Los encargados de la conservación de la naturaleza y de la planificación del desarrollo en los países occidentales parecen dar por supuesto que el público del Tercer Mundo es casi todo contrario a las actividades de conservación, e ignora las cuestiones que tales actividades entrañan. Por el contrario, recientes encuestas en la República Unida de Tanzania, Rwanda y Brasil, por un lado, y los Estados Unidos por otro, indican que existe poca diferencia entre los diversos países, y que el apoyo de la población a las actividades de conservación es tan grande en los países del Tercer Mundo como en el occidente industrializado.
Las encuestas realizadas en la República Unida de Tanzania, Rwanda y Brasil estudiaron la actitud general hacia los problemas de la conservación. La encuesta en Tanzania se centró en una muestra de 1217 alumnos de escuelas primarias y 800 de escuelas secundarias. Como menos del I por ciento de la población de Tanzania asiste a las escuelas secundarias, los resultados se refieren en su mayoría a los alumnos de las escuelas primarias. En Brasil se entrevistó a 520 adultos. En Rwanda, el estudio se realizó mediante dos encuestas, con una diferencia de cuatro años, en las que se entrevistó a 72 y 119 agricultores, respectivamente. Si bien la parte de la encuesta realizada en los Estados Unidos (3500 adultos) se centró en la actitud hacia los coyotes y lobos, es comparable a las demás porque existía una correlación muy significativa entre la actitud hacia los depredadores y hacia la fauna silvestre en general.
Según el estudio realizado en Tanzania, el número de alumnos de escuelas primarias que consideraron que los parques nacionales tenían una prioridad mayor que otras formas de uso de la tierra fue aproximadamente igual al de los que sostenían la posición contraria. Así, en respuesta a la afirmación «si los alimentos escasearan, los parques nacionales deberían dedicarse a la agricultura», el 39 por ciento discrepó, mientras que el 45 por ciento estuvo de acuerdo. En el estudio del Brasil, el 74 por ciento de los terratenientes dijeron que protegerían o no atacarían a la fauna silvestre en sus propiedades. En Rwanda, el 49 por ciento de la primera muestra de agricultores que vivían en las inmediaciones del Parque Nacional, no eran partidarios de que los parques se dedicaran a usos agrícolas. Por último, en los Estados Unidos, el 42 por ciento del público en general manifestó. con diversos grados, una actitud positiva hacia los lobos y el 39 por ciento expresó varios niveles de oposición. Así pues, todas las encuestas dieron aproximadamente el mismo resultado. El número de personas que manifestaron alguna forma de apoyo a la fauna silvestre y a su protección fue aproximadamente el mismo de las que se opusieron.
Tanto en Rwanda como en Brasil, la zona propuesta para la conservación y adyacente a los asentamientos de la población tomada como muestra era el bosque. En cuanto a las preguntas sobre la utilidad de los bosques protegidos, la mayoría de las respuestas en ambos países se refirieron al efecto de los bosques sobre el clima. En Rwanda, se hizo a los agricultores una pregunta más especifica: «¿Tienen los bosques de las tierras altas algún efecto sobre el abastecimiento de agua?» La mitad (49 por ciento) de la primera muestra respondió en sentido afirmativo.
La mayoría de los parques nacionales de Tanzania son sabanas y no tienen ninguna función en la captación de aguas. En ese país, la respuesta más frecuente (40 por ciento) a las preguntas sobre la función de los parques nacionales era que producían ingresos en divisas. La respuesta que dieron los agricultores de Rwanda en la primera encuesta a las preguntas relacionadas con la utilidad de la fauna silvestre protegida era muy similar: el 39 por ciento consideró que su principal utilidad era el turismo. En el estudio de Tanzania las respuestas podrían clasificarse en función de valores utilitarios y «éticos». Los alumnos de las escuelas primarias de Tanzania consideraban que los parques nacionales, además de producir beneficios materiales como divisas y productos animales, ofrecían protección a la fauna y mantenían el patrimonio de Tanzania para las generaciones futuras. Si bien el 50 por ciento de todas las respuestas eran utilitarias, el 37 por ciento eran éticas.
Hasta ahora, los datos indican sólo correspondencias, no relaciones de causa a efecto. Sin embargo, en Rwanda se realizaron encuestas sobre la actitud de los agricultores en el primero y quinto años de una campaña para promover la conciencia sobre las actividades de conservación en el país. Al cabo de los cuatro años, se manifestó una clara mejora de esa actitud, lo cual es difícil de atribuir a ninguna otra influencia distinta de la propia campaña. La proporción de agricultores locales a cuyo juicio el bosque protegido reportaba alguna utilidad aumentó del 49 por ciento al 81 por ciento; la proporción de los que consideraban útil la fauna silvestre protegida aumentó del 41 por ciento al 63 por ciento. La proporción de los que consideraban beneficiosos los bosques para su abastecimiento de agua aumentó del 49 por ciento al 86 por ciento; y la proporción de los que consideraban que el Parque Nacional debía dedicarse a la agricultura bajó del 51 por ciento a algo más del 18 por ciento. Todos los cambios eran muy significativos desde el punto de vista estadístico.
Los resultados indicados aquí demuestran que la actitud del público en los países del Tercer Mundo varia poco o nada con respecto a los países industrializados de occidente. Por ejemplo, en Rwanda más de tres cuartas partes de los agricultores con tierras adyacentes al Parque Nacional indicaron en 1984 que no deseaban que el Gobierno autorizara los cultivos en el Parque. Los conservacionistas deben aprovechar ese apoyo, tanto para promover sus propios ideales como para oponerse a los programas de desarrollo impuestos desde fuera. Actualmente no lo hacen; en vez de integrar en sus programas las necesidades y los deseos de la población local, centran sus esfuerzos en una intervención represiva en las zonas de conservación. El resultado inevitable es que se exacerba el conflicto existente y con el tiempo, un aumento de la población opuesta a sus actividades hará fracasar esas campañas. Por el contrario, un programa de conservación que reciba apoyo tendrá indudablemente más éxito.
A.H. Harcourt, H. Pennington y
A.W. Maber
tomado de Oryx,
julio de 1986