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Prólogo

En pos del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: hacer frente a los abrumadores costes del hambre

Al aproximarnos al examen a mitad de período de los progresos realizados en la consecución del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA), el último informe de la FAO sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo pone de relieve tres hechos irrefutables y tres conclusiones evidentes:

Hecho número uno: hasta la fecha, los esfuerzos para reducir el hambre crónica en el mundo en desarrollo han estado muy lejos de alcanzar el ritmo necesario para reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre hacia el año 2015 (véase gráfico). Debemos hacerlo mejor.

Hecho número dos: a pesar de los lentos y vacilantes progresos obtenidos a escala mundial, numerosos países en todas las regiones del mundo en desarrollo han demostrado que el éxito es posible. Más de 30 países, que engloban una población total de más de 2 200 millones de personas, han logrado reducir la prevalencia de la subnutrición en un 25 por ciento y han realizado importantes avances para reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre hacia el año 2015. Podemos hacerlo mejor.

Hecho número tres: los costes de no tomar medidas inmediatas y enérgicas para reducir el hambre, calculados en tasas comparables en todo el mundo, son escalofriantes. Éste es el mensaje central que desearía transmitir a los lectores del presente informe.

Cada año en que el hambre se mantiene en los niveles actuales comporta un coste cifrado en más de 5 millones de fallecimientos infantiles y en miles de millones de dólares en pérdidas de productividad y de ingresos en los países en desarrollo. Los costes de las intervenciones que podrían reducir considerable-mente el hambre resultan, en comparación, irrisorios. No podemos permitirnos no hacerlo mejor.

DEBEMOS hacerlo mejor

De acuerdo con las estimaciones más recientes de la FAO, el número de personas que padecen hambre en el mundo en desarrollo sólo se ha reducido en 9 millones desde el período base de la CMA, a pesar de los compromisos adquiridos en aquella ocasión. Sin embargo, lo que resulta aún más alarmante es que, de hecho, ese número ha aumentado en los cinco últimos años de los que tenemos datos. En tres de las cuatro regiones en desarrollo, el número de personas subnutridas en el período 2000–2002 se ha incrementado con respecto al período 1995–1997. Tan sólo la región de América Latina y el Caribe registró un leve descenso en dichas cifras.

PODEMOS hacerlo mejor

Más de 30 países, que comprenden casi la mitad de la población del mundo en desarrollo, no sólo han ofrecido pruebas de que un rápido progreso es posible, sino también lecciones de cómo lograrlo.

Ese grupo de países de éxito llama la atención por varios motivos. Para empezar, cada región en desarrollo está representada en él, y no únicamente aquellas cuyo rápido crecimiento económico ha sido ampliamente pregonado. Asia contabiliza el mayor descenso, con diferencia, en el número de personas que padecen hambre, pero la región del África subsahariana ostenta el mayor número de países que han logrado reducir la prevalencia del hambre en un 25 por ciento o más, aunque a menudo lo han hecho partiendo de unos altísimos niveles iniciales.

Entre los países africanos figuran varios que nos han enseñado otra lección fundamental: las guerras y los conflictos civiles deben ser considerados como las principales causas no sólo de las emergencias alimentarias a corto plazo, sino también del hambre crónica generalizada. Diversos países que han dejado atrás recientemente el horror de los conflictos armados se sitúan en un lugar destacado entre aquellos que han registrado progresos estables desde la CMA y entre los que han obtenido rápidos logros en los últimos cinco años.

Muchos de los países que han realizado rápidos progresos en la reducción del hambre tienen algo más en común: un crecimiento agrícola notablemente superior a la media. En el grupo de más de 30 países que se encuentran en la senda correcta para alcanzar el objetivo de la CMA, el PIB agrícola aumentó a un ritmo medio anual del 3,2 por ciento, casi un punto porcentual entero por encima del conjunto de los países en desarrollo.

Algunos de esos países también han marcado la pauta en la aplicación de una estrategia de doble vía para combatir el hambre (mediante el refuerzo de las redes de seguridad social a fin de suministrar alimentos a aquellos que más lo necesitan, por un lado, y atacando al mismo tiempo las causas fundamentales del hambre con iniciativas destinadas a estimular la producción de alimentos, aumentar la capacidad laboral y reducir la pobreza, por el otro).

En algunos casos, tal como ha quedado demostrado en el Programa Hambre Cero de Brasil con la compra de alimentos a pequeños y medianos agricultores para los programas de almuerzos escolares y otras redes de seguridad alimentaria, las dos vías pueden unirse en un virtuoso círculo que conlleva una mejora de las dietas, un aumento de la disponibilidad de alimentos, un incremento de los ingresos y una mejora de la seguridad alimentaria.

No podemos permitirnos no hacerlo mejor

Desde un punto de vista moral, el simple hecho de señalar que un niño está muriendo cada cinco segundos debido al hambre y la malnutrición debería bastar para probar que no podemos permitir que continúe el flagelo del hambre. Punto final.

Desde un punto de vista económico, este asunto es más complejo, pero no menos convincente. Cada niño que sufre un retraso en su desarrollo físico o cognitivo debido al hambre y la malnutrición corre el riesgo de perder entre el 5 y el 10 por ciento de sus ingresos a lo largo de toda su vida. A escala mundial, cada año en que el hambre se mantiene en los niveles actuales está causando muertes y minusvalías que supondrán un coste para la productividad futura de los países en desarrollo, de un valor actual neto igual o superior a los
500 000 millones de dólares.

Esta aplastante carga económica recae en aquellos que peor pueden sobrellevarla, en aquellos que luchan por sobrevivir a duras penas con menos de un dólar al día y en aquellos países cuyos esfuerzos económicos y de desarrollo se ven frenados o ralentizados por la falta de productividad y de recursos.

Los estudios producidos por la Academy for Educational Development (Academia para el Desarrollo Educativo) citados en el presente informe sugieren que 15 países en África y América Latina podrían reducir a la mitad la malnutrición proteico-calórica de aquí al año 2015 a un coste de tan solo 25 millones de dólares EE.UU. al año. En un período de diez años, dicha inversión sufragaría intervenciones selectivas que podrían salvar las vidas de casi 900 000 niños y cosecharía beneficios a largo plazo en términos de productividad que equivaldrían a más de 1 000 millones de dólares EE.UU.

Las propias estimaciones de la FAO sobre los costes y beneficios de las intervenciones destinadas a acelerar los progresos hacia la consecución del objetivo de la CMA sugieren que 24 000 millones de dólares EE.UU. al año en inversiones públicas, junto con inversiones privadas adicionales, producirían un aumento del PIB anual que ascendería a 120 000 millones de dólares EE.UU., gracias a una población más saludable y longeva.

Hablando claro, la cuestión no es si podemos permitirnos adoptar las medidas urgentes e inmediatas necesarias para lograr y superar el objetivo de la CMA. La cuestión es si podemos permitirnos no hacerlo. Y la respuesta es un rotundo y categórico no.

El hambre no puede esperar, …ni tampoco el resto de la sociedad.

Jacques Diouf
Director General de la FAO

 

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