CFS:2005/INF/11





COMITÉ DE SEGURIDAD ALIMENTARIA MUNDIAL

31º período de sesiones

Roma, 23-26 de mayo de 2005

DISCURSO DE APERTURA PRONUNCIADO POR EL EXCELENTÍSIMO SEÑOR
ARMAND DE DECKER, MINISTRO DE COOPERACIÓN PARA EL DESARROLLO DE BÉLGICA


Señor Presidente de Burkina Faso,
Señor Director General de la FAO,
Señor Ministro,
Señoras y señores Embajadores,
Señoras y señores:

Deseo agradecerle, Señor Director General, que me haya invitado a hacer uso de la palabra con ocasión de este 31º período de sesiones del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA).

Esta reunión se celebra en un momento importante, cuando nos encontramos prácticamente a medio camino del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación –reducir el número de personas subnutridas a la mitad para el año 2015– y cuando el proceso preparatorio de la Cumbre del Milenio + 5 de septiembre próximo está en pleno apogeo.

Desearía hoy, en vísperas de esa importante reunión, exponer a ustedes las opiniones de Bélgica acerca de los desafíos actuales en materia de desarrollo, un desarrollo que constituye la máxima urgencia de nuestros tiempos.

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señor Ministro,
Señoras y señores Embajadores,
Señoras y señores:

La aprobación de los ocho objetivos de desarrollo del Milenio constituye, a mi juicio, una de las decisiones contemporáneas más hermosas e inteligentes. Ha significado una verdadera revolución cualitativa en la concepción de la coexistencia humana. Y ha puesto de relieve también, como ha dicho recientemente Bronislaw Geremek en Bruselas, la “culpabilidad de la indiferencia” frente a la miseria del mundo.

Resulta maravilloso que el gran paso del milenio haya inducido a los 189 Jefes de Estado y de Gobierno de los países representados en las Naciones Unidas a fijarse el objetivo común de reducir, colectivamente, a la mitad la extrema pobreza en el mundo antes de 2015, o sea, mejorar en un 50 por ciento la calidad de la vida en los países pobres del planeta para esa fecha.

Los objetivos de desarrollo del Milenio han hecho cambiar la índole misma de la ayuda al desarrollo. En efecto, su carácter universal, que hace que ataña tanto a las autoridades de los países ricos como a las de los países pobres, ha convertido la ayuda al desarrollo, que en otros tiempos era muy caritativa y a menudo muy paternalista, en una verdadera estrategia mundial de solidaridad Norte-Sur, en una estrategia que persigue fortalecer la estabilidad y la seguridad del mundo.

Efectivamente, resulta difícil imaginar que las poblaciones de los países ricos puedan seguir disfrutando una vida de enormes comodidades, mientras una quinta parte de la humanidad, casi la mitad de la cual se encuentra en el África subsahariana, tiene que vivir con menos de 1 dólar al día, es decir, sin poder ofrecer perspectivas a sus jóvenes generaciones; mientras cada cinco segundos muere un niño en el mundo, la mitad por motivos directamente relacionados con la malnutrición.

En realidad, la globalización, la mundialización de la vida en la Tierra, han hecho que esta desigualdad sea sencillamente inaceptable. Además, la situación es potencialmente explosiva, en términos de migración y en términos de seguridad. Así pues, hoy en día el desarrollo no es sólo cuestión de caridad, justicia o moral. Se ha convertido en una necesidad política. En estos tiempos de rápida globalización, lo que amenaza a uno representa una amenaza para todos. Por eso afirmamos que el desarrollo constituye el mayor desafío de nuestros tiempos.

Como ha recordado el Secretario General de las Naciones Unidas, “no tendremos desarrollo sin seguridad, no tendremos seguridad sin desarrollo y no tendremos ninguna de las dos cosas si no se respetan los derechos humanos”.

Esta constatación debe impulsar a las poblaciones y las autoridades tanto de los países en desarrollo como de los países desarrollados a asumir plenamente el papel que les corresponde, unidos en asociación.

No cabe duda de que cada país en desarrollo es el responsable principal de su propio desarrollo. Para conseguirlo, debe garantizar y promover la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos. Debe fortalecer la buena gobernanza y luchar contra la corrupción. Debe crear un marco jurídico propicio para la inversión privada, la única capaz de asegurar un desarrollo sostenible a largo plazo.

Pero también los países desarrollados, por su parte, se han comprometido a proporcionar la ayuda necesaria para su desarrollo a los países que adopten una estrategia verosímil de lucha contra la pobreza.

En el “informe Sachs” se estima que los objetivos de desarrollo del Milenio se pueden realizar si el conjunto de los países donantes del mundo aumenta su ayuda al desarrollo al 0,7 por ciento de su producto nacional bruto (PIB) para el 2015. Hasta la fecha, cinco países han alcanzado o superado ese objetivo del 0,7 por ciento. Se trata de Noruega y cuatro países de la Unión Europea (UE): Dinamarca, Luxemburgo, los Países Bajos y Suecia.

Por otra parte, seis países más se han comprometido a alcanzar el objetivo del 0,7 por ciento antes de 2015. Se trata de Bélgica, Finlandia, Francia, Irlanda, España y el Reino Unido. De confirmarse las tendencias actuales, la UE podrá alcanzar colectivamente el 0,42 por ciento en 2006.

Con referencia nuevamente a mi país, fue en la Conferencia de Monterrey, en 2002, cuando Bélgica se comprometió a dedicar el 0,7 por ciento de su PIB a la ayuda al desarrollo, todos los años hasta el 2010. En la actualidad, Bélgica (que dedicará este año el 0,46 por ciento de su PIB a la ayuda al desarrollo) ocupa, gracias a este esfuerzo, el sexto o séptimo lugar en el mundo. A fin de alcanzar el objetivo fijado, en Bélgica tendremos pues que aumentar en 0,05 por ciento del PIB al año el presupuesto de la ayuda pública belga dedicada al desarrollo, todos los años hasta el 2010.

Esta tarde participaré en la reunión del Consejo de Ministros de Cooperación de la UE, en Bruselas. Discutiremos allí acerca de la financiación de los objetivos de desarrollo del Milenio y, en nombre del Gobierno belga, defenderé la propuesta de la Comisión Europea de que los 15 miembros más antiguos dediquen al desarrollo el 0,51 por ciento de su PIB para el año 2010, mientras que para los 10 últimos Estados miembros se fijará el objetivo de dedicar al desarrollo el 0,17 por ciento de su renta interna bruta para esa misma fecha.

Estos objetivos vinculantes deberían permitir que la UE alcance la media del 0,56 por ciento en 2010, teniendo en cuenta a los Estados miembros que aportan mucho más al desarrollo y que mencioné anteriormente, a saber Dinamarca, Luxemburgo, los Países Bajos y Suecia. Este esfuerzo conjunto de los países de la UE permitirá liberar 20 000 millones de euros suplementarios para la ayuda al desarrollo en 2010. Permitirá asimismo que la UE y sus Estados miembros sigan siendo, con el 56 por ciento del total de la ayuda pública destinada al desarrollo a nivel mundial, el actor protagonista en este ámbito tan fundamental para el porvenir de nuestro planeta.

Como ven, Bélgica cree antes que nada en la eficacia de la ayuda pública al desarrollo mediante presupuestos nacionales dedicados a tal fin. Sin embargo, estamos dispuestos a considerar toda propuesta de ayuda que complemente la financiación pública, con tal de que no venga a substituirla. Al igual que mi colega del Ministerio de Hacienda, Didier Reynders, pienso que una modesta contribución recaudada en el momento de la emisión de los boletos de avión podría constituir, a estos efectos, una opción interesante.

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señoras y señores:

Dedicar medios públicos tan cuantiosos a la ayuda al desarrollo requiere un amplio apoyo popular. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia este apoyo falta. Aunque los objetivos de desarrollo del Milenio se han convertido ya en el marco de referencia universalmente aceptado en materia de desarrollo, el 88 por ciento del público europeo ignora todavía su existencia.

Para lograr una adhesión más general, tendremos que convencer al público, ante todo, de la utilidad de la ayuda al desarrollo; luego, de su eficacia; y finalmente, de la transparencia de su gestión.

Como al inicio de mi exposición ya indiqué las razones fundamentales de su utilidad, permítanme abordar durante algunos instantes el tema de la eficacia de la ayuda, igualmente importante. Al asumir hace 10 meses la cartera de cooperación para el desarrollo, me sorprendió el hecho de que el debate relativo a la eficacia de la ayuda es relativamente reciente y que los progresos en este ámbito son aún muy lentos.

Es evidente que la eficacia de la ayuda dependerá, antes que nada, de los progresos que realicen los países en desarrollo en materia de gobernanza y de lucha contra la corrupción. La eficacia dependerá, en segundo lugar, de la coherencia entre la política de desarrollo y la política comercial de los países donantes. A este respecto, hago votos para que en el futuro, bajo la Presidencia del señor Lamy, la Organización Mundial del Comercio (OMC) prosiga su labor facilitadora en este ámbito. La eficacia de la ayuda dependerá también de la armonización de los procedimientos establecidos tanto por los países donantes como por los países beneficiarios y de que, a este respecto, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) despliegue esfuerzos muy pertinentes que, así lo espero, nos permitan realizar progresos reales en un plazo breve. Por último, la eficacia de la ayuda dependerá de la calidad y la intensidad de la cooperación entre los Estados donantes.

Asombra comprobar que, con excesiva frecuencia, los Estados otorgan la prioridad a la acción bilateral, en desmedro de la mayor eficacia que se podría obtener aunando los medios disponibles y las políticas.

Bélgica ha sido y sigue siendo partidaria de la acción mancomunada y está intensificando igualmente su cooperación directa con la Comisión Europea.

A los europeos corresponde “europeizar” en mayor grado sus políticas de ayuda al desarrollo. Así, esa ayuda será más pertinente y, por ende, más eficaz. La eficacia de la ayuda dependerá también de la medida en que los países mismos controlen su política de desarrollo y se “apropien” de ella.

Estoy plenamente convencido de que no puede lograrse un verdadero desarrollo sin la conciencia colectiva de los desafíos que hay que enfrentar, sin la voluntad compartida de salir de la pobreza. En el “informe Sachs” se recomienda acertadamente que cada país en desarrollo elabore en breve una estrategia de reducción de la pobreza basada en los objetivos de desarrollo del Milenio.

Bélgica alienta esta iniciativa financiando, por intermedio del Banco Mundial, a economistas del desarrollo encargados de prestar asistencia a los países en la elaboración de dichas estrategias. Una manera de respaldar la plena “apropiación” del proceso consiste en animar a la sociedad civil de nuestros países asociados a participar en el debate acerca del desarrollo.

Me complace subrayar aquí el importante papel que desempeñan las autoridades locales y municipales y las organizaciones campesinas en África en materia de desarrollo rural. Como bien lo explicó Ousmane Sy, galardonado con el Premio Rey Balduino para el Desarrollo y padre de la descentralización en Malí, una población consciente de sus problemas y plenamente partícipe de su desarrollo constituye un respaldo indispensable para la buena gobernanza, sin la cual no se puede contemplar seriamente la posibilidad de un despegue económico.

Por último, el tema de la selección de los beneficiarios de la ayuda es igualmente importante. No hay que equivocarse de guerra. La que estamos combatiendo es una guerra contra la pobreza, una guerra contra la miseria. Por eso, nuestra atención debe dirigirse ante todo a los países más pobres y más frágiles.

Al inicio de mi alocución, mencioné las terribles cifras de la pobreza en África. Es esa realidad, amén de los lazos históricos y la proximidad geográfica que unen África a Europa, lo que nos ha convencido de que es absolutamente necesario conceder la prioridad al desarrollo de ese continente. De los 18 países asociados a Bélgica en materia de desarrollo, 13 se encuentran en el continente africano.

Trabajamos activamente a lo largo y a lo ancho del continente, si bien es cierto que prestamos, naturalmente, una atención particular a la República Democrática del Congo y a la región de los Grandes Lagos. Estos países han conocido guerras, conflictos y genocidios. Han vivido las mayores tragedias del último cuarto de siglo. Bélgica contribuye diariamente a llamar la atención de la comunidad internacional sobre la situación de esta región, que determinará (estamos convencidos de ello) el porvernir del continente africano.

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señoras y señores:

En nuestra cooperación con la FAO, intentamos poner en práctica los principios que acabo de evocar, que a mi juicio condicionan necesariamente la eficacia de la ayuda.

En efecto, en los tres programas principales financiados por Bélgica relativos a la agricultura urbana y periurbana, al enfoque participativo de la ordenación de las tierras comunales, y al apoyo técnico a la República Democrática del Congo hacemos hincapié en el fortalecimiento de las estructuras y de las instituciones, en las inversiones en la esfera de los recursos humanos, en la participación activa de las poblaciones interesadas y en el diálogo con las autoridades locales.

Señor Director General:

Los lazos que unen mi país y la FAO son antiguos y profundos. Son muchos los ciudadanos belgas que, diplomados en nuestros excelentes centros de agricultura tropical, trabajan o han trabajado en la FAO. Muchos son también los que han cooperado sobre el terreno con sus colegas de la FAO.

Puedo afirmar que todo esto ha creado una verdadera corriente de simpatía entre la FAO y la comunidad belga activa en materia de desarrollo. Si en la actualidad somos el quinto contribuyente bilateral de la FAO, es porque compartimos con esta Organización una misma visión, una misma ética del desarrollo.

Orgulloso de esta historia común y deseoso de llevar adelante esta cooperación, mi país concede suma importancia a la evaluación externa e independiente de la FAO, que empieza en estos días. Vemos en esta evaluación la oportunidad de integrar mejor la FAO y sus programas en el sistema de las Naciones Unidas, acrecentando así el peso y la influencia de esta Organización, tanto en el escenario internacional como en los países en donde lleva a cabo sus actividades.

Sabemos que podemos contar, Señor Director General, con vuestro pleno apoyo a esta importante labor.

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señoras y señores:

Todos estamos convencidos de que la FAO tiene que desempeñar un papel destacado en la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio. Y así ha de ser porque el 70 por ciento de los pobres vive en el medio rural, pero además porque es ilusorio querer lograr triunfos duraderos, en materia de educación o en la lucha contra el SIDA, por ejemplo, sin ganar antes la batalla contra el hambre. Debería otorgarse pues una mayor prioridad al desarrollo rural, tanto en lo referente a los recursos como en las políticas.

Señor Director General,
Señoras y señores:

Leeré detenidamente el documento relativo a la FAO y el desafío de los objetivos de desarrollo del Milenio, que acaba de publicarse.

Asimismo, leeré con suma atención el informe de este 31º período de sesiones del CSA, así como las actas de vuestras deliberaciones durante los eventos especiales organizados paralelamente a esta reunión, y particularmente en relación con los objetivos de desarrollo del Milenio.

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señor Ministro,
Señoras y señores Embajadores,
Señoras y señores:

Todos nosotros, países donantes, países asociados y organizaciones internacionales, tenemos una misma responsabilidad frente a la humanidad en su conjunto. Como afirmó Dostoievski, en su novela Los hermanos Karamazov: “Cada ser humano es responsable de todo, frente a todos”.