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El potencial de la agricultura orgánica no certificada


Como se explicó anteriormente, es necesario comprender mejor la ecología agrícola y la etnoecología de los sistemas de cultivo indígenas y tradicionales para poder continuar desarrollando los sistemas agrícolas. Esto sólo se puede lograr a través de estudios integrales que determinen la multiplicidad de los factores que condicionan la manera en que los agricultores perciben y modifican su medio ambiente para luego traducir esa información en términos científicos modernos.

Productividad y capacidad de recuperación agrícola

Seguridad alimentaria

El análisis de los proyectos agroecológicos muestran en forma convincente que estos sistemas, a diferencia de lo que afirman algunos críticos, no están limitados a producir bajos rendimientos y por el contrario, registran aumentos importantes en la producción. En algunos, se han observado marcados incrementos en los rendimientos de los productos más buscados por los habitantes de pobres recursos (arroz, frijoles, maíz, mandioca, patata, cebada); estos aumentos se basan en el trabajo y en los conocimientos, en lugar de depender de insumos adquiridos de alto costo, y sacan provecho de los procesos de intensificación y de sinergia[232].

Cuba ofrece un ejemplo histórico de la posibilidad que tiene el manejo orgánico para mejorar la productividad y de esa manera contribuir a la seguridad alimentaria. Después de que Cuba perdió el 80 por ciento de su capacidad de importación, las granjas no tuvieron más combustible para los tractores, ni fertilizantes o plaguicidas; los rendimientos bajaron y el consumo de calorías per cápita cayó de 1 908 calorías (en 1989) a 1 863 en 1994. A través del desarrollo y la divulgación masiva de las técnicas orgánicas, la agricultura cubana se recuperó y para el año 2000, el nivel de calorías había aumentado a 2 585. La producción de tubérculos y plátanos se triplicó y la producción de verduras se duplicó entre 1994 y 1999. En el mismo período, los rendimientos de frijol aumentaron un 60 por ciento mientras que la producción cerealera subió de 300 818 toneladas métricas a 551 000[233]. En 1999, la agricultura orgánica urbana no certificada (en huertas domésticas, canteros elevados y huertas intensivas) produjo el 65 por ciento del arroz del país, el 46 por ciento de las verduras frescas, el 38 por ciento de las frutas no cítricas, el 13 por ciento de las raíces, tubérculos y plátanos y el 6 por ciento de la producción de huevos[234].

En Ghana, la rehabilitación de los recursos hídricos y la fertilidad de los suelos en el Distrito de Techiman se llevó a cabo mediante la reforestación y la producción de cultivos orgánicos. Los resultados satisfactorios que se obtuvieron en el fortalecimiento de la fertilidad de los suelos y en la generación de nuevas fuentes de ingresos (cultivo de cajú orgánico) llevaron a que el Ministerio de Alimentación y Agricultura difundiera la agricultura orgánica, como una alternativa viable para los agricultores en pequeña escala, que son los que producen el 80 por ciento de los alimentos que se cultivan localmente. El sistema redujo gradualmente la agricultura de corte y quema, cambiando a técnicas de cultivo intensificado.

Se han observado marcados incrementos en los rendimientos de los productos más buscados por los habitantes de pobres recursos (arroz, frijoles, maíz, mandioca, patata, cebada); estos aumentos se basan en el trabajo y en los conocimientos, en lugar de depender de insumos de alto costo, y sacan provecho de los procesos de intensificación y de sinergia.

En Argentina se ha estado experimentando con un modelo de huertos orgánicos desde comienzos de los años 90, que promovió empleos y autosuficiencia alimentaria en poblaciones urbanas y rurales. Antes de 1996, el proyecto había beneficiado a casi dos millones de personas, desempleados, indígenas y personas en situación de riesgo alimentario (por ejemplo, jefas de familia, ancianos y niños).

Más importante que los simples rendimientos, las intervenciones agroecológicas aumentan de manera significativa la producción agrícola total a través de la diversificación de los sistemas de cultivo, tales como la cría de peces en arrozales o el cultivo de especies mezcladas con árboles, o la inclusión de cabras o aves en el funcionamiento doméstico.

Fortaleza ecológica

La agricultura orgánica aumenta la estabilidad de la producción, tal como se observa en la reducción de los coeficientes de variación en los rendimientos de cultivos trabajados con un mejor manejo de la tierra y el agua[235]. En efecto, las intervenciones agroecológicas disminuyen de manera significativa la vulnerabilidad de los pequeños agricultores frente a los desastres naturales y otro tipo de disturbios.

Las encuestas llevadas a cabo en las regiones montañosas de América Central después del huracán Mitch señalaron que los agricultores que utilizaban prácticas de cultivo intercalado, cultivos de protección y agroforestería sufrieron menos daño que sus vecinos convencionales. El estudio, encabezado por el movimiento Campesino a Campesino, movilizó a 100 equipos formados por agricultores y técnicos y a 1 743 agricultores para realizar comparaciones pareadas de indicadores agroecológicos en 1 804 granjas convencionales y sustentables vecinas. Abarcó 360 comunidades y 24 departamentos de Guatemala, Honduras y Nicaragua. Las parcelas sostenibles tenían entre un 20 por ciento y un 40 por ciento más de capa fértil, más humedad en los suelos, menos erosión y sufrieron menos pérdidas económicas que sus vecinos convencionales[236]. Estos datos son de vital importancia para los agricultores de escasos recursos que viven en ambientes marginales, y deberían constituir la base de estrategias de manejo de los recursos naturales que promuevan la diversificación temporal y espacial de los sistemas agrícolas ya que esto conduce a una mayor productividad y probablemente pueda garantizar una mayor estabilidad y recuperación ecológica.

Manejo ecológico

Los proyectos que apuntan a mejorar la seguridad alimentaria de las familias de pocos recursos, a conservar y/o regenerar la base de recursos naturales (suelo, agua y recursos genéticos) y a ofrecer oportunidades de ingresos se pueden concentrar en algunas intervenciones clave:

la conservación del suelo y la mejora de su calidad;

un uso más eficiente del agua, en especial en las zonas secas y de secano;

el manejo de plagas, enfermedades y malezas por medio de estrategias botánicas, biológicas y culturales, en particular la diversidad de cultivos para aumentar la inmunidad contra las plagas;

la conservación in-situ de la biodiversidad agrícola;

el diseño de sistemas agrícolas diversificados e integrados.

Recuadro 8: «Nayakrishi Andolon» - Nuevo sistema de cultivo en Bangladesh

La agricultura convencional en Bangladesh introdujo variedades de semillas de alto rendimiento en los mercados locales y difundió el uso de fertilizantes y plaguicidas artificiales. Después del impulso inicial que tuvo la productividad, muchos agricultores observaron que los rendimientos comenzaban a disminuir y que era necesario agregar cada vez más fertilizantes por acre. La cantidad de fertilizantes necesarios aumentó cien veces a lo largo de 30 años y para empeorar la situación, los precios se triplicaron durante ese período. Todos empezaron a perder.

Atrapados en este ciclo de comprar más insumos para producir menos, los agricultores de todo el país sufrieron quiebras. Muchos se vieron obligados a vender sus tierras y mudarse a las ciudades en una búsqueda desesperada de trabajo. Más tarde, en 1998, hubo una inundación muy grande, provocada por un diluvio que duró semanas, y muchos agricultores perdieron todo.

En los alrededores de Tangail, al norte de Dhaka, la inundación castigó con particular dureza. Los agricultores que necesitaron ayuda para comprar semillas nuevas y fertilizantes acudieron a UBINIG (sigla Bengali para «Investigación de políticas alternativas de desarrollo»), una ONG dedicada a trabajar con los tejedores de la zona. UBINIG aceptó colaborar, pero sólo si los agricultores estaban dispuestos a considerar la posibilidad de utilizar métodos de producción alternativos.

UBINIG organizó reuniones para explicar a los agricultores alternativas al cultivo dependiente de químicos. Fueron las mujeres las que respondieron más positivamente al principio, pero luego de conocer las posibles consecuencias de abortos espontáneos y problemas de salud en hombres y animales, otros agricultores vieron la posibilidad de otras opciones que no fueran el aumento de deudas, el endurecimiento de la tierra y el envenenamiento de los peces.

Con la ayuda de UBINIG, estos encuentros se convirtieron en un movimiento nacional denominado «nayakrishi andolon». Se eligió este nombre porque nayakrishi significa «nueva agricultura». Muestra que los agricultores no retroceden a la agricultura tradicional, sino que aprenden de los errores de la «Revolución verde» y se dirigen hacia algo nuevo y mejor.

En vez de obtener de sus campos un solo cultivo, empezaron a intercalar cultivos diferentes. Es el caso de un agricultor que sólo producía caña de azúcar y ahora cultiva siete variedades de cultivos: cebollas, ajo, patatas, rábanos, lentejas, zapallos y batatas mientras que continúa cultivando caña de azúcar de manera intercalada. Los fertilizantes artificiales se reemplazan con leguminosas (por ejemplo legumbres y chaucha turca) y el compost se hace con jacinto de agua (una especie considerada anteriormente una plaga invasiva), hojas de plátano, paja de arrozales y estiércol vacuno. El suelo se vuelve a ablandar y se cubre con restos de gusanos y lombrices. En todo Bangladesh, 65 000 familias rurales se convirtieron a nayakrishi y UBINIG ha creado cinco centros nayakrishi en diferentes lugares del país. Estos centros realizan talleres para agricultores y coordinan el intercambio de experiencias y conocimientos entre los pueblos y aldeas. Por ejemplo el centro de Tangail emplea en la actualidad 40 personas, muchos de los cuales son trabajadores que viajan y concurren a las reuniones que se realizan en localidades cercanas, para difundir el concepto de nayakrishi.

Fuente: Greenpeace, 2001


Recuadro 9: Proyecto comunitario para la recuperación de los sistemas productivos y la protección del territorio, Colombia

Ubicado en la cuenca más baja del Río Calima, con un área de aproximadamente 96.000 ha y hogar de unas 640 familias, este proyecto incluyó al 10 por ciento de la población, en su mayoría perteneciente a las comunidades negras. El Río Calima corre a través de la región biogeográfica de Choco que se extiende desde Panamá a Ecuador y es considerada una de las zonas más áridas del mundo, pero también una de las más ricas en fauna y flora. La enorme biodiversidad biológica encontrada en la región ha llevado a la proliferación de actividades de extracción, especialmente de maderas finas y oro. La gran explotación produjo una reducción en la diversidad de la flora y la fauna, el deterioro de los ecosistemas y la pérdida de las fuentes de alimentos y de medicinas usadas tradicionalmente.

Entre 1974 y 1995, el estado concedió las actividades extractivas a la empresa Pupapel (parte de Cartón Colombia) en un área de 61 600 ha. En ese tiempo, muchos habitantes abandonaron casi completamente sus actividades tradicionales de caza, pesca, recolección, agricultura y artesanías y se dedicaron a la extracción y venta de maderas y a los empleos ofrecidos por Pupapel.

Las comunidades enfrentan ahora varias presiones de índole económico, social y ambiental que incluyen:

el desplazamiento territorial y la migración a los centros urbanos;

la erosión cultural y la ruptura de la unidad familiar;

la implementación de planes y proyectos de desarrollo inadecuados que incluían los monocultivos;

la destrucción del hábitat debido al uso inapropiado de maquinarias pesadas para la extracción de madera y oro;

rupturas en el sistema de comercialización local;

sistemas de crédito inaccesibles;

problemas fitosanitarios.

Para combatir estos problemas, los miembros de la comunidad se unieron con organizaciones que ya existían (por ejemplo ONCAPROTECA (una organización de agricultores negros para la defensa del territorio bajo de Calima) y con el Frente de Campesinos de la Asociación de la Casa de la Vida), para formular una propuesta. También recurrieron a la Fundación Trópico, una ONG local que participa en la educación formal y no formal de los grupos étnicos, granjeros, jóvenes, niños y mujeres, para solicitarle asesoramiento técnico.

El proyecto comenzó en 1997 y duró 24 meses. Su objetivo principal era la conservación y promoción de la biodiversidad local a través de un método de recuperación agrosistémica que, a mediano y largo plazo, restableciera los ecosistemas naturales mediante cambios de las actividades productivas. El proyecto se centró en la recuperación de las especies salvajes y cultivadas que habían desaparecido o que estaban en desuso, por medio de la introducción de técnicas agroecológicas. Evaluó la posible producción y comercialización de especies ornamentales y árboles frutales de la zona y comenzó un proceso de fortalecimiento de la base organizativa de la comunidad. Su meta posterior era un título de propiedad de tierras colectivo, que le diera más control a los miembros de la comunidad en las decisiones que se tomaban sobre sus territorios.

Esforzándose en primer lugar para asegurarse los alimentos y en segundo lugar para obtener otras fuentes de ingreso, se organizaron reuniones y talleres para personas de todas las edades, donde se favorecía el intercambio y recuperación de los conocimientos agrícolas, las tradiciones culturales y el manejo de técnicas. A través de estos encuentros, se identificaron especies no tradicionales para su posible comercialización. Con la ayuda de la Fundación Trópico, se introdujeron estas especies en las 60 granjas que participaban del proyecto.

Tradicionalmente, los sistemas agrícolas se basaban en una mezcla de agroforestería en pequeña escala, casi independiente de los insumos externos, y, aprovechando el sistema forestal sin modificar su estructura o su capacidad natural, cultivaban arroz y maíz en huertos domésticos o en pequeños campos abiertos en los bosques. Utilizando una combinación de métodos tradicionales y técnicas de producción orgánicas, las 60 familias que participaron en el proyecto comenzaron a fortalecer sus capacidades productivas. Se sembraron plantas aromáticas y medicinales junto con cultivos hortícolas usados tradicionalmente por sus propiedades repelentes y alelopáticas, se aplicó abono animal y compost y se utilizaron fertilizantes foliares y extractos vegetales para el control de gusanos y plagas de insectos. La selección y cosecha de semillas de diferentes especies y variedades que se distribuían en los talleres fue también una actividad importante. Se usaron algunas parcelas de tierra simplemente para multiplicar las semillas y el material que utilizarían otros agricultores.

Se identificaron algunas especies ornamentales, por ejemplo Zingeberales, y árboles frutales como Chontadura (Bactrus gasipaes) y Borojo (Borojoa patinoi cuatrocasa) con posibilidades de comercialización en los principales mercados. El criterio para la selección de frutales fue su duración de vida postcosecha. Las frutas elegidas sobrevivían varios días después de la cosecha, lo que permitía el almacenamiento y el transporte. La Fundación Trópico le brindó a los granjeros asesoramiento y conocimientos técnicos sobre los hábitats y requisitos de crecimiento de estas especies, pero también llevó a cabo estudios de viabilidad de su comercialización.

Se organizaron talleres para difundir el contenido de la Ley 1745 de 1995, la Ley 70 de 1993 y las Leyes 21 y 99 de 1993. Se trata de herramientas jurídicas que le confieren a las comunidades derechos sobre el uso y manejo de sus tierras. También garantizan que las comunidades cumplan con sus obligaciones en cuanto al manejo ecológico de la tierra.

Al final del proyecto, 60 granjeros capacitados estaban trabajando campos diversificados que producían cultivos alimentarios, por ejemplo, arroz, bananas, yuca (Manihot escilenta), verduras, frijoles y maíz y diez especies ornamentales que incluían ave del paraiso, jengibre y miembros de la familia de las Heliconiaceas. En la zona se establecieron tres viveros para la producción de especies ornamentales y de árboles frutales, con una capacidad de 5 000 plantas cada uno. Estos cambios produjeron un aumento en la cantidad y variedad de la producción alimentaria familiar disponible todo el año, con una importante disminución en el costo de vida de las familias y la generación de empleos que reducían la necesidad de migrar a las zonas urbanas en búsqueda de trabajo. Los beneficios de esto se pueden observar en la menor dependencia de productos agrícolas comprados para consumo familiar y el fortalecimiento de los mercados locales debido a la mayor producción y al eficaz uso del agroecosistema. El regreso a la agricultura ayudó a reducir la presión sobre las especies forestales naturales, fomentó la plantación de árboles nativos y la creación de cercos naturales.

Las experiencias que se recogieron en este proyecto, por ejemplo, las técnicas de manejo, las variedades de cultivos y semillas, se compartieron con otras comunidades y al cabo de dos años, se había creado una red de 120 campesinos. También se creó en el área un Consejo de la Comunidad Negra que promovía el manejo responsable de los recursos naturales para el beneficio común y ejercía el control en el uso y manejo del territorio. El representante legal del Consejo elaboró una propuesta para un título de propiedad colectivo de la tierra en la cuenca inferior del Río Calima. Esto permitiría que un total de 640 agricultores pudieran acceder y usar 96 000 ha de tierra.

El proyecto comenzó a resolver los verdaderos problemas que enfrentaban las comunidades. Como estaba concebido, formulado y ejecutado a través de la participación de los actores comunitarios, reflejaba las aspiraciones de los beneficiarios. No perseguía la transformación del sistema productivo tradicional, sino más bien su mejora y desarrollo. No obstante, quedan todavía dificultades que deben solucionarse. Las familias tienen derechos de usufructo sobre sólo 2,6 ha. Debido al carácter de la tierra, esto es insuficiente para permitir la subsistencia en el tiempo. Pero una vez que se obtengan los títulos colectivos, esto permitirá que las comunidades regulen el acceso a la tierra y estabilizará la producción de la región.

Fuente: suministrado a la FAO por Mario Ahumada, Movimiento Agroecológico para Latinoamérica y el Caribe, (MAELA), 2002

Las técnicas y planes agrícolas orgánicos que se promueven funcionan como una «plataforma ecológica» que activa y afecta a los componentes y procesos claves del ecosistema agrícola:

reciclando la biomasa y equilibrando el flujo y disponibilidad de los nutrientes;

asegurando las condiciones favorables del suelo para el crecimiento vegetal a través de una materia orgánica y una actividad biótica del suelo mejoradas;

reduciendo las pérdidas de radiación solar, de aire, agua y nutrientes por medio del manejo del microclima, la captación de aguas y la cobertura del suelo;

aumentando las especies y la diversidad genética del agroecosistema, en el tiempo y el espacio, con el fin de reducir la invasión de plagas;

mejorando las interacciones beneficiosas y la sinergia biológica entre los componentes de la biodiversidad agrícola para promover los procesos y servicios ecológicos claves tales como el control natural de las plagas y la fertilidad intrínseca del suelo.

Es difícil, sin embargo, evaluar todas las posibilidades que tienen esos sistemas intensificados y diversificados porque existe poca investigación y experiencia al respecto como para establecer cuáles son sus limitaciones. No obstante, los datos de los proyectos agroecológicos muestran que la agricultura tradicional y las combinaciones de animales se pueden adaptar para aumentar la productividad cuando se mejora la estructura biológica de la granja o cuando se utilizan eficientemente los recursos locales[237].

En general, se puede observar que, a lo largo del tiempo, los sistemas agrícolas:

muestran niveles más estables de producción total por área unitaria;

proporcionan un rendimiento de la mano de obra y otros insumos suficiente para proveer un sustento aceptable a los pequeños agricultores y sus familias; y

aseguran la protección y conservación del suelo, como también mejoran la biodiversidad.

Desarrollo comunitario

Los agricultores orgánicos no certificados muestran un alto grado de dinamismo y flexibilidad. Un indicador de este proceso ha sido el surgimiento de fuertes movimientos de campesino a campesino, de asociaciones y cooperativas.

Muchos de los agricultores orgánicos de los países en desarrollo no tienen acceso a los mercados lucrativos. Esto se debe a los costos de certificación relativamente altos y al uso de normas internacionales que son ajenas a las realidades de los pequeños agricultores, inmersos en condiciones agroecológicas totalmente diferentes. En efecto, muchos agricultores en los países en desarrollo perciben a la agricultura orgánica como un producto que satisface la demanda de los consumidores de los países desarrollados e incorporados en sistemas de comercio y distribución como los que predominan en la agricultura convencional.

Una consecuencia de esto es el surgimiento de redes alternativas, por ejemplo, la Rede Ecovida de Agroecologia, y Econeve en el sur de Brasil, formadas por docenas de organizaciones y cooperativas de agricultores que iniciaron un nuevo proceso autónomo de «certificación participativa», interesados en la producción para los mercados locales y alimentados por una solidaridad cada vez mayor de parte del movimiento local-regional de consumidores. Las regiones del sur de Brasil (Rio Grande de Sul, Santa Catarina y Paraná) albergan al 25 por ciento de la población total de pequeños agricultores (aproximadamente un millón de familias), que generan el 30 por ciento de la producción total de los pequeños agricultores brasileros. Se espera que entre el 30 y 40 por ciento de estos agricultores se unan a Ecovida y otras redes similares, y se conviertan de esta manera en una importante fuerza que modele la alternativa de la producción y certificación «orgánica». También están surgiendo otras iniciativas similares en países tales como Colombia, Costa Rica, Ecuador, Nicaragua y Uruguay.

En algunas regiones, las instituciones estatales o municipales han adoptado políticas de investigación y extensión para beneficiar directamente a las pequeñas granjas agrícolas. Por ejemplo, en Rio Grande do Sul en Brasil, las instituciones de extensión e investigación EMATER y FEPAGRO adoptaron la ecología agrícola como la base metodológica y tecnológica del desarrollo de la agricultura familiar en el estado. EPAGRI en Santa Catarina también está siguiendo un camino similar, y el gobierno estatal anunció la eliminación total del uso de plaguicidas en el estado. Se espera que estos cambios institucionales aumenten la viabilidad de los agricultores orgánicos no certificados y que promuevan la conversión de muchos productores que todavía utilizan agroquímicos a formas de producción con bajos insumos externos.

Los agricultores orgánicos no certificados muestran un alto grado de dinamismo y flexibilidad. Un indicador de este proceso ha sido el surgimiento de fuertes movimientos de campesino a campesino, de asociaciones y cooperativas.


[232] Uphoff y Altieri, 1999b.
[233] Oxfam America, 2000.
[234] Institute for Food and Development Policy, 1999.
[235] Francis, 1988.
[236] Holt-Giménez, 2001.
[237] Altieri, 1999b.

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