Cuando enfermamos, probablemente lo primero que se nos cruce por la cabeza sea acudir al médico para que nos recete antibióticos. Sin embargo, de lo que puede que no seamos conscientes es de que esta decisión aparentemente sin importancia puede tener enormes consecuencias para la salud de los que nos rodean y para el conjunto de la sociedad. El uso indebido o excesivo de antimicrobianos, incluidos los antibióticos, está ocasionando un problema cada vez mayor conocido como “resistencia a los antimicrobianos”. La resistencia a los antimicrobianos puede hacer que nuestros fármacos más importantes dejen de ser eficaces. Se calcula que las infecciones causadas por gérmenes resistentes matan a una persona cada minuto. Si no se adoptan medidas de ámbito mundial, esta cifra aumentará.
Cada vez que utilizamos antimicrobianos para tratar infecciones —en personas, animales y plantas—, estos gérmenes tienen la posibilidad de adaptarse al tratamiento, restando efectividad a dichos fármacos con el tiempo. Esto significa que, si se utilizan antimicrobianos con demasiada frecuencia, los gérmenes que causan la infección pueden volverse resistentes al tratamiento y estos antimicrobianos ya no tendrán efecto. Para agravar el problema, estos gérmenes resistentes pueden cruzar fronteras y continentes, propagándose entre las personas, entre los animales y en el medio ambiente. Esto puede tener como resultado la contaminación de nuestros sistemas alimentarios y las cadenas de suministro, pasando de las explotaciones agrícolas a nuestras mesas. Por ello, los agricultores de todo el mundo desempeñan un papel clave en la lucha contra la resistencia a los antimicrobianos.