Es imposible volver la vista hacia el año pasado sin recordar los trágicos ataques del 11 de septiembre y los acontecimientos que siguieron y abrieron nuestros ojos a la fragilidad de la seguridad de todos nosotros. Todo ello ha puesto de relieve que, en una era de rápida globalización progresiva, la seguridad puede ser también mundial. Es de esperar que nos hayan hecho tomar mayor conciencia de que el futuro de la humanidad es un futuro realmente compartido y de que muchos de los desafíos con que se enfrenta la humanidad exigen soluciones comunes.
Es este ciertamente un período en el que muchos de estos retos principales parecen saltar al primer plano de nuestra atención, lo que nos da una nueva esperanza hacia el futuro. Entre ellos, no es de los menores el desafío de la erradicación del hambre y la pobreza, dos y azotes de la humanidad estrechamente vinculados entre sí.
En 1996, los dirigentes mundiales se reunieron en Roma, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, y prometieron erradicar el hambre. Como primer paso, pero esencial, acordaron reducir a la mitad para 2015 el número de personas subnutridas. Desgraciadamente, los últimos datos disponibles nos indican que los progresos durante los últimos años no han sido suficientemente rápidos. Para acelerar estos progresos decidí invitar a los dirigentes mundiales a que volvieran a reunirse en Roma en junio de este año. Ciertamente, si queremos alcanzar los objetivos que nos fijamos hace cinco años, será preciso reforzar la voluntad política y movilizar los recursos financieros necesarios. Queda mucho por hacer, a pesar de algunos ejemplos sorprendentes de progresos registrados en determinados países y comunidades. Por otra parte, estos mismos ejemplos de éxito nos confirman en nuestro convencimiento de que se pueden alcanzar los objetivos fijados en Roma en 1996.
Hay también otros actos internacionales, que se han celebrado recientemente o se prevé celebrar en el futuro, que tienen importantes repercusiones para nuestro futuro común. En Monterrey, México hospedó del 18 al 22 de marzo de 2002 la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, con el fin de examinar el desafío de asegurar recursos financieros suficientes para alcanzar objetivos de desarrollo acordados internacionalmente, entre ellos, los incluidos en la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas. A dicha conferencia, los tres organismos de las Naciones Unidas con sede en Roma (la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola y el Programa Mundial de Alimentos) llevaron un mensaje conjunto pidiendo el aumento de los recursos para reducir el hambre y fomentar el desarrollo agrícola y rural. Hay signos alentadores de que la conferencia podría constituir un viraje decisivo, es decir, una inversión de las tendencias descendentes del pasado en la asistencia para el desarrollo, especialmente la destinada a la agricultura y a la mitigación del hambre.
Diez años después de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo -la Cumbre para la Tierra- celebrada en Río de Janeiro, Sudáfrica va a hospedar la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, en Johannesburgo en agosto-septiembre de 2002. En ella, se centrará la atención en muchos de los desafíos decisivos para alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible acordados en Río en 1992.
Será igualmente importante el acuerdo alcanzado en la Cuarta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, celebrada en Doha, Qatar, en noviembre de 2001, para emprender una nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales completas. Un resultado especialmente alentador fue el hincapié que se hace en la Declaración Ministerial de Doha sobre la necesidad de asegurar que no se pongan en peligro el desarrollo y la seguridad alimentaria de sus miembros más vulnerables. Esperemos que la nueva ronda de negociaciones comerciales continúe poniendo de relieve los problemas y necesidades de los países en desarrollo y conduzca a un sistema comercial internacional más justo y equitativo con beneficios auténticos para todos.
Entre esta oleada de actos internacionales importantes, desearía subrayar especialmente la función central de la alimentación, la agricultura y el desarrollo rural en nuestros esfuerzos compartidos por asegurar el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza y el hambre. Las tres cuartas partes de la población mundial pobre viven en zonas rurales y obtienen su subsistencia de la agricultura u otras actividades rurales dependientes de la agricultura. Gran parte de la pobreza urbana es consecuencia de la privación rural y el descenso económico rural, que obligan a emigrar a las zonas urbanas. El fortalecimiento de la agricultura y el desarrollo rural es fundamental para alcanzar el crecimiento económico general y la reducción de la pobreza en la mayoría de los países en desarrollo. Es preciso invertir la tendencia al descenso de los recursos financieros destinados al desarrollo agrícola y rural. Al mismo tiempo, debemos insistir en la importancia para los países en desarrollo de las oportunidades de mercado. Los países desarrollados pueden impulsar en gran medida la erradicación de la pobreza y el progreso económico en los países en desarrollo abriendo sus mercados a los productos de estos últimos, especialmente los productos agrícolas, y ayudándoles a aprovechar el aumento de las oportunidades comerciales.
La función central de la alimentación, la agricultura y el desarrollo rural para la mitigación de la pobreza y la erradicación del hambre es la nota dominante en El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2002. Sin embargo, desearía destacar un aspecto específico que se señala claramente en el informe: el reconocimiento de que la agricultura, la pesca y la actividad forestal tienen una importancia que trasciende el mero suministro de alimentos y materias primas necesarios para nuestra supervivencia y bienestar y asegurar la subsistencia de los agricultores, pescadores y trabajadores forestales de todo el mundo; las personas empleadas en esos sectores desempeñan una función fundamental en la gestión de los recursos cuyos beneficios trascienden con mucho sus propios medios de subsistencia individuales. Mediante una gestión adecuada de esos recursos, los agricultores, pescadores y trabajadores forestales proporcionan una amplia gama de beneficios a otros, tales como la conservación del paisaje, la protección de cuencas hidrográficas, la conservación de la biodiversidad, la estabilidad del ecosistema y el mantenimiento de las poblaciones ícticas. Se trata de los llamados bienes públicos, bienes que benefician a grandes sectores de la población, a nivel local, regional o mundial, pero que no cabe esperar que se suministren gratuitamente. Algunos bienes públicos son incluso de carácter mundial, ya que benefician a toda la humanidad. Ejemplos evidentes de ello son la conservación de la biodiversidad y la absorción del carbono, a las que contribuyen los bosques y la agricultura mediante la adopción de prácticas más sostenibles de uso de la tierra.
Estos hechos son ampliamente reconocidos, pero desearía subrayar sus repercusiones en términos de corrientes financieras para la agricultura, la pesca y la actividad forestal. En efecto, hay sólidos motivos para proporcionar fondos internacionales suficientes a estos sectores a fin de fomentar prácticas sostenibles que aseguren el suministro de tales importantes bienes públicos mundiales. Otro desafío es el de desarrollar mecanismos financieros que al mismo tiempo puedan ofrecer una compensación por el suministro de los bienes públicos mundiales y contribuir a la mitigación de la pobreza. En esta publicación se pide un incremento de las corrientes internacionales de financiación hacia la agricultura y las zonas rurales con el fin de fomentar el suministro de bienes públicos mundiales. También se examina uno de los posibles nuevos mecanismos para la financiación y suministro de bienes públicos mundiales: el Mecanismo para un desarrollo limpio, derivado del Protocolo de Kyoto al Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Se presta atención especial al uso potencial del mencionado Mecanismo como instrumento para fomentar la absorción de carbono mediante cambios en el uso de la tierra y reducir la pobreza rural.
Como ha sido tradicional en las anteriores ediciones, El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2002 trata de ofrecer un panorama de la situación actual y reflexionar sobre algunos de los principales desafíos que se afrontan en la eliminación del hambre y la pobreza en el mundo y para garantizar la utilización sostenible de los recursos naturales. Considerando la creciente sensibilización mundial sobre muchos de estos desafíos, estoy convencido de que tenemos razón al ser optimistas con respecto al futuro. Pero debemos evitar toda complacencia y mantener firme nuestro compromiso con los objetivos que nos hemos fijado. A este respecto, la FAO, por su parte, continuará desempeñando la función que nuestros miembros y la comunidad internacional esperan de nosotros.
Jacques Diouf
DIRECTOR GENERAL DE LA FAO