Universidad Federico II de Nápoles Lección magistral “Perspectivas de la seguridad alimentaria mundial. Retos y oportunidades: La transformación de los sistemas agroalimentarios, de la estrategia a la acción”
del Sr. QU Dongyu, Director General de la FAO
18/07/2023
Universidad Federico II de Nápoles
Lección magistral
“Perspectivas de la seguridad alimentaria mundial. Retos y oportunidades:
La transformación de los sistemas agroalimentarios, de la estrategia a la acción”
del
Sr. Qu Dongyu, Director General de la FAO
18 de julio de 2023
Estimado profesor Matteo Lorito, Rector de la Universidad de Nápoles,
Estimado profesor Danilo Ercolini, Director del Departamento de Agricultura de la Universidad de Nápoles,
Excelencias,
señoras y señores,
estimados colegas,
estimados estudiantes:
Es un gran honor y un placer pronunciar esta lección magistral sobre las “Perspectivas de la seguridad alimentaria mundial. Retos y oportunidades:
La transformación de los sistemas agroalimentarios, de la estrategia a la acción”.
Me gustaría comenzar mi conferencia con una breve reseña histórica sobre la FAO.
En 1905, David Lubin, californiano de origen polaco, fundó el Instituto Internacional de Agricultura (IIA), con sede en Roma (Italia). El Instituto tenía como misión ayudar a los agricultores a compartir conocimientos, establecer un sistema de cooperativas de crédito rurales y controlar su propio producto al comercializarlo.
En la primera reunión estuvieron representados 44 países. El IIA dejó de funcionar en 1945 cuando la FAO asumió el mandato de coordinación internacional en el ámbito de la agricultura. La biblioteca de la FAO lleva el nombre de David Lubin y conserva sus archivos personales, entre los que se encuentran sus ensayos y tratados.
En la tarde del 16 de octubre de 1945 se funda la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con la firma de su Constitución por más de 20 países.
Al cierre de aquel primer período de sesiones de la Conferencia, que tuvo lugar en el Château Frontenac de Quebec, en el Canadá, 42 países habían entrado formalmente en la Organización y los dos años de arduo trabajo de la Comisión Interina —establecida por la Conferencia de Hot Springs que convocó el presidente Roosevelt en mayo de 1943— se materializaron en la constitución del primero de los organismos especializados de las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial.
El primer Director General de la FAO fue el británico John Boyd Orr, renombrado científico experto en nutrición, que ostentó el cargo entre octubre de 1945 y abril de 1948. Boyd Orr, cuyos estudios pusieron de manifiesto el vínculo entre la pobreza y la malnutrición, también llevó a cabo investigaciones sobre calidad de la alimentación.
El nombramiento de un nutricionista como primer Director General de la FAO testimonia la función capital que se encomendó a la Organización, desde sus mismos inicios, en la esfera de la nutrición. La FAO recibió un mandato claro y muy específico: elevar los niveles de nutrición, plasmado como uno de sus fines en su Constitución.
El primer Día Mundial de la Alimentación se celebró en Roma, en la Sede de la FAO, el 16 de octubre de 1981, con la presencia de Willy Brandt, excanciller de Alemania Occidental, quien dictó el discurso de apertura en calidad de Presidente de la Comisión Independiente sobre Problemas Internacionales del Desarrollo de la FAO.
El 16 de octubre de 2020, durante la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID‑19), celebramos el Día Mundial de la Alimentación de 2020 con la primera proyección de vídeo de la FAO en el Coliseo, seguida por miles de millones de espectadores en las redes sociales.
Paso ahora a la parte principal de mi exposición, y empezaré señalando dónde estamos y dónde tenemos que estar cuando llegue el 2030.
Nos encontramos en un momento decisivo. Observamos una convergencia de factores que, si se ignoran, amenazan con impedirnos acabar con el hambre y la malnutrición mundiales en todas sus formas.
Nuestros sistemas agroalimentarios no solo no aportan la seguridad alimentaria y los resultados en materia de nutrición que queremos conseguir, sino que además sufren la contaminación y los embates de círculos viciosos que perjudican la salud, la economía y el planeta, todo lo cual pone en peligro la seguridad alimentaria y la nutrición del futuro.
Nuestros sistemas agroalimentarios están configurados por una serie de determinantes generales y megatendencias:
- La dinámica demográfica y la urbanización.
- El crecimiento económico, la transformación estructural y la estabilidad macroeconómica.
- Las interdependencias entre países.
- La generación, el control, el uso y la titularidad de los macrodatos.
- La inestabilidad geopolítica y las repercusiones cada vez mayores de los conflictos.
- Las incertidumbres, en particular la pandemia de la COVID-19 y la crisis climática.
Debemos cambiar nuestra forma de actuar y es evidente que nuestros sistemas agroalimentarios necesitan una transformación.
En los últimos siete años ha aumentado la cantidad de personas que pasan hambre en el mundo; en 2022 se alcanzó un número altísimo después de la COVID-19 y la guerra en Ucrania. La cifra ha aumentado en más de 119 millones desde el año 2019, antes de la pandemia de la COVID-19.
Esta cifra actualizada retrata un mundo que todavía está recuperándose de una pandemia mundial y que ahora debe lidiar con las consecuencias de la guerra en Ucrania y de las reiteradas perturbaciones climáticas.
Esta “nueva normalidad”, caracterizada por una multiplicidad de crisis, ha comportado que el hambre y la inseguridad alimentaria mundiales se estabilizasen entre 2021 y 2022 en una cota mucho más alta que antes de la pandemia de la COVID-19; además, muchos lugares del mundo padecen crisis alimentarias graves que se están recrudeciendo. Dicha estabilidad mundial, sin embargo, oculta incrementos significativos en algunas regiones y subregiones.
La consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 2 (Hambre cero) se antoja más lejana que nunca: es posible que en 2030 siga habiendo casi 600 millones de personas que pasan hambre. Los avances para conseguir los objetivos mundiales de nutrición también pierden fuelle.
Las últimas estimaciones sobre el costo y la asequibilidad de las dietas saludables, recogidas en el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI) de 2023, muestran que más de 3 100 millones de personas en 2021 no pudieron permitirse una dieta saludable.
El retraso del crecimiento infantil sigue siendo inaceptablemente elevado y el sobrepeso y la obesidad continúan aumentando tanto en países ricos como pobres. En 2012, el número de personas con obesidad superó al de personas con hambre. Y más de 3 000 millones de personas en el mundo ni siquiera pueden permitirse la dieta saludable más barata.
El indicador de los ODS que se utiliza para estudiar la evolución del hambre es la prevalencia de la subalimentación.
La recuperación económica posterior a la pandemia ha producido un efecto positivo, que contribuye a contener el incremento del hambre a nivel mundial, pero los avances se ven frenados por la subida de los precios de los alimentos y la energía, los conflictos, las adversidades meteorológicas y las desigualdades muy arraigadas.
La pandemia de la COVID-19 supuso un duro revés para la lucha contra el hambre. Las cosas empeoraron en 2022, cuando se entibió la recuperación y se vieron afectadas las perspectivas de crecimiento para el resto de la década.
Casi 600 millones de personas pueden seguir pasando hambre en 2030.
El año 2022 tendrá por sí solo consecuencias duraderas: solo por los sucesos del año pasado se prevé que en 2030 aumente en 23 millones la cifra de personas subalimentadas, con lo cual se aleja aún más el cumplimiento del ODS 2.
Al mismo tiempo, nuestros hábitos de consumo actuales y los sistemas agroalimentarios que los sustentan también conllevan importantes repercusiones ambientales. Contribuyen a la gran pérdida y desperdicio de alimentos, a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y a la pérdida de biodiversidad; y son, cada vez más, una fuente de desigualdad.
Los graves costos humanos, económicos y ambientales que ocasionan nuestros sistemas agroalimentarios ascienden a billones de dólares.
Pero sabemos dónde hemos de estar en 2030:
- La subalimentación debe reducirse en todo el mundo hasta lograr un nivel máximo del 5 %.
- Las dietas saludables tienen que ser asequibles para todos.
- El sobrepeso tiene que reducirse en todas partes a unos niveles del 15 %, similares a los registrados en el decenio de 1980.
- La obesidad se debe reducir a no más del 5 % en todos los países.
- Los niveles de retraso del crecimiento infantil tienen que disminuir significativamente.
- Debemos recuperar la década perdida con respecto a la pobreza rural.
- Las desigualdades deben reducirse de forma considerable si deseamos lograr una reducción sostenible de la pobreza rural.
- Y en cuanto al planeta, debemos cumplir una serie de objetivos de neutralidad (carbono, degradación de la tierra), aumentar la eficacia en el uso del agua con fines agrícolas y alcanzar el objetivo del Acuerdo de París de reducir las emisiones de GEI para limitar el calentamiento global del clima entre 1,5 y 2,0 grados centígrados (°C).
Para llegar a donde hemos de estar en 2030, debemos entender los desafíos a los que nos enfrentamos desde la perspectiva de los sistemas agroalimentarios y actuar de forma integral.
Ello exige que reconozcamos los efectos interconectados y acumulativos de tipo económico, social y ambiental de nuestros sistemas agroalimentarios.
Desde una perspectiva de las políticas, ello tiene implicaciones importantes, ya que nos marca una pauta crucial sobre cómo priorizar nuestras actuaciones e inversiones.
También tenemos que buscar sinergias y consecuencias en nuestra exploración de las soluciones. Los beneficios de obrar así pueden ser enormes.
Por ejemplo, el beneficio de lograr sistemas agroalimentarios más verdes será doble e incluso triple de cara a eliminar el hambre en el mundo y atajar los efectos de la crisis climática.
Hay distintas carteras de soluciones que pueden reducir la huella de carbono de los alimentos, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y al mismo tiempo combatir el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición, garantizando una dieta saludable y asequible para todos.
Además, pueden diseñarse políticas y soluciones que sean un motor de recuperación económica, creando puestos de trabajo viables y medios de vida sostenibles y, sobre todo, abordando de nuevo la desigualdad.
También tenemos que gestionar las consecuencias. Por ejemplo, es posible que algunos países de ingresos bajos y medianos bajos necesiten aumentar su huella de carbono para satisfacer las necesidades alimentarias de su población, en particular para prevenir la malnutrición.
Las soluciones de sistemas agroalimentarios integrales serán específicas de cada contexto y queda mucho por hacer para hallarlas, pero es fundamental que demos con ellas y lo hagamos a gran escala.
Si queremos llegar a donde tenemos que estar en 2030, debemos concentrarnos en transformar los sistemas agroalimentarios.
Los sistemas agroalimentarios constituyen el sistema económico más amplio —medido en términos de empleo, medios de subsistencia y repercusiones planetarias— pero en ellos son endémicas la pobreza y la desigualdad.
Si los sistemas agroalimentarios se transforman de manera sostenible e inclusiva para ofrecer los resultados que necesitamos en materia de seguridad alimentaria y nutrición, pueden convertirse en una fuerza poderosa que contribuya a poner fin al hambre y la malnutrición en todas sus formas y en todo el mundo.
Hay una serie de determinantes generales y megatendencias que configuran y modifican los sistemas agroalimentarios, a saber:
- Los cambios y movimientos demográficos y la urbanización.
- La industrialización, que aumenta los ingresos pero puede incrementar la desigualdad.
- El cambio climático, la escasez de recursos y la necesidad de alcanzar la neutralidad con respecto a las emisiones de carbono.
- Las preferencias de consumo cambiantes en relación con la salud y la nutrición.
- Las rápidas transformaciones e innovaciones tecnológicas.
- La digitalización y la generación, el control, el uso y la titularidad de los macrodatos.
- La inestabilidad geopolítica y las repercusiones crecientes de los conflictos.
- Las incertidumbres, en particular la pandemia de la COVID-19 y los fenómenos climáticos extremos.
Debemos cambiar nuestra forma de actuar y transformar nuestros sistemas agroalimentarios.
Me centraré en cuatro de esas grandes tendencias transformadoras: la digitalización, la urbanización, la industrialización y la neutralidad con respecto a las emisiones de carbono.
Por lo que concierne a la urbanización, debemos analizar cómo ha evolucionado la relación entre el porcentaje de población urbana respecto del total de población y el porcentaje del producto interno bruto (PIB) total que representa la agricultura, incluidas la silvicultura y la pesca, entre 1970 y 2019 en diferentes regiones.
En el plano mundial, el porcentaje de población urbana aumentó del 37 % en 1970 a un 56 % estimado en 2019, mientras que la agricultura se contrajo a un 4,2 % del PIB mundial, cuando en 1970 representaba un 5,3 %.
Un análisis más detallado revela tendencias muy diversas en diferentes regiones. Los países de ingresos altos y la región de Europa y Asia central, así como, en menor grado, la de América Latina y el Caribe y la del Cercano Oriente y África del Norte, ya habían vivido una gran transformación estructural antes de 1970, y la agricultura ocupaba en torno al 10 % del PIB o un poco menos, mientras que la urbanización estaba bastante avanzada y la población urbana representaba más del 50 % del total (en los países de ingresos altos, más del 70 %).
En todo el mundo se prevé que siga aumentando la urbanización. Las previsiones indican que en 2050, de hecho, la población de las zonas rurales no llegará a un tercio del total.
Para entonces, el Asia meridional será la región con mayor proporción de habitantes de zonas rurales, en parte como resultado del tipo particular de urbanización que está produciéndose allí, y la segunda será el África subsahariana. En ambas regiones, más del 40 % de la población residirá en zonas rurales. Por el contrario, la población rural se reducirá a poco más del 10 % en los países de ingresos altos y en América Latina y el Caribe.
Hemos aprendido que, además de generar resiliencia contra múltiples crisis, en todos nuestros proyectos de trasformación debemos tener en cuenta una megatendencia como es la urbanización.
Ello significa que se debe atender a la creciente conectividad entre el continuo rural-urbano y a la necesidad de incidir sobre este continuo desde todas las iniciativas, políticas e inversiones.
Si uno estima la industrialización tomando el porcentaje de valor añadido agrícola en el PIB y el porcentaje de empleo en el sector de la agricultura, se observan diferentes dinámicas según la región.
Proporcionalmente, en los últimos treinta años la mano de obra ha abandonado la agricultura para integrarse en los sectores secundario y terciario, en casi todos lados, pero en los países de ingresos medianos bajos la productividad de la mano de obra en estos sectores se ha mantenido casi constante, mientras que en los países de ingresos altos se ha acrecentado durante la transformación estructural.
De hecho, la productividad de la mano de obra en la porción restante de la economía está casi estancada en el África subsahariana, en América Latina y el Caribe y en Asia oriental y el Pacífico, mientras que apenas ha aumentado en el Asia meridional y en el Cercano Oriente y África del Norte. En esas regiones, por el contrario, la productividad de la mano de obra agrícola ha aumentado en comparación con el resto de la economía.
Aunque esta situación no sea problemática en sí, ya que los procesos de desarrollo pueden comportar que la productividad crezca más rápido en un sector que en otro, la cuestión es qué sector puede ofrecer un crecimiento sostenido de la productividad y absorber al mismo tiempo mano de obra.
A menos que se produzca una transformación significativa, es posible que el sistema agroalimentario no sea adecuado para ello a largo plazo.
Nos enfrentamos a enormes desafíos.
Más del 30 % del total de las tierras del planeta está degradado, más del 20 % de los acuíferos del mundo están sobreexplotados y nuestra agrobiodiversidad se encuentra amenazada.
Existen repercusiones circulares e interconectadas entre los sistemas agroalimentarios y otros sistemas, incluidos los sistemas medioambientales y sanitarios.
Nuestros sistemas agroalimentarios no solo son víctimas de este círculo interconectado, sino que también son causantes de la degradación de los recursos naturales y la salud, incluidas las pandemias y otras enfermedades.
Nuestros sistemas agroalimentarios contribuyen a las emisiones de GEI: ¡he ahí uno de los muchos desafíos!
La agricultura utiliza cerca del 40 % de la tierra del planeta y, junto con la energía y el transporte, contribuye significativamente a la emisión de GEI.
No se trata solo de la ganadería y la pesca, sino también de cómo cultivamos la tierra utilizando fertilizantes. Muchos aspectos de los sistemas agroalimentarios están contribuyendo a las emisiones globales de GEI, y a su vez a las perturbaciones climáticas que vemos por doquier. Pero tenemos que analizarlas en mayor detalle para determinar con qué subsectores podemos trabajar y cómo mejorar la situación.
Por este motivo, con un enfoque fragmentario no ha sido posible abordar la naturaleza interrelacionada de estos desafíos.
Es urgente que actuemos de forma holística, en todos los sectores, para transformar nuestros sistemas agroalimentarios y lograr que se conviertan en una fuerza positiva. Una fuerza que proteja nuestro planeta y nuestra salud y que garantice la seguridad alimentaria y la nutrición para todas las personas.
En 2020, el sistema agroalimentario emitió 16 000 millones de toneladas de equivalente de CO2, lo cual corresponde al 31 % de todas las emisiones del mundo.
Casi el 50 % de estas emisiones corresponde a gases distintos del CO2 generados en las mismas explotaciones por la actividad agropecuaria; el 20 % procede de procesos de cambio de uso de la tierra, sobre todo la deforestación y la degradación de las turberas tropicales (y boreales); y el otro 30 % se genera en la cadena de suministro (todos los procesos posteriores a la explotación agrícola, como el transporte de alimentos, el procesado, el comercio al por menor, el consumo doméstico y la eliminación de desechos), más las emisiones derivadas del uso de la energía en la fabricación de fertilizantes y plaguicidas.
Nuestros sistemas agroalimentarios se tienen que transformar para conseguir la neutralidad con respecto a las emisiones de carbono y para ello debemos mejorar la gobernanza de los recursos naturales, la productividad (producir más con menos), las prácticas de producción y los hábitos y comportamientos de consumo, además de usar energía más limpia.
El Marco estratégico de la FAO para 2022-2031 centra la actividad de la Organización en estas esferas, de forma clara, a través de las cuatro mejoras: una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor.
Las tecnologías incipientes ya están cambiando el sistema agroalimentario; sin embargo, la mayoría de los gobiernos o agentes de los sistemas agroalimentarios no aprovechan aún el gran potencial que estas ofrecen.
Ayudar a los agricultores a aprovechar plenamente las nuevas tecnologías —como la agricultura digital, desde el comercio electrónico y los registros de transacciones de cadenas de bloques hasta el uso de la inteligencia artificial para mejorar el control de plagas y la genética de los cultivos, así como instrumentos que permiten optimizar la gestión de los recursos naturales y la alerta temprana de amenazas a la seguridad alimentaria— será una contribución enorme a la necesaria transformación.
Los últimos datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) indican que la implantación de internet se ha acelerado durante la pandemia. En 2019, utilizaban internet 4 100 millones de personas (el 54 % de la población mundial). Desde entonces, el número de usuarios ha aumentado en 782 millones, alcanzando los 4 900 millones en 2021, es decir, el 63 % de la población mundial.
De todos modos, ello implica que cerca de 2 900 millones de personas todavía no están conectadas a la red, el 96 % de las cuales viven en países en desarrollo. Quienes siguen desconectados se enfrentan a diversas barreras, entre las que se encuentra la falta de acceso: cerca de 390 millones de personas ni siquiera tienen cobertura móvil de banda ancha.
Estas disparidades en el crecimiento han contribuido a que la división entre los países más conectados y los menos conectados del mundo apenas se haya reducido: por ejemplo, la brecha entre las economías desarrolladas y los países menos adelantados (PMA) pasó de 66 puntos porcentuales en 2017 a 63 en 2021. De nuevo, esta situación abre oportunidades para la agricultura digital.
Sin embargo, para conseguirlo habrá que hacer inversiones y tomar medidas para la transformación digital tanto por el lado de las aplicaciones como de los soportes físicos. El desarrollo del lado de las aplicaciones reviste suma importancia para hacer un uso eficaz y eficiente de la infraestructura y otros avances tecnológicos, y para que el efecto positivo de dichas innovaciones digitales contribuya a reducir la pobreza y el hambre.
La infraestructura y las políticas sientan los cimientos del sistema digital, es decir, el entorno propicio. Cada país tendrá su infraestructura y normativas particulares, pero los sistemas digitales eficaces para el desarrollo agrícola y rural tendrán algunas características comunes.
Los datos y las plataformas de contenidos tienen que funcionar unos con otras. Los datos relevantes siempre se recopilarán y se divulgarán de formas distintas, pero la información y los servicios ofrecerán el máximo valor cuando los datos que los sustentan se combinen para proporcionar conocimientos más completos y granulares. Algunos elementos importantes son: los mapas de recursos naturales (suelos, aguas y clima), la vigilancia fitozoosanitaria, los perfiles de agricultores, las previsiones meteorológicas localizadas, la información sobre precios del mercado y los algoritmos de puntuación de crédito.
Las “tres ces” son fundamentales:
“Capacidad”: Los países en desarrollo, que son los que más necesitan la transformación digital, también son los que menos capacidad tienen de gestionarla. Y el sector agrícola está especialmente rezagado. La clave es el desarrollo de la capacidad a todos los niveles y en los planos horizontal y vertical.
“Contenido”: Creación conjunta, personalización, adaptación y utilización —relevancia para los pequeños agricultores, apropiación local—; las herramientas digitales no deben servir para saturar de información a los productores rurales, sino para facilitar la creación conjunta de conocimientos e innovaciones y la integración de los conocimientos locales e indígenas.
Las herramientas y las aplicaciones ofrecen beneficios directos a los agricultores. Los agricultores tienen que contar con información de calidad para tomar buenas decisiones: desde qué cultivos plantar hasta cómo cuidarlos, pasando por cómo optimizar las oportunidades comerciales para sus productos. Las herramientas digitales pueden ofrecer información pertinente en tiempo real capaz de mejorar los resultados de los agricultores.
Hay que prestar especial atención a la adaptación de los pequeños agricultores: la dificultad estriba en que, muchas veces, las innovaciones transformadoras y los instrumentos modernos para que los sistemas agrícolas sean más eficientes y sostenibles no están diseñados para uso de pequeños productores. Adaptarlos a una escala menor es un importante desafío para los pequeños agricultores de los países en desarrollo.
“Contexto”: No hay soluciones universales. A la hora de invertir y tomar decisiones comerciales, hay que tener en cuenta el contexto local en cuanto a infraestructura, conectividad, capacidad local, prácticas agropecuarias, dinámicas mercantiles, etc., para ofrecer soluciones que sean aplicables, accesibles y asequibles a nivel local.
También necesitamos las “tres eses”:
“Sencillez”: Actualmente, son pocos los pequeños productores que han adoptado tecnologías digitales, así que muchos están excluidos.
Las soluciones no tienen que ser complicadas para surtir efecto. Mejor cuanto más sencillas e inclusivas. Un estudio de Harvard pone de manifiesto que, integrando unos mensajes por SMS sencillos en el servicio de extensión y asesoría, se han logrado cambios significativos en el comportamiento de los agricultores, cuya motivación aumenta sobremanera a la hora de utilizar nuevas informaciones y tecnologías, a fin de mejorar sus prácticas y sus rendimientos agrícolas en un 4 %.
“Sostenibilidad”: La digitalización de la agricultura y los sistemas agroalimentarios puede tener efectos positivos en términos económicos, sociales, ambientales e institucionales.
La transformación digital del sector agroalimentario debe ser inclusiva, eficiente y sostenible. Este planteamiento exige que los gobiernos emprendan acciones significativas para instaurar los marcos de políticas favorables y los incentivos adecuados. Asimismo, las soluciones digitales deben integrarse en las instituciones y estructuras existentes, de modo que no se conviertan en una carga para los gobiernos.
Un enfoque “sistémico” para abordar los desafíos y apoyar a los pequeños productores rurales, que sea integrado y holístico, es decir, que abarque todas las disciplinas y todos los sectores: la digitalización beneficia a todos los agentes de los sistemas agroalimentarios.
En suma, la digitalización es un importante avance para el sistema agroalimentario.
Así pues, ¿qué estrategia tenemos que desplegar en relación con los sistemas agroalimentarios?
Un mundo que afronta cada vez mayores amenazas demanda que actuemos de inmediato a fin de salvaguardar los medios de vida, preparar nuestro planeta para el futuro y asegurar resultados sostenibles. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible está aquí para guiarnos, pero el consenso histórico en torno a su adopción debe ir acompañado de determinación política para hacerla realidad.
Dado que muchos de los ODS están lejos de alcanzarse, la necesidad de que todos los agentes en todos los niveles se impliquen resulta aún más apremiante.
Los desafíos actuales requieren la cooperación no solo a través de las fronteras, sino también de todos los sectores de la sociedad.
El nuevo Marco estratégico de la FAO concede un lugar central al discurso estratégico de “no dejar a nadie atrás” mediante sistemas agroalimentarios más eficientes, más inclusivos, más resilientes y más sostenibles para una producción, una nutrición, un medio ambiente y una vida mejores.
Las cuatro mejoras constituyen un principio organizador sobre cómo la FAO pretende contribuir en forma directa al ODS 1 (Fin de la pobreza), el ODS 2 (Hambre cero) y el ODS 10 (Reducción de las desigualdades), entre otros, y para respaldar el cumplimiento de la Agenda 2030 en su totalidad, que es fundamental para lograr la visión general de la FAO.
Las cuatro mejoras reflejan las interconexiones entre las dimensiones económica, social y ambiental de los sistemas agroalimentarios. Por consiguiente, también fomentan un enfoque estratégico y orientado a los sistemas en todas las intervenciones de la FAO.
Con el fin de acelerar los avances y potenciar al máximo nuestros esfuerzos para cumplir los ODS y convertir en realidad nuestras aspiraciones, la FAO aplicará cuatro “aceleradores” transversales o intersectoriales, a saber, tecnología, innovación, datos y complementos (gobernanza, capital humano e instituciones) en todo su programa de trabajo.
Alimentar de forma sostenible a casi 10 000 millones de personas para 2050 constituye un reto sin precedentes. Y apela a la importancia capital de acelerar la repercusión de nuestras intervenciones programáticas, al tiempo que se reducen al mínimo las compensaciones. Los cuatro aceleradores pueden ayudar a alcanzar ambos objetivos. Es fundamental que la tecnología, la innovación y los datos sean inclusivos, tengan en cuenta los aspectos de género y se utilicen para estimular el desarrollo.
Hemos establecido 20 esferas programáticas prioritarias (EPP) de trabajo, que se articulan en torno a las cuatro mejoras de nuestro nuevo discurso estratégico y que se irán desarrollando de forma progresiva.
Las principales esferas prioritarias de una mejor producción son: la innovación verde, la transformación azul, el enfoque de “Una sola salud”, el acceso equitativo de los pequeños productores a los recursos y la agricultura digital.
Entre las esferas prioritarias de una mejor nutrición figuran: dietas saludables para todos, la nutrición para las personas más vulnerables, alimentos inocuos para todo el mundo, la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos, y la transparencia en los mercados y el comercio.
Por cuanto se refiere a un mejor medio ambiente, las prioridades son: reducir la contaminación, restaurar los ecosistemas y mejorar los sistemas agroambientales, como guía para todos. La agricultura contribuirá, en toda su dimensión a que nuestro planeta tenga “Una sola salud”. Sistemas agroalimentarios que mitigan los efectos del cambio climático y están adaptados a él; bioeconomía; y biodiversidad y servicios ecosistémicos para la alimentación y la agricultura:
todo lo anterior contribuye a una vida mejor. Las EPP relacionadas comprenden: la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres del medio rural; la transformación rural inclusiva; los sistemas alimentarios urbanos sostenibles; las emergencias agrícolas y alimentarias; los sistemas agroalimentarios resilientes; y programas e iniciativas especiales sobre la ampliación de las inversiones y la Iniciativa Mano de la mano de la FAO, que se centran específicamente en garantizar que las acciones colectivas para lograr los ODS se amplifiquen a fin de propiciar cambios transformadores en los sistemas agroalimentarios.
Los temas transversales en torno a las cuestiones de género, juventud e inclusión garantizarán que no perdamos de vista a los grupos vulnerables y marginados en nuestro trabajo, a fin de no dejar a nadie atrás, y que contribuyamos a la consecución de los ODS 1, 2 y 10.
Estimados amigos:
La pandemia de la COVID-19, los conflictos que sacuden el mundo, como la guerra en Ucrania, y los efectos de la crisis climática representan una extraordinaria llamada de atención sobre la fragilidad del hambre.
Pero también nos brindan la oportunidad de reevaluar cómo abordamos las causas profundas del hambre y cómo generamos resiliencia ante las amenazas, para empezar de cero antes de que sea tarde, y antes de que sobrevenga un nuevo desastre global de la misma o peor magnitud.
Este “receso” nos conmina a analizar los sistemas agroalimentarios actuales con franqueza y sinceridad.
Que la ciencia hable primero.
No solo sobre los hechos del hambre, sino también sobre los factores que determinan las tendencias y las desigualdades en el acceso a los alimentos, que se hallan en el fondo del problema.
Nos exige que comprendamos la interconexión de los factores que impulsan la inseguridad alimentaria y las deficiencias de nuestros sistemas agroalimentarios.
Hemos tenido éxito en el pasado y debemos tener éxito esta vez.
Todo lo que nos queda por conseguir —y lo que ya hemos conseguido— lo hemos hecho junto con nuestros asociados, especialmente gracias al apoyo de nuestro país anfitrión, Italia.
Así pues, concluiré agradeciendo a Italia y a todos nuestros Miembros la confianza que han depositado y siguen depositando en la FAO.
Continuaremos haciendo todo lo que podamos por colmar las expectativas mundiales, en apoyo a los agricultores de todo el mundo.
¡Gracias!