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Editorial - La silvicultura ordenación de los recursos naturales en zonas áridas

En los últimos años se prestó creciente atención a los problemas de los bosques tropicales, pero concentrándose en los de las zonas tropicales húmedas. No es raro encontrar estadísticas sobre la extensión de los bosques tropicales y el ritmo a que se pierden o alteran, seguidas por una explicación dedicada casi por completo a los bosques higrofíticos. Mucha menos atención se dedica a los problemas de ordenación de los recursos forestales en las zonas áridas y semiáridas.

Las tierras áridas ocupan una tercera parte de la superficie terrestre y en ellas viven más de 850 millones de personas, casi el 20 por ciento de la población mundial. Esas tierras se están degradando rápidamente por causa del crecimiento demográfico, el sobrepastoreo, el cultivo de tierras marginales, el riego inadecuado y la deforestación. La evaluación de 1983 de la ejecución del Plan de Acción para Combatir la Desertificación (1977) hecha por el PNUMA, estableció que más del 75 por ciento de la tierra productiva de las zonas áridas y semiáridas ya estaba moderadamente desertificada (había perdido más del 25 por ciento de su productividad original). El problema es grave en las regiones en desarrollo donde sigue acelerándose la degradación de los pastizales y de las tierras de secano semiáridas cultivadas que son solo el 15 por ciento de la superficie total de las tierras de secano, pero donde vive más del 85 por ciento de la población rural establecida en ese tipo de tierras. La deforestación está íntimamente asociada con la depauperación de las tierras áridas porque la destrucción de vegetación leñosa tiene lugar a un ritmo mucho más rápido que el de reposición.

Los técnicos forestales y los administradores de recursos naturales entendieron muy poco y mal los múltiples usos que los campesinos hicieron de las formaciones forestales en el curso de los milenios, ampliamente documentados en un artículo sobre las técnicas de ordenación de tierras arboladas aparecido en el número 160 de Unasylva.

A fines del decenio de 1970 y a principios del de 1980, la silvicultura de las zonas áridas comprendía casi exclusivamente el establecimiento de grandes plantaciones de especies exóticas para aprovechar su madera y su leña. Para ello se desmontaban grandes extensiones de «inútil matorral», indispensable como combustible, alimento y forraje para la población local. Al ejecutar proyectos de desarrollo agrícola o de regadío se eliminaban muchas formaciones arbóreas naturales, incrementando la erosión con las consiguientes pérdidas de productividad de la tierra y la capacidad de los embalses. La tendencia sigue siendo poco satisfactoria, aunque ya hay indicios de que está cambiando la manera de pensar de los ingenieros forestales y de los agrónomos que se ocupan de las zonas áridas.

En el artículo de J. Fríes y J. Heermans se examinan algunos de los principales problemas de la ordenación de los montes naturales del Africa árida y semiárida y se analizan tres casos muy prometedores, uno en Níger y dos en Burkina Faso. Un denominador común digno de mención es la estrecha cooperación con la población local en las fases de planeamiento y ejecución. Los autores S. Guinko y L.J. Pasgo documentan la importancia económica de los productos forestales comestibles para un poblado de Burkina Faso; F. Murindagomo examina un programa para la ordenación de la fauna silvestre ejecutado en Zimbabwe con participación popular.

F.R. Bach examina la marcha de un proyecto de la FAO titulado «Recursos genéticos de especies arbóreas en las zonas áridas y semiáridas para mejorar el nivel de vida en el campo», como ejemplo de una manera sistemática de conservar y mejorar los recursos genéticos forestales. En el marco de ese proyecto, 39 instituciones de 26 países están colaborando en la recolección y evaluación de especies polivalentes procedentes de zonas áridas. R.J. Vandenbeldt hace resaltar las posibilidades de los sistemas agroforestales de las zonas tropicales semiáridas citando concretamente las sabanas, los rompevientos y las actividades silvopastorales; al mismo tiempo advierte del peligro que representa aplicar, sin las debidas precauciones, técnicas ideadas para zonas más húmedas.

En este número se publican también dos artículos tomados de la abundante documentación preparada para el reciente Décimo Congreso Forestal Mundial: A. Kowsar describe los excelentes resultados obtenidos en la República Islámica del Irán con un sencillo y económico sistema de regulación de aguas basado en la dispersión de aguas de aluvión, y A. Babaev y N. Kharin examinan el uso de árboles y formaciones leñosas en la lucha contra la desertificación en la URSS.

Con este número Unasylva empieza el segundo ciclo bienal de la publicación renovada en enero de 1990. Los muchos comentario s favorables sobre los ocho números de la «nueva» Unasylva son, porsupuesto, muy satisfactorios (véanse en la págin a 60 algunas de las cartas recibidas). Aprovechamos esta oportunidad para volver a instar a nuestros lector es a tomar una parte aún más activa en nuestro diálogo. Las perspectivas, comentarios y sugerencias de quien es tienen que tomar decisiones en todo el mundo en materia de montes y recursos naturales son un complemento esencial de las orient aciones impartidas por la Junta Consultiva sobre Política de Edición de Unasylva para garantizar de la calidad y pertinencia de la revista.


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