Desde hace más de un año, África oriental sufre una infestación masiva de langostas del desierto que ha privado a las familias de agricultores de alimentos e ingresos y amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas en toda la región.
En situaciones de emergencia a tan gran escala, matar a las langostas con plaguicidas se convierte en un mal necesario para limitar la crisis y evitar que los enjambres sigan multiplicándose exponencialmente. Tradicionalmente, los plaguicidas químicos han sido el único método eficaz para luchar contra las infestaciones muy graves de langostas del desierto. Y dado que son los que más rápido actúan, siguen siendo una herramienta esencial en casos extremos como las infestaciones a gran escala que han afectado a la región del Gran Cuerno de África.
No obstante, los plaguicidas biológicos naturales (bioplaguicidas) ofrecen una alternativa progresivamente más fiable y menos dañina para luchar contra los brotes de langostas del desierto antes de que alcancen niveles críticos, si la evolución de la situación todavía permite su uso. También ofrecen una solución para tratar brotes en ecosistemas frágiles.
“Cuando y donde ha sido posible, hemos venido usando bioplaguicidas para luchar contra la langosta del desierto, ya que son un instrumento excelente para tratar pequeños grupos iniciales antes de que formen bandadas enormes de saltones”, afirma Keith Cressman, un experto en langostas de la FAO. “Por ejemplo, durante la crisis actual se han tratado unas 236 000 hectáreas en Somalia con bioplaguicidas y reguladores del crecimiento de los insectos”, señala Cressman.
“Se trata de un insecto que se multiplica 20 veces cada tres meses, con cada nueva generación, por lo que de cara al futuro es fundamental que nos concentremos más bien en intervenciones que puedan alterar el ciclo de reproducción. Y recurrir a un instrumento ecológico eficaz que agricultores y gobiernos puedan utilizar en cualquier entorno tiene sentido en este momento”, según Cressman.