Huamani Cardenas vive en Lima, pero es originario de Conayca, una localidad rural de unos 1 300 habitantes en el altiplano central del Perú. Cuando recibió un envío de alimentos frescos desde su ciudad natal, se quedó emocionado. “Sinceramente le doy las gracias a las autoridades de Conayca por pensar en nosotros”, escribió en un grupo de una red social para jóvenes de Conayca afincados en Lima.
En tiempos de crisis, suelen ser las zonas rurales las más vulnerables a la adversidad. Durante la crisis alimentaria de 2008, el 73 % de la población peruana más afectada habitaba en las regiones rurales de la sierra y el Amazonas. En estos casos, suelen ser las grandes ciudades las que envían ayuda humanitaria al campo. En la crisis de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), sin embargo, la situación se ha invertido. Las restricciones de movilidad impuestas por la pandemia están alterando las cadenas de suministro de alimentos y dificultando el acceso a alimentos tradicionales y nutritivos en las zonas urbanas.
Los agricultores familiares, pertenecientes a diversas comunidades indígenas de las zonas rurales de Perú, están enviando ayuda a sus parientes afincados en las ciudades, reviviendo así la tradición del Apachicuy.
Apachicuy —“ayudar a los seres queridos” en lengua quechua— es una práctica indígena ancestral que vela por que, sea cual sea la adversidad, la familia, los amigos y la comunidad reciban el apoyo que necesitan.
Basándose en esta tradición, la FAO, en colaboración con el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y con el Ministerio del Ambiente y el Ministerio de Agricultura y Riego del Perú, puso en marcha la iniciativa Apachicuy como parte de su proyecto sobre agrobiodiversidad. La iniciativa coordina el envío de alimentos frescos, producidos por las comunidades agrícolas indígenas, a las ciudades de Perú durante la pandemia de la COVID-19.