¿por qué no es esencial, por qué no lo es cuando es el camino que debo hacer para alimentar a mi ganado arriba en la montaña? El dueño de la finca no va a salir y arruinar un río que da agua a sus tierras. No vas a salir y destruirlo. El dueño de la finca es el mejor administrador que pueden tener.»

Un vecino resumía así el problema de los agentes forestales:

«Todos ellos son "trasplantados", nunca se quedan en un lugar mucho tiempo. Así son las normas federales. Por eso están siempre fuera, de algún modo. Y... si no te entiendes bien con los usuarios locales, ellos te harán tu trabajo doblemente difícil... Así es que desde hace un par de años he visto un verdadero esfuerzo por hacer participar más a la gente local en lo que se hace y en la administración de las tierras.»

ESPÍRITU COMUNITARIO

En todo momento los informantes se quejaban de la pérdida de espíritu comunitario. La gente es más egoísta, codiciosa, materialista. Pero lo que ha cambiado no es tanto la naturaleza humana como el contexto en que se actúa. Decía otro campesino del Himalaya:

«Me maravillo de la enorme diferencia entre antes y ahora... Por ejemplo, de los canales se ocupa [hoy] el departamento de riegos, pero antes... cada cual iba y hacía el trabajo gratis. O si había que reparar el canal, iba toda la aldea... El que primero encendiera una lumbre, daría fuego a toda la vecindad. Ahora, en cambio, cada casa tiene su propia caja de fósforos. El fuego se hace ahora con dinero, mientras que antes no hacía falta dinero. Las personas ganan en autonomía, pero ya no se habla de comunidad.»

Pero la mayoría, aun lamentando el cambio en el espíritu comunitario, no estaban tan inmersos en la nostalgia como para negar que la vida moderna tiene sus ventajas. Electricidad, higiene, servicios agrícolas: todo ello ha mejorado las vidas y ha aligerado el trabajo. Y aunque las comunidades sean menos interdependientes y se fragmenten en hogares más separados, abundan en ejemplos de acciones comunitarias, como la de las mujeres indias que consiguieron unidas salvar su bosque. El costo personal para Bachani Devi fue considerable:

«Mi esposo era un contratista forestal. Cortaba muchísima madera... bosque tras bosque... y yo estaba contra él en esta lucha... Toda la aldea me apoyaba. Él nunca dijo nada a los agitadores. Pero estaba muy enfadado conmigo...»

Y había relatos conmovedores de esfuerzo colectivo. Lieu Feng Yin, de Han, noroeste de la China, explica lo contenta que estuvo cuando pudo viajar un poco. Habiendo visto con sus propios ojos cómo se habían podido plantar árboles en una ladera improductiva, decidió hacer ella lo mismo. Obtuvo un préstamo:

«... arrendé un terreno de montaña por 40 años. Mi marido estaba entonces [trabajando] lejos de casa. Algunos aldeanos se reían de mí: "Sin su marido, una mujer quiere transformar la montaña, debe estar loca". Traté de convencer a mi marido para que me ayudara: "Mejor harías en volver y cultivar conmigo la montaña, le dije. Lo que hago es productivo a largo plazo. Mira, los trabajadores de la ciudad tienen su pensión. ¿De dónde sacas la tuya? De la montaña, naturalmente". Al final se dejó convencer para quedarse y plantar árboles conmigo.»

Explicaba esta mujer que muchos hombres de su comunidad debían ir a trabajar a otro lugar:

«Casi todo el dinero va a la educación de los hijos, y también para comprar arroz o harina. Ellos ganan poco, realmente. Los que tienen un oficio pueden ganar 30 a 40 yuan diarios. La mayoría de los hombres de la región de montaña no tienen oficio alguno y sólo pueden trabajar como braceros. Sus salarios son muy bajos. Además tienen que volver a casa para ayudar en la siembra y la recolección, lo que limita sus ganancias. Lo peor es que muchos no recibían ni un centavo por sus tres o cuatro meses de trabajo duro. Alrededor del 20 por ciento eran engañados por los patronos en las ciudades.»

En cuanto a ella, obtiene de la montaña unos beneficios limitados y con mucho trabajo. Ha tenido que contraer un nuevo préstamo para hacer una alberca, comprar una bomba extractora y tuberías, y más pimpollos. Pero ella mira resueltamente lejos, esperando rendimientos en unos diez años:

«Muchos creen que emigrar es la única manera de ganar dinero. Yo no creo que sea una manera de escapar de la pobreza a la larga. Por eso prefiero pedir un préstamo para nuestros cultivos de montaña, mejor que dejar a mi marido que salga para ganar dinero.»

Aun en el deteriorado entorno de Cerro de Pasco en Perú, donde una gran explotación minera contaminó las aguas y los pastizales, las comunidades locales están orgullosas de sus tradiciones colectivas:

«Aquí, una estancia es un lugar que una familia tiene en la tierra comunal. No es necesariamente donde vive la familia. Es una vivienda o una cabaña con pastizales alrededor, cerca de un río o una fuente que se utiliza también colectivamente. La tierra no pertenece al agricultor y no está vallada, de manera que el ganado se mueve libremente... No hay riesgo de confusión porque cada animal se identifica por los colores de su cinta. Toda la tierra pertenece a la comunidad de campesinos... Esta zona era estrictamente ganadera y cuando se hizo zona minera... el cambio fue tremendo. Pertenezco a una comunidad campesina, mi familia y yo somos testigos de los cambios y queremos realmente conservar algunas de las costumbres que son parte de nuestra tradición y de nuestra herencia. No podemos seguir perdiendo nuestra cultura verdadera, ella es la que nos identifica.»

León, otro campesino, era más pesimista:

«Antes usábamos nuestra lana de oveja, de alpaca o de llama para tejer, y ya no lo hacemos. Yo conocía los tintes naturales de las plantas, que no desteñían. Ahora todo es plástico y los tintes todos sintéticos, y no hay verdadera lana. Muy rara vez usan lana de oveja, pero se desprecian aquellos días. ¿Ganado? No queda mucho. En la tierra más alta tenemos alguno, algunas ovejas y cosas, pero no hay manera de devolver esa forma de vida a los campesinos... Sinceramente, los pueblos se están quedando llenos de viejos, eso es todo. Los jóvenes se van a las ciudades...»

No es que la gente se haya vuelto más reacia a colaborar, sino que han cambiado las condiciones que hacían que la propiedad comunal y las actividades comunales fueran la mejor opción económica. Ello no obstante, la afinidad espiritual o cultural con las montañas sigue siendo fuerte, como explicaba Vicente (Perú):

«La fiesta de los animales se celebra con el Carnaval. Empezamos llevando una mesa al monte con una ofrenda de coca, licor, frutas y dulces. Hacemos esta ofrenda al monte, patrón de los animales, porque el monte cuida a los animales y todos los propietarios tienen fe absoluta en él... Escogemos las mejores hojas de coca y las ponemos en el vaso para el monte y así comulgamos con nuestro patrón, con el Abuelo, con el Gran Pastor. Se lo damos con fe, para que las hojitas del vaso se hagan buenas cosechas... Así lo hacen todos los agricultores, grandes o pequeños. Cada año reavivan la tradición. Aunque ha habido algunos cambios con el tiempo, la esencia es la misma, la relación entre los campesinos y la tierra.»

Los informantes de todas las comunidades se referían a los fuertes sentimientos espirituales respecto a los montes de su entorno, y mencionaban lugares y prácticas sagrados, a veces con claras vinculaciones con la conservación del medio ambiente. Las montañas y los ríos del Himalaya en particular rebosan de significación religiosa, y muchos de los informantes vivían en las rutas principales a importantes centros de peregrinación. Esto tiene ramificaciones económicas. La alimentación y el alojamiento de los peregrinos han sido parte importante de un sistema de vida en varios estratos. La construcción de carreteras hizo disminuir notablemente el número de peregrinos a pie, con lo que se secó una fuente básica de ingresos no agrícolas.

REALIDADES CAMBIANTES

Pocos entrevistados podían sobrevivir gracias exclusivamente a la agricultura. Pocos recogían alimentos suficientes para todo el año. Algunos podían ofrecer conocimientos especiales o artículos de artesanía, otros simplemente su trabajo; muchos emigraban estacionalmente. Algunos vivían en simbiosis, como en ciertas comunidades etíopes en las que los cristianos cultivaban las tierras de los musulmanes, los cuales tejían los vestidos de agricultores y artesanos, quienes a su vez hacían los instrumentos utilizados por los agricultores. Abundan en verdad los testimonios de lo complejo que puede ser un sistema de ayuda mutua en una sociedad de subsistencia. El trigo se puede pagar en un momento critico en forma de parte de la cosecha cuando ésta está madura, o cuando un animal ha parido. Este sistema requiere tiempo. Y un cambio que muchos han advertido era la aceleración del ritmo de la vida.

Una mujer miao en China había adoptado una actitud muy pragmática respecto a su vestido tradicional:

«Siempre pienso que lleva demasiado tiempo hacer estos vestidos tradicionales. Habría que usarlos sólo para conmemorar nuestra tradición histórica o algunas fiestas. ¿Por qué? Porque las mujeres les dedican demasiado esfuerzo y trabajo. Sobre todo en las familias pobres: la mujer vende huevos para comprar los hilos y la tela, y así baja el nivel de vida de la familia. Hay que mirar las cosas desde el punto de vista económico: ¿es esto rentable? Si no lo es, no pierdas tanto tiempo.»

La entrevistadora, también miao, lo veía de otro modo:

«Yo también pienso que las mujeres trabajan demasiado. No paran de trabajar desde la mañana hasta la noche. Por eso pienso que cuando están haciendo una falda, ponen en el trabajo su espíritu. Es una especie de lazo espiritual, como un pedacito de vida de su propio mundo, que les da una cierta satisfacción psicológica, porque es la encarnación de sus valores vitales. Creo que sin esto, toda la vida de las mujeres seria demasiado dura, demasiado amarga.»

Los mercados se van abriendo paulatinamente a los tejidos y otros artículos de artesanía de las minorías étnicas. En efecto, todas las entrevistas realizadas en China se caracterizaron por la sensación de que había muchas oportunidades nuevas para producir ingresos no agrícolas. Para otros, estas opciones menguaban, y la artesanía tradicional languidecía a medida que las comunidades perdían autonomía y los ricos compraban artículos manufacturados en el exterior. Por todas partes la emigración iba en aumento. No obstante, era notable el deseo de reanimar la artesanía con un apoyo y una comercialización adecuados.

Otra estrategia de vida que experimenta grandes cambios es la de la familia mixta (sea ésta familia extensa, poligámica y poliándrica). Como explicaba Wycliffe, de monte Elgon,

«Los sabaot practican todavía la poligamia, pero no tanto. Normalmente no se practica para que alguien aspire al prestigio de tener muchas mujeres: se tiende a buscar una segunda esposa para hacer frente a las responsabilidades. Por ejemplo, si un sabaot tiene una tierra aquí y otro terreno en Transzoia, le resulta difícil administrar los dos debidamente, a menos que pueda confiar en una persona responsable. Y no creo que haya otra persona en la que un hombre pueda confiar más que otra mujer a la que ha escogido como esposa.»

Las familias mixtas habían tenido su justificación económica, repetían los campesinos, y ahora los factores económicos estaban determinando un cambio en favor de entidades familiares menores. En Kenya, los costos de la educación de los hijos hacían que los hombres se sintieran mucho menos inclinados a tener más de una mujer.

El cambio en las actitudes sociales influía también sobre los sistemas sociales en los que las mujeres solían tener más de un marido. Asuji de Jaunsar, India, explicaba las ventajas de la poliandria:

«Creemos que una familia no debe disgregarse. Pero hoy día cada cual quiere casarse por separado. Creemos que no hay que dividir la tierra ni la casa. En las familias individuales la propiedad se arruina. La gente instruida opina que debe ser un solo hombre para una sola mujer, pero quienes vivimos de la agricultura no pensamos así... Cualquier clase de trabajo es más fácil en una familia mixta, como labrar la tierra, cuidar el ganado, recoger hierba o leña, etc., pero una familia individual no puede hacer todo esto.»

Pero esta mujer sabía que fuera de su mundo había otra opinión:

«Ustedes se burlan de nosotros por nuestro sistema de poliandria. Queremos seguir con nuestras costumbres. ¿Por qué se ríen de nosotros? Cada cual tiene sus costumbres.»

ACCESO A LA INFORMACIÓN Y A LA EDUCACIÓN

Muchos entrevistados, como Asuja, se habían sentido blanco de los prejuicios de gentes ajenas, a veces por su identidad étnica, a veces simplemente porque se les consideraba más atrasados o menos inteligentes. Muchos decían que su aislamiento dificultaba el progreso: querían conocer ideas nuevas, experiencias diferentes, y ensayaban maneras de hacer progresar a sus aldeas.

«Lo que nos ha perjudicado es que no podemos leer las cosas nuevas que pasan, ni nadie nos informa»,

decía el etíope Hamza Mohammed.

Una mujer lahu, en las montañas del suroeste de China, explicaba que

«La gente que vive en el llano viste mejor, está bien informada y lleva una vida más fácil. Los de las montañas están mal informados, no pueden ver lo que otros han hecho bien y por eso parecen más ignorantes y tontos.»

Esta opinión encuentra eco en todos los continentes:

«Nadie puede cortar buena lana con un cuchillo desafilado; nos falta instrucción, nos falta experiencia»,

decía un campesino del Himalaya.

Beatrice, campesina de monte Elgon, Kenya, explicaba cómo el contacto con otras comunidades había hecho que las mujeres antes aisladas de su propia aldea se agruparan:

«Si te quedas en un sitio, no sabrás nada... cuando viajas sabes que aquellas hicieron esto y esto, en tal sitio hicieron tal cosa. Y cuando vimos a lo que habían llegado otras mujeres, empezamos a pensar que si ellas lo hacían, nosotras tendríamos que probar. Y así empezamos el nuestro [grupo de mujeres].»

La radio ha hecho mucho para romper el aislamiento:

«Escuchar la radio es como darse una vuelta por el mundo...»,

decía un viejo sacerdote etíope; pero pocos en su aldea podían comprar una.

El acceso a la educación era muy diferente de unos entrevistados a otros, pero los analfabetos eran muy conscientes de que saber leer era el primer paso esencial en el desarrollo, ante todo porque así podían ir a los mercados, comprar y vender, sin temor a ser engañados. Por todas partes la educación era una meta anhelada, pero la gente se daba cuenta de que era también motivo de distanciamiento entre generaciones, de mayores esperanzas frustradas de empleo y del gran aumento de la migración.

En las estribaciones de las montañas nepalesas, la despoblación era preocupante, y la educación parecía estimularla.

«Los que han aprendido algo se van a Kathmandú a probar fortuna»,

decía Padam Bahadur Ghimire. Al otro lado de los montes, una mujer se hacía eco de sus palabras:

«Estos son tiempos de educación. Pero una vez que los jóvenes tienen un nivel de educación, se marchan. Los que tienen inteligencia y dinero suben a las montañas [para usar sus recursos], y nuestra gente se marcha de ellas para ganar dinero.»

«Los jóvenes se van en busca de trabajo. No se marchan porque no les guste su tierra, la mayoría lo hace por huir de la pobreza...»,

decía la peruana Delma Jesús Flores, y como muchos entrevistados abogaba por crear empleo en las montañas. «Inviertan con nosotros aquí», decían muchos; «tenemos materias primas, déjennos elaborarlas».

Se apuntaron muchas de ideas para pequeñas industrias, desde los productos de alimentación hasta la artesanía fina:

«Aprovechen nuestros conocimientos de tintes tradicionales, de hierbas medicinales. Necesitamos crédito, capacitación y mercados; no intermediarios.»

Las empresas en gran escala encontraban oposición, pues rara vez se veían los beneficios.

«Esa mina se identifica con el progreso, pero sólo para los que se benefician de ella. No para nosotros, no ha habido inversión alguna en favor nuestro. Han esquilmado este lugar, se han llevado no sólo nuestros minerales sino también nuestra tranquilidad...»,

decía un capataz peruano.

No se trata de pueblos que quieran quedar anclados en el pasado. Muchos, y no sólo los jóvenes, acogían de buen grado los aspectos de la vida moderna, veían las posibilidades de la nueva tecnología, estaban abiertos a las nuevas ideas y deseaban tomar contacto y aprender del mundo exterior. También reconocían que los cambios que experimentaban sus comunidades eran mucho más que materiales: también cambiaba el horizonte mental de la gente.

Muchos pueblos buscan una manera de progresar que les permita aprovechar sus propios conocimientos y habilidades, y remitirse a su herencia como una fuente de energía, no como algo desdeñable. El cambio puede ser imparable, pero ¿ha de ser siempre como digan los otros?

«El problema en monte Elgon en Kenya no es que no tengamos recursos, sino que no tenemos quienes puedan hacer de puente entre nosotros y el Gobierno...»,

decía Andrew, un maestro.

El estar mal representados en el mundo de la política y del desarrollo es una frustración constante para los habitantes de las montañas. Por supuesto, muchos núcleos rurales se sienten marginados de los centros de decisión, pero para las poblaciones de montaña el distanciamiento no es sólo político. El aislamiento, combinado con la complejidad y la diversidad físicas y culturales que caracteriza a las regiones montañosas, presenta innegables dificultades para el desarrollo. Y a medida que la población mundial crece y se urbaniza, obligando a los gobiernos a encontrar maneras de suministrar energía y agua en proporciones siempre crecientes, no es probable que disminuya la tendencia a explotar los recursos de montaña en favor de las otras regiones. No es extraño que los agricultores de montaña como Jagat Singh Chaudary (India) pregunten irritados:

«¿Desea el gobierno el desarrollo de las poblaciones de montaña? ¿O desea el desarrollo fuera de la montaña, gracias a lo que puede sacar de ella?»

El desafío es atender a las exigencias del desarrollo nacional sin acentuar la marginación de los habitantes de las montañas. Estos son los custodios de recursos naturales que son esenciales para la supervivencia del ecosistema mundial. Un doctor indio ayurvédico advertía:

«Estamos en un periodo de transición. Por un lado la gente pierde sus conocimientos tradicionales; por otro, no recibe suficiente formación en las técnicas modernas. La consecuencia es que se está perdiendo el capital que se tiene.»

La erosión continuada de la capacidad de las poblaciones de montaña para preservar su capital será una pérdida para el mundo, y no sólo para aquéllas.


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