De refugiados a prósperos agricultores
La situación sufrió un cambio cuando, en 2005, se les informó que podían participar en programas gubernamentales.
Con el apoyo del gobierno mexicano, la Diócesis de San Cristóbal y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), las familias de Emilia y Nicolás, junto con otras 22 familias guatemaltecas, compraron 78 hectáreas de tierra.
Más tarde, en 2011, se unieron al “Proyecto de Seguridad Alimentaria Estratégica” (PESA), una iniciativa implementada por el gobierno mexicano con el apoyo de la FAO.
El proyecto tiene como objetivo el desarrollo de las comunidades rurales más pobres y marginadas de México. San Lorenzo se ajustaba a ambos criterios.
El proyecto permitió a Nicolás y Emilia comenzar a criar gallinas, cerdos, conejos y ovejas; cultivar frutas y hortalizas; y formar parte de cooperativas de agricultores para planificar y vender mejor sus productos.
“Nunca imaginé que trabajaría con otras mujeres (refugiadas). Nuestras vidas han cambiado (desde que participamos en el proyecto)”, explica Emilia.
Emilia y Nicolás realizan juntas la mayor parte de las tareas agrícolas. Pero ella se ocupa más de las gallinas y los cerdos, y cuida de los aguacates y los frijoles. Nicolás se levanta temprano en la mañana, a diario, para atender a los corderos y las vacas, antes de reunirse con su esposa y los demás en los campos de maíz y frijoles.
Los agricultores practican la agricultura de “milpa”, una forma de cultivo común en Mesoamérica, que implica intercalar diversas plantas, como maíz, frijoles y aguacates.
Su hijo mayor, Matías, que había emigrado a los Estados Unidos en busca de trabajo, regresó a casa una vez que comenzó el proyecto y se unió a sus padres.
“No hay más necesidad de marcharse a buscar trabajo. Podemos quedarnos y construir nuestro país”, afirma Matías.
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