Algunos meses antes de que estallara la pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19), en el informe dirigido por la FAO titulado El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020, se había constatado que África era la región donde el número de personas subalimentadas había aumentado más rápidamente.
En el informe se señala que, a menos que se produjera un cambio drástico, África llevaba camino de superar a Asia y albergar a más de la mitad de las personas hambrientas del mundo en 2030. Y ello, con menos de una quinta parte de la población mundial. Este triste avance podría darse incluso antes, ya que se considera que la pandemia acelera las tendencias sociales e intensifica las corrientes económicas subyacentes.
Algunos de los motivos para ello son históricos. Otros, como la persistencia de bolsas de inestabilidad y conflictos, son más circunstanciales. Entre las causas estructurales destaca el clima implacable que afecta a vastas zonas subcontinentales.
Una tierra seca y expuesta...
Todo el tercio septentrional de África, la mayor parte de su tercio meridional y el Cuerno son zonas rojas en el mapa mundial de la FAO de la aridez. Buena parte del continente, a excepción de su cinturón central, recibe menos de cinco milímetros de lluvia considerada eficaz para la agricultura. Ello hace imprescindible que el agua se extraiga de fuentes renovables.
Sin embargo, más del 60 % de las fuentes de agua renovables en África se concentra en solo cinco países: Gabón, Liberia, la República Centroafricana, la República del Congo y Sierra Leona. Las otras 50 naciones, incluidas las más extensas y pobladas de África, comparten el tercio restante.
La COVID-19 está añadiendo más presión. Es necesario destinar más agua a la higiene: la Organización Mundial de la Salud estima que, en todo el mundo, se necesitan unos 58 toneladas cúbicas de agua adicionales al día solo para lavarse las manos. “Ello equivale a una décima parte de toda el agua de los ríos, los lagos y el suelo de Francia”, explica el Sr. Maher Salman, que dirige el Grupo de gestión de recursos hídricos de la FAO.
Es más, aunque todavía hemos de calcular la cantidad exacta de agua consumida a raíz de las hospitalizaciones por COVID-19, los datos del precedente más cercano, la epidemia del síndrome respiratorio agudo y grave de 2003, apunta unos 100 litros por paciente.