La utilidad de las estrategias depende normalmente de los siguientes factores: la capacidad de las personas que las prepararon, la amplitud del proceso participativo, la adecuación del documento respecto a los ciclos electorales, la fuerza política del gobierno y el apoyo que reciben de la comunidad internacional. Sería paradojal pensar que un documento puede tener la capacidad de cambiar las vidas de la gente; nunca faltan personas o grupos que lo desechan de antemano, como inherentemente irrelevante. Pero si el documento de estrategia refleja fielmente el consenso y la determinación de los participantes, puede llegar a tener consecuencias tangibles. La historia proporciona muchos ejemplos de este tipo.
La formulación de estrategias no es, en modo alguno, un ejercicio rutinario de análisis o de programación burocrática. Requiere desbordar los límites tradicionales de las formas de preparar planes en las grandes instituciones. Demanda también amplios canales de comunicación entre personas con diferente formación y experiencia. Requiere la eliminación del escepticismo. Constituye invariablemente una experiencia de aprendizaje para todos los involucrados, incluyendo a los asesores. Es el resultado de una peculiar fusión entre realismo, análisis y esperanzas. El éxito de las estrategias depende mucho del valor que les asignen los que las formularon. Sobre todo, requiere persistencia y compromiso a largo plazo. No es sólo un proceso técnico-económico, sino también un esfuerzo de construcción de capital social nacional. Cuanto más amplio sea el proceso, mayores serán las posibilidades de alcanzar resultados positivos.