NIMBLA BAGH,
Afganistán -- Abdul Hakim no recuerda exactamente su
edad, pero tiene suficientes años para haber engendrado tres
hijos y una hija y para haber visto crecer a sus hijos altos y
erguidos como álamos. Su sonrisa es una telaraña de arrugas y le
quedan pocos dientes, pero su mirada brilla como la de un niño
mientras trata de responder a la petición de detalles sobre sus
jardines. "Mi padre era hortelano
en la época del rey Amanullah, y su padre también lo había
sido", explica mientras pasa por un polvoso huerto
donde brotan unos arbolitos de níspero español y albaricoque.
Dice que hace 50 años "el Rey Zahir Shah le
pidió a mi padre que trajera a trabajar aquí también a su hijo.
Desde entonces trabajo aquí, y mi hijo menor trabaja
conmigo". Estamos en Nimla Bagh,
en la exuberante provincia oriental afgana de Nangahar. Una
misión de la FAO ha llegado al vivero que la Organización ayudó
a restablecer durante 10 años, para evaluar los daños causados
por la disminución de recursos, la sequía y la guerra. Es uno de
casi 100 huertos de este tipo que la FAO ha establecido o
apoyado a fin de promover la diversidad agrícola y la producción
comercial de fruta. Entre 1989 y 1998 la
FAO dirigió el establecimiento de viveros y el restablecimiento
de los sistemas tradicionales de irrigación en todo el país. En
la colindante provincia de Kunar, que se despobló casi por
completo debido a los ataques soviéticos del decenio de 1980,
los valles reverdecieron en pocos años, y la producción agrícola
floreció. Ahí, el pequeño vivero de Asman Bagh está anidado
entre las cumbres de las montañas, cuidado de noche por
adolescentes armados de kalashnikovs. Nimla
Bagh es especial, dice Anthony Fitzherbert, jefe de la misión y
exdirector de programa de la FAO en Afganistán. No sólo el
huerto sobrevivió los bombardeos soviéticos. Ni los agricultores
llegan desde kilómetros de distancia para comprarle arbolitos a
Abdul Hakim. Jardines de las
delicias "Nimla es el
patrimonio viviente de siglos de refinada horticultura -afirma-.
Se dice que el emperador Shah Jehan formó estos huertos como un
clásico 'chahar bagh' persa -la recreación del Edén,
con sus cuatro cuadrantes y cuatro ríos- en el decenio de 1630.
Pero creo que eran los jardines que Zahiruddin Mohamed Babur, el
primer emperador mongol, mencionaba cien años antes en sus
memorias El Baburnama. En las avenidas de
cipreses, arriates y fuentes alguna vez ordenados, quedan
huellas de esa gloria pasada. Pero los bordes antes agudos hoy
son sombras cubiertas de polvo, y el agua está verde y discurre
con lentitud. En días mejores Afganistán
era un paraíso de huertos y viñedos, jardines de especias y
bosques. Los huertos se regaban con refinados sistemas de riego,
cuyos canales atravesaban jardines decorativos para disfrute de
las clases ociosas. En el decenio de 1960, los productos
hortícolas de gran valor comercial y la fruta seca proporcionaba
a Afganistán casi la mitad de sus divisas. Los productos
secundarios de los huertos, como la cáscara de granada y la
cáscara de nuez, se utilizaban para teñir los famosos y
coloridos tapetes de ese país, además de la raíz de rubia, que
produce inimitables tintas de diversos rojos, muy apreciadas por
los compradores. Valores centrales
del éxito económico Los árboles
también forman parte esencial del esparcimiento y de la
orientación espiritual de la tradición islámica. En Afganistán
no falta en el hogar una morera, a menudo cubierta por una
enredadera, que da fruta y sombra a los hombres reunidos
sentados sobre tapetes en la dera, o zona de reposo, frente a la
casa. Aparte de la tradición, los viveros
son un medio importante para alcanzar uno de los objetivos de la
FAO en Afganistán: la privatización y descentralización del
sector agrícola. "Adoptamos una estrategia simple
consistente en establecer por lo menos dos viveros centrales en
cada provincia -explica Fitzherbert-. Los gestiona el gobierno y
se surtieron de plantas madres traídas del extranjero. Los
injertos obtenidos de éstas se vendieron a los viveros privados,
que ayudamos a establecer".
Además, durante los primeros años después de irse el
ejército soviético, los árboles se convirtieron en importante
símbolo de resistencia. "Cuando las personas siembran
árboles es que se proponen quedarse -explica Fitzherbert-.
Algunos de los viveros se establecieron como entidades viables,
pero otros se crearon para restablecer los huertos de Afganistán
y revertir la destrucción de los años de guerra".
En los próximos meses la FAO realizará un
estudio de los huertos en todo el país, y otro estudio de los
mercados potenciales de exportación. Se dará ayuda inmediata a
los huertos más importantes, pero la recuperación a largo plazo
del sector depende del agua, afirma el especialista de la FAO en
horticultura, Noorgul Hamzakheyl. "Si termina la
sequía, los huertos de Afganistán tienen futuro",
afirma. Profunda
resistencia Casi en todo
Afganistán hoy en día la guerra diezmó los jardines. Lo único
que queda, por ejemplo, de los extensos bosques de pistachos de
la provincia de Badakhshan, son unos cuantos árboles en las
montañas desnudas. "Destruimos un recurso económico
-dice el gobernador en funciones Muhammed Shah Zijhum-. Y las
montañas desnudas significan más que inundaciones y
erosión". No será fácil convencer
a la población desesperada de dejar de lado sus necesidades
inmediatas y conservar los árboles, pero Fitzherbert confía en
que cuando se hayan establecido algunos huertos, el éxito
económico y la tradición predominarán.
Abdul Hakim perdió un hijo en la guerra contra los
soviéticos. Pero el hijo de su hijo trabaja con él en el huerto,
en vez de las clases ociosas hay niños de la aldea jugando en la
fuente y su país finalmente está en paz. "Me tardo dos
días en contar todos los árboles de este huerto -explica-. Mi
nieto cuenta conmigo, y eso me da
esperanzas".
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