Cultivar uvas requiere una combinación de conocimientos agrícolas y una adaptación constante sobre el terreno. Esta es la experiencia de Mabrook Khamees, que produce uvas desde hace 20 años, y que todavía hoy está aprendiendo nuevas técnicas.
Mabrook, que prefiere le llamen por su apodo, Rabea, aprendió recientemente nuevos métodos de poda, fumigación y otras prácticas a través de un programa de capacitación de la FAO financiado por Italia, desarrollado en estrecha colaboración con el Ministerio de Agricultura y Recuperación de Tierras de Egipto. La iniciativa, que ya ha formado a unos 2 000 agricultores, pretende ayudarles a reconocer y tratar enfermedades y mantener la calidad de los cultivos, tanto antes como después de la cosecha. Esto ayuda a prevenir las pérdidas y el desperdicio a lo largo de la cadena de valor de los alimentos, desde la producción hasta la venta.
La parte más difícil es cuando Rabea riega las uvas porque los vástagos, o nuevos tallos, son especialmente sensibles tras el riego. “Tengo que asegurarme de que no se produzcan daños o podredumbre”, explica.
“Aprendí a evitar el exceso de fertilizantes y las pérdidas en la viña. Y lo más importante, ahora sé cuándo y cómo cosechar las uvas”, añade.
Rabea ha aprendido cómo la tecnología puede ayudar a comercializar mejor las uvas. Por ejemplo, puede usarse un refractómetro para evaluar los niveles de azúcar en la fruta a medida que crece. Idealmente, dice, el nivel de azúcar debería rondar el 20% cuando las uvas estén listas para ser recolectadas.
Esto es especialmente importante en un país donde la mitad de las uvas y otros productos se pierden debido a las prácticas inadecuadas durante las fases de producción y distribución.