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Las relaciones de género realmente son muy marcadas en los sistemas agropecuarios y en las familias campesinas a nivel mundial. Todos somos conocedoras de que las mujeres hemos hecho un aporte muy grande a la agricultura pero desafortunadamente no se reconoce y por lo tanto no se valoriza. Las mujeres somos las que empezamos a guardar semillas, y de alguna manera inicia la agricultura cuando iniciamos el proceso de recolección y guarda semillas.

Actualmente vemos que la mujer se encuentra muy marginada, aporta ampliamente en la producción de las fincas, pero  en el momento de repartir los beneficios obtenido en las cosechas, no es tenida en cuenta. De la misma manera se observa esta situación con las mujeres y hombres jóvenes, y niños, trabajan y aportan en las fincas, pero su trabajo es invisible a la luz del padre, que es el encargado de coger el dinero, esto desmotiva mucho a los jóvenes y de ahí que los jóvenes no deseen seguir en el campo y no vean la agricultura como una actividad rentable, súmele a estas situaciones, la situación de violencia que se vive en los campos, en el caso de Colombia los diferentes grupos armados; y no es muy diferente en los demás países de América del Sur, Centro y el Caribe. En todos se observa estos tipo de violencia de genero.

De mi experiencia de trabajo en República Dominicana, Nicaragua, Honduras, Ecuador y Bolivia puedo mencionar que el mayor nivel de desnutrición y vulnerabilidad en la parte sanitaria lo presentan las mujeres y muy en especial la mujer campesina, y es el claro resultado de un machismo marcado y sistema patriarcal aún vigente, en donde aún se cree que  el hombre debe recibir las mejores porciones y las mejores comidas en la familia.

En las ciudades es una situación muy dura ver como mujeres jóvenes campesinas vienen a trabajar de empleadas domésticas y se ven explotadas sin un pago justo y sin tener reconocimiento de ningún tipo de prestaciones social.

A nivel de las ciudades es clara la afrenta que sufrimos las mujeres profesionales a las cuales para contratarnos nos colocan un sinnúmero de trabajos y cuando somos contratadas nos pagan un salario más bajo que el salario que recibiría un hombre, estos es típico en nuestra América.

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Actually, gender relations are clearly defined in farming systems and peasant families worldwide. We all know that women have played a key role in agriculture but, unfortunately, our contribution has not been recognized or valued. Agriculture kicks off somehow when we started collecting and storing seeds.

Currently, women are highly marginalised. Their contribution to farm production is substantial, but they are left out when it comes to benefit sharing. Similarly, young women and men (and children) work in farms and contribute to their output. However, their work is invisible to their father, who manages the money. This situation has a highly demotivating effect on youth, who no longer wish to stay in the field and do not regard agriculture as a profitable activity. In addition to the above, violence in rural areas –in the form of armed groups in Colombia and similar forms in other countries in South America, Central America and the Caribbean– worsens their prospects. This type of gender violence exists in all the region.

Based on my work experience in the Dominican Republic, Nicaragua, Honduras, Ecuador and Bolivia, I believe that women, and particularly rural women, suffer the highest levels of undernutrition and health vulnerability. This is clearly due to the marked machismo and the patriarchal system still in force, by which men must be allocated the best portions and the best food in the family.

Young women farmers come to the cities to work as maids and are exploited, unfairly paid and have no access to any social benefit.

In the cities, discrimination against professional women is evident. When we are hired, we are assigned innumerable tasks and we are paid a lower salary than men. This is typical in America.