A sus 56 años, Soalay ha perdido la cuenta de todas las sequías que ha visto en Ankily, su aldea en el sur de Madagascar. Como muchos otros, se ha visto obligado a emigrar en busca de trabajo cuando las cosechas han fallado, comerciando con pollos en Mahajanga, ciudad portuaria septentrional a donde muchos habitantes del sur del país acuden en tiempos difíciles.
La última sequía en el sur de Madagascar ha resultado especialmente pertinaz, y este padre de 12 hijos, con seis nietos, ha luchado por conservar su tierra y sus bueyes. “Esta sequía fue muy dura. Los adultos –dice– sólo comíamos una vez al día. Los niños se alimentaban de frutos que recolectaban en la maleza”.
En todo el mundo, la intensidad y frecuencia de los riesgos naturales, como las sequías, están aumentando. Las amenazas naturales, por ejemplo, ocurren ahora casi cinco veces más a menudo que hace 40 años. En algunos de los lugares más afectados, una crisis seguirá a otra, despojando cada vez más de activos conseguidos tras mucho esfuerzo –y limitados– a la población más pobre y vulnerable.
Por su carácter insular, Madagascar está particularmente expuesta a fenómenos meteorológicos extremos, como ciclones, inundaciones y sequías, que se están intensificando con el cambio climático. Los pequeños campesinos constituyen aproximadamente el 70% de la población malgache, y los retos a la agricultura en el clima seco y semiárido del sur de Madagascar se ven agravados por las sequías recurrentes, los fuertes vientos y la sedimentación. Las malas cosechas –como resultado de las condiciones climáticas extremas– crean un círculo vicioso de pobreza.
Madagascar cuenta ya con una de las tasas de pobreza más elevadas de África, con un 75% de la población viviendo con menos de 1,25 USD al día, el umbral internacional de pobreza.
La mayoría de los agricultores del sur del país cultivan parcelas muy pequeñas, de menos de una hectárea, básicamente para producir alimentos para sus familias. Cualquier pérdida de producción dificulta incluso el poder cubrir las necesidades domésticas. En zonas remotas que carecen de carreteras o infraestructuras, a menudo las comunidades agrícolas tienen un acceso limitado a servicios básicos como agua y electricidad, así como a mercados para vender sus productos. En estas zonas, son casi imposibles de encontrar formas alternativas de obtener ingresos.
Desde 2014, tres campañas agrícolas sucesivas han fracasado en el sur de Madagascar debido a las repetidas sequías. Muchos hogares se han visto obligados a depender de estrategias de supervivencia precarias: vender sus animales a precios bajos, emigrar en busca de empleo temporal o alimentarse a base de alimentos silvestres, como el cactus rojo.