Es una especie imponente que puede medir entre 15 y 30 metros de altura. Puede vivir varios siglos y su origen se remonta a hace 100 millones de años. Ha sido testigo de glaciaciones, de grandes cambios geológicos, de la extinción de los dinosaurios y de más de una pandemia.
Con todo, este árbol perennifolio nativo de Chile, conocido por su nombre común, queule, o por su nombre científico, Gomortega kuele, está ahora en peligro crítico como consecuencia de las actividades humanas. La extracción de madera indiscriminada y los numerosos incendios forestales han diezmado la población de cientos de árboles centenarios en varias regiones del sur de Chile. Se calcula que actualmente solo quedan unos 4 000 queules en todo el país.
Sin embargo, el ser humano también puede recuperar esta especie en vías de extinción.
María Cristina Ortega comenzó a proteger a estos árboles en el marco de la Iniciativa para la conservación de especies en peligro de extinción, financiada por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y ejecutada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en colaboración con la Corporación Nacional Forestal y el Ministerio del Medio Ambiente de Chile.
Actualmente trabaja en el vivero de la ciudad de Chillán, en el Centro de Semillas, Genética y Entomología. María Cristina ha continuado cuidando de las plántulas de queule incluso durante la pandemia mundial de la enfermedad por coronavirus (COVID-19). Su hijo tiene una enfermedad crónica, por lo que ha debido tener especial cuidado durante la pandemia, pero sabe lo importante que es su trabajo para la supervivencia de la especie: “No puedo trabajar desde casa. Tengo los permisos necesarios y adopto todas las precauciones para cuidarme y cuidar a los demás”, afirma. “Son tesoros vivos, así que no podemos dejar de venir”.
“Hemos establecido turnos. Vengo tres veces a la semana para medir la temperatura del aire, regar los árboles jóvenes y comprobar que no haya malas hierbas, plagas u hongos. No podemos desatenderlos”.
Independientemente de la situación actual, a María Cristina le encanta su trabajo. “Estoy muy agradecida por poder seguir trabajando pese al coronavirus. Este trabajo no es solo una fuente de ingresos. Me aporta una gran satisfacción... Para mí, estos árboles son como niños. Los resguardo del calor y protejo los brotes más jóvenes de las aves. Pienso en ellos como si fueran mis bebés”.