CFS:2005/INF/9


 

COMITÉ DE SEGURIDAD ALIMENTARIA MUNDIAL

31º período de sesiones

Roma, 23-26 de mayo de 2005

DECLARACIÓN DEL DIRECTOR GENERAL

Excelentísimo Señor Presidente de Faso,
Señor Presidente,
Excelentísimo Señor Ministro de Cooperación para el Desarrollo de Bélgica,
Excelencias,
Señoras y señores:

Me complace darles la bienvenida al 31º período de sesiones del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial.

Han transcurrido más de ocho años desde que los Jefes de Estado y de Gobierno, en representación de 186 países, que se reunieron en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA) aquí en Roma en noviembre de 1996 manifestaron solemnemente su compromiso y su voluntad política de erradicar el hambre y establecieron el objetivo inmediato de reducir el número de personas subnutridas a la mitad para el año 2015 a más tardar. Este compromiso fue reiterado en la siguiente reunión, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, en junio en 2002.

En la Cumbre del Milenio, celebrada en septiembre de 2002, los Jefes de Estado y de Gobierno de más de 155 países hicieron suyo el objetivo de la CMA.

La reducción del hambre y la consecución de otros muchos de los objetivos de desarrollo del Milenio (ODM) están interrelacionadas. Los niveles de mortalidad infantil y materna y las bajas tasas de escolarización en los países en desarrollo están íntimamente ligados a la prevalencia del hambre y la subnutrición. Lo mismo puede decirse de la sostenibilidad ambiental: en efecto, la sobreexplotación o la utilización inadecuada de los recursos naturales puede poner en peligro la seguridad alimentaria de las personas. En gran medida, la consecución de la mayoría de los ODM depende de modo decisivo de la realización de progresos relativos a la mejora de la nutrición y la reducción del hambre.

¿Cuánto hemos avanzado en la lucha contra el hambre y la pobreza?

Nuestros cálculos más recientes indican que en 2000-2002 había 852 millones de personas subnutridas en todo el mundo, de las cuales 815 millones se encontraban en los países en desarrollo, 28 millones en los países en transición y 9 millones en los países industrializados.

Es para mí un motivo de gran pesar, más de ocho años después de la CMA, tener que informar nuevamente de que no hemos hecho progresos suficientes hacia la consecución del objetivo de la CMA. En tres de las cuatro regiones en desarrollo, había más personas subnutridas en 2000-2002 que en 1995-1997. Tan sólo en América Latina y el Caribe se logró una modesta reducción del número de personas hambrientas.

No obstante, los progresos decididamente demasiado lentos en general esconden tanto novedades positivas como negativas. El aspecto positivo es que más de 30 países en desarrollo, con una población total superior a 2 200 millones de personas, han reducido la prevalencia de la subnutrición en un 25 por ciento y han hecho progresos significativos hacia la consecución del objetivo de la CMA. Estos países demuestran que es posible hacer rápidos progresos y, por lo tanto, nos permiten conservar la esperanza. Esos países nos enseñan que podemos lograr mejores resultados en la reducción del hambre y la subnutrición.

Otro aspecto positivo, incluso si excluimos los dos grandes países (China y la India) que han contribuido de manera significativa a los progresos globales realizados durante los años noventa, es que los demás países en desarrollo en conjunto registraron una estabilización del número de personas subnutridas durante la segunda mitad del último decenio, después de haber registrado un aumento de casi 7 millones de personas al año durante la primera mitad de la década. Al mismo tiempo, la proporción de personas subnutridas en estos países descendió desde el 20 por ciento al 18 por ciento. Resulta particularmente alentador observar que el cambio más pronunciado de las tendencias se produjo en el África subsahariana. De hecho, durante la segunda mitad del decenio el ritmo de aumento del número de personas subnutridas en la región disminuyó de 5 millones al año a 1 millón al año y la proporción de personas subnutridas se redujo del 36 por ciento al 33 por ciento. De mantenerse esta tendencia en la región, podría comenzar a producirse pronto una disminución también del número de personas subnutridas en la subregión.

No obstante, si bien estas novedades positivas justifican un cauto optimismo, no deben hacernos olvidar que un gran número de países no han realizado progresos e incluso en algunas ocasiones han registrado un agravamiento del hambre desde el período de referencia de la CMA. Aunque los países que han hecho avances satisfactorios demuestran que podemos lograr mejores resultados en nuestra lucha contra el hambre, los primeros, unidos a los insuficientes progresos globales, ponen de relieve que debemos mejorar la lucha contra el hambre.

¿Podemos seguir viviendo con los niveles actuales de hambre y miseria humana?

La persistencia de niveles elevados de subnutrición en todo el mundo no sólo constituye una situación moralmente intolerable, sino que también se cobra un alto precio.

El hambre y la subnutrición reducen la capacidad de los seres humanos para aprender, para desarrollar sus aptitudes y para trabajar. Muchos corren el riesgo de quedar atrapados en la pobreza. El último informe de la FAO sobre “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 2004” pone de manifiesto que la subnutrición y las carencias de vitaminas y minerales esenciales causan la muerte de más de 5 millones de niños cada año y que cada niño cuyo desarrollo físico y mental se ve retrasado por el hambre crónica puede perder entre un 5 y un 10 por ciento de sus ingresos a lo largo de la vida.

Hemos calculado que cada año que el hambre se mantiene en los niveles actuales se registra un número de muertes y discapacidades por ese motivo que cuesta a los países en desarrollo la pérdida de una posible productividad futura cuyo valor actual neto asciende a 500 millardos de dólares EE.UU. o más. La prevalencia del hambre, por consiguiente, socava el progreso económico y social de las generaciones futuras.

Además, la desesperación y la rabia que el hambre y la miseria social generan constituyen un posible caldo de cultivo para la violencia, que puede amenazar la paz y la estabilidad en una nación y más allá de sus fronteras.

Dicho de otro modo, no sólo debemos mejorar los resultados de nuestra lucha común contra el hambre: no podemos permitirnos que no mejoren. El costo de la inacción es demasiado alto.

Es preciso poner mayor empeño en acelerar la reducción del hambre y la pobreza

Hasta ahora, los progresos globales en la reducción del hambre crónica han quedado lejos del ritmo necesario a fin de reducir a la mitad el número de personas hambrientas para el año 2015. La situación exige medidas concertadas y más incisivas.

La FAO sigue recalcando que la erradicación del hambre y la pobreza es responsabilidad principalmente y en primer lugar de los gobiernos nacionales. La experiencia de los 30 países que han demostrado que es posible hacer rápidos progresos proporciona también enseñanzas útiles sobre el modo en que pueden lograrse dichos progresos. Una característica común de la mayoría de estos países es una tasa de crecimiento agrícola considerablemente superior a la media de los países en desarrollo. En estos países, el producto interno bruto (PIB) agrícola aumentó a una tasa anual media del 3,2 por ciento durante los años noventa, en comparación con una media del 2,2 por ciento en el conjunto de los países en desarrollo. Este hecho pone de relieve la importancia de que en los países en desarrollo se conceda prioridad absoluta al crecimiento agrícola sostenible y se procure en particular aumentar la productividad de los pequeños agricultores con objeto de erradicar la pobreza y el hambre. La agricultura y los sectores rurales conexos forman la espina dorsal de la mayoría de los países en desarrollo y son la fuente principal de medios de vida para muchas de las personas pobres.

Además, garantizar los derechos humanos y democráticos básicos, la buena gobernanza y la participación de las personas en las esferas política, social y económica son condiciones esenciales para la estabilidad política y para la aplicación de estrategias eficaces con objeto de erradicar la pobreza y la inseguridad alimentaria. En efecto, ya en la CMA se hizo hincapié en que la prevalencia de los derechos democráticos básicos y de la buena gobernanza era un requisito indispensable para conseguir una paz duradera, sin la cual los esfuerzos por erradicar la pobreza y la inseguridad alimentaria serán vanos.

Por desgracia, el número de emergencias alimentarias causadas por conflictos y catástrofes naturales ha venido aumentando durante los últimos dos decenios. Su número se ha incrementado desde una media de 15 al año durante los años ochenta hasta más de 30 al año desde el comienzo del milenio. Al final de 2004, había 35 países que precisaban asistencia alimentaria de emergencia como consecuencia de crisis del suministro de alimentos provocadas por conflictos, sequías, crisis económicas o una combinación de estos factores.

La experiencia de varios países africanos demuestra que la guerra y los conflictos civiles son una de las causas principales no sólo de las emergencias alimentarias a corto plazo, sino también del hambre crónica generalizada. Los países que han dejado atrás recientemente conflictos ocupan un lugar destacado entre los países que han conseguido realizar progresos significativos en la reducción del hambre en los últimos años. No cabe duda de que la paz es indispensable para el desarrollo a largo plazo y la seguridad alimentaria.

La incidencia de condiciones climáticas adversas como la sequía u otros tipos de catástrofes naturales ha sido también devastadora para la seguridad alimentaria tanto inmediata como a largo plazo. El tsunami que se produjo en diciembre de 2004, que afectó a varios países ribereños del Océano Índico, provocó enormes pérdidas, considerando el número de muertos, el sufrimiento humano y la devastación de los bienes y la infraestructura. En este contexto, creo que resulta apropiado señalar a la atención de los distinguidos delegados la importancia de la recomendación formulada en la CMA de que se reforzaran los sistemas nacionales de alerta y las estrategias de gestión de las catástrofes, con vistas a reducir en la mayor medida posible las repercusiones de las catástrofes naturales.

Aunque la responsabilidad principal por lo que se refiere a hacer frente a la pobreza y la inseguridad alimentaria en los países en desarrollo sigue incumbiendo a los propios países, sus esfuerzos sólo podrán ser fructuosos en el contexto de un entorno internacional favorable. En verdad, en el plano nacional e internacional hemos asistido a expresiones de solidaridad y de resuelto compromiso de hacer frente al problema de la inseguridad alimentaria y la pobreza. Lamentablemente, sigue habiendo una notable diferencia entre los compromisos y la acción. Las medidas urgentes que deben adoptarse en el plano internacional incluyen la creación de un entorno comercial internacional justo y equitativo, la reducción y cancelación de la deuda de los países en desarrollo más pobres y el incremento de la asistencia internacional para el desarrollo de conformidad con los compromisos internacionales pertinentes, así como la inversión de la tendencia negativa por lo que respecta a los recursos asignados al sector agrícola, para velar en especial por la realización de inversiones adecuadas en la regulación de aguas y la infraestructura rural.

Conclusión

Señor Presidente:

Al acercarnos al examen a mitad de período de los progresos realizados hacia la consecución del objetivo de la CMA, deseo recalcar que este Comité tiene la importante función de buscar medidas innovadoras para reducir las amplias diferencias entre los compromisos de reducción de la pobreza y el hambre contraídos y las medidas efectivamente adoptadas, en los planos nacional, regional e internacional. Debemos poner en práctica los compromisos y, de esa manera, asegurarnos de que los objetivos fijados en la CMA y la Cumbre del Milenio se consigan para 2015.

            Les agradezco su atención.