En 1826, el excelente gastrónomo francés Brillat-Savarin escribió la frase “dime lo que comes y te diré quién eres”.
Doscientos años después, una investigación pionera sugiere que lo que comemos no solo nos aporta calorías y satisfacción, sino que también alimenta a los billones de microbios de nuestro microbioma intestinal y, por tanto, constituye una de las exposiciones interactivas más importantes con nuestro entorno.
La ciencia que sustenta el microbioma —término utilizado para describir el genoma de todos los microorganismos que viven dentro de los vertebrados y sobre ellos— está todavía en sus albores, pero ya está ayudando a desvelar incógnitas asociadas con las enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación como el cáncer y la diabetes, e incluso con nuestro estado de ánimo. Ello sugiere que la mejor manera de entender el metabolismo no es como un proceso de fabricación que convierte alimentos en energía alimentaria, sino como una compleja interfaz reguladora a través de microorganismos cuya función es equivalente a la de un órgano humano como el corazón o el hígado.
“No se trata solo de nosotros”, dice la microbióloga Sra. Fanette Fontaine, que está elaborando algunos informes de referencia para la FAO al respecto. “Somos ecosistemas en movimiento”.
El microbioma intestinal tiene un peso equivalente al de nuestro cerebro y alberga unas 1 000 especies diferentes de bacterias, con una gran variabilidad, ya que solo una sexta parte de ellas se encuentra normalmente en la mayoría de las personas.
Gracias al desarrollo de tecnologías de secuenciación genómica rápidas y asequibles, ahora podemos identificar la presencia y la función de una enorme variedad de bacterias, virus, protozoos y hongos, así como el entorno en el que interactúan. Resulta que muchos de estos microorganismos, antes temidos como gérmenes invasivos potencialmente peligrosos, desempeñan funciones que fortalecen nuestro sistema inmunitario e influyen en diversas funciones cerebrales y corporales fundamentales para llevar una vida sana.
Ahora está claro que algunos microbiomas intestinales fomentan la obesidad —incluso en casos en que no esté previsto debido al aporte calórico—, mientras que otros están estrechamente vinculados con la diabetes de tipo 2, la cardiopatía coronaria, el asma, las alergias y el retraso del crecimiento infantil.