Cuando Tuka llegó al puerto turco de Izmir, en busca de protección temporal tras huir del conflicto en la República Árabe Siria en 2017, sintió que había encontrado un refugio seguro, pero que había perdido casi todo lo demás. Varios de sus seres queridos habían sido víctimas de la violencia. El taller de sastrería que había construido con esmero en su ciudad natal, Alepo, ya no existe.
Intentó seguir con el negocio de la sastrería en Turquía, trabajando desde casa, pero descubrió que solo podía ganar unos míseros 1,50 USD al día. Ella y su marido tuvieron que pedir dinero prestado para mantenerse a flote, sin tener una idea clara de cuándo podrían devolverlo. Ambos se esforzaron por adquirir habilidades lingüísticas en turco, ya que lo necesitaban para sobrevivir.
“Nos llevó algún tiempo comprender que las necesidades del mercado son diferentes en Turquía... y darnos cuenta de que debemos estar abiertos a aprender nuevas habilidades”.
Fue entonces cuando entraron en juego la resiliencia y la resolución de Tuka. Aprovechó la oportunidad de inscribirse en un curso de capacitación en producción de alimentos y emprendimiento, impartido por la FAO y el Ministerio de Agricultura y Actividad Forestal de Turquía y financiado por el Japón. Y, desde entonces, no ha vuelto a mirar atrás.
Tuka aprendió a rellenar mejillones, a preparar salsas y a almacenar, envasar y etiquetar alimentos, utilizando equipos y herramientas de envasado que eran totalmente nuevos para ella.
Tuka, que originalmente era modista, dice que al principio “no tenía habilidades [profesionales] para la producción de alimentos... También me di cuenta de que no estaba almacenando y conservando adecuadamente los alimentos... a través de la capacitación, aprendí cómo hacerlo, incluso sin un congelador”
Ahora, dice, no solamente ha adquirido nuevos conocimientos para ganarse la vida, sino que también ha hecho nuevos amigos. Como gratificación adicional, también le gusta más cocinar.