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La coca, la deforestación y la seguridad alimentaria
en la Amazonia colombiana

D. González Posso

Darío González Posso es ingeniero agrónomo,
especialista en gestión y planificación del
desarrollo regional y consultor de la FAO.

El bosque amazónico está siendo talado para dejar paso a cultivos ilícitos que amenazan la seguridad alimentaria de la población de la región.

Colombia tiene una de las cinco mayores tasas de deforestación de bosque húmedo tropical en el mundo. Durante la década de 1980 se destruyeron en el mundo 15,4 millones de hectáreas de bosque húmedo tropical, de las cuales el 4,5 por ciento se deforestó en Colombia, principalmente en su región amazónica (Departamento Nacional de Planeación, 1996). La tala para los cultivos ilícitos (junto con la expansión de la frontera agrícola, los nuevos asentamientos y la ganadería vacuna extensiva) es una de las causas principales de la deforestación de la Amazonia colombiana.

Desde mediados de los años setenta, el cultivo de la coca, así como el de la marihuana y la amapola (que se encuentran principalmente en zonas andinas), ha conocido un enorme auge en Colombia. La demanda externa de cocaína y la contracción de las áreas dedicadas al cultivo de la coca en otros países han contribuido a que la superficie cocalera colombiana haya pasado de 37 500 ha a principios de 1991 a más de 100 000 ha en 1999 (SINCHI, 1999a).

En términos meramente económicos, los cultivos ilícitos son las actividades agrícolas más rentables de Colombia. Pueden generar a los campesinos cultivadores ingresos superiores a los de actividades lícitas y parecen ser, por lo tanto, una respuesta a la pobreza y marginalidad que sufre una proporción muy elevada del campesinado. Sin embargo, la coca ha tenido efectos nefastos, no sólo sobre el bosque amazónico, sino también sobre la seguridad alimentaria de la población de la Amazonia, en la que se desarrolla la mayor parte del cultivo de la coca en Colombia. Los cultivadores son los que menos se benefician del cultivo, y la pobreza y la malnutrición han aumentado con el auge de la coca como consecuencia de los efectos inflacionistas de estas actividades en las frágiles economías locales.

LA AMAZONIA COLOMBIANA

La Amazonia colombiana abarca alrededor de 400 000 km2 de la cuenca del río Amazonas, el 36 por ciento del territorio nacional. El cultivo de la coca se concentra en la parte occidental de la región, en los departamentos de Guaviare, Caquetá y Putumayo (Figuras 1 y 2), en los que se ha convertido en parte integrante de la economía nacional e internacional, coincidiendo con un acelerado crecimiento demográfico (Figura 3). La región tiene 800 000 habitantes, el 80 por ciento de la población de la Amazonia. Esta es también la zona que sufre una deforestación más acusada. La producción se rige por las fuerzas del mercado y los alimentos se valoran como productos comercializables. En cambio, en la Amazonia oriental, la densidad demográfica sigue siendo menor y la población indígena continúa dedicada principalmente a la producción de subsistencia.

FIGURA 1: Zonas de cultivos ilícitos en Colombia, 1997

Fuente: Embajada de los Estados Unidos, Colombia (http://usembassy.state.gov/posts/col/wwwhmain.html)

FIGURA 2: Producción de coca en la Amazonia
occidental colombiana en comparación con la
producción de otras regiones, 1991-1999

Fuente: SINCHI, 1999a

En la parte amazónica occidental colombiana la población indígena es muy escasa, aunque existen caboclos, grupos sociales ribereños descendientes de antepasados de blancos e indígenas que son híbridos desde el punto de vista cultural, pues han adoptado algunas prácticas indígenas en su relación con el entorno natural, pero también producen pequeños excedentes para su venta en el mercado local. En lo esencial, son campesinos que producen para la subsistencia, con una dieta basada, al igual que la indígena, en la yuca, el banano, el pescado, el chile y, en ocasiones, la carne de monte, aunque los caboclos también consumen cerdo, arroz y espaguetis. Con el auge de la coca, que comenzó en la Amazonia occidental en 1978, ha aparecido una nueva población, en gran parte migratoria, vinculada a la economía sumergida. Entre los nuevos colonos figuran los raspachines (jornaleros recolec-tores de la hoja de la coca), junto con una miríada de comerciantes y aventureros, que carecen de la cultura campesina e importan una gran parte de los alimentos que consumen de las ciudades del interior (y en ocasiones de los países vecinos) a precios muy elevados. El río, que está contaminado por plaguicidas y herbicidas (que se utilizan en grandes cantidades para aumentar los beneficios derivados de la coca) y por residuos de la elaboración de la coca, no representa una fuente de alimentos para esta población.

Los escasos grupos indígenas que subsisten tienden a asimilar las prácticas productivas de los colonos locales, tanto en su relación con el bosque como en sus medios de obtener los alimentos. Los indígenas deculturados «muchas veces prefieren comer una lata de sardinas que un pescado fresco» (C. Domínguez, comunicación personal). Los cultivos ilícitos han inducido a la población a abandonar los cultivos alimentarios y ello se ha traducido en un aumento de la malnutrición.

FIGURA 3: Crecimiento demográfico entre
censos, 1973-1993 (porcentaje)

Fuente: SINCHI, 1999a

ALGO MÁS QUE UNA CUESTIÓN ECONÓMICA

La coca, con una tasa interna de rendimiento del 114 por ciento para las dos variedades (dulce y amarga), es más rentable que ningún otro cultivo (Figura 4). La base de coca es fácil de comercializar y los intermediarios la compran en los lugares mismos de producción, lo que permite al agricultor ahorrar los costos (y los riesgos) del transporte. Por consiguiente, es viable económicamente para colonizar zonas alejadas de los mercados regionales y nacionales (SINCHI, 1999b).

Pero aunque haya más dinero y más comercio, los beneficios no se distribuyen de forma equitativa. Los cultivadores, que son el eslabón más débil en la cadena del negocio de la coca, son los que consiguen menos beneficios. Además, el auge de la coca ha tenido un efecto inflacionista sobre las frágiles economías locales, y la pobreza y el desempleo no han hecho sino aumentar. Con el incremento de la inflación, han aumentado también los precios de los alimentos y han empeorado los hábitos dietéticos. Con la aparición de una mentalidad de búsqueda del enriquecimiento e ingresos rápidos y un consumismo desaforado, la población es cada vez más dependiente de los alimentos importados de otros lugares. La autosuficiencia alimen-taria ha disminuido y la malnutrición y la desnutrición, especialmente entre los niños, han aumentado de forma exponencial.

En un estudio realizado en 1988 en el Caquetá, se encontró que aproximadamente 700 niños menores de cinco años de los 2 100 examinados en una zona específica estaban desnutridos. Otros 560 niños se hallaban en riesgo de desnutrición y se observaron también casos de desnutrición crónica en niños que presentaban un marcado retraso en el crecimiento (Ríos, 1994). Las zonas cultivadoras de coca presentan unas tasas de mortalidad infantil muy superiores a las de otras áreas rurales y urbanas.

Las peores condiciones de inseguridad alimentaria se encuentran en las zonas rurales más pobladas y en los barrios pobres de los núcleos urbanos de las zonas fronterizas. Entre los grupos indígenas, la pérdida de la seguridad alimentaria guarda relación con la presión sobre sus territorios étnicos y con la erosión de su cultura. La cultura de la violencia y el conflicto armado, que tiene sus orígenes en parte en el negocio de la droga, especialmente en las zonas fronterizas y de reciente colonización, agrava los problemas de la producción, el suministro y el acceso a los alimentos para los sectores más pobres y vulnerables de la población amazónica.

FIGURA 4: Tasa de rendimiento interno de la
coca en comparación con la de otros cultivos

Fuente: SINCHI, 1999b

EN BUSCA DE ALTERNATIVAS

La política de intentar erradicar los cultivos ilícitos mediante la pulveriza-ción aérea de herbicidas, que tienen efectos muy negativos sobre los bosques circundantes y que pueden resultar tóxicos para los seres humanos, lejos de solucionar el problema ha inducido a los cultivadores a buscar lugares más inaccesibles para desarrollar su actividad. Esto ha tenido un efecto negativo no sólo sobre los cultivos lícitos, sino sobre el bosque y sobre los sistemas de abastecimiento de agua. Los planes gubernamentales de cultivos alternativos tampoco han dado resultados positivos, como indican con toda claridad los datos del cultivo de la coca correspondientes al período com-prendido entre 1991 y 1999.

Como modelos alternativos de producción se han mencionado, entre otros, nuevas formas de ganadería, los pastizales arbóreos, la ganadería con estabulación mediante forrajes alternativos, la acuicultura, la fruticultura, diversas formas de cría de animales y el desarrollo de plantas medicinales y de otro tipo. En algunos casos, se cultivan, por ejemplo, el cacao y el caucho para sustituir a la coca. Cada una de las unidades de producción que se establecen en los bosques se limitan a una extensión de 30 ha.

Sin embargo, las estrategias para adoptar sistemas de producción armoniosos con el entorno natural deben basarse en la recomposición social. Deben comportar una reforma agraria equitativa para contrarrestar la disgregación de la sociedad rural y el hacinamiento de los agricultores en la zona forestal amazónica. Es indispensable un cambio cultural, pues los programas de sustitución de cultivos y transferencia de tecnología no son suficientes. Lo que necesita el país es una política encaminada a la reconstrucción del tejido social de un campesinado libre. Se debe promover con decisión la cultura de la no violencia. Sin una transformación profunda de la cultura y los valores no será posible modificar unos sistemas de producción y unas relaciones que son perjudiciales para el bienestar social y para el medio ambiente. Una sociedad carente de solidaridad y que no respeta la vida humana no puede estar en paz con la naturaleza. u

Un miembro del equipo del proyecto asesora a los campesinos sobre la forma de intercalar los árboles de caucho con ananás para volver a hacer productiva una plantación de caucho abandonada

- FAO/20753/J. SPAULL

La actividad forestal en la lucha contra la cocaína en Bolivia

En la zona tropical de Cochabamba, en Bolivia, que se extiende por las tierras bajas tropicales al este de los Andes, la FAO está ejecutando un proyecto del Gobierno de Bolivia en el marco del cual se están introduciendo prácticas forestales y agroforestales alternativas para ofrecer a las familias de campesinos medios de vida sostenibles, con el fin de que los agricultores tengan menos incentivos para el cultivo ilegal de la coca. El proyecto se ha financiado a través del Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (PNUFID), con fondos aportados por Austria, Bolivia, Irlanda, Italia, Suecia, el Reino Unido y los Estados Unidos.

La zona tropical de Cochabamba, en la que viven alrededor de 35 000 familias, abarca 3,7 millones de hectáreas, en su mayor parte cubiertas de bosques. En el transcurso de los 30 últimos años, la tala para la producción de coca y otros cultivos ha comportado la pérdida de 300 000 ha de bosque. A pesar de estas pérdidas, se conservan suficientes bosques nativos accesibles a las familias rurales para proporcionarles un medio de vida sostenible. Incluso en las zonas que se han colonizado y en las que se desarrolla la mayor parte del cultivo de la coca (con una extensión de algo más de medio millón de hectáreas), el 80 por ciento de la tierra sigue estando cubierta de bosques. Aunque la actividad forestal reviste una importancia extraordinaria para la economía local, los bosques de la zona tropical de Cochabamba no han sido explotados pensando en el desarrollo económico sostenible a largo plazo.

El proyecto, que comenzó en 1997 y proseguirá hasta 2002, concede gran importancia a la capacitación e incluye un elevado nivel de participación comunitaria. Se centra en dos tipos de actividades, que beneficiarán a casi 2 000 familias rurales.

En primer lugar, se propone elaborar planes de ordenación forestal que permitirán la producción sostenible de productos made-reros y no madereros y, cuando sea posible, la elaboración local de la madera. Los bosques nativos de la zona contienen alrededor de 50 especies arbóreas con valor comercial, que son una fuente inmediata y sostenible de ingresos. Durante la ejecución del proyecto, se establecerán 30 planes de ordenación forestal en cooperación con los agricultores locales.

En segundo lugar, el proyecto está introduciendo sistemas agroforestales de cultivos arbóreos y de leguminosas, intercalados con cultivos anuales y perennes, cuya finalidad es procurar, junto con los huertos familiares y la cría de animales pequeños, ingresos adicionales inmediatos a las familias campesinas y mejorar su nutrición. A más largo plazo, estos sistemas agroforestales contribuirán a diversificar la producción de alimentos y a reducir las amenazas derivadas de unos mercados inestables, de las plagas y del nivel insuficiente de precipitaciones. Además, protegen al medio ambiente, manteniendo la fertilidad del suelo y preservando la cubierta forestal.

Un sistema prometedor, por ejemplo, comprende el palmito (que puede rendir a los campesinos casi 1 800 dólares por hectárea y año) intercalado con cultivos anuales como la yuca y el arroz. También se está integrando en el sistema el caucho, que tarda diez años en llegar a ser productivo, con el fin de mejorar la cubierta forestal y sentar las bases de una economía local más sólida a largo plazo. Cuando maduren estos árboles, pueden rendir a los productores más de 3 000 dólares por hectárea y año.

Son también numerosas las especies vegetales forestales que pueden favorecer la nutrición y los medios de subsistencia de la población local, por ejemplo, Myrciaria dubia, un pequeño arbusto cuyos frutos contienen concentraciones muy elevadas de vitamina C, Theobroma grandiflorum, un árbol que se cultiva por sus frutos y sus semillas, y Solanum sessiliflorum, un arbusto cuyas bayas se pueden exprimir para consumir su jugo. Las operaciones de elaboración de la fruta en pequeña escala podrían ayudar a los campesinos locales a mejorar su nivel de vida.

Aunque los sistemas agroforestales introducidos por el proyecto no serán tan rentables como el cultivo ilegal de la coca, pueden proporcionar de forma legal unos ingresos atractivos. Cabe confiar en que al mejorar el nivel de vida y la nutrición y la salud de la familia, harán que los agricultores estén menos interesados en correr el riesgo de cultivar coca.

Fuente: Adaptado de FAO News and highlights. FAO helps Bolivia in fight against cocaine trade. (http://www.fao.org/NEWS/2000/000307-e.htm)

Bibliografía


1 Para un examen detallado de los efectos de la deforestación sobre la seguridad alimentaria a escala local, regional y mundial, véase el artículo de Lipper en este mismo número.

 2 En efecto, la economía de los estupefacientes ha invertido los valores de la tierra, siendo las zonas más distantes y remotas las más valiosas
(C. Domínguez, comunicación personal).


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