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ANEXO I: Declaraciones - Ceremonia inaugural

Excmo. Sr. Carlo Azeglio Ciampi, Presidente de la República Italiana (Idioma original: Italiano) - 10 de junio de 2002

Señor Director General,
Distinguidos delegados,
Señoras y señores:

Soy consciente de la importancia de abrir las deliberaciones de esta Cumbre Mundial sobre la Alimentación en presencia de tantos Jefes de Estado y de Gobierno y del Secretario General de las Naciones Unidas. Al hacerlo, envío a todos ustedes un cordial saludo, junto con un mensaje de solidaridad, esperanza y exhortación a adoptar un programa con unos objetivos y unos medios de aplicación creíbles.

La producción agrícola mundial alimenta hoy en día a una población más de dos veces mayor que la de hace medio siglo. El número de personas que padecen hambre disminuye constantemente, pero con demasiada lentitud. La comunidad internacional no habrá cumplido su cometido mientras no haya erradicado por completo el problema del hambre en el mundo. El hambre y la pobreza atenazan actualmente a más de mil millones de seres humanos. El crecimiento de la población se concentrará en los países más pobres. La vida, la salud y la actividad de una quinta parte de la humanidad dependen que todos asumamos un firme compromiso. Esta Cumbre, que en un principio no estaba prevista, tiene su origen en la preocupación por no alcanzar los objetivos fijados en la Declaración de Roma de 1996.

Sólo podrá considerarse que esta Cumbre ha sido un éxito si concede la máxima prioridad al cumplimiento de los compromisos contraídos en el Plan de Acción de 1996 y establece claramente el camino que ha de seguirse, indicando los recursos, los medios y las intervenciones necesarios para conseguir el objetivo de que todos tengan acceso a alimentos suficientes y sanos.

Necesitamos medidas concretas para alcanzar los objetivos tanto específicos como generales establecidos en la Declaración de Roma y el Plan de Acción de 1996. Reducir a la mitad para el año 2015 el número de personas que padecen hambre en el mundo indicaría que la humanidad ha alcanzado un alto grado de conciencia civil.

Sr. Director General, debemos ante todo ser plenamente conscientes de los errores cometidos en el pasado, e incluso recientemente. No tendremos la conciencia tranquila hasta que nuestros esfuerzos hayan logrado crear las condiciones necesarias para garantizar la seguridad alimentaria a todos los habitantes del planeta. No podemos aislar el problema de la alimentación. La importancia de esta Cumbre está estrechamente relacionada con su capacidad para sumarse al conjunto de iniciativas internacionales ya en marcha para combatir la pobreza y fomentar el desarrollo. Su éxito se medirá por la fiabilidad de sus conclusiones, la calidad de sus contribuciones y la credibilidad de sus compromisos y, sobre todo, por la ejecución oportuna de sus programas. Con este fin, debemos verificar los progresos en la consecución de los objetivos mediante una vigilancia constante que garantice el cumplimiento de los compromisos y la flexibilidad en la aplicación de las medidas.

La seguridad alimentaria requiere un aumento de la producción, unas cosechas fiables y unas infraestructuras y servicios de recolección y distribución que funcionen. Una agricultura próspera presupone un uso no destructivo de las tierras de cultivo, los bosques y las zonas de montaña, la conservación de los suelos, una ordenación cuidadosa de los recursos hídricos y el mantenimiento del patrimonio zootécnico y pesquero. Una agricultura sostenible, que garantice los recursos para las generaciones futuras, es inseparable de la protección del medio ambiente. La degradación ambiental provocada por el hombre afecta a una superficie mayor que los territorios de los Estados Unidos y el Canadá juntos. La desertificación, la pérdida de diversidad biológica y el cambio climático amenazan gravemente con causar nuevos trastornos y alteraciones de equilibrios climáticos y ecológicos fundamentales. Cada país debe comprometerse de forma responsable a afrontar las cuestiones mundiales relacionadas con la protección del medio ambiente. La Unión Europea está orgullosa de haber ratificado el Protocolo de Kyoto.

En los países donde vive la mayoría de los 800 millones de personas subnutridas, la agricultura está a cargo de campesinos pobres de aldeas rurales. Los agricultores esperan que su trabajo les proporcione un nivel de vida y un poder adquisitivo adecuados. Sin embargo, el principal problema relacionado con la alimentación es cómo lograr que las zonas rurales más pobres del mundo tengan unas condiciones decorosas de vida y de trabajo y unos ingresos familiares más altos, así como servicios sociales, educativos y sanitarios. Un sector agrícola rentable necesita ante todo certidumbre en cuanto a la tenencia de la tierra. Necesita también infraestructuras, servicios básicos, crédito rural y, finalmente pero no por ello menos importante, acceso competitivo a los mercados.

La actual estructura del comercio internacional coloca en desventaja a los productos agrícolas mediante unos aranceles que son, como promedio, de dos a tres veces más altos que los que se aplican a otros sectores comerciales. Estos obstáculos han de eliminarse, gradualmente pero con determinación.

Señoras y señores, una alimentación adecuada y sana, acompañada de unos servicios básicos de salud y educación, es un componente imprescindible de la dignidad humana y del derecho de toda persona a participar plenamente en la sociedad civil. La escasez de agua y la creciente desertificación pueden superarse. La calidad y el volumen de las cosechas pueden obtener grandes beneficios de los progresos científicos conseguidos mediante la utilización de biotecnologías cuidadosamente comprobadas y de inversiones continuas en programas de capacitación e investigación. Es posible mejorar las condiciones sociales y sanitarias, como lo es también superar la marginación de la mujer en la sociedad.

Pienso en los 150 millones de niños que carecen de escuelas, en las decenas de millones que son víctimas de enfermedades infecciosas, y en particular del SIDA. Las aldeas y el medio rural son las zonas más indefensas y las más afectadas. Corresponde primordialmente a los dirigentes de los países en desarrollo asegurar el futuro de sus naciones y de sus ciudadanos. Un compromiso más firme en las esferas de la paz, la democracia, la justicia, las reformas económicas y sociales y el buen gobierno es esencial para hacer frente a la pobreza en las zonas rurales. Los conflictos externos e internos añaden a la tragedia de la violencia el despilfarro insensato de unos recursos que tan necesarios son para el crecimiento.

La cancelación de la deuda exterior de los países más pobres es un instrumento decisivo para combatir la pobreza en el mundo. Los países industrializados y las instituciones financieras internacionales deben premiar a quienes se esfuerzan en promover la democracia y el buen gobierno. Renuevo el llamamiento que se hizo en Monterrey para que toda la comunidad de acreedores cancele el 100 por ciento de la deuda bilateral pendiente, tanto financiera como comercial, de los países más pobres. Italia propone también un alivio de la carga de la deuda mayor que el actualmente aprobado a nivel internacional, así como la posibilidad de cancelaciones extraordinarias en caso de catástrofes naturales o graves crisis humanitarias. El Parlamento italiano ha adoptado medidas concretas a tal efecto. Con ese mismo propósito, Italia apoyó ya en 1999 un nuevo instrumento financiero del Fondo Monetario Internacional: el Servicio para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza.

La creciente liberalización de los mercados mundiales no puede hacerse con arreglo a un doble rasero. La apertura de los mercados a las exportaciones de los países en desarrollo es un complemento fundamental del proceso general de eliminación de los aranceles. Tanto la teoría como la práctica muestran las ventajas globales que el libre comercio internacional tiene para los productores y los consumidores, los exportadores y los importadores.

Una financiación insuficiente es uno de los motives del retraso en la consecución de los objetivos fijados en la Declaración de Roma y el Plan de Acción de 1996. La finalidad de esta Cumbre es dar un nuevo impulso, y ése es el espíritu con el que Italia participa en ella. Mientras tanto, el Gobierno italiano ha aportado ya 50 millones de euros al Nuevo Fondo Fiduciario Especial para la Seguridad Alimentaria y la Inocuidad de los Alimentos.

Sr. Director General, señoras y señores, la comunidad internacional, y sobre todo las zonas rurales del Sur del mundo confían en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, en el Programa Mundial de Alimentos y en el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, a los que se sumó en 1994 la principal organización internacional encargada de la conservación y el mejoramiento de la biodiversidad agrícola. El año pasado inauguré su sede en los alrededores de Roma. Hemos de reconocer la gran contribución de los agricultores de los países en desarrollo a la salvaguardia de la biodiversidad agrícola en el mundo.

Las actividades que llevan a cabo las organizaciones internacionales aquí presentes son puntos de referencia para el renovado compromiso de la comunidad internacional en el ámbito de la agricultura, el desarrollo rural y la alimentación. Italia confirma su constante apoyo a este aspecto esencial de la labor de las Naciones Unidas, que está ahora plenamente enraizado en su capital. Italia seguirá esforzándose por que Roma sirva cada vez más de enlace en el diálogo Norte-Sur. El futuro de nuestro planeta, el equilibrio mundial en el nuevo siglo y la paz misma entre los pueblos dependen en gran medida de la capacidad de la comunidad internacional para salir vencedora en la lucha contra la pobreza.

El hambre y la malnutrición solo pueden erradicarse mediante un crecimiento equilibrado de la agricultura y una mejora de las condiciones de vida en las zonas rurales. Pero existe un único marco para el desarrollo. El alivio de la carga de la deuda, el acceso a los mercados del Norte y el aumento de las corrientes financieras hacia el Sur son medidas prioritarias que han de adoptarse inmediatamente. Para que estas medidas sean eficaces, es necesaria una unidad de acción y de propósitos. El objetivo es ambicioso, la tarea no es fácil, pero ésta es una batalla que todos juntos podemos ganar.


Excmo. Sr. Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas - 10 de junio de 2002

Señor Primer Ministro Berlusconi,
Jefes de Estado y de Gobierno,
Director General Diouf,
Excelencias,
Señoras y señores:

En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación que se celebró aquí, en Roma, en 1996, la comunidad internacional estableció el objetivo de reducir a la mitad para el año 2015 el número de niños, mujeres y hombres que sufren hambre. Ha transcurrido ya casi un tercio de ese tiempo y los progresos han sido demasiado lentos.

No tenemos tiempo que perder si queremos alcanzar nuestra meta, que es también uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio aprobados por los dirigentes mundiales en septiembre de 2000.

Cada día, más de 800 millones de personas en el mundo - entre ellas 300 millones de niños - sufren el dolor lacerante del hambre y las enfermedades o discapacidades causadas por la malnutrición. Según algunas estimaciones, hasta 24 000 personas mueren cada día como resultado de ellas.

Por eso, no sirve de nada hacer hoy más promesas. Esta Cumbre ha de dar una esperanza renovada a esos 800 millones de personas llegando a un acuerdo sobre medidas concretas.

En el mundo no hay escasez de alimentos. La producción mundial de cereales es por sí sola más que suficiente para satisfacer las necesidades nutricionales mínimas de todos los niños, mujeres y hombres. Pero mientras algunos países producen más de lo que necesitan para alimentar a su población, otros no lo hacen y muchos de ellos no pueden permitirse importar las cantidades suficientes para cubrir la diferencia. Y, lo que es aún más vergonzoso, lo mismo ocurre dentro de los países. Hay países que tienen alimentos suficientes para su población, y aún así muchas personas pasan hambre.

El hambre y la pobreza están estrechamente relacionadas entre sí. El hambre es causa de pobreza, porque impide que las personas desarrollen su potencial y contribuyan al progreso de sus sociedades. El hambre hace que las personas sean más vulnerables a las enfermedades. Las debilita y aletarga, reduciendo su capacidad para trabajar y proveer a las necesidades de quienes tienen a su cargo. Ese mismo ciclo devastador se repite de generación en generación, y seguirá repitiéndose hasta que tomemos medidas eficaces para acabar con él.

Debemos acabar con ese ciclo y reducir el hambre y la pobreza a largo plazo. Cerca del 70 por ciento de las personas hambrientas y pobres del mundo en desarrollo viven en zonas rurales. Muchas de ellas son agricultores de subsistencia o campesinos sin tierras que tratan de vender su fuerza de trabajo, cuyos ingresos dependen directa o indirectamente de la agricultura.

Debemos acrecentar la productividad agrícola y el nivel de vida en las zonas rurales ayudando a los pequeños agricultores de subsistencia y a las comunidades rurales a aumentar sus ingresos y mejorar el volumen y la calidad de los alimentos localmente disponibles. Para ello hemos de facilitarles el acceso a la tierra, el crédito y tecnologías y conocimientos apropiados que les permitan producir cultivos más resistentes y aseguren la inocuidad de los alimentos de origen vegetal y animal.

Pero el éxito dependerá también de los avances que se produzcan fuera de las explotaciones agrícolas, como por ejemplo mejoras en los servicios de asistencia sanitaria y educación y la infraestructura del medio rural, que comprende carreteras, abastecimiento de agua para riego y gestión de la inocuidad de los alimentos. Esas mejoras contribuirían también en gran medida a estimular las inversiones del sector privado en las fases ulteriores del proceso de producción, tales como la elaboración y comercialización de alimentos.

Debemos asegurar un lugar central a las mujeres, que desempeñan un papel esencial en la agricultura de los países en desarrollo. Las mujeres participan en todas las fases de la producción de alimentos; sus jornadas de trabajo son más largas que las de los hombres y contribuyen de forma decisiva a que sus familias reciban alimentos suficientes.

En ninguna parte son tan importantes las estrategias de desarrollo agrícola y rural sostenible como en África, donde casi 200 millones de personas - el 28 por ciento de la población - padecen hambre crónica. De hecho hoy, por vez primera en diez años, varios países del África austral corren el riesgo de padecer hambre sin paliativos en los próximos meses.

Debemos, por lo tanto, idear formas innovadoras de ayudar a África a luchar contra el hambre. La Nueva Alianza para el Desarrollo, controlada y dirigida por los países africanos, es un instrumento potencialmente importante en esa lucha, al que hemos de prestar apoyo.

Debemos también cumplir la promesa que hicimos en la reunión de la Organización Mundial del Comercio celebrada el pasado mes de noviembre en Doha, y asegurarnos de que la nueva ronda de negociaciones comerciales suprime los obstáculos a las importaciones de alimentos procedentes de los países en desarrollo. Por ejemplo, los aranceles impuestos a los alimentos elaborados, como en el caso del chocolate, no permiten competir a las industrias elaboradoras de los países en desarrollo.

También debemos evaluar cuidadosamente los efectos de las subvenciones que se conceden actualmente a los productores de los países ricos. En algunos casos, y sólo a corto plazo, pueden contribuir a aliviar el hambre al hacer que bajen los precios de los alimentos en los países más pobres. Pero los excedentes de productos a bajo precio que inundan los mercados pueden tener también consecuencias devastadoras a largo plazo, que van desde los desincentivos para la producción nacional hasta el desempleo, al tiempo que hacen que a los países en desarrollo les sea imposible competir en el mercado mundial.

Sin embargo, incluso si los mercados de los países desarrollados se abrieran aún más, esos países seguirían necesitando ayuda para aprovechar esas oportunidades, especialmente en el sector agrícola. No podrían hacer frente a la aplicación de algunas normas y disposiciones internacionales sin recibir asistencia técnica y más inversiones.

La lucha contra el hambre depende también de la ordenación sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas que contribuyen a la producción de alimentos. Con una población mundial que, según las previsiones, ascenderá a mucho más de 7 000 millones en 2015, seguirá aumentando la presión a que está sometido el medio ambiente. El reto de los años venideros será producir alimentos suficientes para cubrir las necesidades de mil millones más de personas conservando al mismo tiempo la base de recursos naturales de la que depende el bienestar de las generaciones presentes y futuras.

Pero hoy las personas pobres y hambrientas necesitan también ayuda directa. La ayuda alimentaria puede ser muy importante, tanto en emergencias como en situaciones de hambre crónica. El apoyo nutricional directo a mujeres embarazadas y lactantes contribuye a que sus hijos lleguen a ser adultos sanos. Los programas de alimentación en las escuelas no solo nutren a los niños que sufren hambre sino que contribuye a aumentar la asistencia escolar, y los estudios realizados revelan que las personas instruidas están en mejores condiciones para acaban con el ciclo de pobreza y hambre.

Queridos amigos, si queremos invertir las tendencias actuales y reducir el hambre en un 50 por ciento para el año 2015, es necesario que adoptemos un planteamiento amplio y coherente que afronte los múltiples aspectos del hambre tratando de conseguir un mayor acceso a los alimentos a la vez de un desarrollo agrícola y rural. Es necesario que adoptemos un programa contra el hambre que pueda convertirse en un marco común en torno al cual se movilice la capacidad mundial y nacional para luchar contra el hambre.

Sabemos que la lucha contra el hambre es rentable desde el punto de vista económico y social. Constituye un paso decisivo hacia la consecución de todos los objetivos de desarrollo que aprobamos en la Cumbre del Milenio. Es justo, por lo tanto, que esta Cumbre tenga lugar en medio de un ciclo crucial de conferencias sobre diversos temas, desde el comercio en Doha, pasando por la financiación para el desarrollo en Monterrey, hasta el desarrollo sostenible en Johannesbourg, cuyo objeto es ayudar a mejorar la vida de la población mundial.

El hambre es una de las violaciones más execrables de la dignidad humana. En un mundo de abundancia, acabar con el hambre es una tarea que está a nuestro alcance. Todos nosotros deberemos avergonzarnos si no conseguimos este objetivo. Ha acabado el tiempo de hacer promesas. Ahora es el momento de actuar. Es el momento de hacer lo que llevamos prometiendo desde hace tiempo: eliminar el hambre de la faz de la tierra.


Su Eminencia el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de la Santa Sede (Idioma original: Italiano) - 10 de junio de 2002

Sr. Presidente de la República Italiana
y Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Sr. Secretario General de las Naciones Unidas
y Sr. Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación,
Señoras y señores:

Es para mí un placer dirigir un respetuoso y cordial saludo a cada uno de ustedes, Representantes de casi todos los países del mundo, reunidos en Roma poco más de cinco años después de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996.

Al no poder estar personalmente entre ustedes en esta solemne ocasión, he pedido al Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, que les transmita mi estima y consideración por la ardua labor que habrán de llevar a cabo para asegurar a todos su pan de cada día.

Envío un saludo especial al Presidente de la República Italiana y a todos los Jefes de Estado y de Gobierno que han acudido a Roma para asistir a esta Cumbre. Durante mis visitas pastorales a diversas partes del mundo, así como en el Vaticano, he tenido ya la oportunidad de conocer personalmente a muchos de ellos: vayan a todos mis mejores deseos para ellos y para las naciones a las que representan.

Hago extensivo ese saludo al Secretario General de las Naciones Unidos, así como al Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y a los Jefes de otras organizaciones internacionales presentes en esta reunión. La Santa Sede espera mucho de sus esfuerzos en favor del progreso material y espiritual de la humanidad.

Confío en que el éxito coronará la actual Cumbre Mundial sobre la Alimentación: esto es también lo que esperan millones de hombres y mujeres en todo el mundo.

La última Cumbre de 1996 había establecido ya que el hambre y la malnutrición no son fenómenos de carácter meramente natural o estructural, que afectan solo a algunas zonas geográficas, sino que han de considerarse la consecuencia de una situación más compleja de subdesarrollo ocasionada por la inacción y el egoísmo humanos.

Si no se han alcanzado los objetivos de la Cumbre de 1996, ello puede atribuirse también a la falta de una cultura de la solidaridad y al hecho de que las relaciones internacionales están determinadas a menudo por un pragmatismo carente de fundamentos éticos y morales. Además, suscitan preocupación las estadísticas según las cuales la asistencia prestada a los países pobres en los últimos años parece haber disminuido, en vez de aumentar.

Hoy más que nunca hay una necesidad urgente de que la solidaridad en las relaciones humanas sea el criterio en que se basen todas las formas de cooperación, partiendo del reconocimiento de que los recursos que el Creador nos ha confiado están destinados a todos.

Se espera mucho, por supuesto, de los expertos cuya tarea es indicar cuándo y cómo aumentar los recursos agrícolas, cómo conseguir una mejor distribución de los productos, cómo establecer programas de seguridad alimentaria, cómo idear nuevas técnicas para acrecentar las cosechas y engrosar los rebaños.

El propio preámbulo de la Constitución de la FAO proclama el compromiso de cada país de elevar su nivel de nutrición y mejorar las condiciones de su agricultura y de su población rural, de manera que se aumente la producción y se garantice una distribución eficaz de los alimentos en todas las partes del mundo.

Sin embargo, estos objetivos entrañan un constante replanteamiento de la relación entre el derecho a no padecer la pobreza y el deber de toda la familia humana de proporcionar ayuda concreta a los necesitados.

Por mi parte, me complace que la actual Cumbre Mundial sobre la Alimentación exhorte una vez más a los diversos sectores de la comunidad internacional, Gobiernos e instituciones intergubernamentales a que se comprometan a garantizar de algún modo el derecho a la nutrición en aquellos casos en que un Estado no esté en condiciones de hacerlo debido a su escaso desarrollo y a su pobreza. Ese compromiso puede considerarse totalmente necesario y legítimo, teniendo en cuenta que la pobreza y el hambre ponen incluso en peligro la convivencia ordenada de los pueblos y las naciones y constituyen una amenaza real para la paz y la seguridad internacional.

De ahí la importancia de la actual Cumbre Mundial sobre la Alimentación, de su reafirmación del concepto de seguridad alimentaria y su llamamiento en favor de una movilización solidaria que tenga como finalidad reducir a la mitad, para el año 2015, el número de personas en el mundo desnutridas y privadas de lo estrictamente necesario para vivir.

Esto representa un formidable reto, que también la Iglesia está firmemente empeñada en afrontar.

La Iglesia católica está siempre interesada en promover los derechos humanos y el desarrollo integral de las personas, y por lo tanto seguirá apoyando a todos los que se esfuerzan en asegurar que cada miembro de la familia humana reciba cada día alimentos suficientes. Su íntima vocación es estar cerca de los pobres del mundo, y confía en que todos contribuirán de forma práctica a resolver rápidamente este problema, que es uno de los más graves con que se enfrenta la familia humana.

Que el Todopoderoso, en su gran misericordia, bendiga a cada uno de ustedes, bendiga el trabajo que realizan bajo los auspicios de la FAO y bendiga a todos los que persiguen con ahínco el auténtico progreso de la familia humana.

Papa Juan Pablo II
Desde el Vaticano, 10 de junio de 2002.


Excmo. Sr. Jacques Diouf, Director General de la FAO (Idioma original: Francés) - 10 de junio de 2002

Señor Cardenal:

Agradezco a Su Eminencia que nos haya traído el mensaje de bondad y sabiduría de Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que ha apoyado siempre a la FAO para que, como reza su lema FIAT PANIS, haya pan para todos.

Señor Presidente de la República Italiana,
Señor Secretario General de las Naciones Unidas,
Majestad,
Señoras y Señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelentísimos Señores Presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados,
Señoras y Señores Ministros,
Señor Alcalde de Roma,
Excelencias,
Señoras y señores:

Permítanme antes que nada dar las gracias a los participantes en esta importante Reunión internacional, sobre todo a los Jefes de Estado y de Gobierno, que han considerado que la suerte de quienes padecen hambre en el mundo merecía el sacrificio de un desplazamiento, incluso desde ultramar y extenuante, para estar aquí con nosotros hoy en Roma. Desearía expresar también mi agradecimiento al Gobierno italiano, sin el cual no se habría podido celebrar en tan buenas condiciones esta Conferencia. Deseo manifestar asimismo mi reconocimiento a todos los que han aportado contribuciones voluntarias para compensar la inexistencia de presupuesto para la Cumbre.

Excelencias, señoras y señores: a la hora de la verdad, seis años después de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996, la amenaza de la muerte sigue cerniéndose sobre la multitud de personas hambrientas del planeta Tierra. No se han cumplido las promesas y, lo que es peor, los hechos contradicen las palabras. Se había contraído el compromiso solemne de reducir a 400 millones en 2015 el número de personas que sustituyen la comida por un sueño agitado. Desgraciadamente la voluntad política y los recursos financieros no han estado a la altura de la solidaridad humana.

Durante los últimos años, se han organizado grandes reuniones internacionales sobre las crisis económicas y financieras, el blanqueo del dinero y los paraísos fiscales, la inmigración clandestina y la política de fronteras, el tráfico de drogas y el terrorismo, las tecnologías modernas y las diferencias en su disponibilidad. Pero solamente el año pasado en Génova, una reunión de la Cumbre del G8 centró por primera vez la atención en la seguridad alimentaria. Las hambrunas causadas por la sequía, las inundaciones o los conflictos provocan una justa conmoción e impulsos de fraternidad en la opinión pública. El hambre crónica sólo encuentra indiferencia, porque tiene el defecto de no hacer ruido ni producir imágenes chocantes de televisión. Sin embargo, degrada biológica e intelectualmente a las personas subalimentadas, excluyéndolas de las oportunidades de la vida.

El hambre ejerce un impacto negativo considerable en las economías de los países afectados por su azote y provoca alrededor del uno por ciento al año de pérdidas de tasa de crecimiento económico, debido al descenso de la productividad y a las enfermedades nutricionales. Después de la Cumbre de 1996, se han realizado esfuerzos importantes para aplicar las decisiones de los Jefes de Estado y de Gobierno. Se han preparado estrategias nacionales de seguridad alimentaria para 150 países en desarrollo y en transición. Se han realizado también estrategias de comercio agrícola para las organizaciones económicas regionales. Se ha emprendido en 69 países un programa especial para la seguridad alimentaria en favor de los pequeños productores rurales. Se está ejecutando un programa de lucha preventiva contra las plagas y enfermedades transfronterizas de los animales y las plantas. En 1997 comenzó un programa de movilización de la opinión a través de los medios de comunicación y personalidades del mundo de las artes y la cultura. Además, se han realizado progresos para concretar el derecho a la alimentación.

Excelencias, señoras y señores: en la historia del pensamiento económico, ninguna de las numerosas escuelas ha sostenido jamás que se pudiera desarrollar un sector reduciendo las inversiones a él destinadas. A pesar de ello, de 1990 a 2000, la ayuda en condiciones de favor prestada por los países desarrollados, así como los préstamos de las instituciones financieras internacionales, se han reducido en un 50 por ciento para la agricultura, que es el medio principal de subsistencia, ya que constituye la fuente de empleo e ingresos del 70 por ciento de la población pobre del mundo.

Como consecuencia de ello, la cifra de las personas subnutridas ha disminuido solamente en 6 millones al año, y no en 22 millones, como sería necesario para lograr el objetivo de la Cumbre. A este paso, se conseguiría dicho objetivo con 45 años de retraso. Al mismo tiempo, el mercado mundial de productos agrícolas continúa representando un desafío a la equidad. La transferencia total a la agricultura en los países de la OCDE asciende a más de 300 000 millones de dólares, lo que representa una subvención directa de 12 000 dólares al año por cada agricultor. En cambio, esos mismos países conceden una asistencia anual a los países en desarrollo de unos 8 000 millones de dólares aproximadamente, es decir, 6 dólares por agricultor. Además, el acceso a los mercados de los países desarrollados está obstaculizado por los derechos arancelarios que, para los productos agrícolas primarios, ascienden por término medio a un 60 por ciento aproximadamente, frente al 4 por ciento aproximadamente aplicado a los productos industriales. Los aranceles sobre los productos agrícolas elaborados son aún más elevados y frenan el desarrollo de agroindustrias en el tercer mundo. Si a estos factores limitantes, se añaden los obstáculos sanitarios y técnicos, se obtiene una medida del largo camino que queda por recorrer para conseguir unas relaciones agrícolas menos desfavorables para los países más pobres.

El programa de Doha para el desarrollo ha suscitado una firme esperanza de rectificación. Esperemos que en 2005 las negociaciones hayan llegado a establecer normas de competencia leal en el comercio agrícola mundial. Eliminar el hambre es un imperativo ético basado en el derecho humano más fundamental, el derecho a la existencia. Para vivir hay que respirar, beber y comer. Pero la eliminación del hambre redunda también en beneficio de los poderosos y los ricos. Qué gran mercado habría si los 800 millones de personas que padecen hambre llegaran a ser consumidores con un poder adquisitivo real. Qué pacífico sería el mundo si hubiera menos pobreza, que es la causa de la injusticia y la desesperación.

Las sociedades de abundancia de este nuevo milenio, con sus recursos y sus tecnologías, pueden eliminar el espectro insostenible de las hambrunas cíclicas y la degradación inexorable del hambre crónica. En la perspectiva más amplia de la erradicación de la pobreza, los programas deben fundarse sobre la base formada por la trilogía, nutrición, salud, educación. Nosotros sabemos luchar contra el hambre.

Para ello es preciso ayudar a los pequeños agricultores a asegurar su producción contra las inclemencias del clima, controlando sobre todo el agua, fuente de vida, por medio de pequeñas obras de recolección, riego y drenaje, realizadas con aportación de mano de obra local. Es preciso transferir tecnologías sencillas, de poco costo y más eficaces, para acrecentar su productividad con la colaboración de una masa crítica de expertos, en particular los de la cooperación Sur-Sur que trabajan sobre el terreno. Es preciso hacer que tengan acceso a los fertilizantes y al crédito, y puedan conservar y vender sus productos.

En resumen, es preciso ayudarles a pescar, en lugar de darles un pescado. Es preciso, pues, permitirles tener un empleo y un ingreso que les asegure de forma sostenible su bienestar y su contribución a la economía nacional. En todos los continentes hay ejemplos que demuestran la posibilidad de éxito en la lucha contra el hambre; es preciso poder aplicarlos a los excluidos del banquete planetario. Para conseguir estos resultados, es necesario que el gasto público anual aumente en 24 000 millones de dólares. Si se excluyen los préstamos en condiciones de mercado y la asistencia para la alimentación, hará falta encontrar todavía una financiación pública adicional de 16 000 millones de dólares. Los países en desarrollo tendrán que aumentar en un 20 por ciento los recursos públicos nacionales destinados al sector rural para aportar la mitad de dicha suma. Los países desarrollados y las instituciones financieras internacionales tendrán que aportar la otra mitad de la suma, elevando al nivel de 1990 la parte de su contribución destinada a la agricultura. Se cumpliría así el compromiso de la Conferencia sobre Financiación del Desarrollo de duplicar la cuantía de su asistencia en condiciones de favor.

Hace unos días se difundió el Programa de Lucha contra el Hambre. Este primer esbozo constituye una base de trabajo y diálogo entre los asociados para movilizar los recursos de que hoy se carece. Es también una contribución suplementaria a los esfuerzos de ayer en Monterrey y de mañana en Johannesbourg para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. La movilización de una Alianza Internacional contra el Hambre permitiría resucitar la voluntad política indispensable para lograr que la situación de las personas que padecen hambre en el mundo vuelva a constituir el centro de las preocupaciones y prioridades de acción de los gobiernos, los parlamentos, las colectividades locales y la sociedad civil. Unidos podremos vencer el hambre. Hagámoslo ahora y en todas partes, gracias a la solidaridad activa y fraternal de ustedes y a su apoyo franco y ardiente. Muchas gracias por su amable atención.


Excmo. Sr. Silvio Berlusconi, Presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana (Idioma original: Italiano) - 10 de junio de 2002

Doy las gracias a la Asamblea por haberme invitado a presidir esta primera sesión. Como ya ha recordado el Señor Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, hace seis años, en la Declaración de Roma aprobada en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, se estableció un objetivo claro y mensurable: reducir a la mitad el número de personas malnutridas en el mundo para el año 2015. Pero ese plazo se acerca cada vez más, mientras que el objetivo nos parece cada vez más lejano.

Y, sin embargo, estamos todos convencidos de que el bien principal para cada uno de nosotros, aquel del que se derivan todos los demás, es la libertad, la libertad en todas sus formas: la libertad política, la libertad religiosa, la libertad económica. Pero también estamos convencidos de que la primera de las libertades es la de no padecer hambre. Una persona que sufre hambre no es una persona libre. No padecer hambre es un derecho fundamental sin el que no pueden existir todos los demás derechos. Estamos todos plenamente convencidos de esa verdad, pero hacemos aún demasiado poco para garantizar a todos los ciudadanos del mundo ese derecho fundamental.

Incluso mi país - que sin embargo ha hecho mucho, como ha recordado nuestro Presidente de la República - debe hacer mucho más. En la reunión del G-8 de Génova, que tuve el honor de presidir, hubo que tomar nota de que los países participantes estábamos muy lejos de ese 0,7 por ciento del PIB que nos habíamos comprometido a destinar a los países en desarrollo. Cierto es que en la reunión del G-8 de Génova dimos un paso adelante al establecer, como había propuesto el Secretario General de las Naciones Unidas, el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA. Como ha recordado antes el Sr. Jacques Diouf, Director General de la FAO, en esa ocasión reconocimos que la seguridad alimentaria era uno de los tres pilares del proceso de desarrollo, junto con la educación y la salud. En el reciente Consejo Europeo de Barcelona, decidimos que los países europeos debían comprometerse a pasar, en los cuatro próximos años, del 0,23 por ciento actual al 0, 39 por ciento (por mi parte, había propuesto el 0,42 por ciento) para llegar finalmente al 0,70 por ciento. Como ve usted, Señor Director General, estamos aún muy lejos de ese 1 por ciento que todos coincidimos en señalar como el objetivo que habría de alcanzarse para conseguir los 16 000 millones de dólares que todavía hacen falta.

Por lo que respecta a Italia, hemos asignado este año 100 millones de euros a la ejecución de un programa de la FAO para mejorar la seguridad alimentaria y la agricultura en los países que más lo necesitan. Se trata de un conjunto de proyectos concretos, basados en los conocimientos, la competencia y los instrumentos tecnológicos. También hemos creado una escuela internacional específica, con la finalidad de formar a jóvenes de países emergentes en el estudio y la protección de la biodiversidad agrícola, que es un recurso de extraordinaria importancia para promover la producción agrícola en todos los países, ya se destine al consumo interno o externo, mediante la comercialización y exportación de los productos. En cuanto a las relaciones bilaterales con los países que han contraído deudas con nosotros, como ha recordado nuestro Presidente de la República, estamos convirtiendo nuestros créditos en ayuda mediante la realización de proyectos concretos de desarrollo socioeconómico y protección del medio ambiente. Sabemos, claro está, que todo esto no basta.

Somos plenamente conscientes de que hay que hacer aún más para facilitar la inserción de los países en desarrollo en el círculo virtuoso de la economía mundial. Lo he dicho una y otra vez, y todos lo saben: los países más industrializados deben abrir sus mercados. Nuestra responsabilidad como países industrializados es precisamente lograr que ningún país quede excluido de la economía mundial, en la que cada cual encuentra las mejores condiciones para aprovechar su capital humano y sus recursos naturales. La forma de solidaridad más eficaz y duradera que podemos ofrecer a los países en desarrollo consiste en eliminar, en la medida de lo posible, cualquier residuo de política proteccionista con respecto a ellos.

La agricultura es el ejemplo más notable de esa realidad. Por desgracia, se trata de un ejemplo negativo. En efecto, tanto los países desarrollados como los países en desarrollo han levantado obstáculos al comercio mundial de productos agrícolas. El resultado ha sido una pérdida neta de riqueza para todos. Pero ese resultado es especialmente negativo para los países en desarrollo, cuya participación en las exportaciones agrícolas mundiales se ha reducido considerablemente en los últimos años. Por esa razón debemos respetar el compromiso adquirido en Doha el pasado mes de noviembre y suprimir los obstáculos que impiden aún el acceso a los mercados por parte de los países que más lo necesitan. Pero, personalmente, estoy firmemente convencido de que los países industrializados están dispuestos a destinar recursos materiales y un apoyo moral mucho mayores que los que conceden actualmente para ayudar a quienes los necesitan. Estoy dispuesto a hacerlo, a condición de que se cambien los métodos de financiación y de ayuda.

Es indispensable idear sistemas de intervención más eficaces, más concretos en sus objetivos y más seguros en lo que respecta a los beneficiarios de esas contribuciones. Esta es la premisa en que se basa la idea que presentó mi país en la reunión del G-8: estudiar un nuevo modelo de organización y gestión del Estado que permita a los diferentes países dar un paso adelante de varios decenios en la vía de la modernización. Se trata de un modelo informatizado y digitalizado que abarca la administración pública, las cuentas del Estado, el régimen fiscal, y los sistemas catastral, estadístico, judicial, escolar y sanitario. Estamos convenidos de que, para los Estados que adopten este modelo - que hemos denominado modelo universal, pero que puede adaptarse a las circunstancias concretas de cada Estado, a fin de dejar intactas su identidad, cultura y tradiciones -, las consecuencias serán muy positivas.

En primer lugar, sus presupuestos serían transparentes y legibles: ésta es, en definitiva, la política que persiguen todas las instituciones financieras internacionales, empezando por el Banco Mundial, en materia de ayuda a los países. En segundo lugar, la adopción de ese modelo llevaría consigo un aumento del grado de democracia y garantizaría la defensa de los derechos humanos fundamentales, y por consiguiente la existencia de normas y leyes incuestionables, es decir la existencia un verdadero Estado de derecho. Por último, se conseguiría una mayor eficacia de la administración pública, con unos servicios más útiles para las empresas y los ciudadanos. De ello se derivaría sin duda alguna un nuevo impulso para un desarrollo realmente sin fronteras. "Desarrollo sin fronteras" es la expresión que prefiero para referirme a la globalización, ya que en estos últimos tiempos esta palabra ha adquirido una connotación totalmente negativa, aunque no haya sido esa la intención, con el movimiento antiglobalista. Por lo tanto, como decía, ese modelo crearía las condiciones para un desarrollo sin fronteras que alentaría a los países más ricos a dar más e invalidaría la excusa a la que recurren a menudo para justificar la limitación de su ayuda. Esa excusa es que no saben si la ayuda llega a las personas que la necesitan o acaba en el bolsillo de las clases dirigentes, con frecuencia corruptas. Se trata de un modelo que estamos perfilando con ayuda de las empresas internacionales de consultoría más importantes, del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, y que podrá ser utilizado en breve por quienes lo deseen.

Por otra parte, estamos persuadidos de que a la ayuda pública de los Estados debe añadirse la ayuda privada de los ciudadanos. En ciertas ocasiones, las televisiones italianas han invitado a los espectadores a participar en la construcción de un hospital infantil, una escuela o una universidad. Los italianos, debo decirlo, han respondido siempre con gran generosidad a esos llamamientos. Por eso nos hemos dicho que tal vez habría que encontrar un sistema para proponer a los ciudadanos de los diferentes países industrializados la realización de proyectos en las zonas más pobres. De ese modo se sentirán impulsados a participar en esa realización y a contribuir a ella de forma concreta.

En la reunión del G-8 que se celebrará en el Canadá, además del modelo universal de gestión del Estado del que acabo de hablarles, presentaremos un proyecto de ley que deberían adoptar los países más industrializados. Este proyecto de ley permitiría a las asociaciones de comerciantes de todos los países asociarse con las instituciones que tienen como objetivo realizar obras de beneficencia en los países pobres, como por ejemplo la FAO u otras organizaciones similares.

Con este sistema, el ciudadano de un país rico que entrara en una tienda para comprar un objeto, por ejemplo un artículo de lujo, podría destinar a un proyecto concreto el 1, el 2 o el 3 por ciento del precio que hubiera pagado. Hemos de alentar actos de generosidad de este tipo porque los ciudadanos que tienen la suerte de vivir en el mundo del bienestar están obligados a ayudar a quienes son menos afortunados que ellos, y no pueden negarse a responder de manera positiva y generosa.

Soy de la firme opinión de que este modelo universal en el que estamos trabajando contribuirá notablemente a transformar el sistema de ayuda a los países en desarrollo y nos permitirá alcanzar el 1 por ciento necesario para recaudar esos 16 000 millones que usted, Señor Director General, considera indispensables.

A propósito de esto, en la reunión del G-8 de Génova previmos tres fases para la realización de ese proyecto. La primera es la fase de la experimentación, durante la cual está previsto proporcionar la ayuda económica necesaria a los países que adopten el sistema. Esa fase podría durar 2, 3 ó 4 años.

Si la primera fase da los resultados que se esperan de ella, se pasaría a la segunda, que prevé la adopción obligatoria de ese sistema universal de contabilidad para los países que deseen recibir ayuda. De ese modo, habrá realmente un modelo universal para llevar las cuentas y gestionar los presupuestos de los Estados en un mundo que, en definitiva, constituye ya una entidad única.

Más adelante podría haber una tercera fase, en el curso de la cual se podría pedir a los países más industrializados que establecieran asociaciones con los países más próximos a ellos, por razones geográficas, culturales o históricas, y se encargaran de realizar determinadas actividades en esas zonas. Un antiguo proyecto del Director General, Señor Jacques Diouf, preveía la posibilidad de que ciudades de países occidentales apadrinaran ciudades o aldeas de ciertos países a fin de realizar proyectos concretos, manteniendo al mismo tiempo un control constante de la utilización de los fondos proporcionados para realizar esas actividades. Los Estados más ricos estarán más abiertos, más dispuestos a dar si saben que su ayuda se transforma en obras concretas. Y a la ayuda de los Estados se podrá añadir la ayuda de los ciudadanos privados. Este modelo universal de organización del Estado, que utilizaría nuevas tecnologías, así como nuevos medios de comunicación e información, constituye por supuesto un intento, un proyecto que estamos poniendo en marcha.

Los estudios sobre el crecimiento demográfico indican que en los 25 años próximos la población mundial aumentará en 2 000 millones de personas, y serán prácticamente 2 000 millones de personas que nacerán y vivirán en países excluidos hoy del bienestar. Habrá, pues, 6 000 millones de personas que vivirán en condiciones difíciles y, por otra parte, 1 850 millones de personas que vivirán en el bienestar.

Si no logramos cambiar la situación actual, imaginemos la presión que ejercerán las corrientes migratorias de aquí a 25 años. Será peor que el 11 de septiembre, y es indudable que para la ideología terrorista es más fácil encontrar adeptos allí donde reinan la miseria, el hambre y la desesperación. Con esta iniciativa tratamos de realizar una contribución complementaria de los esfuerzos generosos e intrépidos de la FAO y otras organizaciones internacionales para resolver los problemas que afligen al mundo.

Concluiré repitiendo lo que ha dicho hace unos instantes el Secretario General de las Naciones Unidas: «Ha acabado el tiempo de hacer promesas. Ahora es el momento de actuar. Es el momento de hacer lo que llevamos prometiendo desde hace tiempo: eliminar el hambre de la faz de la tierra». Suscribo una por una estas palabras y afirmo que estamos aquí para comprometernos a hacerlo. Muchas gracias por su atención.


Sr. Walter Veltroni, Alcalde de Roma (Idioma original: Italiano) - 10 de junio de 2002

Secretario General,
Director General,
Señoras y señores:

Uno de los autores más conocidos del siglo pasado, Isaiah Berlin, decía que los hombres no viven sólo para combatir el mal, sino también para hacer cosas positivas. Como Alcalde de esta ciudad, deseo darles la bienvenida a ella. Roma se siente muy orgullosa de ser la sede de la FAO. Como les decía, deberíamos tener en cuenta estas palabras del pasado. La lucha contra el hambre y la pobreza, que son los flagelos más intolerables de nuestra época, requieren una gran paciencia. Hemos de tomar las decisiones políticas positivas y concretas que son necesarias para hacer frente a esos flagelos. Hemos de asegurar que la comunidad internacional haga más de lo que ha hecho hasta ahora.

He de decirles con toda claridad que hoy se observan aquí, entre los Jefes de Estado y de Gobierno, ciertas ausencias que me parecen francamente llamativas. Es absurdo que la reunión de países ricos del G-8 no ofrezca a los pobres la oportunidad de participar en ella. Y me parece aún más absurdo que, cuando se reúnen los pobres del mundo, e invitan a asistir a los ricos, éstos no acudan.

Necesitamos un nuevo sistema de gobierno a escala mundial. Pero, para tener ese sistema de gobierno, debemos abrir nuevos caminos. Hemos de hacer lo necesario a fin de dar más atribuciones, mayor fuerza, a las Naciones Unidas para lograr esos propósitos. Hemos de ampliar el alcance de las reuniones del G-8 y cursar invitaciones a representantes del mundo en desarrollo para que asistan a ellas. No es posible seguir tomando determinadas decisiones sin que estén representadas las personas más pobres del mundo. Hemos de actuar con mucha rapidez, porque el hambre, las guerras y los disturbios civiles no pueden esperar a que tomemos esas decisiones.

Millones de personas mueren cada año en África porque no tienen alimentos suficientes o porque son víctimas de disturbios civiles o del SIDA y otras enfermedades, como por ejemplo el paludismo. Lo mismo cabe decir de otras zonas pobres del mundo donde la población padece una pobreza extrema y subsiste con menos de un dólar al día.

Hay más de mil millones de personas que sufren las consecuencias de la falta de agua potable. Cien millones de personas padecen la falta de agua, no tienen acceso a tierras agrícolas o a instrumentos para cultivarlas, o carecen de hospitales. Treinta mil niños de corta edad mueren cada día por causas que podrían evitarse. Detrás de estas cifras está el inicuo sistema que margina a las personas y conduce a que no se proporcionen recursos a quienes los necesitan. No basta con que en Occidente citemos estas cifras; hemos de comprender que se trata de un problema moral muy grave. La nuestra es una comunidad que ha de tener en cuenta el destino del mundo. El drama de los países en desarrollo es un drama que afecta a todos los países, e incluso a las personas más cínicas y egoístas del mundo. En muchos países africanos la esperanza de vida es la mitad que en los países occidentales, y es ahí donde se encuentran las razones de la emigración. Lo que queremos es ofrecer a esas personas la esperanza de que sus hijos vivirán el doble de tiempo. Queremos darles un motivo de esperanza. Son personas pobres que han sufrido las consecuencias de la emigración. La lucha contra el hambre es el mejor remedio para evitar la emigración, que tanto teme la población de los países desarrollados.

En cuanto al desarrollo de nuestros países, como ha señalado el Sr. Ciampi esta mañana, para que las cosas se pongan de nuevo en marcha es necesario abordar la cuestión de la deuda. Lo que debemos hacer es asegurar la total condonación de la deuda para liberar recursos financieros que puedan utilizarse en la construcción de hospitales, escuelas, etc. No es cuestión de comprar armas; lo que debemos hacer es asegurar el bloqueo total de la venta de armas, incluidas las ligeras. La condonación de la deuda no es una excusa para interrumpir la asistencia al desarrollo, como ha dicho el Sr. Berlusconi. Es necesario que respetemos los principios establecidos el año pasado por las Naciones Unidas de conformidad con el Consejo de Europa. Hemos de incrementar los recursos que se destinan a los países en desarrollo. Esto es algo en lo que deseo insistir porque hablo como Alcalde de una de las 25 ciudades del mundo que se han comprometido a velar por que se alcancen esos objetivos.

La Unión Europea ha desempeñado un papel muy importante frente a este desafío. Ello forma parte de la identidad de Europa y creo que está recogido en la nueva Constitución europea. También hemos de tener en cuenta los 300 millones de europeos que se comprometerán a combatir el hambre y la pobreza en el mundo y a asegurar el acceso al agua, la tierra y otros recursos. Esta oportunidad ha de ofrecerse ha todos los países en desarrollo de todo el mundo. Es necesario que trabajemos en equipo, conjuntamente con las instituciones intergubernamentales, las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones de la sociedad civil, etc. Es necesario que establezcamos esa alianza amplia y que difundamos el mensaje que redactamos durante la primera Conferencia que tuvo lugar hace sólo un mes.

Hay varios alcaldes que están participando en la elaboración de programas para proporcionar asistencia a los países en desarrollo. Este es el contexto en el que, como signo de la cooperación descentralizada, la Asociación de Ayuntamientos Italianos ha publicado una carta abierta comprometiéndose a proteger el medio ambiente y a asegurar el desarrollo sostenible. Esto es algo que se acordó en la FAO el pasado mes de diciembre. Puedo anunciar también que, en asociación con la FAO y por conducto del Ministerio de Asuntos Exteriores, la ciudad de Roma ha establecido las condiciones para la cooperación con los países sahelianos. Esto se está haciendo también en el marco de los diversos foros interesados y con la asistencia de los Alcaldes que asistieron a la reunión de Roma. Sólo si adoptamos un enfoque de este tipo podemos esperar beneficiarnos de los frutos de esta Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después. Todo ello forma parte integrante de un objetivo histórico por el que hay que seguir luchando. El éxito de nuestros esfuerzos servirá como punto de referencia para las intervenciones que se lleven a cabo en este siglo.

El siglo XXI fue testigo de Auschwitz. Confiamos en que, en este nuevo siglo, las cosas mejorarán. Entonces no había Cumbres como ésta, ni cadenas de televisión que permitieran saber lo que estaba ocurriendo en los campos de concentración. Ahora sabemos que hay niños que mueren cada día de paludismo y otras enfermedades. Nadie puede volver la espalda a esta realidad. Estamos informados de lo que sucede en el mundo, y sabemos lo que sucede en lo que respecta al hambre y la pobreza. La lucha contra el hambre y la pobreza y su erradicación deben ser uno de nuestros principales objetivos. De nosotros depende que se adopten las medidas necesarias para alcanzarlo.


Excmo. Sr. Aziz Mekouar, Presidente Independiente del Consejo de la FAO (Idioma original: Francés) -10 de junio de 2002

Sr. Primer Ministro de la República Italiana,
Sr. Secretario General de las Naciones Unidas,
Majestades,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Distinguidos Ministros,
Distinguidos Jefes de delegación,
Sr. Director General de la FAO,
Señoras y señores,

Es para mí un gran honor dirigirme a esta Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después. Estoy convencido de que, bajo su acertada presidencia y gracias a la voluntad política de los numerosos dirigentes que hoy están aquí reunidos, se hará llegar al mundo un mensaje contundente, para poner en práctica el compromiso y la determinación de todos de combatir una de las más graves anomalías de nuestra época: la coexistencia del hambre con la disponibilidad de alimentos suficientes. Como ya ha dicho usted, Sr. Presidente, el proceso que nos llevó a adoptar hoy la Declaración titulada "Alianza Internacional contra el Hambre" comenzó en noviembre de 2000, cuando el Consejo pidió que se convocara la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después.

Con ello, el Consejo reconoció que, al ritmo actual, no sería posible conseguir el objetivo establecido en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación y que, si se quería reducir a la mitad del número de personas subnutridas no más tarde del año 2015, era necesaria una reunión política al más alto nivel. En el curso de ese proceso, se pediría también a funcionarios públicos de rango superior que examinaran las razones por las que ese objetivo parecía tan difícil de alcanzar. Era opinión generalizada que la situación sólo podría corregirse si existía la voluntad política y se movilizaban los recursos necesarios. Fue por lo tanto natural que el Consejo pidiera al Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) que, en su período de sesiones de mayo de 2001, estudiara el problema básico y decidiera el modo de afrontarlo. Eso fue lo que hizo el CSA en su período de sesiones de mayo de 2001 y, basándose en sus conclusiones y recomendaciones, el Consejo estableció un Grupo de Trabajo de Composición Abierta que, al cabo de varios días de intensas negociaciones, redactó el texto que han aprobado hoy ustedes.

Deseo rendir un homenaje especial al Presidente del CSA y al Copresidente del Grupo de Trabajo, cuyos incesantes esfuerzos desde el principio y a lo largo de toda la última semana han permitido conseguir estos resultados tan satisfactorios que, como usted mismo, Sr. Presidente, ha señalado, se han presentado hoy a la Cumbre.

Majestades,
Distinguido Presidente,
Distinguidos Ministros,
Distinguidos Jefes de delegación:

Han considerado ustedes oportuno designar a la FAO, con su acervo de conocimientos, experiencia y competencia, como uno de los instrumentos que han de utilizarse para aplicar con éxito el Programa y el Plan de Acción que han aprobado. El Consejo de la FAO que tengo el honor de presidir no escatimará esfuerzos para contribuir a que se pongan en práctica las instrucciones dadas en la Declaración que han aprobado ustedes, cuyo mismo título, "Alianza Internacional contra el Hambre", indica la firme determinación con la que todos nosotros nos proponemos erradicar, de una vez por todas, algo que no es posible seguir tolerando: el hambre y la pobreza de los seres humanos.

Muchas gracias, Sr. Presidente.


Sr. Adisak Sreesunpagit, Presidente del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial - 10 de junio de 2002

Sr. Presidente,
Excelentísimos señoras y señores,
Distinguidos delegados:

Considero un gran honor dirigirme a esta asamblea en mi calidad de Presidente recientemente nombrado del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial. Aunque el Comité ha estado trabajando durante cuatro días en las recientes reuniones, no emplearé en mi discurso mucho del tiempo de que dispone la asamblea.

Deseo recordar que el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial desempeñó una función decisiva hace cinco años en la preparación de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, y que en el período transcurrido desde entonces ha participado activamente en la vigilancia de la aplicación del Plan de Acción de la Cumbre. Fue precisamente en el marco de esta labor de vigilancia donde surgió la preocupación del Comité. La Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después brindaba la oportunidad de dar un nuevo impulso a la actuación deliberada, a la búsqueda de soluciones al problema del hambre y la inseguridad alimentaria. Por lo tanto, el Comité se mostró satisfecho de contribuir en su período de sesiones de estos últimos días a los preparativos finales de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después. Esos preparativos incluyeron la nueva convocación del Grupo de Trabajo de Composición Abierta que había establecido el Consejo el año pasado y los últimos retoques de la Declaración que acaba de ser aprobada.

Sr. Presidente, Excelentísimos señoras y señores, distinguidos delegados, comparto el orgullo del Comité por esta labor y deseo dar las gracias al Presidente Independiente del Consejo y

mi predecesor en la presidencia del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, el Sr. Aidan O'Driscoll, y a su competente Copresidenta, la Embajadora Mary Margaret Muchada, por haber dirigido conjuntamente el Grupo de Trabajo de Composición Abierta hasta su feliz conclusión de la que hoy somos testigos.

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