1. Introducción

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Lograr una agricultura1 sostenible, baja en emisiones y resiliente2 al cambio climático, es una tarea indispensable para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y dar cumplimiento al Acuerdo de París. Esa es la conclusión tanto de la comunidad científica, como de los Estados y de la sociedad en general. Por lo mismo, resulta esencial identificar caminos que ayuden a avanzar efectivamente en una transformación a escala.

Esta labor requerirá un cambio de paradigma de parte de los actores involucrados, para lograr garantizar suficiente alimento a una creciente población mundial, proteger los medios de vida y el bienestar de los agricultores3, y, al mismo tiempo, preservar el potencial de desarrollo para las futuras generaciones.

La pandemia por COVID-19 dio paso a la peor recesión económica desde la Gran Depresión y borró una década de progreso en la reducción de la pobreza, con hasta 115 millones de personas adicionales en pobreza extrema y 130 millones que podrían llegar a sufrir hambre crónica (Torero, 2020).

Esta crisis puso aún más en evidencia la vulnerabilidad sistémica de los modelos de desarrollo predominantes y la necesidad de construir resiliencia ante nuevas amenazas por venir. En plena pandemia, los devastadores impactos de los huracanes Eta y Iota, que golpearon Centroamérica y el Caribe con escasas dos semanas de intervalo, nos recuerdan esta realidad.

La respuesta al COVID-19 ha demostrado la capacidad de movilización de los Estados ante una amenaza de carácter global. Esta fortaleza también será vital frente al cambio climático, un fenómeno que, agravado por el creciente deterioro ambiental, nos llevará a una situación aún más extrema. La agricultura y los productores4 agrícolas, por su estrecha relación con el clima y los recursos naturales, estarán en la primera línea de los afectados y, por lo mismo, es este sector quien podría liderar el cambio requerido para abordar este fenómeno.

Los países pueden aprovechar los aprendizajes del escenario actual y usarlos para enfrentar de mejor manera una inminente crisis climática. Estamos en el momento preciso para actuar y lograr un crecimiento sostenible, con más inclusión, que permita un futuro con menos riesgo, donde la alimentación global y los medios de vida de millones de productores agrícolas estén garantizados.

Por todo esto, la recuperación post pandemia debe hacerse de manera sostenible. En palabras de António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, “El COVID-19 es una tragedia humana. Pero también ha creado una oportunidad generacional. Una oportunidad de construir un mundo más inclusivo y sostenible” (ONU, 2020).

Los recursos públicos que se destinarán a la recuperación de las economías son limitados y los desafíos son enormes. Por lo que resulta clave aprovecharlos de la mejor manera y, en lo posible, priorizar políticas “ganar-ganar”, que permitan avanzar simultáneamente con la agenda socioeconómica, la ambiental y la climática, y así transitar hacia el desarrollo sostenible.

El presente documento pretende, mediante el estudio de siete experiencias de producción sostenible y resiliente en diferentes países de América Latina y el Caribe5, mostrar que este tipo de iniciativas son factibles y portadoras de múltiples beneficios a lo largo de todo el espectro del desarrollo sostenible, y contribuir a identificar elementos que faciliten su escalamiento. El foco del estudio estará en el sector productivo primario o la agricultura, entendida como cultivos, ganadería, bosques, pesca y acuicultura.

Para entender el contexto de los casos, el documento presenta un resumen de la situación actual del continente, en términos de sostenibilidad y resiliencia en la agricultura.

Posteriormente, se describe el marco conceptual considerado para el análisis de la trayectoria desde experiencias piloto exitosas a medidas de política pública, y se propone una metodología basada en dos vertientes: i) la visibilización de la totalidad de beneficios económicos, sociales y ambientales, y ii) la identificación e implementación de medidas específicas para lidiar con un conjunto de factores críticos del proceso de transformación y escalamiento.

Luego, se presentan siete estudios de caso, con el resultado de la aplicación de la metodología propuesta y las orientaciones al proceso de escalamiento derivadas del análisis de las experiencias.

Finalmente, el estudio concluye con una serie de recomendaciones para los tomadores de decisión, dirigidas a acelerar la transformación de la agricultura y encaminar a los países hacia las metas y los compromisos de la Agenda 2030, las Convenciones Ambientales6 y, en particular, el Acuerdo de París.

©FAO/Rubí López
  • 1 La FAO considera bajo el término agricultura, la producción de cultivos, la ganadería, la pesca, la acuicultura y la actividad forestal. Esta definición se usará a lo largo todo el documento.
  • 2 La FAO define la resiliencia como “la capacidad de prevenir desastres y crisis, así como de preverlos, amortiguarlos, tenerlos en cuenta o recuperarse de ellos a tiempo y de forma eficiente y sostenible, incluida la protección, el restablecimiento y la mejora de los sistemas de vida frente a las amenazas que afectan a la agricultura, la nutrición, la seguridad alimentaria y la inocuidad de los alimentos”.
  • 3 El término “agricultores” incluye a todos quienes practican alguna actividad agrícola, incluyendo hombres (agricultores) y mujeres (agricultoras).
  • 4 El término “productores” incluye a todos quienes practican alguna actividad relacionada a la producción, incluyendo hombres (productores) y mujeres (productoras).
  • 5 Ganadería Climáticamente Inteligente en Ecuador; Energías limpias y eficiencia energética en la agroindustria en México; Manejo forestal comunitario en Guatemala y Colombia; Gestión ambientalmente adecuada de plaguicidas en Uruguay; Gestión sostenible de la captura incidental en pesquerías de arrastre en el Caribe y Brasil; Acuerdos de Producción Limpia en Chile; Mesas Técnicas Agroclimáticas en Colombia.
  • 6 La Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC), el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), y los convenios relativos a productos químicos (Basilea, Rotterdam y Estocolmo).