Cuando Calista Maguramhinga muestra a los visitantes una sección de su terreno de media hectárea, sujeta en sus manos un pequeño cuaderno con detalles de cómo se ocupa de sus cultivos.
En su granja, las plantas de maíz son altas, con hojas verdes y gruesas mazorcas casi listas para la recolección. Señala una sección: “variedad de maíz 633”, con la siguiente explicación: “parcela preparada con arado de púas, sembrada el 20 de diciembre con abono orgánico; se aplicó fertilizante el 3 de enero y de nuevo el 20 de enero”.
Calista, reclutada para servir como “campesina guía” voluntaria, ayuda a capacitar a otras personas en su aldea, Muzenge, en la provincia de Manicaland, en Zimbabwe. Para ello cuenta con diversas parcelas de demostración para maíz, sorgo y apios en las que ensaya nuevas técnicas agrícolas. Los agricultores locales vienen a aprender de lo que ella está haciendo.
Calista es una de los numerosos agricultores en pequeña escala que reciben capacitación del Programa de Medios de Vida y Seguridad Alimentaria de Zimbabwe (LFSP, por sus siglas en inglés), gestionado por la FAO e implementado por un consorcio de asociados. En la provincia de Manicaland en Zimbabwe, estos socios son Practical Action, Sustainable Agriculture Technology y el Instituto Internacional de Investigación de Cultivos para las Zonas Tropicales Semiáridas (ICRISAT, por sus siglas en inglés).
La iniciativa está diseñada no sólo para ayudar a los agricultores familiares a incrementar su producción, sino también para mejorar su alimentación y reducir la malnutrición, en especial en las familias con niños pequeños.
Como madre soltera, Calista solía sufrir discriminación y llevar una vida de pobreza, luchando por mantener y alimentar a su numerosa familia. Aunque sólo tiene un hijo, cuida de sus cuatro sobrinos que quedaron huérfanos cuando su hermano y su hermana fallecieron. También mantiene a su padre de 78 años, que se llama Clever.