Plateforme de connaissances sur l'agriculture familiale

Las Marías del campo: sembrando agua y cosechando vida

María

María vive en el Valle de Jequitinhonha, en el norte interior de Minas Gerais, una región que había sido rica y gran productora de oro, pero que ahora estaba plagada de hambre y pobreza. El paisaje que solía ser verde y vivo, se había vuelto gris y triste. La vida dura y difícil se reflejaba en las marcas que el tiempo había dejado en los rostros de la población local, en su piel arrugada y en sus manos encallecidas.

María miraba por la ventana como si estuviera esperando la llegada de alguien, pero afuera solo se encontraba el sol abrasador que iluminaba el polvo que se levantaba con el viento caliente arremolinándose. Hacía mucho que no llovía.

El Valle de Jequitinhonha, donde nació María, había sido contaminado por la minería y la extracción ilegal de arena. Había pasado por un largo proceso de deforestación y hoy los ríos de la infancia de María solo corrían cuando llovía. En treinta años ella había visto desaparecer más de setenta arroyos. Sin agua, no había como sobrevivir y cuando se acabó el agua, mucha gente abandonó el lugar.

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Las viudas de maridos vivos

María se quedó a cuidar a los niños para que su esposo pudiera ir a la gran ciudad en busca de trabajo. Al principio, mandaba noticias y algo de dinero, pero no podía venir - lo justificaba - porque el viaje era largo y costoso. Cuando tuviera suficiente, volvería a casa y tendrían una vida mejor, eso decía. Pero a medida que pasaba el tiempo, las noticias y el dinero tardaban cada vez más en llegar. “Mucho trabajo”, decía. “El salario”, se quejaba, “apenas alcanza para mantenerme en la ciudad.” Las noticias y el dinero poco a poco fueron disminuyendo, hasta que un día dejaron de llegar. Él fue solo uno de tantos que abandonaron su tierra y su familia.

Otras mujeres de este lugar quienes, como María, esperaban el regreso de sus maridos, llegaron a ser conocidas como ‘las viudas de maridos vivos’. Pero el hambre no podía esperar. Sin dinero y sin comida, se vieron forzadas a caminar juntas durante muchos kilómetros para buscar agua y alimento. Cuando tenían suerte, traían frutas, nueces, raíces y semillas, que sembraron junto a sus casas. Este fue el primer paso para recuperar los sistemas productivos ancestrales.

La tierra clama

La región se había ido degradando. El suelo se había puesto tan duro que era casi imposible perforar agujeros para sembrar y plantar. El daño y la muerte de los ecosistemas de su infancia eran resultados de los malos tratos dados a la tierra. “La Madre Tierra que nos da la vida también necesita cuidados para seguir siendo generosa; cosechamos lo que sembramos”, decía la abuela de María.

María había escuchado que el mal trato dado al mundo provocó el cambio climático y que por eso no había más lluvia. Y si no podía esperar más por las lluvias, tampoco podía esperar a que su esposo regresara. Era necesario cambiar el rumbo de su vida. “Lo que la vida quiere de nosotras es coraje”, pensabaen voz alta, para convencerse de que era necesario tomar decisiones. Estaba sola, ya no tenía a su marido para decidir por ella como antes, y lo desconocido le traía miedo.

Cuando caminaba a lugares lejanos en búsqueda de agua y alimento, María comenzó a observar las plantas y a imitar a la naturaleza. Decidió “sembrar agua” para recuperar manantiales y reducir la cruel desertificación, trayendo la vida de vuelta al Valle. Extrañaba su infancia, cuando de niña se sentía libre y feliz y no tenía que preocuparse si habría algo para comer al día siguiente. Asumió los difíciles tratos de la tierra para reconstruir el lugar de su infancia que era más verde y con más comida.

De regreso al principio

María reunió a las mujeres para contar historias de su infancia, cuando su padre le decía que las plantas de los manantiales no se podían cortar para no quedarse sin agua. Y algunas plantas eran tan bonitas que María no se imaginaba como alguien podía atreverse a cortarlas.

En sus historias, ella recordaba como el Ipê amarillo, cuando florecía, hacía que el lugar tuviera colores, olores y todo era hermoso, como por arte de magia. Había mariposas por todos lados y podía sentir la brisa tocar su piel como si fuera una caricia. Ella miraba el lirio de los pantanos tan blancos y fragantes, que además tenía raíces deliciosas para comer. Las plantas de los manantiales atraían a los pájaros que encantaban con su canto. Esa era la vida que ella quería de vuelta.

Vivir en el valle trajo lecciones difíciles, pero valiosas. Las mujeres se dieron cuenta que se tenían la una a la otra. No estaban solas; sus fuerzas unidas podían ser desbordantes. Juntas, “las Marías” comenzaron a buscar soluciones a los problemas que enfrentaban.

Decidieron reutilizar el agua del baño y la cocina para hacer productivos los patios. Crearon filtros para que las aguas grises fueran aptas para las plantas y animales. Con el tiempo, aprendieron a hacer cisternas para almacenar el agua de lluvia. Las Marías, unidas, encontraron en el pasado - en los conocimientos tradicionales - las acciones necesarias para hacer un futuro más sostenible.

Pero tenían tantas preguntas que las llenaban de angustia y de miedo. ¿Cómo podrían prepararse para enfrentar el cambio climático? Sabían lo que era pasar años sin lluvia. ¿Podría ser aún peor? ¿Cómo evitar que esto afectara aún más sus vidas? Temían por ellas y por el futuro de sus hijos e hijas.

Juntas somos más fuertes

Con tantas preguntas sin respuestas, no podían esperar. Tenían prisa. Organizaron y dividieron las tareas entre ellas de acuerdo a las habilidades de cada una. Se enseñaron una a la otra lo que sabían. Eran guardianes de semillas preciosas. Sabían sembrar y preparar los alimentos. Recuperaron importantes conocimientos gastronómicos y probaron las mejores recetas con los productos locales.

Hoy, cuando María mira por la ventana y ve su patio productivo y floreciendo, su corazón se llena de alegría. La vida palpita en cada rincón y María  se pone a pensar en cuánto ha cambiado desde que se fue su esposo. Ya no lo extraña. La vida le ha enseñado a ser fuerte y tiene tanto que sembrar y cosechar que no hay tiempo para llorar. De hecho, hace mucho que no conoce la tristeza.

Con el tiempo y con mucho mimo, logró acercar el verdor a casa, y muchos animales y aves llegaron en busca de sombra, comida y agua fresca. Con las mujeres de la comunidad buscó una solución a la situación de hambre y pobreza. Se asumieron a sí mismas como jefas de familia, aprendiendo nuevas cosas colectivamente y se reinventaron para crear nuevas oportunidades de trabajo e ingresos.

Sembrando agua y cosechando vida

Las Marías no lo sabían, pero “sembrar agua” también es una forma de enfrentar el cambio climático y aliviar el calentamiento global. La siembra de agua dio un nuevo significado a la vida de estas mujeres, creando un oasis en la región semiárida de Minas Gerais. Además, al traer las frutas y plantas favoritas más cerca de casa, reforestaron el lugar y rescataron alimentos olvidados y nutritivos, que ahora son apreciados por los turistas que buscan nuevos conocimientos gastronómicos con sabores exóticos.

Juntas las Marías son más fuertes. Tienen su propio negocio: siembran, cosechan, preparan, empaquetan y venden. Hoy siembran agua y cosechan vida y esperanza en un mundo mejor en el que sus hijos no tengan que irse por falta de oportunidades.

 

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Auteur: Geise Assis Mascarenhas
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Organisation: The Barefoot Guide Connection
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Année: 2022
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Pays: Brazil
Couverture géographique: Amérique latine et les Caraïbes
Type: Article de blog
Texte intégral disponible à l'adresse: https://www.barefootguide.org/
Langue: Spanish
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