Ser joven en el campo en México y en muchos otros países de los llamados en desarrollo, que comparten características estructurales similares,  significa enfrentar ante todo una disyuntiva muy clara: Quedarse en el campo para ser pobre con toda seguridad o irse a la ciudad, en donde cuando menos existe la posibilidad de dejar de serlo.

Esta percepción, que tienen muy arraigada los jóvenes rurales  en México, tiene desgraciadamente bases reales. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática ( INEGI) 7 de cada 10 niños que viven en comunidades indígenas viven en situación de pobreza, mientras que el nivel general de pobreza en el país es de 46.2  según la misma fuente oficial. La mayoría de estos niños viven en comunidades de menos de

 2 500 habitantes, lo cual confirma aún más la percepción que asocia la vida rural a la pobreza. 

Ahora bien, si revisamos la estructura productiva del campo mexicano, rápidamente nos daremos cuenta que los esfuerzos, tanto privados como oficiales, están encaminados a promover una agricultura moderna, de preferencia de exportación, enfocada a satisfacer las demandas del mercado, para lo cual se requieren grandes inversiones dentro de las cuales no tienen cabida, salvo como peones, los jóvenes rurales pobres. El enfoque de esta estructura hace que los esfuerzos gubernamentales orientados a promover el bienestar de los jóvenes rurales resulte inútil, pues los programas de apoyo para jóvenes plantean la conformación de pequeñas empresas que poco tienen que hacer frente a los grandes capitales también apoyados, ellos sí en gran medida, por el gobierno mexicano. 

Así es que no es cuestión de falta de capital invertido o de falta de recursos por parte del estado, pues según la OCDE en su “Análisis sobre el extensionismo  en México” el gasto del gobierno de México en agricultura es el más alto de América Latina, pero está enfocado en subsidiar al capital, no en una perspectiva de bienestar social. Este esquema, en el cual se apoya con capital a fondo perdido, ha provocado que aquellos que reciben el apoyo, se encuentren en una situación ventajosa frente al resto, que tiene que enfrentar una estructura en la cual las barreras de entrada a los mercados se han vuelto enormes.

Pongámonos por un momento en el lugar de un joven rural mexicano, sin capital ni preparación especializada, que tiene frente a sí un panorama en el cual, en el mejor de los casos, tendrá empleos temporales por los cuales cobrará alrededor de 8 dólares por día, con el agravante de que en el campo los empleos son por lo general de temporada. ¿Qué opciones tiene?  La migración se convierte en una respuesta lógica, pero si consideramos que los sueldos en los empleos formales de la ciudad son igualmente bajos (Alrededor de 10 dólares el día) encontraremos la explicación de la grave crisis de violencia que sufre México: El crimen organizado es el único sector de la economía que en México ofrece a los jóvenes la posibilidad real de ingresos decorosos y, algo muy importante, el sentido de pertenencia que se pierde al dejar las comunidades rurales.  

Así es que si queremos que los jóvenes realmente participen en la producción de alimentos, tenemos que empezar por reconocer que no es una situación coyuntural, sino estructural, de 

fondo, de tal manera que sea un enfoque de fondo el que se emplee para cambiar la situación actual. No basta con ofrecerles preparación o apoyo para iniciar sus propias empresas, debe realmente atenderse la agricultura como lo que debe ser, una actividad con sentido social, por medio de la cual se deben producir los alimentos que la población requiere, destinando los recursos naturales y económicos a lograr un desarrollo realmente equilibrado, en donde sigan existiendo los recursos naturales y en donde las utilidades no sean obtenidas en base a empobrecer a la población, como actualmente está ocurriendo.

Al final de cuentas debemos entender que ir por los jóvenes e integrarlos se ha convertido ya en asunto de seguridad nacional, pues si la sociedad formal no va por ellos, ya hay quien sí lo está haciendo: el crimen organizado.

Saludos cordiales desde México

M.V.Z Moisés Gómez Porchini

Docente Medio Ambiente y Desarrollo

Instituto de Ciencias y Estudios Superiores de Tamaulipas