Los últimos apicultores de San Antonio Tecómitl, México


Ser o no ser apicultor, esa es la cuestión

Más del 75% de los alimentos cultivados en el mundo dependen en cierta medida de la polinización. Aun así, la población mundial de abejas está amenazada por el cambio climático, la agricultura intensiva, cambios en el uso de la tierra, plaguicidas, enfermedades, plagas y especies exóticas invasoras ©FAO/Fernando Reyes Pantoja

20/07/2018

¿Qué tienen en común William Shakespeare y el apicultor mexicano Francisco Lenin Bartolo Reyes? Que ambos aprecian la importancia de la abeja melífera, un pequeño aliado, pero de valor incalculable de la raza humana.

Mientras que el dramaturgo inglés pensaba que las abejas podrían enseñarnos a vivir y esforzarnos de modo inteligente, Francisco Lenin tiene un mensaje menos sutil, pero más contundente. “Un mundo sin abejas limitará nuestras vidas como seres humanos de forma radical: la biodiversidad se reducirá, y todos nos enfrentaremos a un futuro incierto”. Siendo uno de los últimos apicultores de San Antonio Tecómitl, localidad a 40 km al sureste de Ciudad de México, este joven de 24 años sabe mucho sobre nuestra dependencia a la especie.

La apicultura es una tradición moribunda en esta población. Hace diez años, había cinco familias que se ganaban la vida con esta actividad, pero la urbanización, las enfermedades, el robo de colmenas y los problemas para encontrar formas de comercializar sus productos hicieron que esta actividad en San Antonio Tecómitl fuera cada vez menos rentable.

Las colmenas están ocultas en un claro en medio de un bosque de pinos y robles. Agrietadas y gastadas por las inclemencias meteorológicas, las pequeñas estructuras de madera se encuentran en una plantación de manzanos, protegidas del sol gracias a los árboles frutales. Francisco Lenin comparte el trabajo de cuidar las colmenas y recolectar su contenido de oro líquido con sus compañeros, Jorge Isaac Suarez Melo y Diego Elizalde Murilla, así como con los padres del primero, Jorge y Maribel.

Los cinco han formado una cooperativa, Construir en Raíces, que vende miel, aguamiel y jalea real junto con frutas de temporada y grano de amaranto en el Mercado campesino de Ciudad de México. Esta empresa comercial es el resultado de la colaboración entre la FAO y el Ministerio de Desarrollo Rural de Ciudad de México, y su objetivo es acercar a los pequeños productores agrícolas a los consumidores.

Izqda: José Isaac Suarez Melo nació en una familia de apicultores. De niño jugaba con cera de abejas, no con plastilina ©FAO/Fernando Reyes Pantoja Dcha: La FAO aprovechó su experiencia para ayudar al Ministerio de Desarrollo Rural de Ciudad de México a establecer un mercado campesino en la capital ©FAO/Fernando Reyes Pantoja

“Antes que existiese el mercado de agricultores”, explica Jorge Isaac un licenciado de historia de 29 años— “solo vendíamos nuestros productos en la comunidad y a varios intermediarios. El mercado nos ha enseñado mucho sobre cómo dar valor y visibilidad a nuestro producto. Aquí no necesitamos intermediarios para aumentar las ventas, y podemos vender nuestros productos de calidad a un precio beneficioso tanto para los consumidores como para nosotros como productores”.

Trabajando junto a sus padres, Jorge Isaac lleva la miel en su sangre; creció jugando con cera de abeja en lugar de plastilina. Su madre, Maribel, explica por qué el mercado es una nueva y magnífica forma de hacer negocios. “Podemos conversar con nuestros clientes sobre nuestros productos y hacerles conocer sus características y beneficios”, explica desde detrás de una mesa en el puesto de Construir en Raíces en el mercado.

Pero, ¿conocen todos la importancia de estos insectos rayados para nuestro planeta? Francisco Lenin sí. “Ningún otro polinizador se acerca al nivel de las abejas”, dice. “Su número por metro cuadrado es mucho más relevante que el de cualquier otra especie.... la polinización por el viento o los pájaros se produce con el trigo o el maíz, pero son las abejas las que hacen la mayor parte de este trabajo para las plantas que nos aportan nuestras frutas y hortalizas”.

Gran parte de los campos que rodean a San Antonio Tecómitl está siendo urbanizados, lo que significa que las abejas pierden cada vez más su hábitat ©FAO/Fernando Reyes Pantoja

Francisco Lenin considera que las vidas de estos diligentes y dinámicos insectos están amenazadas. “El uso de plaguicidas y la falta de biodiversidad floral debido a los métodos de cultivo industrial ponen a la abeja melífera en peligro”, afirma. “Además del problema del colapso de las colonias (CCD, por sus siglas en inglés), el cambio climático está alterando las etapas de polinización de las plantas, y esto está afectando a la producción de miel. La población mundial de abejas está en grave peligro”. Gran parte de los campos que rodean a San Antonio Tecómitl se está urbanizando: sin la floración de las plantas, a las abejas se les negará el hábitat que necesitan para sobrevivir.

Un mundo sin abejas es más que un mundo sin miel. Es un mundo con alimentos menos nutritivos para sus habitantes, haciendo a las personas más pobres del mundo vulnerables a la malnutrición. La relación entre las abejas y las personas funciona en ambos sentidos. Las abejas dependen de la humanidad para proteger su medio ambiente, y nosotros de ellas para polinizar las frutas, hortalizas y frutos secos que necesitamos para vivir. Al pedirle consejo sobre que puede hacer la gente para ayudar, Francisco Lenin sugiere que los consumidores compren miel directamente de los apicultores y que planten una selección variada de flores en sus huertos para ofrecer a las abejas un suministro constante de alimentos. Finalmente, sugiere que todos nos esforcemos al máximo para no matar a las abejas. “Solo nos picarán si las atacamos”, concluye.


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