Ex Director General  José Graziano da Silva
Artículo de opinion del Director General de la FAO José Graziano da Silva

Día Mundial de la Alimentación 2013: hacia unos sistemas alimentarios sostenibles
Publicado el 15 October 2013

El Día Mundial de la Alimentación se celebra cada 16 de octubre, en conmemoración de la fundación de la FAO en esa fecha en 1945. Cada año supone una ocasión para que gente de todo el mundo involucrada en forma diversa en el sistema alimentario se reúna para reflexionar sobre el papel vital que los alimentos desempeñan en nuestras vidas y ver cómo se pueden hacer mejor las cosas. El proceso de producir de alimentos y conseguir que lleguen hasta nuestra mesa es extraordinariamente complejo. Incluye muchas fases y actores diferentes: no sólo los agricultores y pescadores, sino también los científicos que desarrollan nuevas tecnologías, los proveedores de insumos agrícolas, los encargados del transporte, almacenamiento y elaboración de alimentos, y de su comercialización. Todos las personas son, además, consumidores de alimentos y lo que deciden comer, cómo lo adquieren, las formas en que lo preparan, y el número de hijos que tienen, determina la naturaleza y magnitud de la demanda global de alimentos.

Se podría decir que el sistema alimentario funciona correctamente si existe un equilibrio razonable entre la demanda y la oferta mundial de alimentos. El tema del Día Mundial de la Alimentación de este año,Sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición, es una invitación a plantearse cómo está funcionando ese sistema y qué se puede hacer para mejorarlo.

Partiendo del estrecho margen entre la oferta y la demanda que había en 1945, podemos afirmar que el sistema alimentario ha funcionado notablemente bien. En este periodo la población mundial se ha triplicado, mientras que la disponibilidad media de alimentos por persona ha aumentado en un 40 por ciento. Se trata de un logro extraordinario, y muchos economistas lo citarían como prueba de la eficacia delmercado al inducir una respuesta adecuada de la oferta frente al crecimiento de la demanda provocada por un rápido aumento y la mayor riqueza de la población mundial.

Sin embargo, al examinarlo con un poco más de atención, comprobaremos que el funcionamiento del sistema alimentario presenta grandes defectos.

El mayor fracaso es que, a pesar de contar con abundantes suministros, la salud de más de la mitad de los 7 000 millones de habitantes del planeta se ve afectada por un consumo demasiado bajo o excesivo de alimentos. Hace tres años la amenaza de la hambruna obligó a millones de somalíes a abandonar sus hogares en busca de alimentos, y se calcula que hasta 260 000 personas -muchas de ellas niños-, murieron de hambre. Fue un recordatorio terrible de que el mercado mundial de alimentos funciona bien para los que tienen dinero, pero no responde a las necesidades de los pobres.

Incluso ahora, cerca de 840 millones de seres humanos se enfrentan a diario a una escasez de alimentos que les impide trabajar, retrasa el crecimiento de sus hijos, les exponen a las enfermedades y les conducen a una muerte prematura. La salud de otros 2 000 millones se ve amenazada por un déficit de nutrientes. En el otro extremo del arco hay 1 500 millones de personas obesas o con sobrepeso, ya que consumen más alimentos de los que su cuerpo necesita y se exponen a un mayor riesgo de padecer diabetes, problemas cardíacos y otras enfermedades.

Está claro que el mercado por sí solo no traduce automáticamente la disponibilidad de alimentos en una mejor nutrición, salud, productividad y felicidad. Su fracaso más evidente radica en que los que tienen mayor necesidad de alimentos no pueden -debido a su pobreza- traducir esa necesidad en demanda. Están atrapados en un círculo vicioso del hambre que se perpetúa a sí mismo, ya que no tienen los medios para comprar o producir los alimentos que su familia necesita para llevar una vida saludable. Que el hambre persista en un mundo de abundancia de alimentos es algo realmente escandaloso.

El otro fallo importante se refiere a la insostenibilidad del actual sistema alimentario. Esto tiene implicaciones tanto ambientales como humanas.

Gran parte del extraordinario crecimiento de la producción de alimentos ha supuesto una mayor presión sobre los recursos naturales. Ha conducido a suelos degradados, fuentes de agua contaminadas y agotadas, destruido bosques, acabado con los bancos pesqueros, y reducido la biodiversidad, dejando a estos recursos con menor capacidad para satisfacer las necesidades alimentarias de nuestros hijos y las generaciones futuras. Los sistemas agrícolas intensivos -junto con el desperdicio de alimentos a gran escala- se han convertido también en una importante fuente de emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen a impulsar el cambio climático, que a su vez planteará nuevos retos de adaptación para los agricultores. Incluso los consumidores más ricos no están pagando el coste de este daño al capital de la naturaleza, o el de su limpieza.

Uno hubiera esperado que la creciente demanda de alimentos se hubiese reflejado en una mayor prosperidad de las comunidades agrícolas y pesqueras, que habrían aumentado su producción como respuesta. Paradójicamente, su propio éxito para ampliar la disponibilidad de alimentos, junto con las barreras comerciales y las políticas de subsidios de los países desarrollados y el limitado poder de negociación de los agricultores en relación a las empresas comerciales, las agroindustrias y los minoristas, ha dado lugar a una creciente concentración de la pobreza en las áreas rurales de muchos países en desarrollo. Consecuencia de ello es que el 70 por ciento de las personas que padecen hambre en el mundo viven en zonas rurales y dependen para su sustento principalmente de la producción de alimentos.

Y así, en este Día Mundial de la Alimentación, queremos compartir nuestras ideas y experiencias sobre la mejor manera de abordar estos dos grandes retos: cómo traducir el aumento de la disponibilidad de alimentos en una mejor nutrición para todas las personas y cómo hacer los cambios necesarios hacia sistemas de producción y consumo que sean ambiental y socialmente sostenibles. Todos podemos poner algo de nuestra parte cambiando nuestro estilo de vida, y debemos hacerlo si queremos enmendar la pavorosa situación alimentaria que acabo de describir.

Estoy seguro de que podemos hacerlo mucho mejor en ambos frentes. Gracias a muchos países que se han comprometido a garantizar que todos sus ciudadanos puedan disfrutar de su derecho humano a la alimentación, tenemos ahora la prueba de que el hambre y la desnutrición se pueden reducir rápidamente con medidas directas. Estas incluyen programas de alimentación escolar y transferencias en efectivo a las familias más pobres para que puedan satisfacer su necesidad de alimentos y valerse por sí mismas. Al traducir las necesidades alimentarias en demanda, tales programas pueden estimular los mercados locales de los pequeños campesinos.

También estamos aprendiendo del comercio justo y del movimiento slow food, así como de la certificación de alimentos y productos forestales a partir de recursos gestionados de manera sostenible, de forma los consumidores pueden tomar decisiones de compra que mejoren las condiciones de vida de agricultores y pescadores y les alienten a asumir prácticas de producción sostenibles.

Los países miembros de la FAO han confirmado recientemente las dos principales prioridades de la Organización: trabajar por la rápida erradicación del hambre y la malnutrición y acelerar el cambio hacia sistemas sostenibles de producción y consumo de alimentos.

Estoy convencido, queridos lectores, que podemos contar con su decidido apoyo para alcanzar estos objetivos en el menor tiempo posible.

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