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Presentación especial

La globalización, la urbanización y la evolución de los sistemas alimentarios en los países en desarrollo

Con más 800 millones de personas que aún padecen subnutrición crónica en los países en desarrollo, el hambre y la seguridad alimentaria seguirán siendo la prioridad número uno en las políticas alimentarias de los próximos años. Sin embargo, cambios demográficos y económicos profundos están transformando rápidamente los sistemas alimentarios y el alcance y naturaleza de los desafíos nutricionales.

Aunque el ritmo de estos cambios varía considerablemente de una región a otra, pueden observarse algunas tendencias comunes en el conjunto de los países en desarrollo: la población se concentra cada vez más en las zonas urbanas; los ingresos y aporte calórico medios están aumentando; los precios de los alimentos y de los productos básicos están disminuyendo; y, por último, la creciente integración del entorno comercial mundial y la mejora de los medios de transporte están estimulando una mayor concentración de la industria alimentaria y una convergencia de los modelos y preferencias dietéticas.

El rápido crecimiento de las ciudades y de los ingresos

De acuerdo con las estimaciones más recientes de las Naciones Unidas, casi todo el crecimiento de la población mundial entre los años 2000 y 2030 se concentrará en las zonas urbanas de los países en desarrollo. Si se mantienen las tendencias actuales, el volumen de población urbana igualará al de la población rural alrededor del 2017. Para el año 2030, casi el 60 por ciento de la población de los países en desarrollo vivirá en ciudades.

De la misma forma que el desarrollo económico está espoleando el crecimiento de las zonas urbanas, también está fomentando el aumento de los ingresos per cápita. Además, la proporción de personas que padecen hambre y viven en la extrema pobreza se está reduciendo lentamente. Las últimas previsiones del Banco Mundial señalan que los ingresos per cápita en los países en desarrollo crecerán a una tasa anual del 3,4 por ciento durante el período 2006-2015, el doble con respecto al 1,7 por ciento registrado durante la década de los noventa.

En ese mismo período de tiempo, el aporte calórico medio al día en los países en desarrollo aumentará previsiblemente en casi 200 kilocalorías al día (véase el gráfico). Se prevé que los aumentos más importantes tendrán lugar en el África subsahariana y en el Asia meridional, aunque es probable que el ritmo de progreso en dichas regiones siga siendo menor de lo necesario para poder alcanzar el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación.

Convergencia de las dietas

La combinación del crecimiento de las ciudades con el aumento de los ingresos ha contribuido a los notables cambios, no sólo en el aporte calórico medio de las personas en los países en desarrollo, sino en los alimentos que componen sus dietas.

De la misma forma que el aporte calórico total ha aumentado, también lo ha hecho la proporción de las calorías procedentes de los aceites vegetales, la carne, el azúcar y el trigo. En gran medida, ello refleja las preferencias de los consumidores, cuyos mayores ingresos les permiten adquirir alimentos más caros y apreciados.

Otros factores coadyuvantes incluyen el fuerte descenso de los precios y el rápido aumento de las importaciones de trigo y de otros productos básicos producidos en zonas templadas y exportados principalmente por los países industrializados. Las importaciones netas de estos productos por parte de los países en desarrollo se han multiplicado por 13 en los últimos 40 años, y se espera que crezcan otro 345 por ciento para el año 2030, lo que aporta una nueva prueba de los cambios en los sistemas alimentarios y en las preferencias dietéticas.

Los expertos en nutrición observan dos tendencias distintas impulsadas por dichos cambios: la convergencia dietética y la adaptación dietética. La primera se refiere a la creciente similitud de las dietas de todo el mundo; y se caracteriza por una mayor dependencia con respecto a un menor número de cereales básicos (el trigo y el arroz), así como por un mayor consumo de carne, productos lácteos, aceites comestibles, sal y azúcar, y un menor aporte de fibras dietéticas (véase el gráfico). La adaptación dietética, por su parte, refleja el ritmo rápido y el apremio del tiempo en los tipos de vida urbana. En los hogares en los que ambos progenitores suelen recorrer grandes distancias para ir a trabajar y tienen horarios de trabajo muy largos, se consumen más comidas fuera de casa y se adquiere un mayor número de alimentos elaborados de marca.

Concentración del comercio y de la venta al por menor de alimentos

Las tendencias hacia la convergencia y la adaptación dietéticas se han estimulado con la creciente concentración de la elaboración y del comercio al por menor de los alimentos. América Latina y Asia, las regiones que presentan tendencias más pronunciadas en ese sentido, han experimentado un crecimiento explosivo, tanto de las inversiones por parte de las corporaciones alimentarias multinacionales como de la proporción de los alimentos vendidos a través de los supermercados.

En el decenio que va de 1988 a 1997, la inversión extranjera directa en la industria alimentaria aumentó de 743 millones de dólares EE.UU. a más de 2 100 millones de dólares en Asia, y de 222 millones de dólares a 3 300 millones en América Latina, superando con creces el nivel de inversiones en agricultura (véase el gráfico).

Durante aproximadamente el mismo período, la proporción de las ventas de alimentos a través de los supermercados se duplicó con creces, tanto en América Latina como en Asia oriental y sudoriental (véase el gráfico de la página 18). En América Latina, los supermercados aumentaron en diez años su cuota de ventas de alimentos en un porcentaje casi tan alto como el que Estados Unidos alcanzó en 50 años. En los países más grandes y ricos de América Latina, que representan las tres cuartas partes de la economía latinoamericana, la cuota de ventas de los supermercados pasó de un 15-20 por ciento en 1990 al 60 por ciento en 2000. En Asia, el auge de los supermercados empezó más tarde, pero despegó de forma todavía más rápida. En tan solo dos años, de 1999 al 2001, la proporción de alimentos elaborados y envasados vendidos por los supermercados en las zonas urbanas de China aumentó en más del 50 por ciento.

Las empresas alimentarias transnacionales también desempeñaron un papel fundamental en este auge de los supermercados. Entre los años 1980 y 2001, cada una de las cinco cadenas de supermercados más grandes del mundo (cuyas sedes centrales están todas ubicadas en Europa o en los Estados Unidos de América) amplió el número de países en los que operaba en al menos un 270 por ciento (véase el gráfico). El rápido aumento y la creciente concentración de los supermercados son dos de las causas y consecuencias más visibles de la transformación y consolidación de los sistemas alimentarios mundiales: desde la producción agrícola, pasando por el comercio, la elaboración y venta al por menor, hasta el consumo de alimentos. Estos cambios tienen profundas repercusiones en la seguridad alimentaria y en el bienestar nutricional de las personas situadas a ambos extremos de la cadena, desde los agricultores que deben adaptarse a los requisitos y normas impuestos por unos mercados en continua evolución hasta los consumidores de las zonas urbanas, que cada vez dependen más de los alimentos elaborados y de las comidas adquiridas en los puestos ambulantes y en los restaurantes de comida rápida.

Las repercusiones de los cambios de los sistemas alimentarios en los pequeños agricultores de los países en desarrollo

Los cambios en los mercados alimentarios, estimulados por el rápido crecimiento de las ciudades y de los ingresos tienen fuertes repercusiones en la seguridad alimentaria de millones de personas que no forman parte de la población urbana ni tampoco son ricos, es decir los pequeños agricultores y los trabajadores sin tierra de las zonas rurales, que componen el grueso de la población crónicamente hambrienta del mundo. Para esas personas, la globalización de las industrias de la alimentación y la expansión de los supermercados presentan tanto una oportunidad de acceder a nuevos y lucrativos mercados como un importante riesgo de aumentar su marginación e incluso de extremar su pobreza.

Durante las últimas décadas, un puñado de corporaciones transnacionales, verticalmente integradas, ha ganado un creciente control sobre el comercio, la elaboración y la venta mundiales de alimentos. En la actualidad, las 30 mayores cadenas de supermercados acumulan alrededor de un tercio de las ventas de alimentos en todo el mundo. En América del Sur y en Asia oriental, la proporción de ventas de alimentos al por menor de los supermercados se ha disparado, pasando de menos del 20 por ciento a más del 50 por ciento durante este último decenio (véase el gráfico). Además, las cadenas más grandes (que pertenecen en gran parte a empresas multinacionales gigantes) controlan ahora del 65 al 95 por ciento de las ventas que se realizan en los supermercados en América Latina (véase el gráfico).

Oportunidades y riesgos

El creciente predominio de los supermercados ha ofrecido a los consumidores urbanos un mayor surtido y comodidad, así como precios más bajos y una mayor calidad e inocuidad de los alimentos. Dicho predominio también ha llevado a la creación de cadenas de suministro consolidadas, en las que los compradores, al servicio de un puñado de enormes empresas de elaboración y venta al por menor de alimentos, ejercen un poder cada vez mayor para establecer normas, precios y plazos de entrega.

La globalización del abastecimiento de los supermercados ha creado oportunidades sin precedentes para algunos agricultores en los países en desarrollo. En Kenya, por ejemplo, las exportaciones de frutas frescas, hortalizas y flores cortadas destinadas a su venta en supermercados europeos aumentaron hasta superar los 300 millones de dólares EE.UU. al año. Los pequeños productores que se dedican al mercado de la exportación obtienen ingresos significativamente más altos que las unidades familiares que no participan en este negocio. Un estudio reciente determinó que si las unidades familiares rurales que no participan pudieran dedicarse a los cultivos hortícolas para la exportación, su tasa de pobreza disminuiría en aproximadamente un 25 por ciento (véase el gráfico).

No obstante, a medida que el volumen de las exportaciones keniatas ha ido creciendo, la cuota de producción de los pequeños productores ha ido menguando. Antes del auge de las exportaciones hortícolas de la década de los noventa, los pequeños cultivadores producían el 70 por ciento de las hortalizas y frutas que se expedían por vía marítima desde Kenya. Sin embargo, a finales del decenio, el 40 por ciento de dicha producción se cultivaba en explotaciones agrícolas cuyos propietarios o arrendatarios directos eran importadores de países desarrollados, el otro 42 por ciento se cultivaba en grandes explotaciones comerciales. Por entonces, los pequeños productores sólo producían el 18 por ciento.

El crecimiento de los supermercados en los países en desarrollo ha creado un sector interno caracterizado por un abastecimiento centralizado y altos niveles de calidad, que ha sobrepasado rápidamente al mercado de las exportaciones en la mayoría de países. Los supermercados de América Latina, por ejemplo, compran actualmente un volumen de frutas y hortalizas frescas a los agricultores locales que es 2,5 veces mayor que el volumen regional de este tipo de exportaciones al resto del mundo. Al igual que sus homólogos en los países industrializados, las cadenas de supermercados nacionales están orientándose hacia la contratación de un número limitado de proveedores capaces de satisfacer sus demandas.

Carrefour, la cadena de supermercados más grande del mundo, ha creado su propio y gigantesco centro de distribución en São Paulo (Brasil), el cual abastece a un mercado de más de 50 millones de consumidores. Carrefour adquiere los melones de tan sólo tres explotaciones agrícolas, situadas en el noreste del Brasil, para aprovisionar todos sus establecimientos brasileños y despacha el resto por vía marítima a los centros de distribución que posee en 21 países.

En Brasil, también los pequeños productores lácteos han pagado el precio de la consolidación. Entre 1997 y 2001, más de 75 000 productores lácteos fueron «eliminados» del mercado por las 12 principales empresas elaboradoras de leche (véase el gráfico). Presumiblemente la mayoría de ellos quebraron. Un proceso de consolidación similar está teniendo lugar de forma aún más acelerada en Asia. En menos de cinco años, la principal cadena de supermercados de Tailandia redujo su lista de proveedores de hortalizas de 250 a sólo 10.

Los pequeños productores afrontan numerosos obstáculos para poder enrolarse en las filas de los proveedores escogidos por los supermercados. La consecución de los niveles de calidad y fiabilidad requeridos pueden precisar importantes inversiones en sistemas de riego, invernaderos, camiones, cámaras frigoríficas y tecnologías de envasado. Además, para los supermercados, los costos de tramitación pueden ser notablemente más altos en el caso de la negociación y gestión de los contratos con los pequeños productores.

Potenciar la autonomía de los pequeños productores

Por lo general, los pequeños productores que han logrado convertirse en proveedores de supermercados han superado estos obstáculos creando cooperativas o inscribiéndose en planes de producción por contrata. Con frecuencia se han beneficiado, en sus inicios, de información, capacitación y fondos concedidos mediante iniciativas de desarrollo del sector público y privado.

En Zambia, por ejemplo, un consorcio de organizaciones gubernamentales e industriales prestó su ayuda para establecer una asociación formada por varios ministerios gubernamentales, la principal cadena de supermercados del país, proveedores de insumos agrícolas y la comunidad de agricultores pobres de Luangeni. Este proyecto hizo posible que los agricultores empezaran a suministrar hortalizas de gran calidad a Shoprite. Los participantes afirmaron que no sólo sus ingresos habían aumentado notablemente sino que su nutrición había mejorado.

Algunas cooperativas de agricultores han logrado penetrado en nichos de mercado dinámicos y lucrativos al lograr que sus productos obtuvieran la certificación de «biológicos», «ecológicos» o de «comercio leal». Estos productos obtienen un mejor precio en el mercado y reportan mayores beneficios. Para los pequeños productores, la agricultura biológica ofrece otras ventajas: una menor dependencia con respecto a los insumos agrícolas que deben comprarse, como plaguicidas y fertilizantes, y una mayor utilización de la mano de obra de bajo costo.

La cooperativa mexicana Del Cabo, por ejemplo, ha prosperado abasteciendo de tomates cherry orgánicos a los supermercados de los Estados Unidos. Desde que se fundó, a mediados de los años ochenta, ha ido creciendo hasta englobar a 250 explotaciones agrícolas familiares, muchas de las cuales ocupan menos de 2 hectáreas de tierra. Los ingresos medios de la cooperativa han aumentado de 3 000 dólares EE.UU. a más de 20 000 dólares EE.UU.

Los productos certificados suelen lograr un mejor acceso a los mercados de los países industrializados y podrían lograr ventajas similares a nivel local, a medida que los consumidores sean más exigentes en cuanto a la calidad, inocuidad y sostenibilidad de los alimentos. No obstante, el proceso de certificación es caro y puede convertirse en un obstáculo importante para los pequeños productores, que a menudo carecen de la posibilidad de acceder a los créditos, información y capacitación que necesitarían para introducirse en esos nichos de mercado.

Debido a que los supermercados están expandiendo sus negocios para abastecer no sólo a las élites acomodadas de las ciudades, sino también a las clases medias y trabajadoras de los suburbios y poblaciones a lo largo y ancho de los países, una cadena de supermercados centroamericana ha estimado que sólo el 17 por ciento de la población está fuera de su alcance. Ese 17 por ciento está considerado el segmento de población más pobre de las zonas rurales. Los pequeños productores que no logren poner un pie en este mercado globalizado corren el riesgo de quedar confinados en el sector de una minoría permanentemente marginada y de quedar excluidos del sistema alimentario, tanto en su función de productores como de consumidores.

El nuevo perfil del hambre y de la malnutrición

Por lo general, el aumento de los ingresos y la reducción de los niveles de hambre y malnutrición se han asociado al rápido crecimiento de las ciudades en el mundo en desarrollo. No obstante, aunque normalmente la proporción de la población que pasa hambre sigue siendo más baja en las urbes, el número de habitantes que padecen hambre y pobreza en las ciudades está aumentando rápidamente, a la par que el total de la población urbana.

Un estudio del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias (IIPA) ha analizado las tendencias de la pobreza y la malnutrición urbanas en 14 países en desarrollo entre los años 1985 y 1996. En la mayoría de estos países, el número de niños con insuficiencia ponderal que viven en las zonas urbanas está creciendo, y aumenta a un ritmo más rápido que en las zonas rurales. En 11 de estos 14 países, la proporción de niños en edad preescolar con insuficiencia ponderal que viven en las zonas urbanas también ha aumentado con respecto al total nacional (véase el gráfico).

Más del 40 por ciento del total de la población urbana de los países en desarrollo vive en barriadas pobres. Ello significa que alrededor de 950 millones de personas carecen de uno o varios tipos de servicios básicos, como disponer de un espacio vital suficiente, agua potable o instalaciones de saneamiento mejoradas. Muchas de ellas tampoco tienen acceso a una alimentación adecuada, incluso a pesar de que la población pobre de las zonas urbanas de muchos países en desarrollo destina, como mínimo, el 60 por ciento del total de sus gastos a la compra de alimentos. En la India, el 36 por ciento de los niños de las zonas urbanas padece retraso del crecimiento y el 38 por ciento sufre una insuficiencia ponderal.

Un estudio reciente de la FAO comparó los niveles de retraso del crecimiento en las zonas urbanas y rurales en Angola, la República Centroafricana y el Senegal. Aunque en conjunto la prevalencia del retraso del crecimiento es mayor en las zonas rurales, la prevalencia es básicamente la misma en ambas zonas si se toman en cuenta las condiciones económicas de la población (véase el gráfico).

Evolución de los estilos de vida, cambio en las dietas

El proceso de urbanización y la globalización de los sistemas alimentarios no sólo están rediseñando el mapa del hambre y de la malnutrición en los países en desarrollo, sino también su perfil.

El consumo per cápita de aceites vegetales y de alimentos de origen animal como la carne, los lácteos, los huevos y el pescado se duplicó en el conjunto de los países en desarrollo entre los años 1961 y 2000. En aquellas zonas donde se han acelerado los ritmos de crecimiento de las ciudades y de los ingresos, también se han acelerado los cambios dietéticos. En China, por ejemplo, la proporción de adultos de las zonas urbanas que siguen dietas alimentarias ricas en grasas (en las que más del 30 por ciento de las calorías provienen de las grasas) pasó del 33 al 61 por ciento en tan solo seis años, entre 1991 y 1997.

Los cambios en la composición de las dietas y el aumento del consumo de alimentos elaborados son el resultado de la evolución de los estilos de vida y la rápida expansión de los establecimientos de comida rápida y de las cadenas de supermercados. En 1987, Kentucky Fried Chicken abrió el primer restaurante de comida rápida en Beijing. Quince años más tarde la cadena contaba con más de 600 establecimientos en China, y el total de sus ventas de comida rápida rebasa los 24 000 millones de dólares EE.UU. al año.

Tal vez la población pobre de las zonas urbanas no pueda permitirse comer en los restaurantes de comida rápida, sin embargo comparten el estilo de vida y los cambios dietéticos que ha comportado el proceso de urbanización. En las ciudades, desde Bangkok a Bamako, la población pobre suele adquirir más de la mitad de sus comidas en los puestos de comida ambulantes. Un estudio realizado en Accra, Ghana, determinó que los habitantes más pobres de la ciudad destinan el 40 por ciento de su presupuesto de alimentación y el 25 por ciento del total de sus gastos a comprar alimentos de venta callejera (véase el gráfico de la página 20).

Cambio en las dietas, problemas en aumento

Debido a que la gente consume una mayor cantidad de aceites, carne y productos lácteos y menos fibras dietéticas, así como más comidas rápidas y menos platos caseros, muchos países en desarrollo se enfrentan actualmente a un doble reto: el hambre generalizada, por un lado, y el rápido aumento de la diabetes, de las enfermedades cardiovasculares y de otras enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación, por el otro.

Se estima que 84 millones de adultos en los países en desarrollo padecen diabetes, y que hacia el año 2025 ese número ascenderá a 228 millones, de los cuales el 40 por ciento vivirá en los países superpoblados de China y la India (véase el gráfico). Los niveles de obesidad, cardiopatías y otras dolencias relacionadas con la alimentación también están aumentando rápidamente, no sólo en las ciudades sino también en las zonas rurales, influidos por los cambios económicos y sociales que han impulsado la «transición de la nutrición».

Un conjunto de datos cada vez mayor sugiere que la población pobre es la que corre mayor riesgo, no sólo de padecer hambre y carencias de micronutrientes, sino de sufrir diabetes, obesidad e hipertensión. Un estudio reciente sobre las tendencias en la nutrición y sus causas subyacentes en América Latina determinó que las tasas de obesidad son más altas y aumentan con mayor rapidez en los segmentos más pobres de la población. Dicho estudio concluyó que probablemente la obesidad y las enfermedades crónicas afines aumentarán en los países en los que la malnutrición materna e infantil coexistan con la urbanización y el crecimiento económico.

Hace tiempo que se sabe que los niños nacidos de madres subnutridas tienen más probabilidades de sufrir insuficiencia ponderal al nacer, y que tanto su desarrollo físico como intelectual pueden estar dañados. Cada vez hay más datos que demuestran que un peso muy bajo al nacer y un retraso del crecimiento durante los primeros años de vida intensifican los riesgos de padecer diabetes, cardiopatías y otras dolencias comúnmente asociadas con un consumo excesivo de alimentos y la falta de ejercicio físico en la etapa adulta.

Ello se conoce como «la hipótesis de Barker», denominada así por el autor de un estudio que demostró que los adultos que habían padecido insuficiencia ponderal al nacer sufrían una tasa más alta de mortalidad debido a cardiopatías o ataques al corazón. Se ha sugerido que ello puede ser el resultado de la «programación fetal», en la que el cuerpo se adapta a la privación nutricional utilizando métodos que le ayudan a sobrevivir a corto plazo, pero que a largo plazo ponen en peligro su salud. A pesar de que esta hipótesis sigue siendo polémica, otros estudios han demostrado correlaciones similares entre un peso muy bajo al nacer y una mayor prevalencia de la resistencia a la insulina y de la diabetes de tipo 2 (véase el gráfico).

Varios estudios llevados a cabo en Mysore, en el sur de la India, confirmaron que los hombres y mujeres que habían sufrido insuficiencia ponderal al nacer corrían un riesgo mayor de padecer enfermedades cardiovasculares y resistencia a la insulina; aunque son los bebés pequeños y gordos nacidos de madres con sobrepeso los que se enfrentan al riesgo más alto de padecer diabetes en su etapa adulta. Estos resultados sugieren que la epidemia de diabetes que amenaza a la India puede ser debida a una combinación del hambre y de la urbanización. De acuerdo con esta teoría, muchas de esas madres también nacieron con bajo peso y, por tanto, tienen predisposición a padecer obesidad y resistencia a la insulina. Cuando emigran a las ciudades, modifican sus regímenes alimentarios y disminuyen la actividad física, por lo tanto aumentan las probabilidades de convertirse en hiperglucémicas. Se sabe que la aparición de la hiperglucemia durante el embarazo está asociada al consecuente nacimiento de bebés pequeños y gordos, que sufren un mayor riesgo de padecer diabetes en su etapa adulta, exactamente igual que los bebés que estuvieron bajo observación durante el estudio de Mysore.

Para hacer frente al doble desafío del hambre crónica y del aumento de las en-fermedades no transmisibles es necesario contar con políticas alimentarias y nutricionales específicas para los grupos vulnerables de la población urbana y rural pobre. Asegurar que los niños y las mujeres en edad fértil tengan acceso al aporte de energía y variedad dietética adecuados es fundamental para poder romper la cadena de transmisión del hambre y la malnutrición de una generación a la siguiente y que aflige a los pobres a lo largo de una vida carente de oportunidades.

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