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La gran decisión, la inocente promesa: una historia jamás contada

La historia que te voy a contar es una historia real que está escrita en mi alma con piedra, frio, hambre y esperanza. Una realidad que vi, y con la que conviví a lo largo de estos más de doce años de vida; una vida llena de campos marrones y mariposas de ensueño, nubes de algodón y viento cantarín, perfume de alegría combinada con tristeza, gotas de roció cargado de decepción, frustración y olvido. 

Todo se desarrolló en Cedro, uno de los caseríos más pobres, alejados y pequeños en Perú y un lugar en el que, a pesar de la carencia, sobraba la emoción, la unión y la esperanza. Recuerdo que mi familia tenía muy poco dinero y tierra. Cultivábamos para comer y, a duras penas, obteníamos algo de maíz y papas. Teníamos cuatro plantas de plátano. La tierra, entre roja y amarilla, era muy dura y producía muy poco, así que aprovechábamos la llegada de las lluvias para poder cultivar. Teníamos también dos ovejas, cuatro cuyes y tres gallinas que eran todo nuestro tesoro y los cuidábamos mucho. 

Nuestra casita se encontraba entre cerros y piedras casi solitaria, pues nuestros vecinos estaban muy alejados. Para llegar al pueblo más cercano teníamos que caminar poco más de dos horas por senderos angostos, pedregosos y empinados. No teníamos luz eléctrica, servicios sanitarios o agua potable, y la escuela de Pedro y María a la que siempre los acompañaba quedaba también muy distante de la casa. La Internet y los celulares eran algo de lo que habíamos escuchado por la radio, pero ni sabíamos de qué se trataban. 

Mi papá Clemente, a pesar de que toda su vida luchó por darle lo mejor a nuestra familia, no pudo hacer mucho. Trabajaba de sol a sol en las chacras que le daban jornal como peón, pero solo conseguía unas cuantas monedas al final del día. Todo ello se sumaba a su tristeza y frustración, emociones que se sanaban con las sonrisas de mis hermanos y la mirada cómplice de mi mamá Paula, la que nunca le reclamaba y quien a su lado era la base firme de la familia. 

Lo recuerdo todo como si fuera ayer; hasta recuerdo el día en que Papá Clemente y Mamá Paula se juraron amor eterno. ¡Qué gran día fue ese! Todos festejamos y estábamos inmensamente felices. Yo, tan cansado de jugar con los invitados de la fiesta, hasta me quedé dormido en la pampa. Era aún muy pequeño y de pancita grande, no te imaginas, ¡Qué tiempos aquellos! 

Llegó el gran y esperado día en el que toda mi familia recibiría una noticia que cambiaría nuestras vidas para siempre. Estábamos todos sentados sobre unos bancos de madera -oscurecida por el tiempo - alrededor de una pequeña mesa. Era la hora del almuerzo y Mamá Paula había preparado “zango” y “café”, algo que se servía solo en fechas especiales. Este día era, sin duda, un día muy especial para nosotros.

Mamá Paula, Papá Clemente, mis hermanitas María y Angélica, al lado de mi hermano Pedro; todos estábamos reunidos, comiendo en la mesa. Entre miradas, mis hermanos jugaban, reían, se empujaban y por supuesto, Angélica lloraba, pues siempre quería que mi mamá la cargara ya que apenas tenía un año de vida; María acababa de cumplir los ocho años. 

En los ojos de mi madre, como siempre, se le notaba la felicidad, pero también la preocupación por la cantidad de comida que cada uno debía comer. Ella siempre cuidaba celosamente que todos comiéramos y casi siempre se contentaba con lo poquito que quedaba. Te lo juro que muchas veces solo comía lo que le sobraba a alguno de mis hermanos o el “concolón” que quedaba pegada a la olla. Siempre fue la mejor mamá del mundo -  ¡una mujer de hierro!

Aquel día que mi hermano Pedro cumplía los 11 años era muy especial para todos ya que se iba a anunciar una gran decisión. Desde hace tiempo atrás, Papá Clemente lo había venido diciendo. Todos sabíamos que algo importante iba a pasar. Habíamos crecido escuchando eso, pero nunca nos preguntamos que podía ser, hasta que llegó el día esperado.

A los 11 años, Pedro estaba finalizando la primaria con mucho empeño. Para nosotros, él era la esperanza y la posibilidad de una vida mejor. Papá Clemente siempre decía que todo su esfuerzo era para que su hijo terminara la secundaria en Huncabamba, el pueblo con mejores posibilidades educativas. Su sueño era que su hijo llegara a ser un gran profesional para que saliera de Cedro y sacara a sus hermanas de la situación en la que vivían. 

Pedro era la mano derecha de la familia. Desde pequeño trabajaba duro al lado de Papá Clemente y Mamá Paula en la chacra y cuidando de nuestras hermanitas en la casa. Era muy amado por todos, pero las difíciles circunstancias que vivíamos le exigían mucho. Además de ser uno de los pilares de la familia, en él se habían entregado todos los sueños y las esperanzas. Esto siempre fue una gran carga con la que mi hermano creció.

 Aquel día del cumpleaños, percibí que detrás de las miradas de alegría y felicidad de mis padres, se escondía tristeza, susto, miedo, desesperación y hasta lágrimas. Era como me lo había dicho Papá Clemente un día que llevamos a pastar las ovejas al cerro: “El cumpleaños de Pedro será un día que marcará a la familia para siempre, pues habrá que abrir el corazón para dejar volar toda la sangre.” Mirándome, siguió con tono quebrado: “¡Prepárese, mi amigo!” En aquel momento no logré entender lo que me decía. No sabía qué iba a pasar y miles de ideas me inundaban la cabeza. Mi corazón estaba a mil ya que había crecido con Pedro, lo conocí incluso antes que llegara a este mundo. Lo amaba plenamente; era mi hermano y al mismo tiempo lo quería como si fuera mi hijo.

 Esperaba con ansiedad lo que Papá Clemente iba a anunciar durante el almuerzo. ¿Qué sería? ¿Algo bueno? ¿Algo malo? ¿Algo triste? Mamá Paula me había dejado un poco de “zango” para comer. A mí no me gustaba esa comida, pero igual, lo tuve que comer pues debía llenar la tripa mientras esperaba la gran noticia. Luego me acerqué a Pedro y, sin que lo notase, me quedé quietito mirándolo fijamente a los ojos, como siempre solía hacerlo, y tratando de decirle con la mirada cuanto lo amaba.

 ¡Sí, lo amaba desde el primer día que supe que vendría! Mamá Paula me lo contó. De hecho, fui yo el primero en saber la noticia y mantuve el secreto. Cuatro meses después, cuando la panza ya se asomaba, ella decidió contárselo a Papá Clemente. Vi la llegada de mi hermano Pedro a este mundo; me acuerdo que fue una noche lluviosa y de mucho frio. Aún puedo sentir el olor de tierra mojada, combinado al humo de la leña verde de eucalipto que recogimos en el campo. Recuerdo que habíamos regresado muy tarde de cosechar trigo y comimos sopa de plátano con “agua de hojas de sauco” bien calientito. Mamá Paula estaba muy cansada y con dolor de panza, pues además de cocinar había trabajado duro limpiando el trigo. Sin embargo, no le comentó nada de esto a Papá Clemente pues él estaba muy cansado también. Me lo contó a mí y lo único que pude hacer fue escucharla, como siempre, y pegarme muy juntito a su lado. Así me dormí... Me dormí hasta que con gran susto me desperté por el llanto de un bebe. ¡Sí, era el primer llanto de Pedro! Mi hermanito había llegado y mi corazón estaba a punto de estallar.

 Finalmente, el zango y el café se acabaron. La pequeña Angélica ahora estaba en el regazo de Mamá Paula, tomando pecho y durmiendo. Papá Clemente de repente se limpió la boca con el mantel de cuadros que la mamá había bordado y dijo: “He decidido que este año que viene Pedro se irá a estudiar a Huancabamba. Voy a hablar con el compadre Fermín, que es su padrino, para que nos ayude. Él es un hombre honesto y muy influyente en la ciudad. María ya está grande y como no hay nadie para acompañarla, no podrá seguir en la escuela. Ella asumirá las tareas de Pedro, y podrá seguir estudiando después. El poco dinero que tenemos servirá para ayudar en algo a los estudios de Pedro. ¡Mi hijo será un gran profesional y llegará a ser lo que yo nunca pude! Estoy seguro que sacará a sus hermanas de este lugar. No quiero que se queden en esta tierra. No quiero que sufran más, y si nos hemos de sacrificar, bien merecido ha de ser.” 

 Todos nos quedamos en silencio en ese instante. Nadie festejó, ni mostró emoción alguna. Mamá Paula sacó un pañuelo del pecho, se limpió la frente, cargó a Angélica en su espalda y comenzó a recoger los platos y limpiar la mesa. Luego, Pedro - en tono de afirmación, pregunta y alegría - dijo que le gustaba la idea de ir con su padrino (al que conocía y quería, pues siempre había visitado a la familia ofreciendo ayuda) y que ciertamente se esforzaría para sacar adelante a su familia. María, sin embargo, con un tono enérgico y lloroso increpó la decisión de Papá Clemente. “¿Por qué no eligió a Fermín como mi padrino también, para que yo pueda ir con Pedro y seguir estudiando?” María no estaba de acuerdo con dejar de estudiar. Papá Clemente miró a sus hijos y no dijo nada. Se puso su sombrero y salió de la cocina. Pedro y María salieron silenciosamente a la pampa... 

¿Y yo? Pues, yo me sentí acabado. Me alegraba la esperanza de una vida mejor para Pedro, pero a la vez sentí la infinita tristeza de perderlo. Todos los recuerdos y momentos juntos se venían como cascada en mi mente y me atreví a pensar en el futuro de mi familia, mis hermanos...¿Qué nos tocaría vivir ahora? Una rabia interna recorría mi cuerpo. ¿Por qué teníamos que separarnos? ¿Por qué siempre todo fue tan difícil para mi familia? ¿Por qué la vida es tan grande y a la vez tan pequeña para algunos? Mi corazón no paraba de repetirse estas preguntas, hasta que débil y desfalleciente con tanta emoción enrosqué mi rabo entre mis patas, me deje caer al lado de la tullpa y me dormí. 

 De repente, un sonido dulce, fino e infinito de rondador me envolvió como un encanto en el abrazo suave de mi madre. Abrí los ojos y vi como aparecían muchas casas al lado de la nuestra, con luces encendidas y salones amplios y majestuosos. Había una escuela, un centro de salud y hasta un lugar donde había mucha comida y toda variada. Nunca pensé en ver alimentos con tantos colores y formas. 

Mis hermanos estudiaban en una hermosa escuela y ya no tenían que alejarse del hogar. Muchas personas caminaban contentas en la calle, que ya no era de tierra. Mi casa era grande, con varios cuartos y Mamá Paula tenía una linda cocina de hierro. En el techo y las paredes no habían huecos. Teníamos un cuarto solo para bañarnos. Teníamos agua...bastaba con mover unas manijas y el agua aparecía; no teníamos que ir a buscarla bien tempranito y bajo el roció. Mis hermanos estaban abrigados y con zapatos; la pequeña Angélica ahora tenía ropa calientita, juguetes y una bonita cama para ella solita. Papá Clemente y Mamá Paula reían, mientras veían algo en la televisión. Nuestra chacra era verde y sembrada con diferentes cultivos. La tierra era oscura y llena de vida y recibíamos ayuda y enseñanza para poder producir mejor. Junto a nuestros vecinos producíamos y vendíamos al pueblo. Teníamos más dinero y comida; ahora podíamos comer frutas, verduras, carne y teníamos más alimentos que solo papa y maíz…. y, ¡lo más importante - que todos estábamos juntos!

 Pedro ya estudiaba secundaria y le iba muy bien. María, que también estudiaba, había ganado una beca de estudios en el colegio, pues además de inteligente era muy talentosa. Todos estábamos muy orgullosos y tranquilos con la vida que teníamos. Sentíamos que realmente nuestro trabajo era premiado con lo que merecíamos...

 Súbitamente el rondador dejó de sonar y de repente sentí un frio congelándome. No podía ver nada. Busqué a mi alrededor y solo conseguí ver que las “carapas” de la tullpa se habían casi apagado completamente. Por un momento no supe lo que estaba pasando. No supe dónde me encontraba, hasta que escuché la voz dulce y bajita de Mamá Paula que me decía: “¡Duerme chuko! ¡Con tanto llanto vas a despertar a la guagua!”  

 

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Author: Iris Cecilia Ordóñez Guerrero
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Organization: The Barefoot Guide Connection
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Year: 2022
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Country/ies: Peru
Geographical coverage: Latin America and the Caribbean
Type: Blog article
Full text available at: https://www.barefootguide.org/
Content language: Spanish
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