Es una receta inusual preparada por un cocinero poco convencional en el distrito de Mutasa, en el profundo Zimbabwe rural. No se ven muchos hombres cocinando por aquí, y mucho menos preparando gachas para sus hijos. Entonces, ¿cómo es posible que esto esté sucediendo?
Samukute comenzó a cocinar cuando su esposa Chideya lo invitó a un taller de nutrición de diez días. La sesión de capacitación fue organizada por el Programa de medios de vida y seguridad alimentaria (LFSP, por sus siglas en inglés) de la FAO en Zimbabwe, implementado por un grupo de socios y financiado por el Departamento de Desarrollo Internacional (DFID) del Reino Unido.
Cuando se le pregunta qué piensan los demás hombres de su activo papel en tareas domésticas que normalmente realizan las mujeres, Samukute se encoge de hombros: “no me importa cocinar”, afirma, algo que resulta obvio dada la entusiasta demostración de preparación de gachas que acaba de hacer.
“La mayoría de los hombres”, dice, “tienen una marcada actitud patriarcal. Se consideran a sí mismos cabezas de familia y no cocinan. La mayoría ni siquiera conoce los alimentos que sus familias necesitan y, por lo tanto, no les aportan los recursos adecuados para satisfacer sus necesidades nutricionales. Veo hombres que rechazan las nuevas ideas, pero su actitud sólo nos lleva al subdesarrollo. Los hombres necesitan trabajar con sus esposas”.
Además de enseñar a los participantes a elaborar una dieta variada, el proyecto LFSP también les ayuda a diversificar sus fuentes de alimentos: lo que cultivan y cómo hacerlo. Samukute dice que es más fácil conseguir una dieta equilibrada cuando se tienen los ingredientes a mano. “Producimos la mayoría de los alimentos que comemos aquí”, indica.
A pesar de ser una zona agrícola rica, incluso en los años en que las lluvias son buenas y las cosechas abundantes, la tasa media de retraso del crecimiento (desarrollo más lento de lo normal) de los niños menores de cinco años en el distrito de Mutasa –donde vive Samukute– era del 31,5% en 2018. Sin embargo, ha disminuido notablemente, ya que, en 2010, la prevalencia del retraso del crecimiento fue de hasta un 47,2%. La malnutrición crónica y el retraso del crecimiento siguen siendo un problema importante en Zimbabwe, donde la tasa nacional de retraso del crecimiento de los niños menores de cinco años era del 26,2% en 2018.
Samukute dice que ahora puede darse cuenta que sus hijos estaban malnutridos. “Ni siquiera podían correr. Simplemente caían desfallecidos”, recuerda. Tenían alimentos, explica, pero no contaban con una dieta equilibrada. “Nos dijeron que es hambre oculta. Comemos, pero nos faltan muchos nutrientes necesarios para que el cuerpo se desarrolle de forma adecuada”.