Ha llegado la hora de aprovechar los dividendos de la paz
Este artículo se publicó originalmente en el diario EL PAÍS
Hace unas décadas, el muro que todo el mundo tenía en mente era el de Berlín. Luego se vino abajo, empujado por una oleada de reformas y de renovación que parecía prometer el inicio de una nueva era para nuestro mundo turbulento.
En ese momento se hablaba mucho de los “dividendos de la paz", que liberarían grandes cantidades de dinero del gasto militar. Ahora que ya no eran necesarios para financiar la Guerra Fría, esos fondos se utilizarían para fines más elevados.
Pero, paradójicamente, ese empujón a la paz ha desfallecido en la era posterior. Años más tarde nos encontramos con que mientras la frecuencia de las guerras entre naciones ha disminuido, el conflicto y la violencia continúan parasitando y socavando el progreso de la humanidad.
Recientemente hemos presenciado como la violencia y los conflictos - algunos de los cuales involucran a gobiernos y otros no – alcanzan nuevos récords. Los datos indican que los conflictos no estatales han aumentado en un 125 por ciento desde 2010, superando a todos los demás tipos de enfrentamientos. Los conflictos estatales también han aumentado en más de un 60 por ciento en el mismo período. A su vez, las guerras civiles y los conflictos internos superan el número de enfrentamientos interestatales, en lo que supone un marcado viraje de enfrentamientos entre naciones a violencia dentro de las mismas.
Sin embargo, y a pesar de esta autodestructiva discordia, como familia global hemos logrado éxitos que hacen que la flecha del desarrollo humano apunte en una mejor dirección.
Entre todos, forjamos un acuerdo global pionero para (por fin) tomar medidas para hacer frente a la amenaza del cambio climático. A nivel mundial, la mayoría de los compromisos adquiridos en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas se cumplieron, sacando a millones de personas de la pobreza y el hambre. Incluso subimos la apuesta a través de la audaz y visionaria Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 que apunta, entre otras cosas, a la erradicación total del hambre y la desnutrición.
Así que también hemos tenido nuestros momentos brillantes, en los que parecíamos estar a punto de dar el pistoletazo de salida a un “mañana mejor” al que tantos de nosotros habíamos aspirado durante tanto tiempo.
Pero nuestros peores instintos interfieren en el camino.
Cinco organizaciones de las Naciones Unidas acabamos de publicar la primera evaluación global del progreso logrado hasta el momento en el logro de la meta de erradicar el hambre y la desnutrición para el 2030. Y me temo que nuestra primera evaluación de este noble esfuerzo no es buena.
Tras una disminución constante durante más de una década, el hambre mundial vuelve a aumentar. En 2016 afectó a 815 millones de personas, el equivalente al 11% de la población mundial. Eso son 38 millones de personas más que el año anterior.
¿Quién es el culpable? Una buena suposición: los conflictos.
La gran mayoría de personas hambrientas del planeta (490 millones) vive en países afectados por conflictos, y 122 de los 155 millones de niños que sufren retraso del crecimiento en el mundo, también.
El impacto de los conflictos sobre la seguridad alimentaria puede ser directo: en forma de destrucción de granjas o reservas de alimentos, o indirectos, como las interrupciones de los sistemas alimentarios o de los mercados, que elevan los precios de los alimentos. A menudo se agravan por el clima extremo asociado al cambio climático.
Así las cosas, el conflicto ha hecho resurgir la hambruna como un peligro claro y muy real: más de 20 millones de personas en el noreste de Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen están en situación de riesgo.
Esta alarma nos dice que no podemos seguir poniendo tiritas al hambre. Tratar los síntomas no es suficiente. Es hora de tratar las causas, que incluyen la pobreza extrema, la falta de políticas de protección social, la inversión insuficiente en agricultura y en resiliencia para las comunidades rurales, las prácticas agrícolas no sostenibles y la degradación del medio ambiente, por nombrar solo algunas. Pero, ante todo, debemos invertir en paz y estabilidad.
Los líderes nacionales y regionales de las zonas de conflicto, así como las partes directamente involucradas, son los primeros que deben dar un paso al frente. Al mismo tiempo, la comunidad internacional no puede eludir a su responsabilidad de ayudar a encontrar soluciones duraderas. Pero todos nosotros, como ciudadanos globales y miembros de la misma familia, debemos poner nuestra parte. Es posible que, en esta era de reality shows y de júbilo digital por el mal ajeno, nos hayamos acostumbrado a la violencia. Necesitamos sacudirnos de ese mal.
Tenemos que deshacernos del escepticismo y resetearnos, volviendo no sólo a enfoques probados para la consolidación de la paz sino también encontrando nuevas formas de lidiar con los antiguos flagelos del conflicto y el hambre. Esto incluye abordar desencadenantes clave como las disputas sobre los recursos naturales y proporcionar apoyo a los medios de subsistencia agrícolas, que pueden mitigar algunas causas y efectos del conflicto y contribuir al mantenimiento de la paz.
Los dividendos de la seguridad alimentaria y la paz están ahí esperando a que los aprovechemos.