Aquí, en Er-rich, situada en una llanura en medio de la imponente cordillera del Atlas en Marruecos, mujeres y hombres se acomodan en una sala repleta mientras comienza una capacitación en apicultura de la FAO una tarde de marzo. Sus susurros y risas se entremezclan en un trasfondo de expectación. Pero su propósito es serio: hacer todo lo posible para garantizar la supervivencia de una especie. A lo largo del día, los apicultores de todas las edades aprenderán sobre la abeja amarilla del Sáhara, una especie resistente, no agresiva y bien adaptada a las condiciones climáticas y de cría locales.
“No tengan miedo”, les tranquiliza el instructor, M’hamed Aboulal. “Esta es la raza más tranquila. Eso hace que su vecina del norte, la abeja negra, amarillee de celos”, dice con una sonrisa. “No solo es hermosa con su largo manto amarillo, también es dócil, produce una miel excelente y es mejor recolectora, ya que puede recorrer hasta 8 km frente a los 3 km de la abeja común”.
A pesar de todas estas cualidades, los apicultores saben que la abeja amarilla del Sáhara está en peligro de extinción debido a las sucesivas sequías, a los efectos colaterales negativos de la necesaria lucha contra las plagas y a las consecuencias de la introducción de otras variedades de abejas en la zona.
Los participantes están impacientes por plantearle sus preguntas: “¿Cómo se producen más reinas?”, “¿Cuáles son las técnicas de inseminación artificial?”, “¿Cómo se puede ayudar a las reinas a multiplicarse?”. Sobre todo, los asistentes quieren saber cómo salvar la vida de las abejas, que para algunos de ellos representan su propio medio de vida.
La apicultura: una pasión desde la infancia
La pasión de M’hamed por las abejas se remonta a la época en que su padre, apicultor, les dejaba a él y a sus hermanos probar la miel que apenas asomaba de las colmenas de madera sobre las que se sentaban. Hoy en día, M’hamed es presidente de una cooperativa apícola regional y de una asociación nacional, y dedica su tiempo a impartir capacitación teórica y práctica a los apicultores, acrecentando también la valoración de la abeja amarilla del Sáhara.
Todas las mañanas, M’hamed comienza su jornada acudiendo a las alturas de Er-rich para inspeccionar el colmenar y sus colonias de abejas y evaluar su estado de salud. Al acercarse a la docena de colmenas que hay allí, el zumbido de las abejas anuncia su presencia. Para M’hamed, la experiencia le despierta un sentimiento de humildad.
“Por ellas y gracias a ellas, tengo la oportunidad de poner en valor y perpetuar el saber hacer de mis antepasados y hacer un trabajo que me apasiona y que me impulsa a levantarme cada mañana para que todo esté hecho”.