En honor a la verdad, hay que reconocer que la situación de la seguridad alimentaria en el mundo no es buena. En cada una de las tres ediciones anteriores de este informe, el mensaje fundamental ha sido esencialmente el mismo. Cada año, ha habido buenas y malas noticias. La buena noticia ha sido que el número de personas subnutridas del mundo en desarrollo continúa disminuyendo. La mala noticia, que el descenso ha sido demasiado lento, que nuestro progreso ha sido muy inferior al ritmo necesario para reducir el número de personas hambrientas a la mitad para el año 2015 -objetivo fijado en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 y recogido en los Objetivos de desarrollo del Milenio.
Este año debemos señalar que el progreso prácticamente se ha detenido. Según nuestras últimas estimaciones basadas en datos de los años 1998-2000, el mundo cuenta con 840 millones de personas subnutridas, 799 millones de las cuales viven en países en desarrollo. Dicha cifra representa un descenso de apenas 2,5 millones al año en los seis años transcurridos desde 1990-92, período utilizado como punto de partida para la campaña iniciada en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación.
Si continuamos al ritmo actual, alcanzaremos el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación con más de 100 años de retraso, más cerca del año 2150 que del 2015, lo que es sencillamente inaceptable.
En otras palabras, para compensar el retraso en los progresos realizados hasta la fecha y conseguir a tiempo el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, debemos esforzarnos ahora por reducir el número de personas hambrientas 24 millones cada año desde ahora hasta 2015, casi exactamente 10 veces más de lo conseguido en los últimos ocho años. Se trata de una exigencia imperativa.
«El costo de la inacción es a todas luces prohibitivo. El costo del progreso es calculable y asequible.» |
Por muy abrumadora que pueda parecer esta tarea, el logro de este ritmo acelerado de progreso es también perfectamente posible. La cuestión no es si podemos permitirnos invertir los recursos, la energía y el compromiso político necesarios para combatir el hambre. Más bien deberíamos preguntarnos si podemos permitirnos no hacerlo. La repuesta es negativa.
El precio que pagamos por esta falta de progreso es muy elevado. Las propias personas hambrientas son las que pagan de forma más inmediata y más dolorosa. Pero los costos son también muy negativos para sus comunidades, sus países y la aldea mundial que todos habitamos y compartimos.
Los artículos de este informe documentan el costo abrumador que impone el hambre a los millones de personas que la experimentan, costo medido en forma de detención del desarrollo físico y mental, limitación de oportunidades, problemas de salud, breve esperanza de vida y muerte prematura. Por citar sólo un ejemplo, todos los años, seis millones de niños de menos de cinco años mueren como consecuencia del hambre y la malnutrición. Ello equivale aproximadamente a toda la población de niños de menos de cinco años del Japón, o de Francia e Italia juntos.
Otros artículos del informe ponen de manifiesto que la reducción de la productividad, las vidas laborales truncadas y las oportunidades perdidas de 799 millones de personas hambrientas del mundo en desarrollo frenan el progreso económico y favorecen la degradación ambiental y los conflictos en el plano nacional e internacional.
El costo de la inacción es a todas luces prohibitivo. Por fortuna, el costo del progreso es calculable y asequible. La divisa que se necesita con mayor urgencia no es el dólar, sino el compromiso.
«No tenemos la excusa de que no podemos crecer bastante o de que no sabemos lo suficiente para eliminar el hambre.» |
En un acontecimiento paralelo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, en junio de 2002, la Secretaría de la FAO presentó un proyecto inicial de Programa de Lucha contra el Hambre, marco estratégico y eficaz en función de los costos para una actuación nacional e internacional con el fin de reducir el hambre mediante el desarrollo agrícola y rural y un mayor acceso a los alimentos. De acuerdo con esta propuesta, una inversión pública de 24 000 millones de dólares EE.UU. al año sería suficiente para poner en marcha una campaña acelerada contra el hambre que conseguiría la meta de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Este precio, visto en perspectiva, es sorprendentemente bajo, muy inferior a los más de 300 000 millones de dólares EE.UU. que las naciones de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) transfirieron en apoyo de su propia agricultura en 2001. Como ha señalado el economista Jeffrey Sachs, en el contexto de una economía cuantificada en billones, 24 000 millones podría considerarse un «error de redondeo»: representaría apenas cinco peniques por cada 100 dólares de ingreso.
La rentabilidad de esta inversión es impresionante. La FAO ha estimado que el logro del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación aportaría al menos 120 000 millones de dólares EE.UU. al año en beneficios como consecuencia de una vida más larga, más sana y más productiva de varios centenares de millones de personas liberadas del hambre.
El costo del programa estaría muy repartido. Entre las distintas opciones concebibles, el Programa de Lucha contra el Hambre supone que los costos se repartirían en partes iguales entre la comunidad de donantes internacionales y los propios países en desarrollo. Por término medio, ello requeriría, en todas las regiones en desarrollo, un aumento del 20 por ciento en los presupuestos de los países en desarrollo para el fomento agrícola y rural. En cuanto a los países desarrollados y las instituciones financieras internacionales, supondría la duplicación del financiamiento en condiciones concesionarias en favor del desarrollo agrícola y rural. Con ello, la asistencia oficial para el desarrollo recuperaría el nivel previo a los años noventa, antes del fuerte descenso que resultó especialmente nocivo precisamente para los países donde el hambre está más difundida, como se documenta en este informe.
Número de personas subnutridas en el mundo en desarrollo: |
¿Qué se conseguiría con esta inversión? El Programa de Lucha contra el Hambre esboza un doble planteamiento para reducir el número de personas hambrientas
en forma rápida y sostenible. Ofrecería acceso a los alimentos y prestaría socorro inmediato a quienes lo necesitan de forma más desesperada: los 200 millones de personas más hambrientas. Y encauzaría inversiones hacia el desarrollo agrícola rural sostenible, aumentando la productividad, los ingresos y la esperanza de las zonas rurales de los países en desarrollo donde viven más de tres cuartas partes de las personas pobres y hambrientas del mundo. En la propuesta se indican también algunos elementos clave de un marco de políticas que multiplicaría los efectos de estas inversiones induciendo flujos complementarios de inversión privada y capacitando a los pobres y a los hambrientos a hacer realidad todo su potencial de desarrollo.
No tenemos la excusa de que no podemos crecer bastante o de que no sabemos lo suficiente para eliminar el hambre. Lo que tenemos que demostrar es que estamos lo bastante interesados en ello, que nuestras expresiones de preocupación en los foros internacionales no son mera retórica, que vamos a dejar de aceptar e ignorar el sufrimiento de 840 millones de personas hambrientas y de estar dispuestos a pagar el precio diario de 25 000 fallecimientos debidos al hambre y a la pobreza.
Producimos ya alimentos más que suficientes para ofrecer una alimentación adecuada a todos y cada uno. El Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación en 1996 estableció claramente lo que se debe hacer. En el Programa de Lucha contra el Hambre se proponen medidas prácticas y asequibles para traducir los sólidos conceptos y valiosos principios del Plan de Acción en medidas inmediatas y eficaces.
No puede haber excusa ninguna que justifique un nuevo retraso. El hambre se puede eliminar, pero sólo si demostramos nuestro compromiso poniendo en marcha una campaña bien concertada y suficientemente financiada. Los gobiernos, la comunidad internacional, las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil y el sector privado deben colaborar conjuntamente, en forma de alianza internacional contra el hambre, para conseguir que todas las personas disfruten del más fundamental de los derechos humanos: el derecho a una alimentación que es imprescindible para su misma supervivencia y existencia.
Jacques Diouf
Director General de la FAO